jueves, 31 de enero de 2008

Cena con Lampedusa

En algún sitio cuento cómo encontré en Palermo la tumba de Lampedusa. Considerando que era príncipe y duque, anduve buscando entre los fastuosos panteones del cementerio de los Capuchinos, hasta que descubrí que el gran novelista estaba enterrado bajo una losa corriente y moliente, junto a su chica, Alessandra Wolff-Stommersee, sin más lujos: al muere, dí que sí, va uno ligero de equipaje. No me defraudó este detalle en alguien que para mí representa, por encima de títulos y diplomas, otra clase de nobleza, la de espíritu y la de mente.
Pues bien, ha querido la suerte que esta noche comparta dos mesas -una redonda en la Fundación Tres Culturas, otra de cuatro tenedores en un restaurante cercano- con Gioacchino Lanza Tomasi di Lampedusa, sobrino del autor de El Gatopardo. Un hombre amable, chispeante, buen conversador, erudito en temas operísticos, capaz de hablar con propiedad sobre su ilustre pariente y de ostentar con toda dignidad su apellido. Lo mismo puedo decir de Nicoletta, su esposa, que habla un español intachable y cargado de sentido común. Sí, hay noblezas que no se heredan, pero algo sí se transmite. No sé si el legado del viejo Giovanni incluiría algún palacio palermitano o unas miles de liras, pero sí una sonrisa inteligente y una mirada profunda. Lo bueno es que todos somos sus herederos, sólo tenemos que demostrar merecerlo.

Mark Twain y la religión

Una de las herencias más extrañas que he recibido es la costumbre de increpar al televisor. Mi abuelo llegaba incluso a blandir la faca de despedazar pollos ante la pantalla, en un gesto amenazante. Tenía sobre todo dos bestias negras: Ramoncín, "ese penco" que para él representaba toda la depravación de la modernidad, y el papa Wojtyla, que era lo mismo pero de blanco: el mismísimo diablo. Yo también me he visto, pero sin faca, haciéndole reproches a los obispos de los telediarios. Y me he preguntado por qué me estimulan las lecturas anticlericales. Por ejemplo, La puta de Babilonia, del colombiano Fernando Vallejo, que con profusa documentación despelleja, en trescientas páginas sin piedad, a todo el papado de ayer, hoy y siempre: una gozada.
Mi amiga Bea, que se marchó a Madrid y ahora trabaja en Trama Editorial, me ha enviado las Reflexiones sobre la religión de Mark Twain. Esta mañana recibí ese hermoso librito y antes de comer ya me lo había fundido. Pero me ha inspirado una reflexión: no tengo, no puedo tener nada contra el que reza, el que desarrolla su vida espiritual a través de uno u otro rito, el que encuentra consuelo o esperanza encomendándose a tal o cual divinidad. Mi rechazo inflexible es para aquellos que llevan toda la vida no ya torturando herejes, amasando fortunas a fuerza de timar a las masas ignorantes o paseando bajo palio a los tiranos antes de darles la comunión, sino inmiscuyéndose en la privacidad de la gente, inyectando miedos, manipulando la Historia, infligiendo daños irreparables en la psique colectiva desde la más descarada impunidad, dirimiendo qué es el Bien y qué el Mal a su conveniencia, jodiendo, en fin, hasta la náusea, en nombre de Algo que ya no recuerdan ni qué es.
El padre de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, se despachó a gusto al respecto en el siglo XIX. La lectura de sus implacables reflexiones me ha hecho recordar algo que invoqué cada vez que veía a Bush en la tele: "No se puede ser enemigo de los Estados Unidos después de leer a Mark Twain".
Nota.- En Alemania descubrí que muchas iglesias se están reconvirtiendo en galerías de arte o salas de conciertos, tan benéficas o más para el alma que aquéllas. Estoy deseando que ese plan de rehabilitación de inmuebles llegue a España. Que ya está bien.

martes, 29 de enero de 2008

Ramón Porrina no contesta

Esto es un clásico del oficio: el periodista consigue el teléfono, marca, y llama, y vuelve a marcar, y el artista no contesta, y se acerca la hora del cierre, qué angustia, y tienes una maqueta por escribir, una pesadilla a cuatro columnas, y te llevas la mano a la retórica como los pistoleros al smith&wesson mientras te das ánimo "tú puedes, tranquilo amigo, has rellenado vacíos peores...".
Un poco ha sido eso lo que he vivido esta tarde, tratando de dar con Ramón Porrina, excelente percusionista flamenco que descubrí una noche en Casa Patas, presentando su grupo Echegaray Street con Ramón El Portugués, Potito, Guadiana y El Cigala, ahí es nada. Ramón está además en discos históricos como Ziryab de Paco de Lucía o Potro de rabia y miel de Camarón. Hoy tocaba en Cannes, pero confiaba en que en algún momento respondiera al teléfono. Por el contrario, una y otra vez saltaba un contestador que, a fuerza de repetido, acabé memorizando:
Hola, soy Ramón Porrina, ahora mismo no puedo contestarte, deja tu mensaje. Mira, y si es pa un trabajito... olvídate de todos, que no lo hay mejor que yo tocando el cajón. Vamos, ni Sabu [Porrina], ni Lucky [Losada] ni Chaboli ni nadie... [Risas] ¡Es broma! Deja tu mensaje...
Cuatro y media. Cinco. Seis, seis y media. Ocho. Nada. Le dejo mensajes, llámame, por favor, es urgente. Nada. Si yo hubiera tenido un trabajito para un artista del cajón, seguramente habría pensado en él, seguramente no lo hay mejor. Me he imaginado como un productor millonario y no un plumilla de medio pelo, marco ese número, ah de la vida, nadie responde... Y claro, siempre habrá un Sabu, un Lucky o un Chaboli -o un Tino, un Pájaro, un Dulzaides, un Bandolero, un Piraña- con el móvil operativo. Puede que perdamos grandes cosas por no estar disponibles en el momento adecuado, pero los que vivimos amarrados a esa prótesis de números y teclas, ¿cómo podemos no envidiar a quienes tienen apagado ese cacharro? Y todo porque hay más plumillas pesados que productores millonarios.

lunes, 28 de enero de 2008

Me duele Italia

Como a los viejos, que tan pronto les da la ciática como el reúma, a Unamuno le dolía España y a mí, ayer por la mañana, me dolía Italia. Gianni me contó por mail, y luego vi por la prensa, lo de la dimisión de Salvatore Cuffaro como presidente de la región de Sicilia. Cuffaro, mal demócrata y mal cristiano, está acusado de pasarle datos a la mafia: como los carretti pintados a mano o esos mazapanes que llaman frutta martorana, hay cosas que no cambian. Cuffaro tal vez crea que el favor que le hacía a la Cosa Nostra era de carácter informativo. Si es así, se equivoca. El mayor globo de oxígeno para esa gente es el escepticismo general, la idea de que todos los políticos son unos mangantes y de que no vale la pena confiar en las instituciones.
Y todo eso sucedió en la misma semana en que el Senado italiano dio el numerito vergonzoso que todos conocemos, mientras Berlusconi volvía a sacarse filo a los colmillos. Qué tristeza más grande, qué pena de país con un sistema electoral tan perverso, pero también con una población ya resignada, entregada a la picaresca y al deshonor.
Me refugio en el siempre hospitalario Sciascia: "Juzgamos a la clase política italiana, a la que está en el poder y a la que ocupa cierto espacio en la oposición, en general e individualmente, incapaz no sólo de dirigir el crimen, sino de concebir planes subversivos o arriesgados para afianzarse en el poder o para hacerse con él. Por deformación literaria, podríamos decir que en el mal también se precisa algo de grandeza y de valor; y no vemos rastros ni de grandeza ni de valor". Esto fue escrito entre 1969 y 1979.
Nota.- Fue un día de achaques. También me dolía Francia, la de Montaigne, y Colombia y Venezuela, y Tuquía, y Kenia... En un momento me distraje con mis cosas y el dolor amainó. Pero no quería, no quiero que se pase.

domingo, 27 de enero de 2008

Triana todavía suena

Para quienes aún no se hayan enterado: Triana, el buque insignia del rock andaluz, el de Los hijos del agobio, todavía existe, y suena, y acaba de sacar un bonito disco, Un camino por andar. Con sana ironía se hacen llamar "los discípulos de Jesús", en homenaje al llorado Jesús de la Rosa, y están capitaneados por Juan Reina, otrora miembro de Arrajatabla, aquel grupo de mis tiempos de instituto en el que, si la memoria no me falla, también militaban Raimundo Amador y Manglis.

