sábado, 28 de febrero de 2009

Otras lecturas/relecturas del mes de febrero

Paco Roca. Arrugas.
Álvaro Pombo. Los enunciados protocolarios.
Patrick Modiano. Dora Bruder.
Arthur Miller. Presencia.
Tryno Maldonado. Temporada de caza para el león negro.
Amelie Nothomb. Ni de Eva ni de Adán.
José Julio Cabanillas. Palabras de demora.
Benjamin Constant. Cecile.
Roberto Saviano. Lo contrario de la muerte.
Javier Pastor. Mate Jaque.
Diego Vaya. El libro del viento.
Diego Vaya. Un canto a ras de tierra.
Gonzalo Rojas. Antología personal.
Joan Margarit. Misteriosamente feliz.
Carmen Moreno. Como el agua a tu cuerpo.
Antonio Álamo. Cantando bajo las balas.
Timothy Leary. Devocionario psicodélico.
Bernhard Schlink. El lector.
Robert Louis Stevenson. Olalla.
Antonio Gamoneda. Libro de frío.
Antonio Gamoneda. Arden las pérdidas.

lunes, 23 de febrero de 2009

Días de Facebook (II) Los Galiardo

Entrevisto a Juan Luis Galiardo con motivo de un homenaje que le tributan en Alcalá de Guadaíra. El galán, a sus 68, luce visibles arrugas y el cabello empieza a escasearle, pero -como su compadre Juan Diego- no ha perdido el brillo de la mirada. Esa luz que tienen ambos es la llama que los mantiene ahí. Coqueto como él solo, le da instrucciones a mi fotero, Antoñito Acedo: "El gran fotógrafo Alcaine decía que, a partir de una edad, primeros planos y sin mucha luz. Primeros planos, y buscar el alma del personaje", dice, confiado de que el alma no críe patas de gallo. Pero es un grande, desde luego: un cómico de los que quedan pocos, con arrugas o sin ellas.
De vuelta al ordenador me encuentro casualmente en el Facebook con su sobrino, Juanito Galiardo, joven pero excelso pianista. Hacía tiempo que no hablábamos y aprovecha para telefonearme y hablarme del festival de jazz que monta en Cádiz cada año, de lo difícil que es sacar estas iniciativas adelante. Le conocí cuando estudiaba magisterio, pero ya era un bicho de las teclas, se lo rifaban todos. Luego se fue a Berkley, que es algo así como la NBA de la música, donde todos los profesores son monstruos y recibes clases particulares de gente cuyos discos veneras. Ahora, cada vez que preguntas por él, está en Japón o en Filipinas de gira. A Juanito le agradezco, además, haber grabado un delicioso piano en nuestro disco Olla de Grillos, y de haber participado con su arte en el documental Veinte años no es poco, del director Antonio de Cos.
Pero mi mayor gratitud la reservo para su padre, Juan Gómez Macías, pintor de colores asombrosos y hombre agudísimo, autor de una madrugadora portada de nuestra revista Caleta y, como responsable del aula de literatura de San Roque, el primer insensato que apostó por mi poesía y decidió publicarla. A él le debo la plaquette El yo y el Ella. No me olvido del momento en que me bajé del autobús de Algeciras, separado de San Roque por una ancha carretera, ya con la noche medio caída y con un tráfico infernal, preguntándome: ¿Y si me pilla un coche y me muero sin ver mis poemas impresos?
San Roque también es la patria chica de gente como Carlos Castilla del Pino o Andrés Vázquez de Sola, lo que sugiere una impronta de genio y demencia a partes iguales, de sensibilidad y desbarajuste tremendamente productivos. Habrá que estudiarlo. O mejor, habrá que volver por allí, que ya toca.

domingo, 22 de febrero de 2009

¿No a Noa?

No estaba seguro de que fuera el plan más apetecible del viernes noche, pero fui al concierto de Noa y Mira Awad. A la entrada había un pequeño grupo de manifestantes coreando consignas como "Noa cantando, Isreal matando" que me parecieron y me parecen fuera de lugar. No voy a hacer aquí el recuento de los muchos gestos por la paz y la hermandad entre los pueblos que esa mujer viene realizando desde hace años. Y puedo imaginarme las presiones que habrá recibido por ello, los problemas que se habrá buscado sólo por el hecho de compartir, como la otra noche, escenario con una palestina. No dudo que la gente que enarbolaba su pancarta sea bienintencionada, pero no sufre más por las recientes matanzas de Gaza, no se avergüenza más que los que entramos al recital. Disparar al pianista, en este caso a la cantante, ha sido siempre un ejercicio inútil, pero sobre todo una injusticia.
El repertorio de las dos cantantes me confirmó en esta idea. La música pulcra, las voces hermosas, los arreglos cuidados, la energía que desprendían todos. Y más que eso, las sonrisas que desplegaban. El enemigo, los enemigos de la alegría, quieren enlutarlo todo, imponer la solemnidad por decreto; mientras sigamos sonriendo así, parecían decirnos, no todo está perdido. El escalofrío de Es caprichoso el azar me llegó a la entretela. La versión de We can work it out de Los Beatles me pareció soberbia. No es que ese arte tenga nada que ver con la grosería de los fusiles y los cañones: es que es exactamente lo contrario.

