domingo, 28 de junio de 2009

Vida de estudiante

Fin de semana en Granada, para tocar con Juanlu Pineda. Me gusta la ciudad, donde no hay chica que no sea bella ni esquina que no tenga su aquel. Lo mismo pensé la primera vez que vine por mi cuenta, hace casi veinte años. Era un invierno helado y me apalanqué en el piso de unos medio amigachos gaditanos que tenían a sus padres engañados haciéndoles creer que cursaban carrera con algún provecho, cuando en realidad pasaban sus días entregados al mundo estupefaciente y al pequeño tráfico de grifa. En el colchón que me tiraron en el suelo fui feliz jugando a residir, yo también, en un piso de estudiantes, una fantasía que me acompañó regularmente durante años, pero que nunca llegué a cumplir. De aquella visita se desprendió un poema muy malo del que sólo retengo el final: "entre los arrayanes y los calcetines,/ el efluvio dulzón de la marihuana incandescente..."
Ahora vuelvo en fechas más calurosas, en este preludio del verano en el que la ciudad despide a su población universitaria. De noche, Pedro Antonio de Alarcón acusa el descenso demográfico acogiendo a ralos grupetes de borrachines, mientras que de día las calles son un trasiego continuo de chicos y chicas con maletas en pos de sus coches, autobuses, trenes. Nuestra anfitriona, nuestra joven y querida Violeta Sánchez, traductora en cierne, también vive en un piso de estudiantes, muy cerca de la altiva plaza de toros, y se ha quedado en Granada sólo para vernos actuar. Otros amigos, como Andrés Neuman -que mañana mismo emprende la gira americana de su premio Alfaguara- o Juan Luis Tapia -que está por irse a Grecia- piden disculpas por su ausencia.
Juanlu y yo tomamos posesión del salón y nos disponemos a darle una vuelta rutinaria al repertorio. Mientras se afina la guitarra, contemplo los monumentos al kitsch que cuelgan de las paredes, los armarios de estilo provenzal, las cajas con libros y cedés, la accidental vecindad de una botella de vino francés sin abrir con otra, medio vacía, de Beefeater. Es el paisaje después de la batalla, o de la fiesta -la breve fiesta de la inconsciencia, de la dichosa juventud-, o de ambas cosas a la vez. Un espacio como todos los que visitaba en tiempos, con ocasión de un guateque o de un romance inesperado de madrugada. Nunca es fácil hacer un hogar de estos lugares. Pero un hogar tendría que estudiar mucho para convertirse en uno de estos genuinos, legendarios pisos de estudiantes.

De Maribel a Martirio

Entrevisto a Martirio con motivo de su hermoso disco en directo, el recién aparecido 25 años: los que lleva haciendo grandes canciones con peineta y gafas de sol. Camino del periódico he recordado el disco de Jarcha que mi padre tenía en casa, Libertad sin ira, en formato de lujo y con aquel sol naciente brillando en la cubierta. Ahí militaba de jovencita esta Maribel Quiñones que ahora se permite el lujo de llevar como guitarrista -sobresaliente, por cierto- a su propio hijo, el muy bien criado Raúl Rodríguez.
Confieso que las primeras escuchas del proyecto Martirio, Estoy mala y demás, me dejaron bastante indiferente. La caracterización y el histrionismo, que tenían como objeto llamar la atención, a mí me alejaban por el contrario de la música. Tuvo que ser con la salida a la luz del Pensión Triana de Javier Ruibal, donde Maribel hacía unos coros impresionantes junto a Gema Corredera, cuando empecé a tomármela en serio como intérprete. Luego vinieron otros discos más evolucionados, colaboraciones con gente como Compay Segundo, y sobre todo los trabajos con Chano Domínguez, uno de los esfuerzos más serios y más lindos de dignificar la copla de cuantos se han hecho en España, con permiso de Vázquez Montalbán, que sabía de esto.
Ahora, como la única vez en que copeamos junto a Héctor Márquez y otros amigos en la Alameda gaditana, hace mucho, me sigue asombrando la belleza de los ojos de Maribel, no sé si de un color dorado o ambarino, siempre ocultos tras esas lentes ahumadas, no tanto para aliviarse del sol como para proteger al prójimo de una hipnosis segura.
De lo que no se puede escapar tan fácilmente es del encanto de su música. En este momento en que el rollo coplero vive un auge espectacular, por fin despojado de todos sus sambenitos y reminiscencias fachoides, pocos repertorios encontrarán el fan advenedizo o el veterano aficionado tan bien aliñados y puestos en escena como el de Martirio. Y que sean 25 años más de olés.