Esta tarde entrevisté a Juan, sobre el cual pesa la responsabilidad de mantener viva una llama que ha calentado muchos corazones desde hace tres décadas. Me ha parecido una persona sincera y un músico luchador, de esos que no sepultan la guitarra en su funda aunque afuera, o sea en el mercado, caigan chuzos de punta. Cuando en España ya estén secos todos los lagos, seguiremos volviendo a aquel que cantaba Jesús de la Rosa "con la intención de conocer algo nuevo..." Renunciaremos a todo, menos a la sed.

sábado, 26 de enero de 2008

José María Conget, el punto G

José María Conget me pescó como lector en su libro Una cita con Borges, porque hay cebos con nombre de persona o de lugares que yo muerdo siempre. Lo conocí en Sevilla, donde ambos vivimos, cuando vieron la luz sus relatos Bar de anarquistas, y desde entonces nos encontramos a menudo. Conget es maño, pero ha vivido en ciudades con prestigio: París, Nueva York y Cádiz. De ésta última recuerda mucho las cosas de Quiñones, y se nota que extraña el mar. Hace unos meses sufrió un infarto, y con buen humor atribuye a ese hecho el premio de las Letras Aragonesas que acaba de recibir. Hoy lo he entrevistado a propósito de su Pont de l'alma, libro inclasificable donde quería hablar de los achaques de la edad y acabó divagando con arte de su experiencia en los Institutos Cervantes y de los rincones más emblemáticos de su peripecia vital.
El escritor suele presentarse con el chiste "Conget, con G", un punto que no todo el mundo pilla a la primera. A mí al principio me llamaba "¡periodista!", que hoy día puede ser un oficio lo mismo que una ofensa, tal y como está la profesión. Luego empezó a decir "el Luque", que suena más próximo. Como vecinos del mismo barrio, coicindimos con mucha más frecuencia en el mercado de la calle Feria que en los cenáculos literarios. Yo compro tagarninas para un potaje y él se carga de verduras, lo que asegura buenas digestiones en la comunidad emigrante de las letras sevillanas.
Le he contado que visitaré Nueva York en unos meses."¿Nunca has estado?". Nunca, nunca. Me ha confesado que esa virginidad le da envidia. A mí me sucede también cuando cualquiera se acerca por primera vez a sitios, libros o películas que yo adoro. En algunos casos, ese impulso se vuelve celos, un feroz sentido de la posesión. Yo querría que mis amores geográficos y culturales no los compartiera nadie, o sólo la gente que amo mucho.

Ruibal, una noche más

En el momento de escribir estas líneas, estoy recién llegado del concierto de Javier Ruibal en la sala Malandar, y desde la mesa alcanzo a ver las doce carpetas que me recuerdan que soy el biógrafo autorizado más lento e inútil del planeta. Me asiste una excusa: no quiero escribir sobre este músico con ligereza, ni echando mano de recursos facilones, no quiero aliviarme ni buscar atajos. En resumen, no quiero hacer en un libro lo que él nunca ha hecho en sus discos.
Abrió el recital Joaquín Calderón, con quien he tenido el gusto de compartir escenario. Fue en la Central Lechera, con Juanlu Pineda, y me cupo el honor de tocar el cajón para la versión que hicieron mano a mano de esa belleza de canción que es A dónde van, de Silvio Rodríguez. Después ha salido Javier, con quien también tocamos una vez, para un público escaso, manifestándonos contra la central térmica de Arcos. Pero lo he visto y oído en palacios diputacionales, en plazas concurridas, en teatros de lujo, en garitos inmundos, para grandes auditorios y en petit comité, en el salón de su casa de El Puerto cuando estaba a punto de grabar Las damas primero, en una fiestecita que hizo Charito Ramos en su campo, en la televisión y en DVD, y siempre, siempre, sabe llegar, te atraviesa, te conmueve, te arranca una sonrisa, te eriza la piel. Ese libro voy a escribirlo, pero aunque nunca alcance a producir las sensaciones que transmite su música, que al menos no sea una baratija, que haga honor a ese hombre que ha vuelto a cantar y a tocar como nadie, una noche más. Y no me preguntéis más para cuándo esa biografía, que con presión me va a salir peor. Pero gracias por la paciencia, ruibaleros.

jueves, 24 de enero de 2008

Dominique A sabe sonreír

No hay que fiarse de los personajes que crea la popularidad. Si algo te enseña este oficio de escribir en los papeles, es que una cosa es la imagen que da un famoso y otra muy distinta el ser humano que hay detrás. Enrique Bunbury, por ejemplo, que cae gordo hasta en foto, se me reveló una vez como un tipo amable que había cometido el error de querer epatar demasiado. El brillante psiquiatra Carlos Castilla del Pino me pareció en una conversación telefónica un macandé pendiente de tratamiento. Y uno de los Gomaespuma, que según sus fieles oyentes son el colmo del buen humor, resultó un paradigma de malaje imperdonable.
Dominique A, chansonnière francés, tiene fama de hombre triste. El cielo de sus discos siempre está nublado, y si te fijas bien en la caja de sus CDs corre una lluvia casi imperceptible. Sus guitarras son un lamento desengañado, sus letras fluyen a través de un nudo en la garganta.
Hoy lo entrevisté en la terraza del hotel Azahar: dos cráneos mondos, el suyo y el mío, bajo el sol tibio de la media tarde. En dos minutos había sonreído tres veces, y juro que no conté ningún chiste. Es más, creo que en todo caso es una timidez extraña -tratándose de un artista que ya enfrenta públicos numerosos- lo que le impide mostrarse más vivaracho. Pero nada que ver con el señor deprimido y parco en palabras que yo esperaba encontrarme. Lo que sucede, según me dijo, es que todos llevamos dentro la alegría y la tristeza, pero cuando se pone a escribir canciones ésta desplaza a aquélla. Lo cual tiene su lógica: quien está contento no se sienta a contarlo, disfruta del momento; quien tiene alguna pesadumbre, la conjura como puede. De vuelta a casa, he puesto su disco Sur nos forces motrices y me ha parecido que, entre los nubarrones, asomaba un rayito de luz.

miércoles, 23 de enero de 2008

Mi primo Rafa

Uno, que no sabe lo que es madrugar, siempre ha creído que los domingos a la seis de la mañana ni las calles están puestas ni hay bicho viviente despierto, y si lo hay está de recogida o agonizando en un after. El otro día me entrevistaron en el programa Ser aventureros, que se graba previamente y se emite a esa hora, y di por supuesto que no lo escucha ni dios. Para mi sorpresa, he recibido dos mensajes de seres queridos que sí estaban al pie de la radio para atender mis desvaríos. Uno es K, sí, la misma, una de mis acompañantes en el Viaje a la Sicilia con un guía ciego, que me felicitaba por sms y me recordaba (¡ay!) que todavía no le he mandado un ejemplar. Pirandello estaría feliz con esta variante del personaje que saca los colores al autor, pero es justo advertir que la K de carne y hueso es un cielo y me lo perdona todo.
El otro mensaje es de mi primo Rafa. No quiero convertir este blog en un Caro diario que se distraiga con cosas de familia, pero es que a Rafa le debo en gran parte mi vocación literaria. Cuando toda la familia se reunía en Ceuta (días azules y sol de la pubertad), conocí a Rafael González Gosálbez, entonces dramaturgo más que prometedor (La confesión de un hijo de puta, 013 varios, Yo violé a Caperucita Roja y luego la maté, Metro), apasionante cuentista (Caimán, Bocas llenas de peces rojos), dueño de la barba mejor recortada que recuerdo y rojeras irredento. Rafa era el primer hombre de letras que me presentaban, y al poco supe que yo quería hacer lo mismo: contar historias, poner en pie personajes y echarlos a andar, canalizar la rabia o el asombro a través de la página en blanco. Fue él quien me introdujo en Benedetti, Cortázar, Galeano... Y de esa guita fui tirando para conformar mis propias lecturas.
El tiempo y la geografía nos ha distanciado un poco, pero gracias a sus madrugones y a la cadena Ser volvemos a estar en contacto. "Me alegro de que alguien de la familia haya sido escritor", me dice, después de explicarme que lleva tiempo en otras cosas. Yo sé que, como mínimo, somos dos. Mi primo Rafa es escritor hasta dormido, lo que pasa es que provisionalmente no ejerce. Hasta el día en que, a eso de las seis y con los pinos alicantinos recortados en la ventana, agarre papel o abra el word y se ponga a hacer lo que él sabe.

lunes, 21 de enero de 2008

Gianni Allegra, 'fratello' pintor

"Yo tuve un hermano/ No nos vimos nunca, pero no importaba". Los versos son de Cortázar, pero el sentimiento puede ser de cualquiera. Hay hermandades que no precisan del calor del abrazo, ni siquiera de la voz. Son comunidades de pasiones, afinidades imprevistas, lazos espontáneos que se refuerzan un día tras otro, que vencen airosamente todas las barreras y todas las distancias. Algo así he sentido hoy hacia el pintor Gianni Allegra.
Nos puso en contacto la profesora Dina Trapassi, cuando yo corregía pruebas de mi Defensa siciliana y barajaba ilustraciones para la portada. Empezamos a escribirnos, él en italiano y yo en español, y la simpatía y el entendimiento vinieron solos. Mail va, mail viene, Gianni me fue enviando sus propuestas, y al final tuve que elegir entre dos: una mujer desnuda de aire melancólico -donde yo veía a la protagonista de A y R- o los niños armados de su cuadro Pantaloni corti, que acabó sirviendo de cubierta.
Quise comprarle la pieza, hoy mismo la recibí primorosamente embalada, he corrido a colgarla y he comprobado que el original es mucho mejor de lo que podía imaginar. Cada golpe de pincel, cada detalle de esa composición tan aparentemente naïf, revelan el gusto y la sensibilidad de un artista cabal.
He dicho que, cuando se da una alquimia tan inmediata, todas las efusiones están de más. Así lo creo, pero también que el abrazo, la conversación, el café, el paseo ritual por Palermo, nos esperan agazapados en el porvenir. Ya están en camino.