sábado, 21 de febrero de 2009

Regreso de Leopoldo María Panero

Aunque lo tendré cerquita, a tres calles, no iré esta noche al recital de Leopoldo María Panero. Ya lo vi muchas veces en El desencanto de Chávarri, hasta aprenderme de memoria pasajes enteros. Lo vi en Después de tantos años, en pantalla grande, y no me olvido de Quiñones a mi lado, suspirando "¡Michi!" al ver al menor de los hermanos, aquel Mickey Rourke ibérico y dipsómano, arrastrando penosamente los pies. Le rendí tributo, con Iván, en la londinense calle de Carnaby Street, una noche negra de chirimiri, noche de homenajes improvisados, después de descubrirnos ante la casa de Heinrich Heine. Fui a verlo a su hotel cuando vino hace un par de años a Sevilla, invitado por el Spoken Word, y ya no había casi manera de entrevistarlo, aunque todavía era capaz de lanzar algún destello de lucidez, alguna frase lapidaria, propia o robada de Baudelaire o Lautreamont. Fui al teatro Lope de Vega a ver el espectáculo que compartía con Carlos Ann y Bruno Galindo. La guinda era él: salió con sus insustituibles cigarrillo y cocacola, farfulló un poema apresurado, maldijo entre dientes y desapareció entre bambalinas. Lo que más me molestó fue el gesto de uno de los del grupo, sonriendo hacia el público y juntando las manos como quien pide perdón. Discúlpenle, parecía decir, él es así. Es que está loco. ¿Pero a que mola?
Ayer volví a verlo, volví a ensayar sin éxito una entrevista. Estaba en la terraza aledaña del hotel Doña Blanca, bebiendo cafés uno tras otro sin que a nadie se le ocurriera pedírselo descafeinado, metiéndose el filtro entero de los marlboro en la boca, aspirando y desmenuzándolo a la tercera calada. Ya sólo le veo sonreír cuando alguna chica está cerca, pero carece de capacidad para hilar el menor discurso coherente. Sólo vuelve una y otra vez sobre la idea de que han querido matarle: lleva veinte años con eso.
La gente joven, los nuevos escritores, le veneran como a un ídolo del rock. Hay motivos: creo que firmó algunos de los mejores poemas en nuestro idioma de todo el siglo XX, pero el Panero de 2009 es un señor que necesita calor y atención médica, no fans incondicionales. En algún sitio escribí que los muertos y los locos, que tanto miedo inspiran, gozan a la vez de un raro prestigio: se han asomado a lo desconocido y vuelven con noticias del otro lado. También tienen parentesco con los niños pequeños: todo el mundo quiere verlos, tenerlos en brazos y hacerles morisquetas, pero sólo un ratito.

domingo, 15 de febrero de 2009

Tancredi, una noche en la ópera

No tengo la menor idea de ópera, pero anoche fui al Maestranza a ver Tancredi porque cualquier excusa es buena para volver a Siracusa. La más bella ciudad de la costa jónica, con permiso de Taormina, la Cádiz siciliana que es su Ortigia, no se reproduce como es lógico en la obra que Rossini hizo a partir del texto de Voltaire, pero sí están ahí el trágico aliento de su Historia, el acero bizantino cruzado con el sarraceno, las brillantes armaduras de esas hermosas y crueles marionetas carolingias que se conocen como pupi, o sea, los muñecos. Poco faltó para que me pusiera en pie y firme en el momento en que Argirio canta "Sì: felice, vincitrice/ Siracusa ognor sarà". Feliz y vencedora -al paso del tiempo, a los pasotes de la mafia- Siracusa siempre será.
Por lo demás, no deja de impresionarme que los excesos de la ópera, la teatralidad exacerbada y la simpleza de sus argumentos, siga llenando teatros a estas alturas del siglo XXI. Tal vez tengan razón quienes creen que la mayoría viene al teatro a lucir pieles y dejarse ver, pero algo tiene que activar también en la sensibilidad o el subconsciente de muchos espectadores para llevarlos al más sublime deleite. Igual tendría que habérselo preguntado al desabrido psiquiatra Carlos Castilla del Pino, que andaba por allí. Aunque yo creo que la respuesta la tendría el viejo Pericón, que solía explicarlo de un modo inmejorable:
-La ópera y el flamenco son la misma cosa. La única diferencia es que en la ópera todo va pa' rriba, y en el flamenco todo va pa'bajo.