miércoles, 24 de junio de 2009

M'Sur y Estado Crítico, ciberparto doble

La semana pasada se produjeron en las aguas amnióticas de internet dos partos que para mí suponen dos modestos acontecimientos. El primero ha tenido una larguísima gestación, desde que Ilya U. Topper y un servidor, comentando noticias de la segunda Guerra de Irak, llegamos a la conclusión de que estábamos hartos de la visión del mundo que nos estaban vendiendo, de la falaz e interesada partición Norte-Sur, Oriente-Occidente, Cruz-Media luna, Civilización-Barbarie. Que ya era hora de regresar al Mediterráneo como la cuna común de la cultura, a la tierra del aceite y del vino. Que ya era hora de conocer un poco mejor y transmitir lo que aprendiéramos desde nuestro oficio. Con esas ambiciones, y muy poquitos medios, fletamos Mediterráneo Sur (M'Sur), cuya versión provisional ya está colgada en la red, en http://www.mediterraneosur.es/ con Israel y Palestina como primer foco. Mi primera satisfacción es el nivelazo general de los colaboradores, tanto de redacción (Aranzadi, Liman, Rengel) como de foteros (Trillo, Marchante...). Ojalá dure, ayude a cambiar miradas y dé muchas alegrías.
Lo mismo puedo decir de Estado Crítico, que nació de una reunión de amigos en torno a las fotografías de Antonio Acedo, y que fue tomando forma hasta su cristalización en pantalla. Un blog, http://criticoestado.blogspot.com/, que pretende lanzar una reseña diaria -como hacen los compañeros de La Tormenta en un Vaso con enorme calidad desde hace ya unos años- desde la libertad de opinión, la independencia y la mirada personal que cada uno pueda aportar: Jabo Pizarroso, Dani Ruiz, Jesús Cotta, Juan Carlos Sierra, Javier Mije, Manolín Haro, el propio Acedo, Ilya U. Topper, Joaquín Blanes, Luis Manuel Ruiz y un servidor nos hemos conjurado para hablar mal y bien de los libros que vayan cayendo en nuestras manos.
Sé que estos empeños no son tan difíciles de fletar como de mantener en el tiempo sin bajar el listón. De momento estamos ahí, sentados con los pies colgando en nuestro nicho de la Biblioteca de Babel, disfrutando de la complicidad y la bibliofagia con toda fruición. Y usted que nos lea.

