sábado, 30 de mayo de 2009

Madrid en un día (II) En Casa de América

Otro de los santos lugares de mi Madrid íntimo y adolescente fue sin duda la Casa de América, a la que algún día dedicaré una entrada más larga y más cariñosa en esta bitácora. Hoy me limitaré a contar que volví el martes pasado por ese rincón de la Castellana, que me alegré mucho de encontrarme con los viejos amigos que siguen al pie del cañón -Ana Pellicer, Mirna- y que tomé asiento en la sala Borges para ejercer allí por primera vez, que yo recuerde, de currante y no de visitante ocioso.
Mi presencia en la Casa estaba justificada por la presentación de los premios Planeta-Casamérica, que este año recayeron sobre Ángela Becerra y José Angel Palou. A la Becerra la entrevisté un par de años atrás: mujer guapa, con un cabello impresionante, como de venus botticelliana, nariz demasiado moldeada por la rinoplastia y conversación definitivamente vacua, que todo no se puede tener. Entre los intelectuales de su país, Colombia, circula la especie malvada de que es la única novelista que ha escrito más libros de los que ha leído: creo que va por cinco.
No es el horrible título de su novela, Ella, que todo lo tuvo. No es la horrible portada, con ese cursi diamante haciendo de lágrima que rueda por una insulsa mejilla. La oía responder a las preguntas de la rueda de prensa y empezaba a dar crédito a esa cruel leyenda. La oía comentar el argumento de su novela y me imaginaba haciendo book-crossing con mi ejemplar a las primeras de cambio. Entonces saltó la magia. Una chica camuflada entre los periodistas se identificó como colombiana, empleada de El Corte Inglés, y procedió a agradecer a la autora con voz trémula y emocionada lo mucho que le había dado a ella y a sus compañeras la lectura de las novelas de Ángela Becerra. No especificó qué, pero tampoco importa. Era la encarnación del sueño y de la pesadilla del creador, el guardián del aplauso y del abucheo: el público, el sacrosanto Público, puesto en pie y emitiendo su juicio inapelable.
Honestamente, dudo que Ángela Becerra llegue a escribir jamás algo parecido a una buena novela, así le caigan mil premios. Tampoco se trata de vender más ni menos que nadie. Es sólo el sentido que de pronto cobró la obra de la caleña cuando esa chica dio la máxima bendición, cuando otorgó el máximo sentido a algo que quiere ser obra de arte: con un simple y clamoroso "gracias".

jueves, 28 de mayo de 2009

Madrid en un día (I) Entre Lavapiés y Tirso

No sé qué tiene el AVE, que más que moverme por la geografía me invita siempre a extraños viajes por el tiempo. No hay ida o venida que no me remita, por un motivo u otro, a algún momento del pasado. Esta vez fue el hecho de reconocer, ya en Atocha, al dúo Los Delinqüentes, y recordar que conocí a uno de ellos, el guitarrista Diego Pozo, cuando estudiaba magisterio y frecuentaba el Café de Levante y El Cambalache. Tengo una foto de Juanlu Pineda tocando precisamente en el Levante, y en ella aparece Diego a su lado, muy concentrado en las evoluciones de la mano izquierda sobre el mástil de la guitarra. Entonces yo era un periodista en ciernes y él una promesa del jazz. Ahora ambos nos ganamos la vida con nuestras respectivas faenas: en cierto modo, y salvando las distancias -él es una estrella que llena estadios- son dos grandes victorias.
Brillaba el sol fuera de la estación, y fui caminando al encuentro con Iván en la Plaza de Lavapiés. Lavapiés, Tirso y Antón Martín son los vértices del triángulo de las bermudas en el que transcurrieron algunas de las épocas más dichosas de mi vida. Para mucha gente, Madrid es una ciudad hostil, áspera, enloquecida; yo en cambio llegaba a cualquier hora, me bajaba de mi incomodísimo autobús y me caía encima un aluvión de abrazos, miraba mi mano vacía y de pronto veía en ella un vaso de ron, nunca faltaban los cigarrillos, las confidencias, a veces los besos.
Desayuno en Lavapiés, almuerzo en Argumosa con Marucha que se nos incorpora, luego paseo hasta Tirso, pasando por la entrañable cuesta de Zurita, la esquina de Olmo y Olivar donde invariablemente me abría sus puertas el Candela, aunque ya Miguel no vaya nunca más a esperarme en un extremo de la barra con un vino, uno sólo, y un poco de humeante y sabroso oro verde del Rif.
Es casi un prodigio que Ángela, recién instalada en Madrid, haya encontrado piso en Tirso de Molina. Yo casi estuve empadronado allí mismo, en el número cinco de Mesón de Paredes, y crucé por esta puerta miles de veces camino de Cascorro, sin pensar nunca que algún día dormiría ahí, frente a la esquina que ocupó Joaquín Cortés, a dos pasos de una de las últimas salas X de España, y tampoco lejos de la calle Relatores, donde moraba Joaquín Sabina.
En Mesón de Paredes fuimos Iván y yo dos muchachos sin un duro, borrachos de poesía, enamorados de mujeres terribles, siempre insomnes nosotros, tolerantes a los licores blancos, recitando hasta el amanecer ripios al alimón y durmiendo hasta el mediodía, letraheridos o simplemente heridos. Me gusta, lo reconozco, saber que todo eso forma parte del pasado. Pero también saber que ese pesado está tan a mano, apenas a la vuelta de la esquina.

martes, 26 de mayo de 2009

Feria del Libro (y XVI) Los amigos

Sí, la Feria del Libro es definitivamente la peor época para leer, pero una excelente excusa para encontarse. Allí me vi con Antonio Hernández y Javier Reverte, que iban a participar en una mesa redonda sobre sus dos pasiones, la literatura y el balompié, sección bética. Allí encontré al bueno de García Montero, que rinde un hermoso tributo a su amigo Ángel González en Mañana no será lo que dios quiera. Un abrazo a Eduardo Jordá, un rápido café con Aquilino Duque. Antonio García Villarán con la pierna recién operada, Pedro J. de la Peña desmontando a Bécquer, Fito Cózar con sus llaveros imposibles, un brindis con vasos de plástico en El Salvador con Alberto Porlan, de cuyo nuevo poemario hablaré más adelante...
Pero siempre que hablo de la Feria olvido sin querer a esos elementos esenciales que son los amigos libreros, ya sea David de Casa del Libro o Inés de La Araña, Luis de La Fuga o las nuevas y amables incorporaciones de Mira, Sensei, Ultramar o Contexto... Con ellos vaciamos a gusto nuestras cuentas corrientes y establecemos curiosas complicidades. Reconocemos en su faena una heroica resistencia. Sentimos que entre nosotros se establecen duraderos canales de gratitud. ¿Hay en algún lugar un monumento al librero, una calle del Buen Librero? Los libros, sí, están hechos de papel -y dentro nada también de píxels-, pero la Feria está hecha de personas. El año próximo más, ¿no?

