domingo, 31 de enero de 2010

Ser gitano: orgullo y prejuicios


La semana pasada leí por teletipos la noticia de la muerte de Pepe Heredia Maya. Creo que nunca llegué a coincidir con el primer catedrático de raza gitana que hubo en España, pero sí conocí su poesía -aquel libro de la colección Arenal- y tuvimos amigos comunes. Me hubiera gustado estrechar su mano y contarle que, cuando era muy jovencito, a menudo ponía el casete de su Macama Jonda cada vez que bajaba con mi familia a Algeciras para cruzar el Estrecho. Hubiera querido explicarle que a ese encuentro que él proponía entre lo jondo y lo arábigo-andalusí yo acudí buscando el exotismo y terminé encontrando una parte de mí y de mi cultura.

Heredia Maya empezó, como está mandado, poniendo las cosas en su sitio y denunciando, a mediados de los 70, la larga persecución de los gitanos en aquel Camelamos naquerar junto al llorado Mario Maya. Y tras la reivindicación, la citada Macama jonda, o sea, la fiesta, una fiesta además hospitalaria, en la que todos son bienvenidos: algo que sólo puede denotar el orgullo de los anfitriones. Desde la Orquesta de Tetuán a la madre de Lole Montoya o Enrique Morente, el espectáculo fue en muchos sentidos revolucionario: "Un hombre tiene su hermano / en otro hombre que tiene/ igual de limpias las manos", decía una de las letras.

He recordado todo esto al hilo de la rocambolesca noticia de que una de las componentes del elenco de La Casa de Bernarda Alba, la obra del grupo de teatro Atalaya montada con actrices analfabetas del asentamiento chabolista de El Vacie, corre el riesgo de ir a la cárcel por un robo de chatarra que fue filmado en uno de esos nuevos programas de televisión sensacionalistas. Llevo varios días oyendo a mi alrededor barbaridades acerca de los genes delictivos de los gitanos, de su incapacidad para desarrollar la mínima sociabilidad, de su conocida indolencia, sus fiestas perpetuas y sus crueles patriarcados.

Y al mismo tiempo, se me cae el alma a los pies viendo a esas chicas acudir a una entrevista en pijama, sin acicalarse ni un poco -¡con lo coqueta que puede ser una gitana coqueta!-, defendiéndose con respuestas torpes y desesperadas. No, no tengo nada contra los pijamas, sólo que esa actitud habla a las claras de la baja autoestima y de la penosa inercia a la que están sometidas estas mujeres. Son actrices amateur, pero pueden ser referentes para sus hijos y nietos, pruebas de que hay alternativas al fatalismo de la chabola y la ramita de romero en las puertas de la catedral. Si prefieren estas últimas opciones, estarán en su derecho. Pero hay que garantizar que aquellas que elijan otro destino tengan la posibilidad de tomarlo efectivamente. Pepe Heredia Maya no sabía si un gitano podía ser catedrático; después de él, sabemos que sí.

Esas mujeres de Atalaya han dado un primer paso gigantesco, subir a un escenario para decir a Lorca. El siguiente será creérselo realmente, no conformarse con cubrir el expediente y sentir el orgullo real de lo que hacen. A otros, me temo, les queda un camino más largo para desterrar sus arraigados prejuicios.

sábado, 30 de enero de 2010

Caleta (y II) A Cuba iré



La lectura de este último número de Caleta me ha recordado que a ningún otro país le dedicamos tanta atención en estos años como a Cuba. El hecho de que Mané y yo hayamos tenido amores más o menos vinculados a la isla no lo explica del todo. Tampoco nuestras militacias izquierdosas, condenadas con el tiempo a algunos crueles desengaños. Ahora me pregunto cómo ha cambiado Cuba en estos 15 años, y cómo nuestra mirada sobre su realidad.
Hace 15 años teníamos claro que simpatizar con el castrismo era estar del lado del bien, de la razón y la justicia social; ahora nos cuesta pensar que sea posible permanecer en ese margen sin cuestionar severamente muchos despropósitos del régimen. Hace 15 años, La Habana era para nosotros un laboratorio para la literatura y el arte donde siempre se cocían recetas interesantísimas; hoy, la cultura cubana es víctima de un (tal vez irreversible) proceso de atomización, y éstá más unida (es un decir) en los foros de internet que en la realidad material.