Trucos del oficio

Desconfío por sistema de los atajos -hágase rico en dos días, aprenda inglés sin esfuerzo, etc.-, y más si son de índole artística. Pero esta mañana encontré sobre mi mesa el libro Cómo se escribe un cuento, de Guillermo Samperio, y a falta de alternativas ha caído en dos trayectos de autobús. Insisto en que rechazo estas guías, y mi primo Andrés Neuman ya estará harto de que le reproche que en cada libro de relatos meta un decálogo, o un dodecálogo, sobre qué es o cómo debe ser un buen cuento. Sostengo que, por cada receta infalible que se proponga, siempre habrá una obra maestra, ya sea de Chejov, de Borges o de Quiñones, que la desmienta. Por otro lado, hay que ser razonables y considerar que de un taller vecinal de pintura, o de un gimnasio que imparta bailes de salón, nunca saldrá un Picasso ni un Nureyev, pero todo el mundo tiene derecho a aprender.
En fin, que me ha divertido leer a Samperio y ver que muchos consejos se contradicen entre sí, de modo que será el eventual aprendiz quien tenga que decidir qué camino toma. Sólo he echado de menos la recomendación insuperable que nuestro Javier Ruibal le regaló a un precocísimo pianista, dueño de una técnica asombrosa pero por aquel entonces incapaz de transmitir: "Hijo, tú ya no estudies más, tú ya te los has estudiado a todos. Ahora, haz el favor de salir a la calle y folla. Folla mucho".
Nota.- Por si cupiera alguna duda, aclaro que Ruibal no se refería -no sólo- a la gimnasia erótica. Hablaba de sentir, experimentar, gozar, dolerse, decepcionarse, vivir en suma. El pianista, dicho sea de paso, ha crecido y, a día de hoy, toca de muerte. Se le ve hasta más feliz.

Amor Amarillo

"Sé que es un prejuicio", admitió alguien durante la cena, "pero he acabado pensando que los chinos y los japoneses no sienten como nosotros, me cuesta creer que quieran a sus parejas, incluso a sus hijos". Otros en la mesa se han mostrado de acuerdo, y con no poca audacia han concluido que los orientales no saben amar. Sólo he estado una vez en China y una vez en Japón, de modo que no tengo un campo de estudio demasiado amplio. Pero me atrevería a decir que tanto en un país como en otro -ambos tan diferentes- la gente parece a simple vista tan amorosa (con quien procede, claro) como en cualquier otro lugar. Menos expresivos, quizá, más cuidadosos de invadir el espacio del otro; menos epidérmicos, sin duda; sólo efusivos, tal vez, cuando el vino los desinhibe, pero en ningún caso distantes o insensibles.
Me ha hecho gracia llevar precisamente esta noche en la mochila una antología de Guojian Chen, Lo mejor de la poesía amorosa china, un título que para mis amigos parece casi una paradoja. Basta hojearlo para preguntarse si alguien puede escribir sin saber qué es el amor -y el dolor que con frecuencia arrastra- estos versos:
Laúd en mano, subo al alto pabellón,
vacío, pero lleno de luz de luna.
Vibran acordes de amor.
Se me quiebran las entrañas.
Y también las cuerdas.
Nota.- Los japoneses también andan sobrados de argumentos similares, pero la más bella expresión -y contención- amorosa que se me viene a la mente es el último diálogo de la película Hana-bi de Takeshi Kitano, cuando antes de morir los amantes no prorrumpen en llanto; tan sólo se dicen, escuetamente: "Gracias".

sábado, 19 de enero de 2008

SFDK, siempre humildes

Nunca será el hip hop la música de mis amores, pero confieso que desde que vivo en Sevilla sus artífices se han ganado con creces mi respeto. Toda creación que se haga con pasión, verdad, lealtad y esfuerzo lo merece, y estos atributos asisten sin duda a los raperos que he podido conocer en los últimos años: Haze, Tote King, Juaninacka, Dogma Crew, El Límite, Niko, Jesuly... De entre ellos, guardo una especial consideración hacia SFDK, que me fueron presentados en el estreno de Sevilla City, el documental de Juan José Ponce. Me impresionó su franca humildad, doble mérito en un género tan supuestamente egocéntrico, vanidoso casi por definición.
Esa admirable modestia vuelve a hacerse patente en su nuevo DVD, Blackbook, que he visto con gusto y su poquito de emoción: la que inspiran unos chavales que, de la nada más absoluta, son capaces de construir algo hermoso y perdurable. Hoy los he entrevistado vía telefónica, pues estaban de gira, y he vuelto a comprobar de qué buena madera están hechos. Ni los discos de oro ni los auditorios que los aclaman se les han subido a la cabeza. Larga vida a estos poetas de la calle.
Nota.- ¿Poesía? No es justo ni cierto colgarles un término tan vago y devaluado. Y en sentido estricto, la precisión, la economía que exige la buena poesía escrita no corresponde a la incontinencia, la compulsiva extroversión del rap. Aunque su herramienta sea también el lenguaje, lo de estos chicos es otra cosa. Llámalo arte, arte grande. Eso sí.

viernes, 18 de enero de 2008

Consolo causa baja

La Fundación Tres Culturas había invitado a Vincenzo Consolo a participar en una mesa redonda junto a Mercedes Monmany y un sobrino de Lampedusa, en unas jornadas que va a dedicar a Sicilia. Yo ya andaba nerviosito perdido preparando la entrevista, pues Consolo, aun siendo un escritor difícil, hermético, de prosa densa y prolija, es el único superviviente de una generación dorada de las letras isleñas, la misma que mis adorados Sciascia y Bufalino.
Pero esta mañana he sabido que el autor de El pasmo de Palermo y La sonrisa del ignoto marinero se ha caído del cartel, y me han llamado para sustituirlo. Todavía me tiemblan las piernas, y me temo que por mucho que intente hacer un papel digno, el público sale perdiendo con el cambio. Cuando se lo he contado a Ángela y me ha preguntado cómo me siento, sólo se me ha ocurrido una respuesta: "Como aquel concierto de Jerez donde los Mojinos Escozíos tuvieron que reemplazar a Motörhead".

jueves, 17 de enero de 2008

Juan Carlos Mestre, muchos los llamados

Con unas gotas de simpática coquetería y buena prosa, Antonio Pereira hace en La divisa en la torre recuento de lugares y personas, una especie de memorias fragmentarias que se leen de un tirón. De todos los episodios, me tocan tres: uno, un recuerdo anecdótico de un viaje a Palermo, sin demasiada chicha; dos, un vago encuentro con Borges en Buenos Aires; y por último, unas elogiosas palabras para el poeta Juan Carlos Mestre, que de pronto han activado algún resorte dormido de mi propia memoria y me han hecho sonreír.
De Mestre me había hablado con fervor Paquita Aguirre, y lo que diga mi Paca va a misa, de modo que cuando supe que venía a leer poemas a Cádiz fui el primero en la puerta. Creo que también asomó por allí ese cacho de pan que es Juan Carlos Sierra, y por fin apareció el poeta. Y pare usted de contar. No había llegado ni el eventual presentador, que si no me equivoco era Enrique García-Máiquez. El pobre Mestre, que también es músico, venía cargado con un estuche enorme donde guardaba algún raro instrumento. Pero nos quedamos con las ganas: diez minutos, veinte minutos... nadie.
Cualquiera que participe en un acto similar, una lectura o un concierto, sabe que son muchos los llamados, pero puedes encontrarte en aquella situación que Borges contaba con arte: "Si llega a faltar uno más, no cabe". En fin, que nos fuimos a La Manzanilla, que bebimos y conversamos, y que fue un lindo encuentro. Sólo faltó que interpretara algo con aquel trasunto de acordeón. Y como la lectura la pagaba la Administración, luego a Juan Carlos y a mí nos quedó la culpable sensación de que nos habíamos aprovechado del erario público para nuestro goce exclusivo. Pero cuando salimos a la calle, con unos cuantos sorbos de oro líquido en el cuerpo, nadie corrió a detenernos.