lunes, 25 de mayo de 2009

Feria del Libro (XV) Asombro de Joumana Haddad

Italo Calvino daba esta fórmula para protegernos del infierno cotidiano, de todos esos pequeños infiernos diseminados por el mundo: "Buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio".
El Líbano no es el infierno, pero hace rato que detectamos en todo el Mediterráneo brotes diabólicos de intolerancia, dogmatismo, despotismo, fanatismo... Joumana Haddad no es infierno. Lo primero que piensa uno al tenerla delante es que se trata de una mujer muy bella. Pero esa primera impresión cede al asombro, y luego a la admiración, apenas empiezas a hablar con ella.
Joumana es la fundadora y directora de una revista, Jasad, dedicada a los temas del cuerpo. Cansada de que los poderes religiosos, y algunos políticos, nos traten como niños o peor aún, como entes incorpóreos -no contentos con querer ser dueños de nuestras cabezas, aspiran a despojarnos también de nuestras sufridas anatomías- esta escritora y periodista empezó publicar con un gusto exquisito reportajes sobre el fetichismo de pies, la depilación, la tiranía de la cirujía estética o el pene, sin olvidar recetas culinarias entre cuyos ingredientes figuran unas gotas de flujo vaginal. ¿Se atrevería una revista española a llegar hasta ahí?
Joumana Haddad es una mujer valiente lanzada a la lucha más dura que existe: defender una evidencia, la de que tenemos ojos y boca, manos y pies, cerebro y genitales. Ya ha sufrido todo tipo de sabotajes y presiones, y su revista padece censura allí donde precisamente tiene más suscriptores, lo cual no deja de ser un clásico. También aquí, en la vieja Europa catolicona, los inquisidores eran los primeros que babeaban ante el objeto de sus condenas.
Lo seguro es que Joumana, que por si fuera poco escribe una poesía excelente, no es el infierno, y merece todo nuestro respaldo frente a los intransigentes. Hagamos que su proyecto dure, démosle el espacio que merece. Y piénsenlo por un momento: ¿Cuántos cañones callarían si dejáramos hablar a los cuerpos?

Feria del Libro (XIV) Un café con Wiesenthal

Es muy difícil no querer a Mauricio Wiesenthal leyendo sus libros, pero más difícil es no hacerlo después de compartir con él un cortado madrugador. Criado en Cádiz -que algún día tendrá que darle su sitio, en justa gratitud-, tuvo al viejo Pemán como primer mentor, pero por alguna feliz intuición supo que para la literatura siempre hay tiempo, y que es la vida la que tiene que empezar siendo una obra de arte. Leyó y escribió, pero también se hizo concertista de flauta, catador de vinos, viajero siempre, golondrina esnob: a Europa en verano y a África en invierno. Elegancia impoluta y un poco retro, verbo florido que se hace más divertido y menos protocolario conforme va ganándote simpatía, quedamos para una charla rápida y la entrevista se prolongó una hora y media. Éste es el estracto que publiqué:
«Tengo la conciencia de ser el último mohicano»
–Leyendo sus libros, uno llega a la conclusión de que usted lo ha leído todo, lo ha visto todo. ¿Quiere desmentirlo?
–Sí, porque lo he soñado todo. Lo importante es ver soñando, porque la vista alcanza muy poco. Ver soñando y ver sintiendo, también.
–Tituló unas memorias suyas Llegar cuando las luces se apagan. ¿Se considera el último testigo de su era, un fin de raza?
–Sí, claramente. Me he empeñado en serlo y tengo la conciencia de ser el último mohicano. Nací en esa Europa del año 43, en medio de un bombardeo, y pensé que había que reconstruir lo que encontré en ruinas.
Habla usted de una época perdida, “más rica, más exigente, más intensa”. ¿Qué nos ha pasado para perder todo eso?
–Hablaba literariamente, pero estoy convencido de que aquella Europa, en efecto, murió. Hoy somos una colonia de los Estados Unidos, tenemos los ideales anglosajones de la vida práctica, un sistema de valores muy distinto del nuestro, que era más elegante y más apropiado para el arte.
–Ahora viajar está chupado. ¿Eso es bueno, o malo?
–La base de la vida es el deseo. Antes había que desear las cosas, soñarlas mucho tiempo, y el viaje era una escuela de iniciación. Poder hacerlo todo con demasiada facilidad lleva a muchos, como en el amor, a no valorar las cosas.
–Ha sido usted catador de vinos. ¿Qué es más fácil reconocer a la primera, el buen tinto o la buena literatura?
–Es lo mismo. Todo es cuestión de intuición, de emotividad. Abandonarse a la armonía, al gusto, y sobre todo a la gracia. La civilización anglosajona da valor al trabajo, nosotros como mediterráneos damos valor a la gracia. A figurar que las cosas no han costado trabajo.
–¿Cualquier persona puede convertirse en personaje?
–Sin duda. Sólo se necesita autenticidad, ser uno mismo, no copiar. La clonación de los tipos humanos es de los grandes aburrimientos de la sociedad actual.
–¿Llegó a creer que se iría de este mundo sin ser leído?
–Yo sigo estando dispuesto a dar mi obra haciendo lo que creo, luchando por mi fe. A cierta edad se siente uno muy testarudo, y frente a la cultura del triunfo, yo pienso que el más fuerte es el que más encaja.
(El Correo de Andalucía, 23/05/09)

Feria del Libro (XIII) Cansinos hijo

El periodismo es un camino de perdición que a ratos tiene escalas sorprendentes, momentos inesperados que reavivan la vocación desfalleciente y esa vaga fe en que nuestro trabajo no sólo envolverá el pescado de mañana. Un rato mágico de esos creí vivir oyendo a Jesús Pardo y a Rafael Cansinos, el jovencísimo hijo de Cansinos Assens, contando historias del legendario polígrafo sevillano, aquel que Borges llamó maestro y que parece estar siendo objeto de un imparable proceso de revalorización.
Luego nos quedamos solos Cansinos y yo, y me confió su desesperación por no poder gestionar con la Comunidad de Madrid la declaración de Bien de Interés Cultural para el archivo de su padre. Le pregunté si lo había intentado con Andalucía, y me dijo que estaba dispuesto a parlamentar sin interés económico alguno. Lo publiqué tal cual, y ahora parece que van a iniciarse las conversaciones. Con algunos lectores entusiastas, sueño con que el archivo de Cansinos Assens esté algún día en la ciudad donde nació, y sentiré muy justificado mi oficio si colaboro para que algún día se cumpla ese deseo. Si no llega a culminarse lo que todavía es apenas una semilla, también tendremos trabajo: contar por qué nunca vino a Sevilla el archivo de Cansinos Assens. Pero hay noticias, muchas, que uno no quisiera nunca dar.