domingo, 8 de febrero de 2009

Jesús Torres, just do it

En el mercado de Feria suelo encontrarme con algunos de los rostros culturetiles más interesantes de la ciudad. Ya he contado alguna vez que veo con frecuencia al escritor José María Conget. También me cruzo siempre con Antonio de la Torre, que ganó un Goya por Azul oscuro casi negro, y fue periodista deportivo antes que actor. Y veo a menudo, cargado de bolsas de fruta y verdura, a Jesús Torres.
Este guitarrista fue para mí, junto con su compañera, la exquisita bailaora Isabel Bayón, uno de los grandes descubrimientos de mi fugaz paseo por Tokio. La semana pasada volví a encontrármelo, esta vez en rueda de prensa previa a la presentación de su disco en solitario, Viento del Norte, un trabajo hondo y bello, lleno detalles de clase y emoción contenida, sin aspavientos exhibicionistas. Torres, sin embargo, no se considera un solista. Lo suyo es y ha sido siempre tocar para el baile. ¿Por qué se animó, entonces, a grabar este trabajo? Él se encoge de hombros: hubiera sido peor, dice, quedarse con la duda de si sería o no capaz de hacerlo.
Yo animo a todo el mundo a hacer lo mismo con la Literatura: escribir, que el verso y la prosa no sean patrimonio único de los que nos consideramos escritores. Si sale algo bueno, el mundo habrá ganado un texto valioso; si el resultado es malo, alguien se dará cuenta de que escribir bien no es ninguna tontería. Pero hay que hacerlo. No por la fama, ni la gloria, ni el dinero. Sólo porque, como decía Edmund Hillary, el mejor motivo para querer subir al Everest sigue siendo porque está ahí.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Días de Facebook (I) Los Barnatán

Pues sí: por si no tuviera suficiente con tres teléfonos, dos cuentas de correo, una de MSN y el blog, he sucumbido a la tentación del facebook, ese divertimento burgués del que no tardaremos, también, en cansarnos. Lo que me interesa del invento es la posibilidad de reencuentro que presta, esa suerte de segunda oportunidad que nos brinda para retomar amistades extraviadas, quién sabe si también de revivificar amores marchitos y medio olvidados.
A mí me ha dado mucha alegría, por ejemplo, citarme de improviso en ese rincón virtual con Marcos-Ricardo Barnatán y su familia. Cuando terminé mis Palabras mayores y me dispuse a buscar prólogo, dudé entre pedírselo a alguna firma más o menos famosa, como Savater, o a quien no siendo tan célebre gozara de otra clase de prestigio. No me arrepiento nada de haberme decantado por la segunda opción. Barnatán, novelista y crítico de arte, argentino de cuna pero con el alma y el aspecto de un sabio de Sefarad, era y es el autor de la mejor biografía que hay sobre Borges en español, y por ello me atreví a pedirle unas líneas. No sólo no dudó en remitirme el texto deseado con sello urgente, sino que aceptó venir a Cádiz a presentármelo, y consintió la misma molestia en el acto similar que celebramos en la madrileña Casa de América.
El regalo de tener a Barnatán en mi ciudad fue, además, doble, pues vino acompañado de su esposa, Rosa Pereda. Maestra de periodistas, activa currante en el germen de El País, autora también de un montón de libros que van de la pintura a la política, Pereda -como la llama el propio Marcos- es una mujer sencillamente cautivadora. Puede parecer una tontería, pero la recuerdo muy a menudo cuando tomo un taxi: "el medio de transporte de los periodistas", me dijo cuando confesé que no tenía carné. Aún conservo con cariño en mi casita de Cádiz un tosco muñeco de palo que ella me regaló, comprado en la Plaza de la Catedral a un veterano heroinómano: yo no tiro nada que me evoque momentos felices.
Un par de veces visité la casa de los Barnatán en Madrid. La primera vez me abrió la puerta el hijo, Jaime, jovencito educado y sonriente, que hoy es una pujante figura del cine y la tele. Debutó, si no me equivoco, en El día de la Bestia, luego ha hecho muchas series y filmes, desde Torrente a El Comisario, y hasta sigue los pasos de sus progenitores haciendo pinitos literarios. Creo que me gané el respeto de una ahijada mía el día que le dije que yo conocía a Chuky, su personaje favorito en Los Serrano.
No hace mucho, Marcos-Ricardo Barnatán sufrió un infarto. Me alegra mucho que saliera de ese trance, y encontrármelo ahora de vez en cuando en la ventanita del carelibro, como dicen los colombianos. Pero no puedo olvidarme en esta enumeración familiar de la madre de Marcos, aquella señora adorable que me sorprendió con su visita cuando presenté mis Palabras mayores en Buenos Aires. Pensé que acudir a aquel acto era para ella una forma de estar cerca de su hijo, siquiera un instante, y de revalidar ese orgullo de madre cuando tocara oír su nombre seguido de los obligados elogios y gratitudes. Sentada en primera fila, yo la veía asentir con la cabeza y sonreír comprensivamente, como si dijera: "Sí, hijo, yo ya sé lo que es tener en casa a un chiflado por Borges".

