Entrevisto a Juan Luis Galiardo con motivo de un homenaje que le tributan en Alcalá de Guadaíra. El galán, a sus 68, luce visibles arrugas y el cabello empieza a escasearle, pero -como su compadre Juan Diego- no ha perdido el brillo de la mirada. Esa luz que tienen ambos es la llama que los mantiene ahí. Coqueto como él solo, le da instrucciones a mi fotero, Antoñito Acedo: "El gran fotógrafo Alcaine decía que, a partir de una edad, primeros planos y sin mucha luz. Primeros planos, y buscar el alma del personaje", dice, confiado de que el alma no críe patas de gallo. Pero es un grande, desde luego: un cómico de los que quedan pocos, con arrugas o sin ellas.
De vuelta al ordenador me encuentro casualmente en el Facebook con su sobrino, Juanito Galiardo, joven pero excelso pianista. Hacía tiempo que no hablábamos y aprovecha para telefonearme y hablarme del festival de jazz que monta en Cádiz cada año, de lo difícil que es sacar estas iniciativas adelante. Le conocí cuando estudiaba magisterio, pero ya era un bicho de las teclas, se lo rifaban todos. Luego se fue a Berkley, que es algo así como la NBA de la música, donde todos los profesores son monstruos y recibes clases particulares de gente cuyos discos veneras. Ahora, cada vez que preguntas por él, está en Japón o en Filipinas de gira. A Juanito le agradezco, además, haber grabado un delicioso piano en nuestro disco Olla de Grillos, y de haber participado con su arte en el documental Veinte años no es poco, del director Antonio de Cos.
Pero mi mayor gratitud la reservo para su padre, Juan Gómez Macías, pintor de colores asombrosos y hombre agudísimo, autor de una madrugadora portada de nuestra revista Caleta y, como responsable del aula de literatura de San Roque, el primer insensato que apostó por mi poesía y decidió publicarla. A él le debo la plaquette El yo y el Ella. No me olvido del momento en que me bajé del autobús de Algeciras, separado de San Roque por una ancha carretera, ya con la noche medio caída y con un tráfico infernal, preguntándome: ¿Y si me pilla un coche y me muero sin ver mis poemas impresos?
San Roque también es la patria chica de gente como Carlos Castilla del Pino o Andrés Vázquez de Sola, lo que sugiere una impronta de genio y demencia a partes iguales, de sensibilidad y desbarajuste tremendamente productivos. Habrá que estudiarlo. O mejor, habrá que volver por allí, que ya toca.
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