Tengo una pregunta para Omar

Aunque siento debilidad por otros músicos turcos de virtuosismo más florido, como Misirli Ahmet o los Harem, creo que cualquier disco de Omar Faruk es una gozada rebosante de aromas, texturas, visiones y sonidos estimulantes. Dentro de unas horas estará tocando en Sevilla, y como los bolos son muy liosos opté por enviarle un cuestionario [los libros de estilo de los periódicos lo prescriben tajantemente, pero por una superstición politiquera: una entrevista a un político la puede responder cualquier chicuco de su despacho, pero me resulta más dificil imaginar al cónyuge o al road-manager de un artista prestándose con solvencia a tales faenas].
Lo cierto es que tenía una pregunta para Faruk -bueno, siete, garrapateadas en inglés con la inestimable ayuda de Ilya-, y el músico sufi me ha hecho el honor de contestar en tiempo y forma. La entrevista completa se podrá leer pronto, espero, en El Correo o en nuestra web M'Sur (http://www.mediterraneosur.net/), pero adelanto una receta para cincelarla en mármol: "Tan pronto como te quedas bloqueado y preocupado por el porvenir", me dice, "empiezas a ver la vida como un problema, y se termina en el caos. Pero apenas conjures esas cosas con silencio y meditación, todo se relaja y se vuelve sencillo de nuevo. El sufismo recuerda que Dios ama a todas las cosas vivientes. Debemos tenerlo en cuenta, y más aún cuando surgen problemas".
Oído lo cual, no puedo más que decirle la única expresión en turco que retengo, ese forma tan bella al oído de dar las gracias: teshekur-ederum, amigo Faruk.

miércoles, 16 de enero de 2008

Antonio Canales se redime

Tapeo de prensa con Antonio Canales. Se muestra desconocido, salvo por la impuntualidad, pues su media es llegar veinte minutos tarde y cumple religiosamente. Me cae bien desde que lo conocí en la noche libertina de Candela: Canales era fijo, irrumpía en el local con sus niños, Juan de Juan y compañía, y la juerga se prolongaba sin remedio hasta la madrugada. Golfo, divertido, no tan divo como la mayoría, lo vi pegarse muchas pataítas con duende en la cueva. Sí, Canales es artista hasta conversando, sus gestos, su verbo, son de alguien que ha bebido y asimilado del calostro del arte. Después de haber encarnado al caballo del Guernica o a Bernarda Alba en escena, hoy nos decía que el flamenco no tiene que disfrazarse de nada. Incluso ha despotricado un poco de los bailaores que están todo el día de fiesta, quién lo ha visto y quién lo ve.

Me ha sorprendido este Canales redimido, contenido, maduro, casi célibe. Lo único que me inquieta es pensar que no hay conversión tan radical sin renuncias lamentables. Ojalá esté equivocado, pero me temo que el bailaor no conserva ninguna amistad de aquellos tiempos de parranda, y opino que conservar amistades duraderas es una de las prácticas más benignas para el ser humano. Ojalá -insisto- me equivoque, pero el único de aquel tiempo que reconocí a la salida fue a su mánager, el mismo de siempre, una sombra inalterable hablando incansablemente por el celular.

Héctor Abad, honrarás a tu padre

El pasado verano me hice en Medellín con El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince, y me resultó una lectura muy conmovedora. Sé que el mundo está lleno de padres terribles, capaces de marcar de un modo brutal a sus hijos. Yo para los míos -y lo digo casi con pudor, sin querer jactarme ante la gente que no tuvo mi suerte- sólo tengo cariño y una gratitud impagable. Cada vez que me ha sucedido algo malo, ya fuera una travesura descubierta, un conflicto laboral o un desastre amoroso, mi gran preocupación era ocultarlo a mis mayores: yo podía echármelo a la espalda todo, menos la idea de que mis padres sufrieran por ello. La idea de la muerte no se me hace demasiado seductora, la verdad, pero sólo pensar el disgusto que les daría es, de por sí, una razón irrebatible para seguir viviendo. Y no me refiero sólo a respirar, sino a tratar de ser feliz, sacar adelante proyectos, responder a las exigencias del Cuarto Mandamiento, el único que pienso observar. Aquí los obispos -dicho sea de paso, el clero no sale muy bien parado en el libro de Abad- no tienen nada que decir: mi amor paternofilial es tan fervoroso como laico.
Al autor de El olvido que seremos le arrebataron el padre de un balazo infame; cualquiera que se asome a esas páginas sentirá esa pérdida como algo íntimo y triste. Al cerrar el libro, invoqué una frase de Juanjo Téllez, de hace años y a altas horas de la madrugada: "Freud instaba a matar al padre. Pero el mío murió demasiado pronto, apenas tuve tiempo. Al menos, espero que mi hijo me mate a mí".
Nota.- Todavía no salió en España, pero recomiendo encarecidamente otro libro de Abad Faciolince, Las formas de la pereza. Aprovecho para enviar besos y abrazos a Paqui y David, que me estarán escuchando (me encanta esa vaina), en cuya linda casa de El Poblado, repantigado en su puf, lo leí.

martes, 15 de enero de 2008

Enrique del Risco, aché!

Tiempo después de haberse marchado, Enrique del Risco, o Enrisco -como le llamaban- era una pequeña leyenda entre los estudiantes de La Habana, donde seguía viva la llama de su talento y su humor. Cuando lo conocí en Madrid, por mediación de Mané, tenía continuas ocurrencias brillantes y la risa más contagiosa que creo recordar. Enrique se reía de todo, sobre todo de lo serio, y lo hacía con cada célula de su cuerpo: todo él era una convulsión de hilaridad contagiosa. Mientras leía sus brillantes relatos Lágrimas de cocodrilo, ese humor que es exaltación de la inteligencia, lo que los gaditanos llaman guasa cubana, brotaba a cada párrafo como un surtidor.
Nos hemos vuelto a encontrar varias veces, casi siempre en Cádiz: bebimos, hablamos mal de Batista y volvimos a ejercitar la risa. Desde que se fue a vivir a Nueva York, Enrique ha engordado, le han salido envidiables canas, se ha aficionado más a las delicias del trago añejo y a los puros Romeo y Julieta, ha sido padre y le ha pasado por arriba el 11-S. También se ha vuelto más serio, y así lo he notado cuando le he telefoneado para felicitarle por su premio Cortes de Cádiz y entrevistarlo para el periódico. Serio, pero no solemne, me recalca. Yo sé que ni los States ni el viejo Caballo acaban tan fácilmente con algo que no responde a los mecanismos freudianos del chiste, sino a una forma de mirar al mundo y decir "esto está de pinga" con una sonrisa. Felicidades, hermano, estamos deseando leer tu libro y tenerte de nuevo por la Little Havana de tres mil años que tenemos por acá. ¿Alguna marca de ron en especial para celebrarlo?