Feria del Libro (XII) Un café con Jesús Pardo

Vi por primera vez a Jesús Pardo en un encuentro de escritores en Granada, hace muchos años, pero no había leído aún nada de él y no le eché demasiada cuenta. Sólo tiempo después leí boquiabierto su demoledor Autorretrato sin retoques, y más tarde sus Memorias de memoria. Pardo tiene ya una edad y creí que ya nunca me sería dado entrevistarle, pero mira por dónde ha sacado el tercer tomo de sus memorias, Borrón y cuenta vieja, y venía invitado a la Feria, así que ni me lo pensé. Apareció por el hall del hotel muy elegante y con envidiable aspecto, tan bien conservado como un martillo metido en manteca, con algo de personaje berlanguiano. Durante una hora larga conversamos de muchas cosas, y todas interesantes. Sólo se mostró turbado al hablarme de la atroz depresión que sufrió durante meses, y de la consecuencia directa de ello: su retorno al redil de la Iglesia católica. Por lo demás, me encanta de él esa notable capacidad para recrear el lenguaje, con expresiones como "cundente quieroynopuedez". Esta fue nuestra charla resumida:
«Entré en el Café Gijón con la máquina de la verdad»
–En estas memorias describe su propia muerte. ¿No es un lector un poco impaciente de sí mismo?
–Si alguien dice que va a contar su vida, tiene que haberse muerto. Si saco unas memorias póstumas, no me va a creer nadie, así que la única manera de seguir era matándome.
–La primera entrega fue resumida por Umbral como “Jesús Pardo ha entrado con una metralleta en el Café Gijón”. ¿Ahora sólo se dispara a sí mismo?
–Yo entré más bien con la máquina de la verdad. El Gijón fue un fraude del que no ha salido ni una obra literaria seria, y un remanso de paz en el Madrid del franquismo. La indignación de Umbral fue porque no le menciono. Su vanidad no le dejaba dormir.
–¿Llegaron a amenazarle?
–Si, pero no en la literatura, sino en mi familia santanderina. Recibí anónimos, llamadas. Una vez iba a dar allí una charla y pregunté cuánto valía contratar un gorila. Me dijeron que 5.000 pesetas diarias, pensé que iba a salirme muy caro y me quedé en casa.
–En sus libros no sale bien parado el periodismo franquista. ¿Hemos mejorado?
–Es que antes no había periodismo, había unos secuaces del sistema, Yo fui corresponsal en Londres, trabajaba una hora al día y vivía como un pachá, pero si se me escapaba algo que pusiera en duda la infalibilidad del Caudillo, me iba a la calle inmediatamente.
–¿Se reconoce a sí mismo como su mejor personaje?
–Como todos, tengo mi vanidad, pero si escribes tus memorias tienes que decir la verdad. En mi vida hay un 50 % de cosas buenas y otro de cosas malas, y siento un perverso placer contando las dos.
–Decía Onetti que no hay peor manera de mentir que decir toda la verdad.
–Y no hay atrevimiento más peligroso. Si usted y yo nos pegamos ahora, dentro de cinco minutos no tendremos la verdad, sino la memoria elaborada, como en Rashomon. La verdad es inasequible a la inteligencia.
–Bailó un tango con Cela. ¿No temía ningún pisotón?
–En absoluto, a Camilo se le daba muy bien esa zancada larguísima del tango, no sé dónde la aprendió.
–En la literatura también era de zancada larga.
–Era un tipo muy simpático, un poco bruto, pero muy divertido. Al final echó su vida a perder tontamente, pero escribía como Dios y daba todo a sus amigos, menos prestar dinero.
(El Correo de Andalucía, 21/05/09)

domingo, 24 de mayo de 2009

Feria del Libro (XI) Tortajada y Cortázar

Por extraño que parezca, la Feria del Libro es el peor momento del año para leer como dios manda, con calma y sofá. Para leer comprendiendo, como decía el chiste de la guía telefónica. La Feria es, no obstante, la suprema hora de encontrarse, con tu autor preferido como con ese que no soportas, con el amigo entrañable y con el pícaro editor que te debe dinero.
Lo que me gusta de la Feria -y me he prometido no ponerme más fatuo por una temporada- es esa posibilidad de encontrarse y reencontrarse con los que están y no están. Nunca conocí a Vicente Tortajada, por ejemplo, pero he podido sentirme muy cerca de él robando algunos minutos de lectura en los taxis con Esplendor, la antología de poemas que han publicado primorosamente sus amigos de Metropolisiana. Versos recios, sólidos, resonantes, exuberantes, que me volvieron a la cabeza cuando, bien entrada la noche, vi a Serrallé, Garmendia, Manuel Gregorio y compañía, la tribu del malogrado poeta brindando por él, alentando la llama de su memoria, pues eso y poco más queda de nosotros: "Me salvaron las artes en el lecho/ y un dudoso placer por la escritura..."
No veo tampoco la hora de meterle mano a un suculento ejemplar de los Papeles inesperados de Cortázar que, para envidia de casi todos mis amigos, tengo en mi mesita de noche semanas antes de que salga al mercado. Demoro ese momento y me consuelo encontrándome con algunos de los colaboradores de aquel número de nuestra revista Caleta que dedicamos al argentino: Nieves Vázquez y Luis Merino, Mariángeles Fernández, los locos del Centro de Arte Moderno, y sobre todo Carles Fernández, que tuvo la infartante suerte de que Aurora Fernández, primera mujer de Cortázar, le confiara cuatro o cinco cajones llenos a rebosar de inéditos. Es demasiado hermoso, demasiado fuerte para ser verdad, pero es verdad: 400 y pico páginas de Cortázar por estrenar.
Veo la mirada de Tortajada en la foto de solapa, y sin haberle oído nunca creo que estoy oyendo su voz, la que mana de sus versos. Veo a Cortázar en la portada de su libro y lo encuentro muy guapo, pero más guapo aparece al fondo de los ojos de sus lectores.

