De las muchas definiciones de cantautor que existen, me quedo con la de Augusto Blanca. Para este entrañable artista cubano, un cantautor no es necesariamente quien escribe y canta sus propias canciones, ni quien haga una música más o menos comprometida. Un cantautor es aquel que puede, sin perder su esencia, reducir su arte al mínimo común de la voz y la guitarra. Luego, esas dos coordenadas pueden aliñarse con un cuarteto de jazz, un dj o una sinfónica, pero en ningún caso la guitarra y la voz pierden su condición de sostén. Eso explica que consideremos cantautores a gente que puede acompañarse de orquestaciones formidables, como Sabina, Serrat, Fito Páez o al gran Bob Dylan, y excluyamos del género a otros como José Luis Perales o Los Secretos, por poner dos ejemplos distantes.
Hace un par de semanas -pero parece que fueron muchas más- encendimos en San José del Valle (Cádiz) el primer encuentro La Casa de la Bombilla Verde, una iniciativa de Juan Luis Pineda en la que he tenido la fortuna de colaborar. Durante dos jornadas intensivas, un montón de artistas andaluces se han dado cita en un pueblo sin apenas tradición de actuaciones en directo, y han compartido sus canciones con estudiantes y con ancianos, con peñas deportivas y asociaciones de mujeres.
A veces los trovadores tienen una bien ganada fama de jartibles -por decirlo del modo más gaditano-, y puede que todo aquello generara una duradera borrachera musical, pero no llegamos al extremo de amordazar a ninguno como al bardo de Astérix. Por el contrario, todos saben que cantar es difícil, pero escuchar lo es aún más. Los hermanos Lobo, Verónica Díaz, Kino Maján, Fran Fernández, los Antílopez, Miguel Rodríguez, Patricia Fernández, Kico Gómez y Alejo Martínez han regalado lo mejor de sí mismos durante dos días, en el escenario y en los bares, en las sobremesas y de noche avanzada. Encabezando el cartel, Kiko Veneno y Javier Ruibal tuvieron también ocasión de demostrar que no han olvidado los tiempos en los que todo era mucho más precario, y eso los hace todavía más grandes de lo que son: una escuela permanente de talento y humildad.
El gran Mauricio Wiesenthal, que nació en 1943, sentía que su llegada al mundo coincidía con el ocaso de todo un sistema cultural europeo, y por lo mismo tituló sus memorias Llegar cuando las luces se apagan. Ahora que tan frecuentemente tenemos la sensación de que avanzan las sombras de la estulticia y la ignorancia, no creo que esté de más encender en el corazón de la comarca de La Janda una modesta pero necesaria bombilla como ésta que cantara el maestro Silvio. Si por allí pasaran, recuerden...
No hay comentarios:
Publicar un comentario