lunes, 14 de enero de 2008

Memoria de Adriano

En tres días se nos fueron Pepín Bello, Ángel González y Adriano González León. De las tres pérdidas, es ésta última la que más me ha afectado, porque al venezolano me une un recuerdo lejano ya, pero intenso y entrañable. De nuevo tengo que acordarme de mis tiempos de chaval mitómano, con Ilya y con Mané, cuando la literatura era un juego de trasnoche, alcoholes y palabras. En una de ésas conocimos a Adriano entre la manada de escribas de un congreso, solitario pero ávido por compartir con gente joven su erudición y sus tragos.
Por entonces, Adriano desayunaba cerveza y, a media mañana, se pasaba al whisky con agua hasta que la noche no daba para más. Era gracioso ver cómo, guiado por un raro pudor, escondía su pelotazo de scotch tras el botellín de Perrier cuando pasaba alguien por su lado, en una estrategia digna del avestruz: se veía a la legua que andaba en estado de molicie etílica. "Estoy aquí bebiéndome un trago en vuestro honor", decía al encontrarnos. "Todos los tragos desde los mesopotámicos son en honor de los poetas. Como decía Omar Khayam: Voy por el camino con mi botella y mi sombra. Afortunadamente, mi sombra no bebe".
Un día nos insistió en que le acompañáramos a una conferencia de Umbral, que según dijo le interesaba mucho. No pudimos disuadirle y finalmente accedimos. Pero el presentador no había terminado de presentar al ilustre charlista cuando ya Adriano estaba censurando el acto con unos sonoros ronquidos.
Pero quien piense que estas anécdotas hablan de un vulgar borrachín se equivocan. En sus pleamares de licor, Adriano lograba momentos de lucidez maravillosos, que me recordaban a cierto personaje de Billy Wilder. Por ejemplo, una noche de bares me propuso que miráramos a nuestro alrededor como si presenciáramos una pista de circo: "Mira esos trapecistas, la amazona y los enanos, el hombre de alambre, los leones..." Y sería porque yo estaba un poco cocido, pero me vi deslumbrado como un niño bajo aquella sugestión.
De su literatura hablarán sus libros: una prosa pura, robusta, profusamente rica. Los cuentos de El hombre que daba sed, su País portátil -premio Biblioteca Breve- o sus Crónicas del rayo y de la lluvia -que ábrió la colección Calembé- están entre los mejores títulos de esa fábrica de sueños que fue y es el boom latinoamericano. Cuando vino a Cádiz, le llevé todos estos títulos para que me los dedicara uno por uno. Cuando llegó al último, su gran novela Viejo, ya se le habían agotado todos los cumplidos y tenía la mano casi anestesiada, de modo que escribió: "Alejandro, no me jodas más que me vas a poner Viejo".
No volvimos a verle después de que cesara como agregado cultural en Madrid y regresara a su país. Pregunté a todos los venezolanos que fui encontrando durante estos años, pero nadie pudo darme pistas de él. Sabíamos que la vuelta a casa, como a Don Quijote, le devolvería quizá el orden y la cordura, pero le quitaría la vida.
Hoy Mané me ha contado que Adriano murió en la barra de un restaurante de Caracas. Dio un trago y sus ojos se cerraron. Descansa, querido Adriano. Llevo años sin probar el whisky, pero esta noche me bebo uno por ti. Con agua.

sábado, 12 de enero de 2008

La última noche de Ángel González

Tengo una foto en blanco y negro, con quince años de solera, junto a Ángel González en El Escorial. Él, recién llegado de Albuquerque, hojea el primer número de la revista Caleta, que acabámos de fletar, y yo aparezco como un pipiolo feliz retratándome junto a uno de mis ídolos. Por entonces estaba convencido de que formar parte de la poesía española era emborracharte con cada uno de sus popes vivos: José Agustín Goytisolo, Caballero Bonald, Quiñones, Paco Brines, Claudio Rodríguez y Pepe Hierro, que aunque mayor en edad, no iba a la zaga en lo que a gustos dionisíacos se refiere, esa querencia por la botella que dio a la Generación del 50 el ingenioso sobrenombre de Cosecha del 50.
De Ángel González aprendimos que era factible escribir del amor y de lo cotidiano desde la sencillez, que la poesía podía comprometerse con las grandes utopías como con las pequeñas cosas. Al asturiano le debemos muchas lecturas memorables, pero yo guardo en mi devocionario dos textos especiales. Uno es Dato biográfico, con el que me he reído a carcajadas. El otro es Me basta así, uno de los diez o doce mejores poemas amorosos del siglo XX español, con el que muchos hemos intentado ligar infinidad de veces: si no lo logramos fue por torpeza nuestra, no de los versos.
Vi por última vez a Ángel González en un recital en Sanlúcar. Estaba muy desmejorado, tal vez su escritura había perdido mucho pulso y frescura, pero conservaba el buen humor, la paciencia y la amabilidad sin tacha.
Pero prefiero recordarlo en la noche de El Escorial, no investido de la púrpura académica, sino triunfante en un sórdido karaoke, batiéndose en retirada después de emular dignamente a Nino Bravo o a Perales. Yo quería poder decir que me habían dado las claras del día con él, de modo que le espeté: "¡Ángel, no se vaya, la noche aún es joven!". Él me miró por encima de sus gafas y me replicó en tono condescendiente: "Hijo mío, la noche es muy vieja", y se marchó a su habitación. Eso hizo esta madrugada: irse a dormir después de una vida cantando muy bien.

viernes, 11 de enero de 2008

Los celos según Drieu La Rochelle

Anoche me dieron las tantas acabando el Journal d'un homme trompe de Pierre Drieu La Rochelle. Es la demostración palmaria de que Francia, además de pensar muy bien, ha sabido observar aún mejor. La paradoja simpática es que, en contra de lo que insinúa el título, en estas páginas no hay ningún hombre, ningún personaje engañado: ni les engañan ni se engañan. En todo caso son víctimas u objeto de la infidelidad, y más exactamente de los celos, ese veneno lento que mata más que las balas.
Aún me sorprende que haya gente que defienda los celos como prueba de amor. A mí me ha costado entender que, por muy humanas que sean sus pulsiones, sólo revelan nuestro lado más miserable: humano también, sin duda, pero demasiado pernicioso. Leyendo a Drieu invoqué a un sabio que una vez me confió: "La mayor parte de mi vida la he gastado preocupándome de que mi mujer me fuera fiel. El poco tiempo que me restaba lo invertí en escribir varios libros, patentar inventos, aprender lenguas, cruzar montañas, mares y desiertos, cultivar la amistad y críar a cuatro hijos. Me pregunto qué habría hecho de no sufrir estos malditos celos".
Nota.- Me ha entristecido saber que Drieu no murió envenenado por una amante despechado ni a manos de un marido ultrajado. Fue invitado a suicidarse antes de ser ejecutado por colaboración con los nazis. Un fin prosaico para alguien que aprendió mucho del amor, y de lo otro.

jueves, 10 de enero de 2008

La altura de Julio Diamante

Premios de la Cultura andaluza. No me quedé al almuerzo, sólo pasé a tomarme un vino y saludar. Mucha celebridad: Chano Lobato, Matilde Coral, El Loco de la Colina, Carmen Laffón, Antonio Pérez de Maestranza Films, Jacobo Cortines, Manolo Sanlúcar... Y sobresaliendo por entre el mar de cráneos ilustres y bandejas de jamón, la querida figura de Julio Diamante, su abrazo alegre. Me cuenta que ha logrado editar los recuerdos de la Guerra Civil que le dejó su padre, y que la Junta va a editar un pack con sus películas, ¡buena noticia!
Julio es uno de esos directores pioneros que casi tuvieron que inventarse el cine español, además de uno de los introductores del jazz en nuestro país, un escritor nada desdeñable y, sobre todo, un hombre sabio y bueno. Gracias a una tardía retrospectiva que le dedicaron en Cádiz, pude ver toda su filmografía. Y salvo una fallida Carmen, me parece que trabajos como Tiempo de amar, El arte de vivir o Los que no fuimos a la guerra, merecen un aplauso que, por los extraños motivos de siempre, se le niega. Pero Julio ha dejado mucho talento para la posteridad y, además, mide como dos metros: hasta confundido en una multitud de artistas se le ve.

miércoles, 9 de enero de 2008

Mesa y mantel con El Barrio

Comida de prensa con El Barrio. Nos conocemos desde hace mucho, muchas entrevistas que ya dan de comer a los cortapichas en las hemerotecas. "Tienen que ser como quinientas y pico", exagera Selu. "Esto ya parecen capítulos de Arrayán". Admiro mucho lo que el cantante gaditano ha construido: sin gozar de una voz excepcional, ni un físico irresistible, tiene arte y ha sabido crecer de forma natural: ahí radica buena parte de su éxito. Muy bien acompañado -su primo Dieguito, Selu, Juan Sáinz, Reina, Cecilio, Lolo el Pájaro...-, hoy El Barrio llena grandes aforos, vende mucho, en los foros de internet los fans se lo quieren comer. Sólo puedo reprocharle que de vez en cuando invoque a poetas que no ha leído, que no siente de verdad, sólo porque da lustre citarlos. La gracia de Selu no es libresca, sino espontánea, silvestre.
Me ha gustado encontrarlo cercano y distendido, muy centrado desde su paternidad -se le cae la baba hablando de su Beatriz- y con buenos golpes de humor. Iré a verlo el 2 de febrero en el Pabellón de Deportes, y disfrutaré con ese puñado de buenos músicos a los que he visto tocando en todos los boquetes imaginables y que ahora encienden a las masas.
Cuando nos hemos despedido con un abrazo, he recordado una anécdota de mi abuela, en gloria esté, que era experta en desbaratar mitos y aplicar curas de humildad. Un día llamó Selu a casa -otra entrevista, supongo-, y mi Yeya le dijo que yo no estaba. El cantante dejó su recado:
-Bueno, dígale por favor que ha llamado El Barrio.
-¿Pero tú de qué barrio eres, hijo?