Revisando viejos números de Caleta, me da por pensar que, egoístamente, la revista ha sido una herramienta muy valiosa, permitiéndonos acceder a posiciones estéticas y políticas diferentes, e incluso opuestas, para ayudarnos componer mal que bien el vasto mosaico cubano de entre siglos. Me vienen a la cabeza varias fotografías. En una estamos Mané, Juanlu Pineda y yo en casa de Cintio Vitier y Fina García Marruz. Recuerdo una pequeña sartén en el fuego, y en ell un poco de cebolla crepitando y diseminando su olor por toda la casa. Hablábamos de poesía, pero yo no podía dejar de pensar en la cebolla, a la que no vimos incorporar ningún otro ingrediente.

Pienso en una fotografía de Alberto Lauro, que hizo un tiempo de secretario de Cintio y Fina, y que llegó a zambullirse como un buzo en el depósito de agua del matrimonio para demostrar que además de un tipo divertidísimo es un aceptable fontanero. Albertito, que hoy vive en Madrid abducido por el famoseo de papel couché, se rompió la barbilla una noche loca en Cádiz, y me parece que lo estoy viendo aún con su aparatoso vendaje, proponiendo una batalla de cojines en mi casa a las cuatro de la mañana, con Pineda y Dani Cortés.

Hay una fotografía en la que Mané y yo posamos junto al all stars de las letras cubanas tras presentar Caleta en la Feria del Libro de La Habana. Ahí estamos con los que anteayer eran casi ídolos, Miguel Barnet, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat, Roberto Fernández Retamar, César López... Y de pronto se me cruza con una foto que nos reúne con Enrique del Risco, todavía jovencito, sin una cana en la perilla y canijo como una caña, pero con la misma guasa corrosiva que le ha dado fama, y con las ideas afiladas que hacen de él una de las opiniones de mayor autoridad en los foros anticastristas de la red.

Pienso en una foto que tenemos con Pepe Pérez Olivares en su antigua casa de Guanabacoa, en otra de nuestro primer encuentro en Cádiz, y en una tercera de la última vez que nos vimos en Sevilla, donde ambos residimos. Y sé que se trata del mismo poeta, pero de tres ciudadanos muy distintos. De una misma sensibilidad para una cabeza que también ha ido replanteándose muchas cosas.

Pienso en una foto donde aparecemos conversando con el ministro de Cultura, Abel Prieto, y en otra en la que estoy hablando de rock progresivo con Yoss, el escritor heavy por excelencia de La Habana. Pienso en una foto viejísima en la que estamos en Jarandilla desafinando canciones con Barnet y Nancy Morejón, y en una muy reciente en la que aparezco con mi amigo y mi maestro Edmundo Desnoes, en Nueva York, comentando ese capítulo de Paradiso en el que Lezama lo invitó como personaje. Y ahora veo una de color sepia que me regaló mi hermano Ramón de Armas, historiador martiano que nos dejó hace mucho, en la que se le ve casi adolescente, desfilando con el fusil al hombro, en los primeros años tras la caída de Batista.

Los de dentro y los de fuera; los pro, los contra y aquellos que soñaron con un espacio de neutralidad, todos tuvieron en Caleta un hospitalario punto de encuentro, o ésa fue nuestra intención. Entonces todavía creía que una revista podía ayudar a cambiar las cosas, hoy no soy tan optimista. Es más, me temo que no sirva para absolutamente nada, sólo para crear un bellísimo envoltorio -lo es, comprúebenlo ustedes mismos- para un hecho trágico, el desencuentro de tres generaciones de creadores antillanos. Habrá quien piense que con no sembrar cizaña es bastante. Pero muchos creemos que la reinvención de Cuba pasará mañana, entre otras cosas, por reconciliar a sus mejores cabezas. A esa Cuba (¿mañana, hemos dicho?), a esa Cuba iré.