sábado, 23 de mayo de 2009

Feria del Libro (X) El 'sprint' de Fuentes

Delgado, fibroso, alopecia sin complejos, conversación muy grata. Eugenio Fuentes es de esos escritores acostumbrados a vivir, y a crecer, en los márgenes, en parte porque el mercado aún no le dio ningún título superventas, en parte porque sabe que lo que llamamos éxito está lleno de servidumbres e incomodidades. Publica, eso sí, en una editorial puntera, y no hay quien diga que no escribe muy bien. Para su última novela, Contrarreloj, ha tomado como motivo principal una de sus pasiones, el ciclismo:
«Los escritores de verdad tienen la sangre limpia»
–¿Cómo se hace novela negra a partir de un maillot amarillo?
–Pues poniéndole unas gotas de rojo sangre al maillot y en el cuello el carmín de una apasionada historia de amor.
–Javier García Sánchez hizo una novela sobre el Alpe d’Huez, usted sobre el Tourmalet... ¿tanta afición al ciclismo hay en las letras?
–El ciclismo se parece mucho a la literatura. No hay barras bravas, ni skins, ni cancha donde tirar cohetes ni botellas. Cuando ves sufrir en un puerto al rival de tu ídolo, el impulso es ayudarle a subir la montaña.
–Un amigo mío dice que en el ciclismo y en la escritura, si no coges velocidad, te caes.
–¡Te robo la idea! Pero eso sirve para la vida literaria, más bien. En casa puedes estar con la bicicleta estática, perfectamente.
–Le regalo otra: “Conoces más a una persona andando cien kilómetros en bicicleta con ella que conviviendo durante quince días”.
–¿Le sorprende si le digo que la frase era de Ibarretxe ?
–No lo sabía [risas]. Al parecer es un buen aficionado.
–¿En qué trance emocional se hallaba cuando llamó a su protagonista Ricardo Cupido?
–Lo usé en mi primera novela, aunque no imaginaba que ese chaval fuera a convertirse en detective, y tomé el apellido de la alcaldesa de un pueblo de Extremadura. Yo no saco los nombres de los personajes de la guía telefónica, como Agatha Christie, sino del Marca y del As.
–¿Si hiciéramos control antidoping en la literatura, descalificaríamos a muchos?
–Digamos que se ve en seguida quién lleva la sangre limpia, a quién le funciona bien el corazón. Entre los escritores de verdad no hay muchos tramposos, hay más en los aledaños de la literatura.
(El Correo de Andalucía, 20/05/09)

Feria del Libro (IX) Castilla, Benedetti, Conte

Queremos creer que no es más que una casualidad, pero lo cierto es que no hay Feria del Libro que no tenga que lamentar uno o varios decesos. Se diría que la gente del mundillo, ante la próximidad del fin, lograra postergarlo un poco para hacer competir su último aliento con las últimas novedades, el luto con la fiesta de la lectura, como elefantes que apuraran sus fuerzas para llegar al cementerio que se esconde tras la catarata de tinta y papel, como en las pelis de Tarzán.
Este año sorprendió el prematuro adiós de Castilla del Pino, aquel tipo explosivo, ciclotímico, fotogénico y tenaz, autor de una abrumadora Teoría de los sentimientos, entre otros muchos títulos, y uno de los artífices de la humanización de la psiquiatría en España. Puso por escrito cosas que nos espantaron a todos, como aquello de que había lamentado más que no le dieran la cátedra que la muerte de un hijo, y con muchos tuvo encontronazos que hacen de él el difunto menos llorado de esta terna feriante. La última vez que lo vi, en funciones de presidente de un jurado, se quedó un buen rato encerrado en un ascensor del CAAC cartujano. Conociéndole, pensé que apenas recobrara la libertad se comería crudo a alguien, pero no fue así. Salió la mar de suave, bastante colorado de tez, pero con la caja de los truenos, la misma que abría en cualquier momento, bajo siete llaves. Así era, así se fue: impredecible.
También Benedetti tenía su carácter, pero fue avisando con mucho tiempo que se iba, despidiéndose de a poco. Había leído a Borges y sabía que morir es esa extraña costumbre que tiene la gente, pero también era consciente de que con el cariño de la masa se va uno mucho mejor. La distancia ideológica, la calidad menguante de su verso y su prosa, todo merecía nuestra franca indulgencia en aras de la gratitud que le debíamos. Ya conté en este blog la mía, ya se llenó el ciberespacio de adioses emocionados de otros. La muerte nos iguala a todos, pero la vida, y las obras, saben casi siempre marcar las diferencias.
Hace unas horas murió el crítico Rafael Conte, al que creo que nunca llegué a conocer (¿o sí, y lo olvidé?), pero cuya ausencia lamento por inducción, sobre todo, de varios amigos comunes. Me pregunto si no será esta apretada página de obituarios algo así como una competición, una perversa técnica de márketing para que unos y otros vendan más en la Feria, ¡es tan exigente el mercado! Ahora estoy en casa, y alargo la mano para coger un libro de poemas de Félix Grande, y leo en la portada el nombre de Conte como autor del prólogo. Paso las páginas, busco la primera línea, la leo. Sonrío:
"¿Y si la vida y los libros fueran una misma cosa?"

viernes, 22 de mayo de 2009

Feria del Libro (VIII) Valiente Isaac Rosa

Ya hablé de él en esta bitácora, en una entrada reciente. Da gusto encontrárselo en cualquier parte, ya sea en su columna de Público o en persona, pasando calor en una caseta de la Feria del Libro. Juanlu Pineda está escribiendo una canción inspirada en la última novela de Isaac, El país del miedo, pero como el músico es de elaboración lenta y paciente cedimos a la tentación de la urgencia periodística. He aquí nuestra mini-entrevista:
«Lo que más temo es el miedo de los demás»
–¿Qué es lo que más teme el autor de El país del miedo?
–Lo que más temo es el miedo de los demás, lo que los demás hacen o dejan de hacer por miedo. Cosas como que el presidente de México diga que todo el mundo debe quedarse en casa, y que todos le obedezcan.
–Para miedo, el de muchos con el porvenir electrónico del libro. ¿Cómo lleva usted eso?
–A mí no me asusta, es el mismo discurso apocalíptico de otros sectores, “van a desaparecer los libros, los discos, los periódicos...”. No creo que el libro electrónico sea una amenaza, y para los autores menos: a veces creemos que los intereses de la industria editorial son los mismos que los de los autores, pero en muchos casos son incluso contrapuestos.
–¿Los novelistas mueven conciencias, o a lo sumo sólo pueden mover un poco de dinero?
–La verdad es que no son muchos los que mueven conciencias. Y tal vez sea un ingenuo, pero creo aún en la capacidad de la literatura para mover, aunque sólo sea por su probada capacidad para lo contrario, para inmovilizar.
–¿Esta crisis inspirará al menos buena literatura?
–Creo que las crisis deberían dar lugar a buena literatura, pero la realidad es que llevamos mucho tiempo en crisis, hay quien lleva toda la vida en crisis, zonas del planeta que no han conocido otra cosa, así que no sé por qué esta crisis financiera debería inspirar buena literatura.
–Su novela El vano ayer tomaba prestado su título de Machado. Ya que estamos de año machadiano, devuelva el favor.
–Yo creo que a Machado hay que animar a leerlo desde cero, más que a releerlo o volver sobre él. Lo peor es que lo vemos como clásico en el peor sentido: se da por leído. Y lo seguro es que Machado todavía puede dar buenos momentos y muchas sorpresas a un lector de ahora.
(El Correo de Andalucía, 19/05/09)