Burroughs y los gatos

Los Reyes Magos, que están en todo -y, más que nada, por la difusión de la lectura- les han puesto a los gatos un libro, The cat inside, del poeta beatnik William S. Burroughs. Como niños caprichosos, los felinos no tardaron en desdeñar el volumen, y apenas se entretuvieron en jugar un rato destrozando el embalaje, de modo que me lo he tenido que leer yo. Pero, mientras estaba tumbado en el sofá, uno de ellos se ha encaramado sobre mí y ha pasado repetidas veces los dientes por los bordes de las páginas y el lomo, dejando un casi imperceptible rastro de saliva. Porque los gatos tienen su sentido de la posesión (como esos niños, también, que corren a reclamar sus juguetes abandonados cuando otro los coge), y el instito les permite marcar su biblioteca con estos húmedos, invisibles, peculiarísimos ex libris.

martes, 8 de enero de 2008

Una alfombra roja para Adeltef

En un relato mío, Memoria de Enzo G., hay un niño que instala un tenderete de sábanas en la azotea de su casa, algo así como una jaima, para protegerse del calor en las tórridas tardes sicilianas. Hacia el final de la historia, el narrador, ya adulto, se pregunta qué habrá sido de su amigo, al que perdió de vista hace mucho. Sospecha que podría haber tomado algún mal camino (a esa edad a todos nos tientan los malos caminos), pero prefiere imaginarlo como un gran cineasta, que gana premios y pisa con naturalidad las alfombras rojas de mil festivales.

Cuando escribí aquello de la jaima pensaba en Adeltef, un amigo del barrio ceutí de Hadú que, en efecto, construyó algo similar en su casa -ahí mismo, bajando la cuesta, junto a La Viña- para envidia de todos los niños en varias manzanas a la redonda. Soy un escritor escaso de imaginación, y mis personajes y situaciones son mosaicos que compongo con trozos de muy diversa extracción, una especie de Mr. Potato montado con piezas de aquí y allá, unidas mal que bien con el loctite de la prosa.

Pero a veces las piezas más rocambolescas encajan de un modo insólito, asombroso. Hoy, después de dos décadas sin saber de Adeltef ni de su hermano Rafe, he descubierto que mi amigo de la infancia es ahora el director Abdelatif Widar, y para más señas candidato al Goya al mejor corto de ficción. Antes de dejarme arrebatar por el síndrome de Paul Auster -ese infatigable pero fatigoso cazador de casualidades-, he corrido a bajarme Salvador (historia de un milagro cotidiano). Y afirmo que es una cinta excelente, de una enorme sutileza y de una poética intensa, sobre el fondo atroz del 11-M.

No he dudado en buscar el teléfono de la productora, me he hecho con su número y lo he llamado de inmediato. Mientras sonaba la señal, he temido que no se acordara de mí, que una voz demasiado ocupada me mandara al carajo. "¿Adeltef?" Después de reconocernos, creo que me ha caído encima toda la memoria medio diluída de aquellas vacaciones interminables, el mercado, el Morro, mis primeras curdas de feria, el Chorrillo y la Ribera, los partidos de baloncesto en el Masculino y la Normal, el cine de verano frente al cuartel de los picolos...
Quiero creer que, ante aquella modesta pantalla, empezó a germinar el futuro hombre de cine. Y que el niño que fui se sentiría orgulloso del niño Adeltef, aquel que montaba envidiables jaimas en su azotea y que hoy monta sueños de celuloide.

Quiñones por soleá

No hace falta ser especialmente mairenista, ni siquiera aficionado al flamenco, para disfrutar como cochino en charco de Antonio Mairena, su obra, su significado, una de las joyas con la marca de Fernando Quiñones más difíciles de encontrar. Quiso la suerte dejarme un ejemplar en buen estado en un anaquel de cierta librería de viejo gaditana, me lo llevé de un zarpazo y en un par de horas me lo he bebido con fruición. Qué soberano gustazo reencontrarse con la exuberante prosa del maestro, su humor elegante y sus -cómo no- oportunos guiños borgianos. Me ha encantado volver a oírlo, pues no puedo leer las cosas de Fernando sin traerme a la cabeza sus peculiares inflexiones y entonación -las mismas que, a poco que me descuide, se inmiscuyen de estrangis en mi propia escritura. En pocas palabras: que Quiñones, como se dice de los genios difuntos del flamenco, cada día canta mejor.
Nota.- Hace algo más de un año vieron la luz dos novelas póstumas suyas, Los ojos del tiempo y Culpable o El ala de la sombra, cuya lectura me emocionó mucho. Un personaje secundario de ésta última se llama Luque: sé que es una presunción estúpida, pero me gusta pensar que el maestro me tenía presente, si quiera en el fugaz instante de improvisar un nombre, mientras daba forma a estas narraciones admirables.

Vecchioni en Selinunte

Cantautor hondo y gustoso, el milanés Roberto Vecchioni tiene al parecer una obra literaria tan estimable como su discografía. Acabo de leer El librero de Selinunte, y lo he disfrutado: no para tirar cohetes, pero es un relato hermoso. Empieza como una fábula a lo Tornatore que no llega a rematar, diluida en referencias literarias y cinematográficas demasiado evidentes, pero con un sugestivo poso de encanto. Paso, en fin, de aguarle la lectura a nadie: juzguen ustedes mismos.
La única puntualización que creo importante se refiere a la ubicación: los protagonistas no pueden vivir, como afirman, en Selinunte, que es una formidable acrópolis griega al sur de Sicilia, sino -por lo que alcanzo a entrever gracias a algunas sutiles pistas- en Castelvetrano, muy cerca de allí. Claro que titular la novela El librero de Castelvetrano habría tenido, supongo, mucho menos gancho comercial.
Quizá no tenga demasiada importancia, pero es curioso que uno invoque el prestigio de ciertos lugares (o libros, o discos, o personas) y, al mismo tiempo, sin saberlo, los esté prestigiando. Me gusta la expresión "darle su sitio" a algo o a alguien. Lo contrario es cimentar, blindar la fama de ciertos lugares -o libros, discos, personas- entre la gente, el mercado, los medios de comunicación: hablando de Selinunte donde habría que decir Castelvetrano.

lunes, 7 de enero de 2008

La nariz de Marlon Brando

Durante un rodaje, Truman Capote visita a Marlon Brando en su cuarto de hotel para hacerle una entrevista. Entre otras cosas -gran enredador era Capote- quiere saber cómo se rompió la nariz el astro de Hollywood. Éste responde: "Recuerdo un mes de abril en Sicilia. Un día de calor, con flores por todas partes. Me gustan las flores, las que tienen aroma. Las gardenias. Bueno, el caso es que estábamos en abril y me hallaba en Sicilia, así que me fui a dar una vuelta, yo solo. Me tumbé en un campo lleno de flores. Me dormí. Eso me hizo feliz. Fui feliz entonces".
¿Por qué esa excursión por los cerros de Úbeda, o en este caso por los cerros de Caltanisetta? Los políticos suelen desentenderse de las preguntas, ciertos artistas muy alcoholizados también, pero ¿qué tienen que ver la nariz de Marlon Brando con aquella siesta bucólica?
Capote describe la situación como un desvarío del actor. No supo relacionar el tabique astillado de Marlon Brando con su memoria olfativa: la melancolía de no volver a disfrutar en plenitud de la frangancia de los campos sicilianos, de aquel lecho primaveral en el que una vez fue dichoso.
Nota.- Al viejo D.H. Lawrence -con sus suntuosos Ciclámenes sicilianos- también debió de entrarle por la pituitaria la isla mediterránea, si no la Antigua Grecia toda.

Eva Díaz Pérez ya es Nadal

Conocí a Eva Díaz Pérez en un remoto FIT de Cádiz, quién se acuerda ya de cuándo. Luego nos hemos seguido viendo a cada nueva edición del Premio de la Crítica Andaluza -ella en el tribunal de narrativa, yo en el de poesía-, y una vez me hube instalado en Sevilla coincidimos a menudo en ruedas de prensa y entrevistas. Una vez, en Madrid, aprovechó una hora libre que nos concedían a los periodistas para visitar una exposición sobre las misiones pedagógicas, y regresó al rato acarreando el corpulento catálogo de la muestra. Nada raro en ella, curiosa insaciable de esa época y en general de la Historia de España, pero sin decir nada todos los presentes sospechamos que Eva estaba urdiendo una novela, y que el AVE de vuelta vendría cargado de documentación valiosa para tal propósito. No andábamos descaminados. Esta noche, aquel proyecto es ya una realidad bendecida como finalista del Nadal. Te toca, Evita, ponerte del otro lado de los micrófonos. Sólo lamento no estar en Barcelona celebrando la noticia con nuestro común José María Bernáldez, pero desde este número nueve, calle de la Amargura, levanto mi taza de té turco hidrosoluble Aladdin para decirte enhorabuena y salud, Eva, salud y República.

domingo, 6 de enero de 2008

Las arañas ubicuas de Bourgeois

En apenas veinticuatro horas, he visto dos fotografías de las arañas de Louise Bourgeois en sendos periódicos nacionales: unas junto a la Tate Modern, otras frente al Leeum. Suficientemente grandes para ser monumentos, suficientemente portátiles para ser objeto de exposiciones temporales, son un ejemplo perfecto de esa idea de arte en espacios públicos (y para todos los públicos) que garantiza el éxito: entre los generales a caballo y los armatostes sin pies ni cabeza, los transeúntes enloquecen con figuraciones que no necesiten demasiadas explicaciones y queden bien en la foto. La Plaza Nueva y la Alameda de Sevilla han ensayado modestas experiencias similares con una respuesta espectacular.