jueves, 21 de enero de 2010

Caleta (I) Una revista, dos amigos


He vuelto a Cádiz para presentar el último número de Caleta, ¡el 15 ya!, dedicado a la literatura cubana de la Revolución. Y aunque ya no pertenezco al cuadro de mandos de esta revista, me complace asistir a la cita y recordar, de camino, los diez años en los que sí lo hice.
Esta historia ya la he puesto alguna vez por escrito, pero me apetece volver sobre ella. Conocí a Mané García Gil en un sitio tan prosaico y periférico como es la Facultad de Derecho de Jerez. Él rondaba a una novia que yo tenía por entonces, y ella, con muy buen criterio, se dejó raptar por él. Más tarde la chica en cuestión -a la que tanto debemos- se fue con un tercero, y nosotros aprendimos la lección de que las novias no son de nadie.
El azar quiso que nos encontráramos y nos brindó el consuelo de crear una revista literaria. Mané ponía la capacidad de organización y la nada desdeñable herencia de su padre, fundador de la primera época de Caleta; yo ponía los contactos, la agenda de potenciales colaboradores. Él era sereno e inteligente; yo, audaz y explosivo. Teníamos de sobra para hacer un equipo razonablemente bueno.
Con el apoyo económico de la Diputación de Cádiz, que yo creo que iba más orientado a no perdernos de vista -debíamos de parecer unos Zipi y Zape- que a impulsar y difundir verdaderamente un órgano impreso, estuvimos durante diez años trabajando por amor al arte, al arte literario se entiende, y tratando de hacer de la revista un refugio rico y plural para los amantes de la literatura y el pensamiento.
Confieso que, recordando nuestra precariedad de entonces, me asombra repasar la lista de los colaboradores: Edgar Morin, Mario Benedetti, Francisco Nieva, Carlos Edmundo de Ory, Ernesto Cardenal, Andrés Trapiello, Pere Gimferrer, José Saramago, Joan Margarit, Francisca Aguirre y Félix Grande, Juan Villoro, Ernesto Sabato, Antonio Muñoz Molina, Rodolfo Fogwill, Enrique Vila-Matas, Alfredo Bryce Echenique, Jorge Volpi...
Un desencuentro con una delegada de Cultura del citado organismo -de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, es que higiénicamente no me acuerdo- propició mi dimisión irrevocable de Caleta. Algún amigo que creyó que la empresa ya no sería la misma después de mi baja encontrará en este número 15 un rotundo desmentido: Caleta, con Mané en solitario al timón, no sólo mantiene las altas cotas de calidad que marcan su trayectoria, sino que las supera con creces. La revista es tan hermosa y tan potente en contenidos que, si lo llego a saber, dimito antes.
A pesar de lo dolorosa que resultó mi decisión, de algún modo todos hemos ganado. Y seguramente una cierta distancia -geográfica, más que nada- entre Mané y yo ha sido beneficiosa para ambos: a él le ha ahorrado mis muchas impertinencias, y a mí me ha permitido encarrilar mis fuerzas hacia otros empeños en los que hago más falta, como Mediterráneo Sur y Estado Crítico. A veces no hace falta figurar en una solapa para sentirse uno representado y honrado. Caleta es una parte demasiado íntima de mi biografía profesional y sentimental, sólo que antes me hacía sufrir y ahora, desde fuera, sólo puede darme grandes alegrías.

jueves, 14 de enero de 2010

La esperanza de Miguel Hernández


Dudosa gloria esa de los clásicos, a los que damos por leídos. Como damos por asimilada la aspirina, o por supuesto el honor del legionario. Decir que forman parte de nuestra cultura es una verdad que a menudo sirve como coartada a nuestra indolencia. ¿Cuánto hacía, por ejemplo, que no volvía sobre Miguel Hernández? He vuelto a leerlo por culpa de Fernando González Lucini, el hombre que más sabe de poesía cantada en España, y que acaba de publicar un precioso trabajo que recorre toda la música que ha inspirado el poeta de Orihuela. El volumen se titula ¡Dejadme la esperanza! y es una guía imprescindible ahora que comienzan los fastos del centenario y que Serrat tiene listo un nuevo álbum de versos musicados.

He vuelto a leer esa poesía tremenda, esencial, telúrica, con el mismo asombro y emoción que hace quince o veinte años. Pero también he llegado a la conclusión, leyendo a Lucini, de que Miguel Hernández es, además de autor de algunas de las mejores páginas de nuestro idioma, el motor de algunas de nuestras más bellas canciones. Pocas veces canta Camarón como en El pez más viejo del río por fandangos del Gloria. Pocos temas de Serrat como Para la libertad, imposible de escuchar aún hoy sin un estremecimiento. El mejor Paco Ibáñez está probablemente en Andaluces de Jaén, que de niños oíamos a toda voz -sin entender gran cosa, la verdad, sólo intuyendo- en el vinilo de Jarcha que rodaba por casa. Etcétera, etcétera...

Lo cierto es que estos artistas consiguieron hacer realidad el sueño de cualquier poeta verdadero, que es llegar a los lectores más insospechados, aun cuando su propio nombre se pierda en el camino; que los versos se diluyan en la promiscua voz del pueblo, que sus verdades sigan sonando de boca en boca, de abuelos a nietos.

