domingo, 25 de abril de 2010

Lito o el pensamiento positivo


Me parece que todavía lo estoy viendo sentado detrás de una batería montada con retales y apaños, ensayando canciones de Barricada y Extremoduro con sus amiguetes en un garaje comido por la humedad. Eran apenas unos niños, mientras que yo ya tenía un grupo con instrumentos de verdad, que daba conciertos y salía en la prensa, de modo que tenía para ellos cierto aura de rock star que no disgustaba a mi vanidad. Pero en el fondo estaba deseando que ellos crecieran y a mí se me fueran las ínfulas, convencido como estoy de que no hay mejor relación que aquella que se da inter pares.

Sin haber llegado nunca a compadres de uña y carne, con Manuel Esteban Bernabé Cañadas, retahíla onomástica que los amigos abreviamos en Lito, hemos compartido andando el tiempo noches madrileñas de gariteo canalla, inmersiones poéticas en la Córdoba omeya, ronqueras y desafines carnavaleros en el Cádiz beduino y hasta sosegados cafés de Alameda hispalense. Lito -y en esto nos parecemos bastante- es un culo inquieto que lo mismo lanza un poemario que organiza asambleas libertarias; igual lo ves de camarero en un cóctel de famosetes farloperos que haciendo de probo funcionario con contrato parcial. Lo único seguro es que siempre lo encontrarás con su sonrisa perenne bajo la nariz, y toda la disposición del mundo a contagiártela.

Tal vez por esto no me extrañó nada saber que Lito había publicado en una editorial argentina un libro llamado Los 7 secretos del éxito. Bien sabe dios que no soy lector, ni siquiera simpatizante, de los libros llamados de autoayuda. Y menos de los libros en los que aparece el tan traído y llevado concepto del éxito, y para colmo materializado en un tipo cachas tomando el sol en una colchoneta. Pero de Lito sí soy devoto seguidor. No me interesa tanto su armazón teórica, lo reconozco, como su mirada positiva, su afán de enfrentar las visicitudes con el mejor talante (me consta que él ha tenido que capear durísimos temporales) e imantar las buenas vibraciones. Su base científica puede discutirse, pero él es el mejor ejemplo de cuanto predica. De hecho, lamento no verle más a menudo, aunque vivamos cerca, inmersos como estamos en nuestras respectivas vorágines. A ver si con esta entrada le comprometo al menos una cervecita, o lo que encarte.

viernes, 23 de abril de 2010

No te preocupes


Casi no me había dado cuenta, pero de un tiempo a esta parte es una frase que repito constantemente. No sé si lo hago como contribución cívica -tal y como están las cosas, me resultaría insoportable aportar algún nuevo desasosiego a mi prójimo- o como una especie de mantra que repito sin cesar. No te preocupes. No te preocupes.
Por ejemplo, uno de los componentes de Marlago se disculpa por fumar junto a mí durante la entrevista:
-No te preocupes -le digo-, yo he sido un devoto fumador hasta hace apenas dos años. Incluso todavía me gusta oler el humo.
Mercedes, la mujer que nos ayuda en casa, se disculpa por no poder venir el próximo día, pues tiene un pariente enfermo:
-No te preocupes -le digo-, la salud y la familia son lo primero.
El escritor Unai Elorriaga lamenta haber escrito "para Alejandra" y no "para Alejandro" en la dedicatoria que me hace de su último libro:
-No te preocupes -le digo-, hay mañanas que ni yo mismo sé quien soy, como el Orlando de Virginia Woolf.

Creo que este enfoque vital lo aprendí en Argentina. Allí hay una frase socorrida y magnífica que es "está todo bien". Es como un conjuro. Se puede estar yendo el país a la mierda, puedo todo ir cuesta abajo, y de pronto se dice "está todo bien" y suena como un bálsamo que lo mismo disuelve una disputa que distrae un dramón.

De modo que, mi querido lector, insospechado cómplice, aunque sé que te ha dejado el novio o la novia, y que te has quedado sin trabajo, y que no puedes sacarte de la cabeza ese marrón familiar o no tienes con qué combatir esa sensación de vacío, o simplemente estás harto de oír noticias catastróficas y de no ver horizonte por ningún lado, aquí te ofrezco mi mano y te invito a repetir conmigo:

No te preocupes. Está todo bien.

Un día con PRISA (y II) Juan Cruz


Casi sin tiempo de acabar la entrevista con El Roto, hube de parar un taxi que de milagro se me cruzó en La Cartuja para llegar a mi otra gran cita de la tarde: una entrevista con Juan Cruz, que venía presentando sus muy apetecibles Egos revueltos, el libro con que conquistó el último premio Comillas.

