Félix Palma era ya un bicho literario -y un bicho raro, por excepcional- cuando, siendo un muchachín, impulsó con su hermano Juan Carlos uno de los pocos suplementos literarios que ha dado la prensa gaditana, Mosaico. Félix empezaba a afilar sus lápices de prosista virtuoso, y no tardaría en llegar la primera muestra clara de su talento, un libro de relatos aliterativamente titulado El vigilante de la salamandra. Por aquel tiempo descubrió dos cosas: que era posible ganarse la vida con la literatura -pues hay cientos de premios en España con dotaciones óptimas- y que él tenía cualidades para ello. Empezó a ganar concursos a puntapala.
El peligro de volverse concursero profesional es acabar escribiendo no como uno quiere, sino como uno cree que tal o cual jurado quiere. Félix se ha expuesto alguna vez a ese riesgo, pero opino que sus capacidades están por encima de esas astucias. Me acuerdo una conversación que tuve con otro escritor de nuestra quinta, Migue García Argüez, acerca de los inagotables recursos narrativos del sanluqueño. "Esa clase de ideas que creemos geniales y que reservamos como oro en paño -comentamos-, el hijoputa las suelta sin la menor usura".
Yo, que abomino de las bodas, estuve en la suya, con buen beber y buen bailar. Luego hubo un tiempo en que me distancié bastante de él. Creo que en Cádiz se rodeó de gente más bien mezquina, bastante provinciana, y por contagio empezó a ver enemigos, rivales a eliminar por todas partes. Se coció en ese jugo y, es mi opinión, se dejó llevar. Yo no sólo no le guardé rencor, sino que le di todo el sitio que pude, y seguí saludando cada libro suyo -ahí están las hemerotecas- como lector alegre.
Félix, creo, hizo bien en dejar todo atrás y tirar para Madrid. Es probable que siga incubando ciertos rencores hacia las tierras gaditanas, pero la distancia lo relativiza todo. El exilio curte, macera y también dinamiza. No va a hacerlo buen escritor, porque ya lo era cuando partió. Un buen escritor de relatos cortos, además, que es un género mayor. La vida capitalina le dará profundidad de mirada y espantará estériles musarañas. De hecho, ya está recogiendo los frutos: es el nuevo y flamante premio Ateneo de Sevilla. No pude cubrir el acto de entrega, pero ahí estaré, como siempre, para entrevistarle cuando el libro vea la luz. Hasta entonces, de todo corazón, felicidades, Félix.