Feria del Libro (VII) Javi Lucini, ¡jau!

A Javi Lucini lo conocí precisamente en una Feria del Libro de unos años atrás. Ya conocía a su padre, el gran Fernando González Lucini, quien más sabe de canción de autor española y latinoamericana del mundo mundial, y tan generoso que hizo un prólogo para el disco Olla de grillos de Juan Luis Pineda hace siete años y todavía se lo estamos agradeciendo. No iba a defraudarnos su vástago, un tipo de más de dos metros, con el tatuaje de George Clooney en Abierto hasta el amanecer asomando por el cuello de la camiseta, pelo largo y perilla como si fuera el guitarrista de Testament o de Pantera, pero con el corazón puro de un niño. Yo había empezado a apreciarlo como traductor, pues publicó muy seguidas algunas versiones interesantísimas y muy desconocidas para mí de Melville, Longfellow y Hawthorne, pero me quedaba disfrutar de la persona.
Parecerá una tontería, pero el momento que selló nuestra amistad fue aquel en que, de alta noche y etílica pleamar, referí cierto álbum del superhéroe Wolverine -Lobezno- que viaja a Japón en busca de un amor perdido y tiene que hacer frente a unos temibles mafiosos. Aquella lectura adolescente se había perdido en los vericuetos de la memoria y no había forma de dar con ella físicamente en ningún catálogo a mi alcance. "Sí -dijo Lucini- era aquel cómic en que Logan se encontraba con su novia Mariko-San". Fue suficiente para fundirme con él en un abrazo y celebrar que culturalmente nos hubiera alimentado la misma loba capitolina.
Me avergüenza recordar que algún tonto malentendido nos enfrió un tiempo, pero también me hace feliz saber que no tardamos en volver a encender, sabrosa y humeante, la pipa de la paz. Lo digo porque esta semana, tuve el honor de presentar en la Feria un libro raro y fascinante, Soy apache, las memorias del indio Gerónimo. Es también una lectura amarga, pues recoge el relato de un hombre en cierta medida humillado, abandonado al alcohol y al dinero fácil, un héroe convertido en atracción de feria que sin embargo se fortalece en la memoria y en la consciencia de las propias raíces. Cómo llegó el Gran Jefe Lucini a esta lectura, y cuanto ha sucedido después, será objeto de otro libro, Apacherías, que verá la luz después del verano. De momento, saludamos la salida de este título con un ¡jau! alto y claro, y le deseamos una venturosa vida en este mercado de forajidos y cazadores de cabelleras, tan corrompido por la fiebre del oro.

Feria del Libro (VI) El Franco de Munárriz

A Jesús Munárriz le debemos todos, como mínimo, la mitad de las lecturas poéticas de autores extranjeros que tenemos. Él lo sabe y se siente justamente feliz por ello. La otra mitad se la debemos a Visor, y lo que quede por ahí en medio se lo repartirán Borrás, Pepo y los demás. A Munárriz, alma mater de Hiperión, nunca he podido agradecérselo en persona, porque siempre se interpone entre nosotros alguna fuerza extraña. Pero por teléfono se lo digo siempre. La última vez, hace unos días, cuando lo llamé con el pretexto de su último poemario, Por la gracia de Dios, donde reúne todos sus poemas dedicados a Franco:
«Hará falta un siglo para olvidar la Guerra Civil»
–¿Cuál era la gracia de Franco?
–Más que gracia, fue una constante en la vida de mucha gente. Imagínate, yo nací en el 40 y la paz empezó en el 39, así que me tocó toda...
–En muchos de sus poemas sobre Franco se habla de fusilamientos y hambruna, pero no se menciona al dictador. ¿Por sus obras lo conoceréis?
–Este señor fusiló a 16 generales del ejército español por ser fieles a su juramento. De ahí para abajo, imagínate. El verano del 36 fue terrible en los dos bandos, pero después Franco podría haber dirigido la reconciliación, concedido amnistías, y en cambio estuvo fusilando hasta el final. Ahora hemos conseguido olvidar las guerras carlistas: hará falta que pase un siglo para olvidar la Guerra Civil.
–¿Es la poesía una buena herramienta para la memoria?
–Yo siempre la he concebido como algo muy abierto. Cualquier cosa que te afecte o te emocione tiene derecho a hacerse poesía.
–Ha dicho que no volverá a escribir sobre el Caudillo. ¿Está seguro?
–No, pero siento que he escrito demasiado. Lo que pasa es que uno no manda en lo que escribe. Cuando menos lo esperas, te viene a borbotones...
–¿Ser a la vez editor y poeta le supone algún trastorno bipolar?
–Sí, y creo que el que sale perdiendo es el poeta. Un editor tiene que pasarse la vida rechazando libros, o sea, ganándose enemistades. Pero de algo hay que vivir.
(El Correo de Andalucía, 16/05/09)