martes, 23 de junio de 2009

Reencuentro con Juan Farina

Chiclana, tarde del sábado. La Fundación Quiñones me ha invitado a participar en un homenaje a Juan Farina, el bailaor al que dediqué un libro hace casi diez años, Que me quiten lo bailao. Vida y arte de Juan Farina. He vuelto sobre esas páginas y me cuesta reconocerme en esa prosa un poco espesa de puro acomplejada, atrapada por ese miedo del principiante del que hablaba Borges, que les empuja a menudo a un gratuito barroquismo. Sí me gusta el modo en que los datos y las anécdotas, la vida y la literatura, se funden en el relato, y el cariño evidente por un personaje al que apenas conocí, ese gitano al que Quiñones me presentó una noche en un bar de La Viña, sin que ni unos ni otros sospecháramos que una biografía de encargo iba a reunirnos tiempo después.
El hombre que me ofreció el trabajo, el bueno de Dionisio Montero, es ahora una estatua de bronce a las puertas del Teatro Moderno, ¡extraño reencuentro! Me habían asegurado que sería una faena de aliño, que la familia tenía todo el material y había sólo que darle forma, hasta que Dionisio me tendio aquella carpetilla con media docena de fotos casi desvaídas, unos amarillentos recortes de periódico y un cuaderno manuscrito de cuatro páginas, en las que el propio Farina había intentado escribir sus memorias de su puño y letra, con una caligrafía casi infantil.
A Farina no le hacía falta escribir, porque él mismo era literatura ambulante. Personaje de varias novelas, pero sobre todo de dos -El coro a dos voces, de Quiñones, y Marea escorada, de Berenguer, recién reeditada-, de él me hablaron con admiración Félix Grande, Carmiña Martín Gaite, Manolo Ríos Ruiz. Llegó a bailar para Cocteau. Solía decir que lo suyo era "andar cojo y bailar sano", y cuando Pemán le recomendó un cirujano para arreglarle la cadera, hizo cuernos y replicó: "¿Y si luego me se olvida el baile?"
Mucho más extraordinario es que los flamencos hablen bien los unos de los otros, y a mí me pusieron a Farina por las nubes Chano Lobato, El Chato de la Isla, Pepe Menese o Sara Baras, cuyo talento destacó el chiclanero antes que nadie. Todo esto tenía que haberlo contado el sábado en Chiclana, pero en el patio de butacas estaba su viuda, Josefa, y sus diez hijos con un innumerable batallón de nietos, de modo que opté por buscar una grabación, unas imágenes en las que aparece Farina haciendo su célebre baile del picador, y la proyectamos en pantalla grande, para que los más pequeños del clan vieran al abuelo en tamaño natural, como él era: grande.

domingo, 21 de junio de 2009

Ana Rossetti, poeta-poeta

Jueves pasado, Coria del Río, mi primera visita al Museo de la Autonomía, que dirige con toda dignidad y notables resultados mi querida Coral Márquez. Participo en un breve coloquio con Elena Medel y Ana Rossetti. A Elena la veo a cada rato -de hecho, vengo de editar una columna suya en mi periódico-, pero con Ana hacía mucho que no me encontraba. Y puesto que el tema a debatir es la memoria, me dispongo a recordar algunas cosas sobre ella.
Nacida en San Fernando, la primera gesta de la Rossetti fue marcharse a Madrid -no al de ahora, sino al bronco y áspero de los primeros ochenta-, establecerse allí y vivir para contarlo. Se empadronó en Malasaña, que tampoco era el barrio que es ahora, fue vecina de Juan Madrid y por su ventana se colaban los neones del teatro Maravillas. Irrumpió en el panorama poético como un ciclón, primero porque, sin ser la más guapa del mundo, las Diosas Blancas de la España de entonces eran Carmen Conde, Gloria Fuertes, Pilar Paz Pasamar o María Victoria Atencia, y en la comparación Ana prendía chiribitas en los ojos del casposo establishment cultureta de la época. Pero es que, además, aquella gaditana isleña era capaz de dedicar poemas, por ejemplo, a los gayumbos de Calvin Klein, entreverado de mitos griegos y citas culturalistas, y las fantasías del lector reprimido se disparaban.
Más que Luis Antonio de Villena, yo diría que la gran poeta de la movida fue Ana Rossetti, por transgresora y adelantada a su tiempo, por chic y por libérrima. No tuvo prisa y sacó a la luz su primer libro con 30 años, y desde entonces se ha dosificado sin permitirse demasiadas vacaciones, publicando cada tres o cuatro años.
Mujer vehemente, puedes ser temible para la prensa, pues la he visto entablar discusiones encendidas en el aire con locutores de radio o con moderadores de mesas redondas: no se corta y no hay quien la pare. Pero con la misma fuerza aflora su lado tierno, irresistiblemente cariñoso. Una vez recibí el grato y bien pagado encargo de acompañar durante un verano a cuatro poetas -Antonio Hernández, mi llorado Rafael Soto Vergés, Fito Cózar y Ana Rossetti- en una turné por la Sierra de Cádiz, y tengo en la memoria muchas tardes hermosas, atravesando los pinsapares de Grazalema, alcanzando Setenil o subiendo a Zahara, enfrentándonos a públicos adversos ("Esto es como Canciones para después de la guerra", me susurró más de una vez el Noni) y descubriendo tesoros gastronómicos. Ahí empecé a querer a Ana, y hasta hoy.
A su hija Ruth, mito televisivo de nuestra infancia y hoy actriz consagrada, le publicamos sus primeros poemas en la revista Caleta, y puedo asegurar que es digna heredera de muchas virtudes de su madre. Lo que sucede es que Ana -y me lo conforma la lectura de su último poemario, el intenso y metaliterario Llenar tu nombre-, nos es como la mayoría, o sea, periodista y poeta, profesor y poeta, dramaturgo y poeta... Aunque ha hecho muchas cosas y todas con gran exigencia, para ella debería inventar Hacienda un epígrafe que me consta no existe: el de poeta-poeta.