lunes, 2 de febrero de 2009

Dani de Zayas, qué buen oído

Me llevé un alegrón cuando vi su nombre entre los candidatos a los Goya, y no dudé en destacarlo en titulares. Días después me lo encontré en la Casa del Libro, y me dio las gracias efusivamente. Es lo menos que podía hacer, dije con toda franqueza. Comentó que iba a tener que vérselas con los mejores profesionales del país, pero nada podía bajarlo de la nube. "Me siento como una princesa", dijo con sorna. Pues bien, hoy Dani de Zayas ya es reina.
De él supe en principio por Iván, que hace unos años logró embarcarse en el equipo de la película Invierno en Bagdad, de Javier Corcuera. En aquel castigado Irak conoció y trabajó hombro con hombro con Dani, Julio, Mariano, gente toda de lo más grato y competente del cine sevillano. La primera noche que salí por Sevilla como vecino de la ciudad me encontré a Dani en el mítico bar Hércules -no confundir con el Hércules Mítico- tomando cañas con Antonio Dechent, y sentí que recibía una buena bienvenida.
Con posterioridad me lo he ido encontrando en muchos rodajes y saraos. Y, puesto que este mundillo es muy chico, supe que Raquel, una de mis mejores amigas, iba a casarse con un primo suyo. "En casa -me dijo este pariente- todo el mundo pensaba que mi primo Dani estaba loco cuando dijo que quería dedicarse al cine. Siempre fue el colgao, el hippy de la familia".
Ayer el hippy de la familia subió a recoger tres kilos de bronce y un montón de aplausos en el foro más importante del cine español. Se lo merece no sólo porque haya hecho un magnífico trabajo en 3 días, película de Javier Gutiérrez a cuyo rodaje tuve la suerte de asistir en Gerena, sino porque lleva mucho, mucho tiempo haciendo las cosas bien, en cintas de Alberto Rodríguez, Santi Amodeo, Álvaro Begines, Chiqui Carabante, Richard Jordan...
Cuando voy a un instituto y los chavales me preguntan qué carrera elegir, cuál puede tener más o menos salidas, les pido que se olviden de eso. Que piensen qué oficio pueden amar, cuál puede realizarles más, y lo abracen como se abraza de veras una vocación, y que traten de ser buenos en él, a ser posible los mejores. La próxima vez les pondré como ejemplo a Daniel de Zayas, ese colgao que hoy mira al mundo desde la cima.

domingo, 1 de febrero de 2009

Otras lecturas/relecturas del mes de enero

Carlos Giménez. Todo Paracuellos.
Julián Meza. Sicilia, la piedra negra.
Akira Yosimura. Justicia de un hombre solo.
Akiko Yosano. Poeta de la pasión.
Lampedusa. Relatos.
René Char. Común presencia.
Iván Thays. Un lugar llamado Oreja de Perro.
Sandro Penna. Algo de fiebre.
Peter Stamn. Paisaje aproximado.
Emilio Rosales. Oye al viento cantar.
Emilio Rosales. El libro de las transformaciones.
Inés Pedrosa. La instrucción de los amantes.
Ignacio Martínez de Pisón. Las palabras justas.
Andrés Neuman. Década.
José María Álvarez. Bebiendo al claro de luna.
Javier Barreiro. Lobotomía.
Giovannicabra. Cuatro minutos sin aire.
Carmen Camacho. Arrojada.