Luego hay esfuerzos que trabajan justo en el sentido contrario. Ayer leí en un teletipo que los responsables del centenario van a enviar los poemas del autor de Perito en lunas precisamente a la luna. Sí, como lo leen, en una cápsula espacial. No se especifica el coste, pero desde luego concuerda con una tendencia muy difundida entre los políticos, que consiste en querer enviar a los poetas lo más lejos posible. A ser posible, a algún lugar donde nadie pueda leerlos.

miércoles, 13 de enero de 2010

Exquisito Mendoza


Que todo el mundo diga que tu primera novela es la mejor no es un buen síntoma: significa que después todo ha ido cuesta abajo. Es lo que sucede, por ejemplo, con Eduardo Mendoza y La verdad sobre el caso Savolta. Claro que, bien pensado, no todo el mundo puede presumir de haber escrito una gran novela, y algunos otros títulos tan estimables como La ciudad de los prodigios.
Cuando yo empezaba a tomarme en serio esto de la literatura, le pedí a un buen consejero que me hiciera una serie de títulos, no necesariamente canónicos, sino estimulantes para el apetito, pues se trataba antes de nada de convertirme en lector voraz. Entre aquellos libros estaba El misterio de la cripta embrujada. Una novela que ahora difícilmente soportaría -y mucho menos las dos secuelas de la saga- pero cuya inclusión en la lista de recomendaciones entiendo perfectamente, por conjugar el humor (a ratos desternillante) con el mimo por el lenguaje.

He tenido docenas de discusiones a cuenta de Sin noticias de Gurb, aquella ocurrencia superventas que a mí -y creo que también al propio autor- me parece infame, y leí sin demasiado interés Mauricio o las elecciones primarias, pero nunca he dejado de pensar que Eduardo Mendoza es un buen escritor. Su último libro, Tres vidas de santos, es otra prueba de ello.

Y, por lo que he podido comprobar en las dos o tres veces que lo he entrevistado, una buena persona también. No escatima la sonrisa, atiende a la prensa con infinita paciencia, escucha amablemente a los lectores más pesados. Ni rastro de vanidad en sus palabras. Hace comentarios -del mal tiempo de estos días o de alguna noticia política- con brillantez y elegancia. Y su educación es intachable. Ayer, por ejemplo, lo vi soportar estoicamente la martingala que la Consejera de Cultura suele prodigar sin anestesia cada vez que tiene un micrófono delante. En todo momento se mantuvo en su sitio sonriente. A ratos la mirada se le perdía un poco en los ojos rasgados, como si el pensamiento se le fuera a otra parte. Quién sabe si urdiendo la trama de su próxima novela.

sábado, 9 de enero de 2010

Vanito Brown, Boris Larramendi y los conquistadores

En La Habana le pregunté al gran Silvio Rodríguez si, llegado el momento, estaría dispuesto a ceder el relevo a las nuevas generaciones de cantautores cubanos, o si por el contrario se aferraría a su trono. El maestro meditó unos segundos y respondió más o menos esto:

-El relevo no se cede, el relevo se conquista. Y cuando un artista es un conquistador, merece todo el respeto y toda la admiración. Ya no necesita que venga nadie cederle ningún testigo.

En ese mismo viaje, Juanlu Pineda, Mané García Gil y un servidor acudimos a la sede de Casa de América para ver un concierto de lo que se anunciaba como la novísima trova, los sucesores naturales de Silvio, Pablo Milanés, Augusto Blanca y compañía. De aquel recital saqué dos conclusiones: una, que aquellos chicos estaban aún por hacer, que debían madurar un poco y canalizar sus talentos; y la segunda, que aquello era un volcán de creatividad desbordante, que sin duda iba a darle muchas alegrías a nuestros oídos con el tiempo.

Así lo confirmó el primer disco colectivo que grabaron aquellos muchachos, reunidos como Habana Oculta. Así volvió a quedar de manifiesto con las sucesivas entregas del grupo, ya rebautizado como Habana Abierta. Kelvis Ochoa, Boris Larramendi, Luis Barbería, Vanito Brown, José Luis Medina y el resto de la troupe lograban el milagro de sacar adelante un proyecto unitario en el que no se vieran sacrificadas sus fortísimas personalidades artísticas. Lo mismo sucedía con su sonido: una música de profunda raíz cubana que no tenía complejos en nutrirse del pop, el jazz, el funk, la bossa... Borges habría dicho que escribían con toda la música a cuestas. Y eran capaces de emocionar, hacer denuncia social y sacar sonrisas, todo a la vez.

