Por no salir de Cuba, de mi Cubita bella, fui a entrevistar a Abilio Estévez con motivo de la salida a la luz de una nueva novela suya, El navegante dormido. Pero antes de salir respondí al cuestionario que me envió la buena gente de la revista digital siciliana Letteralmente (www.letteralmente.com). Me preguntan, entre otras cosas, qué temas atraen a la literatura española actual. Arrimo el ascua a mi sardina y respondo: el miedo. Digo que no va a salirnos gratis la suerte de haber vivido en la era del 11-S, que la administración del miedo es la gran cuestión del mundo de hoy.
Pienso en el libro de José Antonio Marina, La anatomía del miedo, en la relación entre los peligros objetivos y el miedo como instinto de supervivencia. En las novelas de Abilio Estévez siempre hay una amenaza inconcreta, difusa, que impregna la atmósfera de cada página y tensa la narración como un arco. Los peligros evidentes, los enemigos con rostro y nombre, pueden ser terribles, pero aquello que no identificamos con claridad es ya patrimonio del escalofrío.
Hablamos, saltando de tema en tema, de dos cosas que dan miedo: el barrio cubano de Mantilla -en el municipio de Arroyo Naranjo- y Virgilio Piñera. Mantilla es un barrio duro, alejado de los encantos coloniales de la capital habanera, con el único prestigio, que se sepa, de haber alumbrado al escritor de novelas policíacas Leonardo Padura; territorio de machete fácil donde, según le gusta decir a los lugareños, "Supermán se quitó la capa y se sentó a llorar". Yo lo visité de noche cerrada, camino de una fiesta atravesando calles y calles inhóspitas y medio desmenuzadas por la erosión, pero entre la buena compañía de los amigos y la moral que da el ron, no me asusté en ningún momento.
La lectura de Piñera, sin embargo, me ha provocado algunos de los terrores literarios más hondos y persistentes que recuerdo. Él me confirmó que Poe es superior a Lovecraft porque, mientras éste se empeña en mostrar criaturas viscosas y deformidades indecibles, aquél deja que germine un miedo mucho más sutil. En concreto, hay dos relatos que no olvidaré nunca: Un fogonazo y Salón Paraíso. En ninguno aparecen fantasmas ni monstruos ni nada por el estilo. Es más, yo creo que su autor en el fondo no se proponía asustar a nadie. Pero, volviendo de la entrevista con Estévez, he llegado a casa, he cogido el volumen de los Cuentos completos y no he podido abrirlos sin que se me erizara la piel.
2 comentarios:
mas que el miedo! en Virgilio abunda la paranoia, la agonia! que bien Ale que hables de esos dos grandes, mis mas admirados compatriotas, orgullosa estoy de tan grandes literatos de mi gran nacion, que isla! tan pequegna y tan pecaminosa!
Tú no estabas haciendo en teatro algo de Piñera cuando te conocí? Besos!
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