Feria del Libro (V) Recuerdo de Lem

Yo leí, lo he dicho más de una vez, la magistral Solaris como una novela realista, convencido de que la psique humana tiene mucha mayor capacidad de devolver la vida a los muertos -y a los amores rotos, que son una extraña variante de la muerte- que cualquier ignota nebulosa. A esta obra, pero también a los desternillantes Diarios de las estrellas y a El castillo alto, del que me ocupé meses atrás en esta bitácora, les debo mi devoción lemiana.
Inés Martín, mi librera-vecina de abajo, me pidió alguna idea para la Feria del Libro, y le propuse una mesa redonda sobre Stanisław Lem. Reclutamos a dos de los amigos más sabidos que tengo, Ilya Topper y Luis Manuel Ruiz, y confiamos en hacer entre todos buen caldo. El ingrediente inesperado fue la aparición por allí de Enrique Redel, de la editorial Impedimenta, que viene haciendo una intensa labor de rescate de la obra de Lem y que puede ser uno de los que más sabe del genial polaco en España. Yo estuve desde luego dispuesto a bajarme de la mesa y cederle mi sitio, pero tenía que irse pronto y prefirió oír nuestros desvaríos desde el público.
El caso es que veníamos dispuestos a transmitir al respetable nuestro gusto por Lem, y nosotros mismos volvimos a reírnos y a asombrarnos con su inagotable capacidad para el humor y el asombro. No faltó ni la boicoteante banda de corneta y tambor del Corpus, que pasó junto a la sala donde estábamos justo cuando yo leía un fragmento muy anticlerical de Lem. La gente es así, no respeta ni que estamos en la Feria del Libro...

jueves, 21 de mayo de 2009

Feria del Libro (IV) Oficios de Benítez Reyes

A Felipe Benítez Reyes lo vi por primera vez subido al escenario de la gaditana sala Cómix, tocando blues con aquella banda suya llamada Prim 14. Era hijo de un alcalde de Rota y favorito del pope poético Paco Bejarano, y ambas cosas me inspiraban bobos recelos. Pero me gustaban sus revistas, Fin de Siglo y Contemporáneos, y me convenció su novela Humo, cuya presentación en el Café de Levante una noche mágica no me perdí, y defendí en prensa sus Vidas improbables de las injurias contraexperienciales... Han pasado los años sin que nos demos cuenta, pero sus cuentos suman ya un buen montón de páginas, aún más su poesía y más sus novelas, y me da vértigo verlo todo ahora, ahí, amontonado sobre mi mesa. Entrevistarlo, desde luego, sigue siendo para mí un placer. Hace unos días reincidí con la Feria como telón de fondo:
«El relato debe ser breve y a la vez infinito»
–Acaba de publicar su poesía completa [Libros de poemas] y sus cuentos completos [Oficios estelares]. ¿Está poniendo la casa en orden?
–A las bibliografías les sienta bien el orden, aunque sea el orden meramente cronológico, antes de que se convierta en un orden necrológico. Los libros van agotándose con el tiempo y las recopilaciones son una forma práctica de facilitar el acceso a ellos, en el caso de que a alguien le interese.
–Ha titulado sus relatos Oficios estelares. La literatura también está expuesta a las EREs?
–Me temo que ya lleva mucho tiempo expuesta a eso, porque las editoriales tienen un cupo. Hay autores excelentes que jamás logran entrar en ese cupo. Por suerte, están proliferando editoriales pequeñas, muy buenas y rigurosas, que abren el campo a autores con poca implantación comercial.
–Sus personajes suelen ser perdedores con dignidad. ¿No es una paradoja que le hayan dado tanto éxito?
–No tengo sensación de éxito, la verdad. El éxito, en literatura, tal vez consista en que la gente se crea obligada a comprar tus libros incluso cuando no le apetezca leerlos. Eso no me pasa a mí, ni tampoco estoy seguro de querer que me pase. Prefiero tener lectores más o menos interesados a tener un público cautivo.
–“En todo buen relato hay una historia previa que no se cuenta y una historia posterior que debe imaginar el lector”. ¿Qué pone entonces el autor?
–Las claves para entender esas historias escamoteadas. El relato es un fragmento que debe reverberar. Ser breve y a la vez infinito.
–Ha inaugurado un blog personal. ¿Otra forma de literatura, o simple grafomanía?
–Es un blog peculiar, porque no escribo allí. Sería ya lo que faltaba. Sólo cuelgo cosas publicadas previamente y de difícil acceso. Una forma de cortesía con los lectores.
(El Correo de Andalucía, 18/ 05/ 09)

Feria del Libro (III) Mucho Bernáldez

Confieso que llegué a tener serias dudas de que la embrionaria Asociación de Periodistas Culturales de Andalucía llegara a celebrar alguna vez su ceremonia fundacional, y mire usted por donde no sólo se ha estrenado en esta Feria, sino que además lo ha hecho con un encuentro de excelente nivel y, lo que es más importante, abriendo la puerta a un sinfín de proyectos para el futuro. Este éxito tiene nombres y apellidos, y rostros: el de Manolo Pedraz, presidente, que ha demostrado tener la iniciativa, la tenacidad, la flexibilidad y la capacidad para sumar, y el de toda la gente que se ha echado a la espalda la soberana trabajera que exigía este primer empujón.
El éxito también es de nuestro llorado -y reído, cada vez que nos acordamos de sus ocurrencias- José María Bernáldez, que da nombre a este colectivo. De su inesperada muerte hace ahora un año, su presencia sigue siendo irremplazable, pero Bernáldez es aún mucho Bernáldez. Qué gustazo tener en Sevilla a ese montón de buenos profesionales (Guillermo Altares, Sergio Vila San Juan, Toni Iturbe, Guillermo Busutil, Miguel Fernández, Fernando Iwasaki...) y sentir el respeto y el cariño compartidos por aquel maestro entrañable que en estas tardes soleadas, llenas de libros y de gente guapa pasando por la Plaza Nueva, se sentirá la mar de feliz allí donde esté.