miércoles, 17 de junio de 2009

En la Córdoba de Falcones

Debo confesarlo: me encanta Ildefonso Falcones. No me refiero a sus libros, me encanta él. Aún no había vendido tanto como vendió cuando lo entrevisté por primera vez: llevaba tras su pista algún tiempo y fui a encontrármelo fumando a salvo de una ruidosa cena del premio Torrevieja. Allí mismo saqué papel y boli y le robé cinco o seis preguntas. Luego, de alta madrugada, me encantó verle llenar y vaciar su copa de champán y mover el esqueleto con todo el desparpajo del mundo en la sala Pachá. Recuerdo que incluso apareció caricaturizado así en un suplemento, chisposo y guatequero. Ahí había un hombre de fiesta, ahí estaba el escritor más feliz de la concurrida reunión: el único sin ego, o con el ego satisfecho.
Abogado de profesión, Falcones empezó a darle a la pluma sin tomarse a sí mismo demasiado en serio. Venía, al parecer, de ser una promesa del salto hípico, donde aprendió a distinguir las razas de caballos, pero también trabajó en un bingo, donde aprendió más aún de la raza humana. Pasó cinco años emulando a Ken Follet para escribir La catedral del mar, y dos más le costó buscarle novia editorial. Cuando le pregunté, con todo el respeto, si eran ciertas esas informaciones que aseguraban que la editorial había hecho y deshecho a su antojo con su obra, se encogió de hombros y sonrió: "¿Quién soy yo para no hacer caso de los que saben?". Ahí me ganó.
Desde aquello han pasado (por caja) cuatro millones de ejemplares, cifra suficiente para volver majareta a cualquiera. Creo que si Falcones ha conservado la cordura se debe en parte a no haber abandonado su bufete, sus clientes, sus ceremonias rutinarias, como el último asidero a la realidad. La gloria del best-seller le ha pillado con suficiente juventud como para pasárselo pipa con todo lo que le está pasando, y suficiente madurez como para no perder los papeles.
La semana pasada me desplacé a una caldeada Córdoba para la presentación de La mano de Fátima, el nuevo novelón de Falcones. Creo que él mismo está resignado a no saber escribir bien jamás, pero es evidente que su caballo corre por otra calle. Algo parecido a que cuatro millones de personas se pusieran de acuerdo para decirme que canto genial y que quieren un disco mío. Vi al barcelonés fumar, responder a las entrevistas, disfrutar con todo el circo mediático que desplegamos a su alrededor, y pensé qué mezcla de incredulidad, pasmo e hilaridad debe estar desatándose para sus adentros. De momento, parecía decirnos Falcones, disfrutemos: yo el primero.

