No sé si esto tendrá algún significado secreto, alguna lectura cósmica, pero últimamente me encuentro a Kiko Veneno por todas partes. Salgo a tomarme una copa y lo veo en El Perro Andaluz, al fondo de la barra, conversando con su compadre Pepe Quero. Voy a tapear al Boreas y allí está, rodeado de amigos en una mesa. Incluso cuando entro más tarde en el cine para ver Revolutionary Road, descubro que nos separan sólo cuatro o cinco butacas. Sevilla es un pañuelo, dirá alguno. Esas cosas pasan.
Ahorraré al amable lector extenderme demasiado sobre mi admiración hacia este músico. No he sido nunca fan suyo, pero me descubro ante la coherencia de su trayectoria, su personalidad y su arte. Su vinculación a Camarón, Veneno y Pata Negra le garantizaron hace mucho el ingreso en la historia de la música española por la puerta grande. Pero, lejos de dormirse en los laureles, ha seguido trabajando, reinventándose que se dice ahora. Además, contra su fama de arisco, he podido comprobar que es un señor serio, sí, pero amable y sensato, buen conversador, al que da gusto entrevistar.
Pero yo estaba en lo de los encuentros casuales. Uno de los más curiosos aconteció hace ya siete u ocho años en La Habana, cuando se inauguró un Centro Cultural de España en la hermosa Casa de las Cariátides, frente al malecón. El concierto de apertura lo daba Kiko Veneno, que había participado antes en cierto homenaje a Beny Moré, y que se acompañaba ahora de un esforzado grupo de flamenquitos cubanos, sin mucho pellizco pero con buen compás. El caso es que Juan José Téllez y yo aprovechamos la ocasión para hacerle una entrevista, y nos presentamos:
-¡Ah! Así que tú eres, Téllez. Y tú -se dirigió a mí- eres "A punto ELE punto. Cultura". Os leo muy a menudo.
Que Veneno me reconociera por las iniciales con las que firmaba en El País fue motivo de orgullo instantáneo. Luego conversé un rato con uno de sus acompañantes cubanos, que me pidió mis datos "por si algún día vamos pa' España", afirmó.
El papelito donde escribí mis señas, en efecto, llegó una vez a España. Cierta noche de octubre, entré a primera hora en el Son Latino, que durante varios años fue mi segunda residencia. Allí en la barra me presentaron a un joven cubano que acababa de aterrizar con una compañía de teatro. A los cinco minutos descubrimos que era uno de los músicos que había tocado con Kiko Veneno en aquel acto.
-Quizá puedas ayudarme a encontrar a alguien que debo contactar, un tal... -dijo, y sacó el papelito.
-"Alejandro Luque" -leí perplejo mi propia letra-. No busques más, ya lo has encontrado.