Otro de los santos lugares de mi Madrid íntimo y adolescente fue sin duda la Casa de América, a la que algún día dedicaré una entrada más larga y más cariñosa en esta bitácora. Hoy me limitaré a contar que volví el martes pasado por ese rincón de la Castellana, que me alegré mucho de encontrarme con los viejos amigos que siguen al pie del cañón -Ana Pellicer, Mirna- y que tomé asiento en la sala Borges para ejercer allí por primera vez, que yo recuerde, de currante y no de visitante ocioso.
Mi presencia en la Casa estaba justificada por la presentación de los premios Planeta-Casamérica, que este año recayeron sobre Ángela Becerra y José Angel Palou. A la Becerra la entrevisté un par de años atrás: mujer guapa, con un cabello impresionante, como de venus botticelliana, nariz demasiado moldeada por la rinoplastia y conversación definitivamente vacua, que todo no se puede tener. Entre los intelectuales de su país, Colombia, circula la especie malvada de que es la única novelista que ha escrito más libros de los que ha leído: creo que va por cinco.
No es el horrible título de su novela, Ella, que todo lo tuvo. No es la horrible portada, con ese cursi diamante haciendo de lágrima que rueda por una insulsa mejilla. La oía responder a las preguntas de la rueda de prensa y empezaba a dar crédito a esa cruel leyenda. La oía comentar el argumento de su novela y me imaginaba haciendo book-crossing con mi ejemplar a las primeras de cambio. Entonces saltó la magia. Una chica camuflada entre los periodistas se identificó como colombiana, empleada de El Corte Inglés, y procedió a agradecer a la autora con voz trémula y emocionada lo mucho que le había dado a ella y a sus compañeras la lectura de las novelas de Ángela Becerra. No especificó qué, pero tampoco importa. Era la encarnación del sueño y de la pesadilla del creador, el guardián del aplauso y del abucheo: el público, el sacrosanto Público, puesto en pie y emitiendo su juicio inapelable.
Honestamente, dudo que Ángela Becerra llegue a escribir jamás algo parecido a una buena novela, así le caigan mil premios. Tampoco se trata de vender más ni menos que nadie. Es sólo el sentido que de pronto cobró la obra de la caleña cuando esa chica dio la máxima bendición, cuando otorgó el máximo sentido a algo que quiere ser obra de arte: con un simple y clamoroso "gracias".