Luces de San José del Valle

De las muchas definiciones de cantautor que existen, me quedo con la de Augusto Blanca. Para este entrañable artista cubano, un cantautor no es necesariamente quien escribe y canta sus propias canciones, ni quien haga una música más o menos comprometida. Un cantautor es aquel que puede, sin perder su esencia, reducir su arte al mínimo común de la voz y la guitarra. Luego, esas dos coordenadas pueden aliñarse con un cuarteto de jazz, un dj o una sinfónica, pero en ningún caso la guitarra y la voz pierden su condición de sostén. Eso explica que consideremos cantautores a gente que puede acompañarse de orquestaciones formidables, como Sabina, Serrat, Fito Páez o al gran Bob Dylan, y excluyamos del género a otros como José Luis Perales o Los Secretos, por poner dos ejemplos distantes.
Hace un par de semanas -pero parece que fueron muchas más- encendimos en San José del Valle (Cádiz) el primer encuentro La Casa de la Bombilla Verde, una iniciativa de Juan Luis Pineda en la que he tenido la fortuna de colaborar. Durante dos jornadas intensivas, un montón de artistas andaluces se han dado cita en un pueblo sin apenas tradición de actuaciones en directo, y han compartido sus canciones con estudiantes y con ancianos, con peñas deportivas y asociaciones de mujeres.
A veces los trovadores tienen una bien ganada fama de jartibles -por decirlo del modo más gaditano-, y puede que todo aquello generara una duradera borrachera musical, pero no llegamos al extremo de amordazar a ninguno como al bardo de Astérix. Por el contrario, todos saben que cantar es difícil, pero escuchar lo es aún más. Los hermanos Lobo, Verónica Díaz, Kino Maján, Fran Fernández, los Antílopez, Miguel Rodríguez, Patricia Fernández, Kico Gómez y Alejo Martínez han regalado lo mejor de sí mismos durante dos días, en el escenario y en los bares, en las sobremesas y de noche avanzada. Encabezando el cartel, Kiko Veneno y Javier Ruibal tuvieron también ocasión de demostrar que no han olvidado los tiempos en los que todo era mucho más precario, y eso los hace todavía más grandes de lo que son: una escuela permanente de talento y humildad.
El gran Mauricio Wiesenthal, que nació en 1943, sentía que su llegada al mundo coincidía con el ocaso de todo un sistema cultural europeo, y por lo mismo tituló sus memorias Llegar cuando las luces se apagan. Ahora que tan frecuentemente tenemos la sensación de que avanzan las sombras de la estulticia y la ignorancia, no creo que esté de más encender en el corazón de la comarca de La Janda una modesta pero necesaria bombilla como ésta que cantara el maestro Silvio. Si por allí pasaran, recuerden...