lunes, 18 de mayo de 2009

Feria del Libro (II) El orden de Gutiérrez Solís

Salvador Gutiérrez Solís comparte página web con Pablo García Casado. Alguna vez llegué a pensar que Salva pudiera ser una invención, un alter ego narrativo del poeta cordobés. Luego caí en la cuenta de que nunca había visto en persona a García Casado, así que me asaltó la sospecha inversa: ¿Era García Casado el pseudónimo poético del narrador cordobés Gutiérrez Solís?
Bueno, por fin los conocí por separado y se disiparon las pamplinas. Salva es uno de los escritores más divertidos del panorama actual, uno de los que fuma con más moderación, y de los que mejor lucen con chaqueta azul. Es el autor de la saga satírica del escritor Malaleche, de una apasionante biografía de Barnaby Conrad -que bien podría ser un personaje hemingwayano- y de una novela recién salida del horno, El orden de la memoria. Se la presenté en la Feria, pero el día antes hicimos esta entrevista, que disfruté mucho:
«No puedo prometer que no haya sangre en mi próxima novela»
–¿Qué tienen en común el perverso protagonista de El orden de la memoria con su autor?
–El Real Madrid, los frutos secos y los restaurantes argentinos. Nada más, afortunadamente.
–Pone como paradigma de la maldad a un empresario. ¿No habría cuadrado mejor, dados los tiempos, un banquero?
–Hay banqueros, bancarios, tiburones, usureros y demás especies. Eloy Granero es un “malvado” circunstancial, no ejerce siempre de malo. Pero cuando es malo es muy malo, es un monstruo. Quería que mi personaje lo tuviera todo a su favor, aparentemente.
–¿Qué es más difícil para un escritor, describir un crimen o una escena de alcoba?
–Si uno fuera un vanidoso diría que un crimen, como dando a entender que de la cama lo sé todo...
–Antes de este libro, firmó la saga satírica del novelista Malaleche, la biografía de un torero californiano... ¿Promete que en la próxima no habrá ni gota de sangre?
–No puedo prometerlo: la habrá.
–Hay escritores que aseguran que los verdaderamente temibles son los lectores. Ahora que estamos de ferias del libro, ¿qué es lo más raro que le ha pasado con los suyos?
–Un día me escribió una chica diciéndome que se llamaba igual que la esposa del novelista Malaleche... No tuve arrestos para responderle. Espero que no me escriba ningún Eloy Granero diciendo que es fotógrafo y que me quiere retratar...
–Ha sido de los primeros en promocionar su novela por facebook. ¿Se nota en las ventas?
–Es pronto para saberlo. Espero que sí, aunque el tiempo lo dirá. Lo malo es que facebook me ha deshabilitado dos veces la cuenta de amigos de El orden de la memoria... con más de 1.500 amigos y yo me he dicho: antes morir trampeando que vivir deshabilitado.
–El público lector no lo sabe, pero también hemos hecho esta entrevista vía facebook. Si yo fuera Jesús Quintero le preguntaría si se ha sentido bien.
–De maravilla: me he comido una palmera de chocolate, me he bebido un café y me he fumado dos cigarrillos y usted ni se ha enterado. Una cosita aseada.
(El Correo de Andalucía, 17/ 05/ 09)

Feria del Libro (I) Savater y la pintura

Como el tiempo libre escasea y las obligaciones me arrollan, voy a permitirme ir llevando más o menos al día mi crónica personal de la Feria del Libro de Sevilla mientras acabo, poquito a poco y por entregas, mi relato italiano último. Volvió el jueves pasado la Feria a alegrarnos la Plaza Nueva, y a demostrarnos que no es tan distinta a la otra, la de Abril, la de fama universal. Aquí también hay casetas y pescaíto, a falta de caballos buenas son las bicicletas, huele a azahar y a papel recién cortado y cosido, y además tenemos la ventaja de ahorrarnos el insano albero y las cacofónicas sevillanas.
Aquí, como en la Feria de Abril, vienen también las autoridades a hacerse la foto y a amortizar sus desembolsos con discursos larguísimos, grávidos de protocolo, retórica parda y corrección política, que no interesan a nadie, empezando por ellos mismos. No sé de dónde viene esa mala costumbre, pero si emprenden una recogida de firmas para abolir por decreto tales martingalas, no se olviden de poner mi nombre bien arriba.
Otra cosa es la figura del pregonero. El año pasado, en la Feria de Cádiz, contrataron para tales menesteres a Zoé Valdés, y su intervención no duró al parecer más de 15 segundos. Les está bien empleado a los organizadores, porque no llamaron a una escritora, o no la llamaron porque fuera escritora. Contrataron a una celebridad de cartón piedra, a un fenómeno mediático, y obtuvieron en consecuencia un pregón fenomenal. Para otro año, que contraten a un escritor-escritor, que en España hay muchos y la mayoría vive un año con lo que cobró la cubana aquella tarde gloriosa.
Algo más, pero tampoco mucho, se estiró este jueves Fernando Savater. Hombre público, hombre admirado, es capaz de concitar mucho público, y eso ya es un aval. Tampoco podemos esperar que se ponga a hablar para las masas de Spinoza o Nietzsche, o tal vez sí: nadie mejor que él, dado su conocido didactismo. Pero en fin, Savater optó por improvisar un discurso hecho de retales ya conocidos, con su poquito de humor, su poquito de erudición y su poquito de vanidad. También duró poquito tiempo, de modo que todo fue diminutivo cariñoso, salvo quizás sus honorarios.
El título de esta entrada puede inducir a error, pero advierto que no voy a hablar de arte. Voy a acordarme de aquel empresario gaditano que encargó a un pintor impresionista -muy bueno, pero más conocido por su pereza que por su talento- que le hiciera un cuadro de grandes dimensiones para decorar su bar. El artista hizo su trabajo, sí, y era una excelente composición, pero saltaba a la vista que se había aliviado bastante. De modo que el mecenas acabó diciéndole:
-¿Y no podrías echarle cien o doscientos gramos de pintura más, picha?
Valorar tu arte en gramos, a menos que tu arte consista en fundir oro o refinar cocaína, es uno de los palos más lacerantes que puede recibir un artista. A Savater le faltaron cien o doscientos gramos de oratoria. La buena noticia, que la Feria por fin ha empezado.