Debo reconocer que, como periodista, Juan Cruz nunca me acaba de convencer (es demasiado dado a formular preguntas sin interrogante, signo de pereza o desdén, y me incomoda su prisa en publicar sus necrológicas) pero como editor somos muchos los que tenemos una larga deuda con él. Egos revueltos son precisamente sus memorias en este campo, o sea, la época dorada de Alfaguara.

Creo que en los últimos años le he entrevistado tres veces. En la primera, en la cafetería del hotel Colón, le pregunté si era cierto eso que Sabato cuenta en España en los diarios de mi vejez, que Cruz llevaba siempre encima tres teléfonos móviles que no paraban de sonar a la vez. Me demostró que no era cierto, sólo llevaba uno; que sonaba, eso sí, por tres.
Pensé que me iba a regañar por no llevar grabadora y escribir todo a mano, pero fue al contrario: "Muy bien, yo siempre escribo mis entrevistas a mano. Las grabadoras son traicioneras", me dijo más o menos.

En la segunda ocasión que nos vimos, también en el Colón pero en un aparte del vestíbulo, pude comprobar la extraordinaria capacidad de ingesta de cafeína que tiene Cruz, más que posible causa de su naturaleza inquieta. Conté hasta quince maneras distintas de poner los pies por encima de la mesita baja que nos separaba. También recordamos a un amigo común, mi querido Adriano González León, cuya muerte reciente había yo conocido precisamente por una necrológica de Cruz.

En esta última ocasión, en el hotel Vinci La Rábida, yo llegué con prisa pero al instante me di cuenta de que la entrevista no iba a ser fácil. El teléfono único, como de costumbre, no paraba de sonar, porque acababa de morir Miguel Delibes y todas las radios querían una reacción; un par de profesores de la Universidad, a la sazón amigos míos, habían venido a saludarle; una fotera de la competencia llegaba tarde y me pidió robármelo sólo un minuto, y yo -como si no conociera a esa raza de mentirosos patológicos, los foteros- me lo creí.

Lo peor es que Cruz debía coger el AVE en apenas veinte minutos. Entonces pronunció las palabras que ya me estaba temiendo:

-¿Y por qué no hacemos la entrevista camino de la estación?

Pilotaba una señora, supuse que contratada por la editorial. Juan y yo viajábamos detrás. El vehículo salió como una bala en dirección a Santa Justa, y el escritor iba respondiendo a mis preguntas en medio de mil llamadas de teléfono. Yo perdía el hilo, pero él no: terminaba de hablar de Delibes con la cadena Ser y retomaba nuestra conversación justo donde la había interrumpido.

A la altura del palacio de San Telmo descubrimos -¡horror!- que el camino estaba cortado por no sé que obras o manifestaciones, lo que obligó a nuestra choferesa a volver al Paseo de las Delicias y pisar a fondo el acelerador. Yo estaba empezando a marearme seriamente, pero fingí compostura y seguí con el interrogatorio. Hasta, que pasado el Alamillo, creyendo que tenía material de sobra y aprovechando una nueva llamada telefónica, me bajé casi en marcha del vehículo. Casi no tuve tiempo de decir adiós y gracias antes de verlo desaparecer tras una nube de polvo y humo.

Y así transcurrió mi tercer encuentro con Juan Cruz. Espero que tengamos pronto el cuarto, pero advierto de que la próxima vez no saldré de casa sin mis biodraminas.

jueves, 1 de abril de 2010

Otras lecturas/ relecturas del mes de marzo

Liniers. Conejo de viaje.
Sergio Olguín. Lanús.
Sergio Olguín. Oscura monótona sangre.
Edgar Hilsenrath. Fuck America.
Rodolfo Walsh. ¿Quién mató a Rosendo?
Michel Leiris. Edad del hombre.
Abdelá Taia. Mi Marruecos.
Tariq Ali. Conversaciones con Edward Said.
Kirmen Uribe. Bilbao-Nueva York-Bilbao.
Vladimir Nabokov. El original de Laura.
Román Gubern. Metamorfosis de la lectura.
Jacques Bonnet. Bibliotecas llenas de fantasmas.
Jack Kerouac/ William Burroughs. Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques.
Lampedusa. Lord Byron.
Petros Márkaris. Muerte en Estambul.
Richard Ford. Mi madre.
VV.AA. Por favor, sea breve 2.
Kobo Abe. Idéntico al ser humano.
Francisco de Quevedo. Poesía inédita.
Julio Martínez Mesanza. Elogio del desierto.
José Luis Rey. Barroco.
Sergio DeCopete y García. La ciudad de las delicias.
Daniel Lebrato. Elecciones generales, todo a cien.
F. T. Marinetti. Necesidad y belleza de la violencia.