En PhotoEspaña (y III) Ferdinando Scianna

Pero a quien yo venía de veras a ver era a Ferdinando Scianna, fotógrafo de la agencia Mágnum y director de este encuentro de PhotoEspaña, pero sobre todo una mina de generosidad y afecto. He contado mil veces cómo lo conocí, pero creo que nunca lo puse por escrito. Ahí va:
Es sabido que Iván, conociendo la obsesión borgiana que me tenía atrapado desde que acabé mis Palabras mayores, no tuvo mejor ocurrencia que regalarme un librito de tapas rojas, publicado por la FNAC francesa, con fotos de... Jorge Luis Borges. Su autor, según supe más tarde, había sido algo así como el ahijado de Leonardo Sciascia, que le animó a publicar y a salir de su Bagheria natal.
Borges y Sciascia, libros, fotografías y Sicilia, muchas pasiones juntas -unas veteranas, otras recién estrenadas- que me animaron a echar el librito de Scianna en mi petate y a proponerme, como un juego, buscar todos y cada uno de los lugares exactos donde el autor de El Aleph había posado sus egregias nalgas. Al regreso, con la idea ya de escribir algo parecido a un cuaderno de viajes, puse en orden imágenes y notas y empecé la primera de las cuatro versiones de lo que sería mi Viaje a la Sicilia con un guía ciego.
Una noche, a punto de tomar el autobús de vuelta de Madrid a Cádiz, mi amiga Marucha Barbero me rogó que nos tomáramos al menos un café: se iba de vacaciones a Sicilia y quería que, al menos en una servilleta, le escribiera un par de lugares de inexcusable visita. Así lo hice, casi con la mochila en el hombro. "Bueno, si no tienes más tiempo -dijo Mar- no te preocupes, mañana viene un fotógrafo siciliano a Casa de América y puedo pedirle más pistas". Todo podía haber quedado ahí, pero se me ocurrió preguntarle el nombre del fotero en cuestión. "Fernando... o algo así". "¿Ferdinando Scianna?" "¡Eso! ¿Le conoces?". Ahí mismo, y tras mucha duda, rompí mi billete de Sevibús y decidí plantarme al día siguiente, a primera hora, en Casamérica.
Scianna no es, de entrada, un tipo cachondo. Tiene el cráneo pelado, rasgos duros y una mirada algo gélida, o eso me pareció. Pero su trato fue amabilísimo, y pareció caerle muy en gracia que un loco español se hubiera dedicado, por ejemplo, a triscar por las ruinas griegas de Selinunte o a recorrer el lujoso hotel Villa Igea de Palermo buscando los escenarios de sus fotos. Me contó que el primer viaje que él había hecho por Sicilia también había estado guiado por un libro de fotos, no recuerdo si una edición de Vittorini, y que también se demoraba confrontando las imágenes con los modelos originales.
Un tiempo después, mi libro fue premiado y se anunció su publicación. En la editorial, de cuyo nombre no quiero acordarme, me dijeron que no había capital para pagar fotos, ni con rebaja que vinieran. Escribí a Scianna, no sin pudor, contándole este hecho y subrayando mi deseo de que su trabajo acompañara mis textos. Su respuesta inmediata da una idea de el tamaño de hombre y artista del que estoy hablando: "Haces como quieras", escribió. "Yo como más de mis fotografias, pero tambien vivo di otras cosas. De la amistad, por exemplo".
Lo malo fue al ver las reproducciones de sus fotos en el libro. La editorial no sólo no había querido pagar un duro por el trabajo de un profesional de la Mágnum, sino que no había hecho ni la menor inversión porque el resultado final estuviera ni medio a la altura de los originales. Era una mierda. Algunas obras parecían borrones sin el menor contraste, era difícil hacerlo peor. Ni siquiera tuvieron la vergüenza de enviarle un ejemplar del libro y darle las gracias. Para eso habría que empezar, claro, teniendo algo de vergüenza. Pero en este mundo cada cual se retrata solo, y si los editores lo hicieron con estas inmoralidades, Scianna volvió a demostrarme quién era con un nuevo correo: "Cuando no consideran económicamente tu trabajo eso significa que lo desprecian. Me arrepiento, pero no por responder con amistad a la amistad".
Ha pasado tiempo de aquello, y la verdad es que no sabía cómo iba a reaccionar Scianna cuando nos viéramos, apenas una mañana, en Madrid. Bueno, para empezar, me cayó un abrazo apretado, conversamos brevemente, me presentó a Campbell y Andò, y sentí que era un momentazo cuando, reunidos los cuatro, dijo Scianna que aquí estaban "los Sciascia Boys". Evidentemente yo era el maletilla de aquella terna, pero estaba. Pena que no hubiera cerca una cámara para inmortalizar el momento, pero hay fotos que duran mucho más en la memoria que en el papel.

domingo, 14 de junio de 2009

En PhotoEspaña (II) Roberto Andò

Me lo imaginaba mucho mayor. "Roberto -me dijo Scianna sonriendo- es muy mayor, pero por dentro". No he visto nunca ni un título de su filmografía, pero me atrapó un librito suyo, Diario sin fechas, que tuvo en España una tirada tan minoritaria que he llegado a creer que soy su único lector.
Más joven de lo que había pensado, como decía, de semblante noble y conversación riquísima, Roberto Andò volvió después de un tiempo de autoexilio a su ciudad natal, Palermo, para ajustar cuentas con ella. Pero, cuando ya estaba preparado para arremeter, descubrió que aquella "ciudad perpleja" de la que hablaba Lucio Piccolo era ya en realidad una ciudad muerta. Conozco esa sensación porque he sentido cosas similares con mi Cádiz, que según se mire puede a ratos tener más de Comala que de Macondo. Lo bueno de caminar sobre las ruinas -de lo que una ciudad ha sido, de lo que ha sido para ti, de lo que tú fuiste en ella- es que, entre la elegía y la esperanza, entre lo que está a punto de perderse y lo que aún no ha nacido, todo está por hacer.