lunes, 4 de mayo de 2009

Regreso a Italia (II) Cena con Pep Bernadas

El tiempo, tan veloz, me humilla. La tiranía de la agenda me tiene vedada la compañía de los amigos, lecturas pendientes, ciertas inaplazables tareas domésticas y ciertos ocios gratificantes, mi cita con esta bitácora. Pero de hoy no pasa que continúe con el relato de esa última escapada italiana, que vuelva a verme a mí mismo junto a la placa a Shakespeare que hay casi escondida en los Portoni della Bra en Verona. Allí me citó el profesor Jordi Canals, allí me recogió junto con Pep Bernadas, de la editorial Altaïr, recién aterrizado.
El coche se pone en marcha y emprendemos el camino más largo pero más hermoso hacia Trento, ese Lago di Garda que ya conocí en mi primera visita, pero que ahora bordeamos por la orilla opuesta, la más goethiana: Torbole, Malcesina. A esta hora del atardecer las aguas asemejan un azogue envejecido, surcado por orgullosos patos. Pasamos junto a la torre que Goethe quiso dibujar, levantando las suspicacias de los vecinos, que lo tomaron por espía, y al fin cae la noche sobre nosotros. Un rato después, estamos llegando a Trento. Nos espera nuestro hotel, junto a Santa María Maggiore, la bonita iglesia que acogió varias sesiones del famoso Concilio. Jordi tiene que marcharse a ultimar los detalles del congreso, pero no sin antes recomendarnos un buen restaurante para cenar. Allí nos dirigimos después de refrescarnos un poco, y con cierta prisa porque -ya se sabe- los horarios italianos no son los de España.
Pep Bernadas camina a buen paso, pero con muletas. Me confiará su historia en el Pedavena, una birreria muy espectacular que fabrica su propia cerveza en descomunales alambiques a la vista del público, aunque nosotros nos decantaremos por un suave tinto de la zona, acompañado por unos suculentos strangolapreti, que no son cordones como los strozzapretti, sino una especie de gnocchis a la espinaca.
Pep, salta a la vista de inmediato, es de esos extraños hombres que concitan simultáneamente la bondad y la sabiduría en grandes proporciones. Hablando de los países que conoce -y los conoce bien- y calculando por lo bajo, sale la cuenta de cien años de vida. Me contó de sus estudios de antropología, de la curiosidad por las tribus nómadas que le llevaron a afincarse en Argelia cuando era un país algo más hospitalario. Se demoró en relatar la fundación de su editorial, Altaïr, y la revista homónima. También el paso por el quirófano por unas fuertes dolencias de espalda, la mala hora en que le tocaron la médula, motivo por el cual vive atado a las muletas y con la movilidad reducida, aunque nunca perdió esa arrolladora vitalidad. Pep no quiso denunciar, porque entendió que aquel cirujano había intentado aliviarle como dios le dio a entender. Pasó una larga convalecencia en el hospital y un buen día dijo que necesitaba vacaciones, y ahí que se lanzó a estrenar silla de ruedas... por Irán.
Es inútil preguntarle qué le queda por ver en el mundo. Haciendo gala de la mayor humildad responderá: "Todo". Con el estómago pesado, pero felices con la amistad recién inaugurada y bautizada con vino, caminamos de vuelta al hotel bordeando la catedral. Al llegar a mi habitación ya sabía que Trento iba a ser ya siempre para mí, entre otras cosas, una espléndida cena con el maestro Pep Bernadas y un paseo nocturno y cómplice.

domingo, 3 de mayo de 2009

Regreso a Italia (I) Asomado a Verona

La memoria tiene estas cosas: soy incapaz de recordar dónde he puesto las llaves, pero mientras el avión descendía -me fijé por primera vez en la belleza del Po fluyendo sobre la llanura padana, con los Alpes nevados recortados al fondo- recordé una entrevista que le hicieron en el Faro de Ceuta a una prima mía cuando fue miss de su barriada, hace unos treinta años. "¿Adónde le gustaría viajar?", le preguntaban. "A Verona, para ver la tumba de Romeo y Julieta". Mi memoria infantil registró aquel extravagante dato, y ahora me volvía a las mientes... Verona, tenía que asomarme a Verona.
En el aeropuerto me encontré con una vieja amiga de mi adolescencia gaditana, Chachu, a la que hacía años que no veía por la sencilla razón de que está afincada en Milán. No le acaba de enamorar la ciudad, cara y frenética, pero lo sobrelleva y se escapa cada vez que puede a Cádiz, a la Arcadia salada y soleada de sus años mozos.
Parece que fue ayer cuando estaba en la Estación Central de Milano, pero fue hace un mes. Cubrí el trayecto somnoliento y, cuando quise darme cuenta, ya estaba caminando hacia la Porta Nuova buscando, antes que nada, un buen plato de pasta con el que reponer fuerzas. Luego me decidí a dar un digestivo paseo por los alrededores del Arena, el anfiteatro que, conforme vaya cayendo la tarde, irá tomando tonos encarnados, como si estuviera hecho de rodocrosita.
Salí por las magníficas murallas buscando el río, el Adige, que es sin duda uno de los elementos más favorecedores de Verona: una caudalosa S cruzada por una docena de bonitos puentes, que refresca a los paseantes y aporta una claridad muy peculiar a todo lo largo y ancho de la ciudad. De hecho, me pasé media tarde fotografiando balcones, fachadas y ventanales, encandilado con el modo en que parecen absorber la luz y retenerla.
Lo enojoso de Verona es precisamente lo que volvía loca a mi prima Susana, y es esa obstinada presencia de los famosos enamorados veroneses por doquier. Tiene gracia, por ejemplo, que la calle Shakespeare se halle entre la via Montecchi y el lungadige Capuleti, no lejos de la tumba de Julieta. Pero lo verdaderamente delirante es la Casa de Julieta, cuyo pasaje de entrada está cubierto de toscos graffitis con iniciales, corazones combados y asaeteados, declaraciones de amor a dos tintas, todo ello apelmazado bajo el efecto de un insuperable horror vacui. Mientras los turistas se retratan junto a la estatua de la susodicha o bajo el dichoso balcón, yo curioseo en la tienda de souvenirs: venden pasta con forma de corazón, delantales con forma de corazón e imanes de nevera con forma de corazón.
Pero no empañará todo ese empalague el disfrute de recorrer morosamente las calles, salir de nuevo al río o a la populosa Piazza delle Erbe -antiguo foro romano-, asomarme a algunas librerías, rodear la catedral o la iglesia de Santa Anastasia y volver a perderme al azar por cualquier esquina. En mis primeras visitas a Italia, a veces veía a gente no corriendo de un lado a otro con la cámara y el plano desplegado, sino leyendo mientras sorbían un capuccino, y me parecía el no va más del placer y el buen gusto. Antes de que vengan a recogerme yo seré ese tipo con un libro en una mano y la taza en la otra, a la caída del sol, celebrando el arte del café de este país y mirando de reojo la hora en un reloj del siglo XVI.

viernes, 1 de mayo de 2009

Otras lecturas/ relecturas del mes de abril

Stefano Fabbri/ Danilo Manera. Il monile di Bengasi.
Martin Amis. Experiencia.
Henri Michaux. Las grandes pruebas del espíritu.
Henri Michaux. Un bárbaro en Asia.
Henri Michaux. Frente a los cerrojos, seguido de Puntos de referencia.
Antoine Compagnon. ¿Para qué sirve la literatura?
Ricardo Menéndez Salmón. El corrector.
Arturo Pérez-Reverte. Ojos azules.
Javier Codesal. Feliz humo.
Aquilino Duque. Entreluces.
Mario Benedetti. Testigo de uno mismo.
John Ashbery. El doble sueño de la primavera.
Juan Gelman. Mundar.
Nazim Hikmet. Poemas finales.
Rafael Ramírez Escoto. Ziggurat.