Lo que sucede es que me cuesta relacionar esas arañas con Londres y Seúl. Yo me he encontrado con los arácnidos en cuestión dos veces, una en La Habana en 2005, junto al Parque Central, y otra en Tokio, el año pasado, a la salida del Roppongi Hill. Verlas ahora en la capital británica me produce una sensación similar a descubrir la torre Eiffel en El Cairo o la torre inclinada en Nueva York. Tal vez la ubicuidad sea un atributo de la obra de artistas como Bourgeois. Pero cabe recordar que las cosas -y las personas- no son ubicuas porque estén en todas partes, sino porque están allí donde vamos.

La Shica puede ser grande

El Festival Actual de Logroño incluye en su cartel a La Shica, anunciada -con la grandilocuencia característica de esa prensa que hoy te lanza al estrellato y mañana a la basura- como un cruce entre Lola Flores y Björk. Identifico en la sonrisa que acompaña al texto a Elsa: casi la estoy viendo veinte años atrás, en el real de la Feria de Ceuta, o al borde de la piscina del Club Natación Caballa. Mucho tiempo después nos encontramos en Madrid, en la tórrida noche de Candela, nos reconocimos, hicimos entre copa y copa resumen de lo publicado: ella peleaba como bailaora en un tablao, yo hacía mis primeras armas en un periódico. Recuerdo con gratitud que al día siguiente me invitó a un café en un piso coqueto que compartía por Lavapiés o Antón Martín. Creo que no volvimos a vernos, pero me quedó un recuerdo amable de esa medio paisana, pura y temperamental.
Ahora Elsa es La Shica. Ha cambiado su bonito pelo zahíno por el cráneo al uno, la punta y tacón por los micros. Los periodistas enfatizan su acento andaluz, ese enojoso ole-que-arsa-y-toma que tanto gusta de Despeñaperros para arriba. He escuchado su música y no, no es el torrente de La Faraona ni la turbadora espiritualidad de Björk. Demasiado pendiente del mercado buenrrollista, temo que al producto le falte la verdad y el arte de la persona que yo conocí. Le deseo lo mejor, pero sobre todo que no se deje hipnotizar por las mentiras de oro de la industria. Y que los aires salutíferos del Estrecho soplen a su favor.

Una fotografía de García Casado

No recuerdo si nos hemos visto alguna vez, en algún tinglado de jóvenes poetas. Habremos hablado por teléfono en dos o tres ocasiones. En Caleta publicamos, hace ya mucho, un par de poemas suyos. Pero lo cierto es que Pablo García Casado es de los pocos muñidores de versos de mi quinta que de veras me gustan, junto a José Luis Rey, Yolanda Castaño, Andrés Neuman y pocos más. Su último libro, Dinero, ha sido espléndidamente recibido, y con justicia. Podría venderse como un buen conjunto de microrrelatos, de no ser por el oído musical que acompaña a todas sus piezas, y por ese sugerir más que decir, y por ese modo de abordar la cotidianidad más prosaica desde la sensibilidad del verso. Llámalo como quieras, pero llámalo literatura. Buena literatura.
Ayer, maquetada la entrevista que le hice en Navidades y a punto de enviar a imprenta, no teníamos en el periódico ninguna foto suya decente. Lo llamé para que me enviara alguna con suficientes píxels, y no tardé en recibirla. García Casado no áparecía vestido de dandy ni posando en las escaleras de ningún ateneo, sino en mangas de camiseta, ante una especie de solar. Le hacía ilusión, me dijo, salir retratado en su barrio de adopción, Sevilla Este. Y sé que no es figureteo. Cuando la crítica alaba un libro, el poeta tiene que volver al barrio, ése que le inspira y en el que respira, donde los vecinos nunca te leerán, pero igual les hará gracia reconocerte -a ti, el de la cola del pan, con el que coinciden al tirar la basura- abriendo página en los papeles.

sábado, 5 de enero de 2008

Premios, para qué os quiero (y II)

No cierro este capítulo sin subrayar otra idea quiñonera: que un premio sólo cumple su función cuando la obra galardonada vale la pena. El resto son jurdós que se van sin sentir, fajitas que se rompen con sólo mirarlas y cuatro reseñas cagonas. Y me preocupa que se ponga más el acento en las prácticas sospechosas de los certámenes que en la calidad de las obras. De modo que propongo, para ese eventual Código de Buenas Prácticas, un compromiso firme por parte de todos los escritores, escribidores y amanuenses de nuestra vieja España: No me aliviaré una línea. No escribiré aprisa para cumplir los plazos de un premio. No entregaré nada que no me convenza, para empezar, a mí mismo. Me dolerá siempre la cabeza de golpearme con el techo de mi propio talento. No diré nada que no sea más bello que el silencio.
Basta hablar con cualquiera que esté en el negocio para constatar la triste verdad: hay muchos más sellos y premios que buenos libros. Las novelas de calidad, por cierto, son las que más escasean. Incluso he llegado a saber de cierto editor que, en la víspera de un fallo, llegó a exclamar indignado: "¿Y quién dice que haya que darle el premio a un buen libro?"

Premios, para qué os quiero

"Si ganas, no es para ponerse tonto, y si pierdes, no es para disgustarse". Uno, que sin ser muy concursero tiene dos o tres premios y ha oficiado como jurado en unos pocos, trata de observar a rajatabla esta idea deportiva de los certámenes literarios patentada por el maestro Fernando Quiñones. Vuelvo sobre ella ante el inminente fallo del Nadal, pero también a propósito de unos concursantes del premio Viaje al Parnaso, que al parecer han detectado irregularidades en el fallo que reconoció a Luis Antonio de Villena como ganador. Me parece muy bien, que impugnen si procede. Por lo visto, incluso quieren elevar al Ministro de Cultura la petición de aplicar un Código de Buenas Prácticas a estas controvertidas convocatorias, así caiga el Planeta, con el objeto de exterminar todo rastro de amiguismo y corrupción. Que la fuerza les acompañe y Changó guíe sus pasos, siempre que se cuiden de caer en aquello que Max Estrella le dijo al Ministro: "Conste que he venido a pedir un desagravio para mi dignidad y un castigo para unos canallas. Conste que no alcanzo ninguna de las dos cosas y que me das dinero y que lo acepto porque soy un canalla".

viernes, 4 de enero de 2008

El Nadal de Felipe

Con mi billete electrónico en el bolsillo, proa a Barcelona para cubrir el fallo del premio Nadal, finalmente me quedo en casita. Cosas mías. Pero he recordado que, el año pasado por estas fechas, tal día como mañana, estaba yo fatigando el teléfono para entrevistar a Felipe Benítez Reyes con motivo de su poemario La misma luna. No fue posible dar con él en toda la tarde, le dejé un par de mensajes en el buzón del móvil, hasta que, al final de la jornada, los teletipos emitieron la noticia: al roteño le había caído el Nadal. Meses más tarde, Felipe me contó entre risas que había escuchado mis recados, pero estaba tan envuelto en el maelstrom del premio que pensó: "Si tú supieras...". Noticia llama a noticia, pero, ¿a quién llamo yo el domingo?
Nota.- Por cierto, a la novela premiada, Mercado de espejismos, le dieron flojo y fuerte en los principales suplementos nacionales. Curioso contagio entre los conspicuos críticos españoles, casi tan extraño como sus aplausos unánimes.