jueves, 11 de junio de 2009

En PhotoEspaña (I) Federico Campbell

Sin haber deshecho mi equipaje, volví a embarcarme en AVE a Madrid, sólo por echar unas horas -que se prometían muy ricas, y lo fueron- en una convocatoria de PhotoEspaña organizada por mi querido y admirado Ferdinando Scianna. La primera figura notable con la que conversé fue la de Federico Campbell, veterano periodista y escritor mexicano. Lo primero que me llamó la atención de él fue la valija a la que venía abrazado, una fatigada maleta de correas como salida de un episodio de Tintín, con las clásicas etiquetas aduaneras, cargadas de libros que no tardaron en pasar a mis manos. Bajito, locuaz, Campbell parecía preocupado con estar a la altura de lo que el público esperara del encuentro. Traté de explicarle que habría de todo, desde expertos muy exigentes a profanos dispuestos a aplaudir cualquier cosa, de modo que lo mejor es que hiciera su discurso, el que trajera preparado, sin más. Creo que superó la prueba con nota.
Le conté que el año pasado estuve a punto de bajar desde California a su tierra, Tijuana, pero me quitaron las ganas algunos amigos que conocen bien la zona. "No es Venecia, ¿sabes?", me respondió. Tijuana lleva tiempo arrojando cifras de violencia muy próximas a las de una guerra civil. El gran libro, a mi parecer, de cuantos ha publicado Campbell lleva por título La memoria de Sciascia, y es un repaso a toda la obra del gran maestro racalmutense comparando la Sicilia de éste con el México contemporáneo. Tal vez el espanto y la iniquidad vayan por ahí saltando fronteras, escondidos en una maleta viajera como la de Campbell. Pero las ideas y los libros, ésa es nuestra suerte, también.

miércoles, 10 de junio de 2009

Debut con picadores en Madrid

A la mañana siguiente volví, como el asesino al lugar del crimen, por el Retiro. Lucía el sol y la Feria del Libro estaba de bote en bote, como la de Abril pero sin caballos. Me entretuve saludando a Andrés Neuman, que está que se sale con su premio Alfaguara, y a Fernando Iwasaki firmando en su caseta, y a la buena gente de Contexto, y me crucé con Jorge Martínez Reverte y con Guelbenzu y no sé con quién más. De repente, no sé si por efecto del calor o por los dos vermuses que me había plimplado una hora antes en el Rastro, vi con claridad ante mí la figura aureolada de Ken Follett, que me reprochaba con acento galés la última entrada de mi blog en estos términos: "¿Pachanguero yo? Al menos vendo millones de ejemplares, pero tú, papafrita, a quién quieres engañar, queriendo dar el pego con esa musiquita de vámonosquenosvamos?
El espectro de Follett sabía sin duda de mi debut en Madrid esa misma noche, en un céntrico local llamado Barcelona 8, como acompañante a las percusiones de Juan Luis Pineda. Pocos nervios tenía cuando me dirigí hacia Sol con Juanlu, menos cuando doblamos, sintiéndonos en casa, por la calle Cádiz, y ninguno cuando, después de probar sonido, vimos entrar a un maravilloso batallón de buenos amigos, desde Fernando González Lucini y Javi a Luis García Montero, pasando por Javier Vela y Joaquín Pérez Azaústre, que no se pierden una, y Kamala Orozco, Iñaki Campillos, Marucha Barbero, Carmen Ibáñez, Gemma de Navona Editorial, Javier López, Lucía y Ana, Iván, Fifi...
La suerte de tener allí abajo mucho más talento sobre el escenario no hizo sino motivarnos, y así, casi sin darme cuenta, en apenas una hora y pico, se consumó mi tardío desvirge, mi estreno capitalino. No me hizo mejor músico -quiero decir que no me hizo músico-, sólo un poco más feliz. En un oscuro rincón junto a la barra creí ver de nuevo el rostro del viejo Follett, pero no era más que una voluta de humo, la libélula vaga de una vaga ilusión.

