"Si el tiempo de los hombres y el tiempo de los dioses fuera uno...", cantaba Luis Cernuda. Hace ya unos días estábamos en Madrid cubriendo la presentación de la biografía del poeta sevillano que le ha valido a Antonio Rivero Taravillo el premio Comillas, pero el tiempo inclemente pasa y no da un respiro, las cosas suceden mucho más aprisa de lo que puedo consignar, y bien está que así sea. Pero no quiero ceder un día más sin contar en esta ventana el placer que supone, primero, celebrar que a un tipo bueno y sabio como Antonio le den ese pedazo de galardón; segundo, comprobar que el trabajo que ha hecho en esta primera entrega, que comprende los años españoles de Cernuda antes del exilio, está lleno de rigor, sensibilidad y devoción hacia el objeto de estudio; y por último, verle feliz en la Residencia de Estudiantes, rodeado de gente que valora su faena -allí estaban García Montero, Felipe Benítez, Trapiello, Gibson, Gonzalo Celorio, Tomás Segovia, Lostalé...- con la satisfacción del deber cumplido y un halo de justicia poética a su alrededor que me resulta emocionante.
Taravillo, el más anglosajón de los poetas andaluces, no sólo sabe forjar versos propios y traducir los ajenos como pocos -y ahí está su jugoso blog Fuego con nieve para demostrarlo. También ha sabido bucear en los documentos, la correspondencia, los testimonios, las crónicas, para interpretar y dar un nuevo sentido a los del autor de Donde habite el olvido y Desolación de la quimera. Sé que voy a recordar, que cuantos estuvimos allí vamos a recordar esa jornada madrileña con un ufano "yo estuve allí", y esa noche rematada con gin tonic y charla cómplice. ¡Que no se demore la segunda entrega!
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