jueves, 3 de enero de 2008

Capote en Tiffany's

No sé si en calidad de escritor, de periodista o de ornitorrinco, el taller de la Casa del Libro me ha invitado a hablar sobre A sangre fría, la non-fiction novel de Truman Capote. Con ese pretexto, he querido releer con la mayor saña crítica las 400 páginas largas de una edición de bolsillo, y he vuelto a caer de rodillas ante la formidable capacidad de narrar del tipo, perdonándole por supuesto todas sus triquiñuelas y trampucherías, que las hay.
Tan picado estaba que me he atrevido por fin a meterle mano a un manojito de cuentos suyos y a Desayuno en Tiffany's, de la que sólo conocía la versión para el cine de Blake Edwards, con una esplendente Audrey Hepburn compartiendo reparto con el señor que hacía de Aníbal en El Equipo A.
Pero a diferencia de la película, que concluye con un más o menos happy end, en la novela el narrador que suspiraba por la bella y descerebrada Holly acaba sin comerse un rosco. Lo que parecía un relato más o menos frivolón desemboca en una de las preguntas más serias y trascendentes de la filosofía práctica, que no es quién soy, ni de dónde vengo,ni adónde voy, sino: ¿por qué no yo?
A bote pronto, se me ocurre otro título afín, Rosario Tijeras, lo mejor que ha escrito a día de hoy el colombiano Jorge Franco. La protagonista del relato es una femme-fatale muy distinta a la Holly de Capote, pero la desazón de fondo es la misma: ¿por qué llamarlo amistad cuando quiero decir eso?
Nota.- Estuve en el estreno en Sevilla de la versión cinematográfica de Rosario Tijeras. Pocas veces he visto a los compañeros tan nerviosos como ante la turbadora, magnética belleza de la protagonista, Flora Martínez. Lo que me decepcionó fue el papel de Unax Ugalde, que se esforzó notablemente en emular el acento paisa, pero se olvidó de encarnar ese drama universal, intemporal, desolador: ¿Por qué no yo?

miércoles, 2 de enero de 2008

Suicide solution

Mi querido Pisco Lira, que regenta esa sevillana casa del arte conocida como La Carbonería, me proporciona un ejemplar de la revista Vacaciones en Polonia, dedicada a Suicidios y Literatura. Tanto los contenidos como el diseño son espléndidos, especialmente el fichero en el que reúnen a todos los escritores suicidas que han podido censar: nada menos que 355, de la A de Acuña a la Z de Zweig. Podrían haber sido muchos más, pues no se incluyen los suicidas tímidos. Por ejemplo, los que se hicieron matar a punta de botella, como Alfonso Grosso, o los que emprendieron acciones bélicas que consistían en buscar la bala con el pecho, como José Martí.
Luego están los suicidas en grado de tentativa estética. Los primeros que me vienen a la mente son Blackie Lawless y Steve Riley, cantante y batería de WASP, que en un video-clip se apuntaban a la sien con un revólver. Este gesto lo he visto luego en un montón de gente, desde el colombiano Efraín Medina Reyes a un columnista del diario Público, si bien éste último se limita a apuntarse con un dedo. A todos les encantaría salir en Vacaciones en Polonia, pero por si acaso toman la precaución de poner el seguro del arma y vaciar previamente el cargador. O de cortarse la uña del dedo índice, no salgan heridos por una tontería.

Las tetas secas del paraíso

La televisión anuncia la serie Sin tetas no hay paraíso, basada, supongo, en la novela del colombiano Gustavo Bolívar Moreno. Compré una edición pirata en Medellín -donde florece un próspero top manta literario- y me la leí de dos tirones. Dejando aparte los defectos más evidentes (esas faltas de ortografía y esos crímenes de lesa sintaxis que harían sonrojar incluso a Andy & Lucas), la obra es un desastre del derecho y del revés. Un culebrón en el más peyorativo sentido del término, con situaciones que el autor deja en suspenso a modo de eslabones de una cadena de lo más cansina, buenas raciones de sexo, drama adolescente, crimen y moraleja. Todo ello articulado con diálogos inverosímiles y personajes sin el menor relieve, hasta agotar la teta imaginativa de Bolívar Moreno y la paciencia del santo Job.

En resumen, no le falta un detalle para ser un éxito de masas. En España, apuesto lo que queráis, va a arrasar. Con lo que gusta aquí un escote.

Nota.- Conmigo que no cuenten para el share. No en mi nombre. Yo me quedé en Betty, la Fea. Ésa si era una fábula estimulante. Incluso entrevisté para El País a una chica de Chiclana que cantaba la banda sonora. Pero tuvieron que estropearlo todo volviendo guapa a la protagonista.

Suspenso en cubanía

Unos cuantos viajes a la isla, muchas lecturas, unas cuantas películas y discos me habían permitido hasta ahora la jactancia de creerme un pequeño experto en Cuba. Esta presunción ha quedado severamente desmentida después de recibir un correo de mi compadre Pepe Pérez Olivares, que viene a ser una especie de implacable test de cubanía. A través de una serie de 69 preguntas -¿A qué hora mataron a Lola? ¿Qué le paso a Chacumbele? ¿Qué le pasa al niño que no llora? Aé, aé, aé... ¿qué cosa? ¿Qué quiere el bobo de la yuca? ¿A qué se le da la patada?, Si voy al Cobre, ¿qué quieres que te traiga?- uno puede comprabar si es cubano de buena cepa o un gallego comemierda que se cree Hemingway (sin sospechar que el viejo león vivió allí sin entender nada). Yo no he acertado ni 15: deshonrosa derrota.
Me he acordado de un test similar que planteé a Ilya, en este caso sobre la gaditanía. Las preguntas eran similares -¿Ese Cadi...? ¿Esto es Cadi...? ¿Cómo es la letra del Vaporcito? ¿Cuando contemplo mi barca...? ¿Aquellos duros antiguos...? ¿Me han dicho que el amarillo...?- y también lo fue el resultado, por cierto desastroso. La conclusión es que el mero hecho de nacer y criarnos en un lugar nos suministra una vastísima información, nada asequible al forastero. Algunas cosas son inútiles, otras maravillosas, pero todas resultan envidiables para quien quiere ser, al menos, un digno hijo adoptivo.

martes, 1 de enero de 2008

Boyne tras las alambradas

Contraviniendo mi norma de esperar cien años antes de leerme cualquier best-seller, por aquello de juzgarlos con la debida distancia, me embarqué en las páginas de El niño del pijama de rayas, de John Boyne, del que ahora todo el mundo habla. Quién me mandaría. El libro es un cúmulo de lugares comunes archimasticados, sencillo en la forma, simple en el fondo, que toma un poquito de Ana Frank, otro poquito de Roberto Benigni y unas gotas de Spielberg, y con eso construye una historia sensiblera y efectista a más no poder. La cosa no tendría mayor peligro si no fuera por lo que subyace bajo la narración: ese modo de infantilizar al lector, de decirle que él también puede ser ese niño, absolutamente inocente de cuanto pasa a su alrededor; de que el mundo es algo incomprensible en el que un puñado de locos pueden encerrarnos, de un día para otro, en un cuarto sin ventanas y abrir la espita del gas. Para qué leer a Sebald, a Haffner. Por si cupiera alguna duda, siento la mayor repugnancia por todo lo que el nazismo supuso y supone para Alemania y para el resto del mundo. Pero lamento que Boyne y su chico no nos ayuden demasiado a conocer al enemigo.
Nota.- Por falta de tiempo, pero también de ganas, no fui a conocer Auschwitz, o sea, el parque temático del horror que han levantado allí. Me quedé en Czestochowa, contemplando el dolor inefable de los cristos de Duda-Gracz.

Año nuevo con Pasolini

Recuerdo el primer día 1 que tuve que trabajar: era en el Cádiz Información, y la calle Ancha de Cádiz parecía una lengua de tristeza lamiéndome las suelas de los zapatos. Ahora casi me gusta la idea de abrigarme y salir en busca del C2 que tiene que llevarme a la Cartuja. Llevo bajo el brazo Larga carretera de arena, una serie de reportajes por la costa italiana que escribió Pier Paolo Pasolini a finales de los años 50. Algunos pasajes son bellísimos. Mi favorito, claro, es el que habla de Sicilia:
"No sé entonces explicar en qué consiste su encanto, tendría que vivir años aquí... Ahondando, conociendo mejor -no sólo con los ojos, con el olfato-, las razones de un amor tan espontáneo deben resultar bien verdaderas y profundas".
El cine de Pasolini me agrede, pero en su poesía -Las cenizas de Gramsci- me siento a gusto. "Es necesario ser locos para ser claros", dice uno de sus versos. "Pero como yo poseo la historia/ la historia me posee a mí; por ella/ me siento iluminado, pero ¿para qué sirve/ la luz?"
Nota.- En su película Caro Diario, Nani Moretti pasea en vespa por el lugar donde Pasolini -marxista, católico y homosexual- fue asesinado. Me estremecen, y entristecen, esas imágenes. No es nada, sólo una vuelta en moto, no hay texto en esa escena, apenas una ligera música de fondo y un silencio clamoroso, todo bañado con la luz inútil de la historia.