lunes, 8 de junio de 2009

La pachanga de Ken Follett

Ahora me parece que hace un siglo de eso, pero apuré la agenda para saltar de Valdepeñas a Madrid y no perderme el concierto de Ken Follett y su grupo Damn Right I Got the Blues, que iba a celebrarse en el Florida Park, en pleno Retiro, como pistoletazo de salida a la Feria del Libro de la capital.
Iba por el camino recordando mi primera lectura de Follett. Mis amigos y yo teníamos un piso en Cádiz, mezcla de refugio, casino, picadero y sala de estudios, donde preparábamos exámenes y pasábamos interminables veladas ludópatas. También leíamos bastante, anárquicamente, de una famélica y polvorienta biblioteca. Entre aquellos títulos estaba uno del británico, una novela que se desarrollaba en un avión transatlántico en el que viajaban -esto nos hacía descojonarnos- "Aventureros, millonarios, estafadores, espias, agentes del FBI, siniestros criminales, parejas que huyen de maridos engañados, jovencitas en edad de enamorarse...".
Me sorprendió ver en la puerta del recital a Javier Cercas, un escritor tan distinto. Y luego, en el interior de la sala, a Ildefonso Falcones, a Mari Pau Domínguez, a Juanjo Puigcorbé, a Miguel Ángel Aguilar... ¡Extraña reunión!. Y en el centro de la pista, Follett acompañado por su hijo -que más bien parece su padre-, una presentadora de telediarios negra como voz solista y el resto de la banda.
El DRAE define pachanga como una fiesta bulliciosa, pero me temo que se pierde el matiz de ese cierto desaliño, espontaneidad, improvisación, renuncia al perfeccionismo, búsqueda de la diversión sin pretensiones, que caracteriza a una pachanga. Ken Follett sabe que su grupo no es muy bueno, que no está muy afinado ni muy a tiempo, que da el pego y toma retales de aquí y de allá para componer su repertorio. Pero también sabe que apenas salta al escenario la gente se pone loca y baila lo que le echen, que la fórmula, qué diablos, es digna y funciona, y sobre todo está avalada por él. Hay que ver lo que se parece un concierto de Ken Follett a una novela de Ken Follett.

miércoles, 3 de junio de 2009

¿Ha estado ud. alguna vez en Valdepeñas?

Yo sí. El sábado mismo, para un bautizo. Tomé bien temprano el tren en Santa Justa, pero a la altura de Córdoba tuve que salir a validar el billete. Cuando estaba dejando de fumar, tenía el sueño recurrente de que bajaba de un vagón para fumar en el andén, y el tren se marchaba sin mí. Aún no había leído La paradoja del interventor, novela exquisita de Gopnzalo Hidalgo Bayal, que arranca con una situación similar para hablar del ser humano despojado de todo: identidad, equipaje, dinero, o sea: presente, pasado, futuro. Por todo ello, fui a validar mi billete como quien baja a recoger el anillo caído en una piscina de pirañas, a toda prisa y casi sin tocar el suelo con los pies, para sentir un gran alivio a la vuelta.
Algo más de cuatro horas y mucho paisaje lunar después estaba en Valdepeñas. En Cádiz, que ignora todo sobre los tintos, se le llama valdepeñas a cualquier mejunje que se pueda mezclar con la gaseosa, pero es justo resaltar -y preceptivo comprobar- la más que aceptable calidad de sus bodegas. Poca cosa más pude ver, apenas un paseíto por calles soleadas y la bonita Iglesia de la Asunción, templo gótico donde se ofició la ceremonia.
No logré descifrar, sin embargo, el sentido último de la desaforada teatralidad que debe de subyacer en el alma de los vecinos de esta villa, y que es la característica principal de los dos únicos valdepeñeros que conocía hasta ahora, ambos Pacos: Paco Nieva, al cual me presentó Carlos Edmundo de Ory una mañana, cubierto de gasas y de recuerdos postistas, en el vestíbulo del Hotel Atlántico; y Paco Clavel, al que recuerdo subido a la doble altura de sus plataformas y del escenario de la sala Cómix cantando el Raskayú de Bonet de San Pedro, después de una entrevista. ¿Será el vino, será la melancolía que trasuda esta vieja Castilla La Nueva, será el espíritu de don Quijote, tan vivo y vigente todavía?

Otras lecturas/relecturas del mes de mayo

Marjane Satrapi. Persépolis.
Javier Cercas. Anatomía de un instante.
José M. Caballero Bonald. La noche no tiene paredes.
Waldo Leyva. Asonancia del tiempo.
Juan Lamillar. Entretiempo.
María Sanz. Hypnos en la ventana.
S. Yizhar. Hirbet Hiza.
Nikolái Gógol. Roma.
E. B. White. Esto es Nueva York.
Joseph Brodsky. Marca de agua.
Charles Bukowski. Secuelas de una larguísima noche de rechazo.
Juan Bonilla. Tanta gente sola.