Fueron saliendo discos en solitario de unos u otros. Kelvis y Boris se embarcaron en la gira de Habana Blues. Volvieron a meterse en estudio para grabar un pequeña obra maestra como Boomerang. Hace un par de años vinieron a Sevilla y los entrevisté. Fui a verlos actuar a la sala Malandar y me encantaron, pero al parecer el grupo daba ya serios síntomas de ruptura. Tanto, que los biógrafos de Habana Abierta conocen ya aquella noche como el sevillazo.

Ignoro si las diferencias que les separaron podrán ser solventadas, ignoro si esa familia de talentos podrá volver a reunirse alguna simbólica navidad. Lo único seguro es que todos seguirán haciendo música, seguirán conquistando. El pasado mes de diciembre tuvimos a Boris en el ciclo La Casa de la Bombilla Verde, este fin de semana le toca a Vanito, ayer en San José del Valle y hoy en Ceuta. Tenía razón, una vez más, el viejo Silvio: no necesitaron que nadie viniera a otorgarles ninguna simbólica corona, ellos solos trabajaron para merecerla.

martes, 5 de enero de 2010

Antonio de la Torre a dieta


Ya pasó la Navidad y toca recuperarse de los excesos gastronómicos propios de esas fechas. Pensando en ello estaba cuando me vino a la cabeza el heroico ejemplo de Antonio de la Torre, protagonista del filme Gordos. El actor debe de residir cerca de mi barrio, porque me lo encuentro a menudo en el bar de la esquina, buscando la señal del wi-fi en su portátil, o comprando en el mercado de Feria.
En el pasado Festival de Cine Europeo lo entrevisté a propósito de un premio que le concedían. Aunque en sus tiempos ejerció como periodista deportivo, no fue del todo fácil abordarle, pues a priori se mostraba un poco espídico, y tal vez un poco a la defensiva, también. Pero acabé disfrutando y riéndome como hacía tiempo que no me reía en una entrevista. Aprovecho para reproducirla y anunciar que me aplicaré la dieta, pero después de los roscones de Reyes:
–¿Quién le iba a decir a usted que la misma RTVA donde empezó como periodista le premiaría como actor?
–Cuando estaba como periodista, el reconocimiento que quería es que me hicieran fijo. Uno va marcándose sus objetivos: el periodista quiere un contrato fijo... ¿tú eres fijo?
–Por suerte.
–¿Ves? ...Y el actor, como fijo no se puede hacer, quiere que le den premios.
–Pues con Gordos parece que van a lloverle. Dicen que está que se sale.
–Pero lo dicen refiriéndose a la gordura [risas]. ¡Anota eso!
–Anotado. ¿Está haciendo sitio en sus vitrinas?
–No sé yo qué decirte. Agradezco mucho que me digas eso siendo un periodista, un compañero, pero no tengo sensación de esa aclamación popular. Hay de todo, gente a la que le parece muy bien mi papel, gente a la que no tanto... No me veo con demasiadas opciones para el Goya, para ser sincero.
–En el filme Super size me, Morgan Spurlock decía que al engordar aprisa se deprimía. ¿Sufre más el alma que el cuerpo?
–A mí lo que me pasaba es que el actor estaba encantado por un lado, pero como persona me decía what the hell is this?, era todo un poco contradictorio. El cuerpo, ¡puf! no podía casi atarme los cordones, dormía con dificultad, estaba todo el día cansado, me ahogaba... Una sensación bastante heavy.
–Tengo entendido que en la saga de Bridget Jones, Renée Zellweger tuvo que engordar y adelgazar tres veces. ¿Usted se ve haciendo Gordos 2?
–Dani [Sánchez Arévalo, el director] no me haría esa putada. No, no me veo tanto. Qué te digo yo, si hay que engordar para otro papel un poco, bueno. Pero esta barbaridad de coger 30 kilos, nunca más. Piensa que tengo 41 años, aunque me considero que estoy en forma, pero a partir de cierta edad, ese viaje de kilos es un peligro...
–¿Y adelgazando como Christian Bale en El maquinista?
–Eso es fascinante, pero ¿ves? Ese adelgazó 30 kilos y ni lo nominaron para el Oscar... Hay que tener en cuenta que una cosa son los papeles y otra la interpretación. Hay cosas como la manera de moverme, en la que yo no tenía que hacer nada, simplemente me desenvolvía como estaba. Otra cuestión es reflejar los conflictos, las cosas que le pasan al personaje.
–¿Debemos defender el cine europeo aunque no estemos muy seguros de qué es Europa?
–Si te digo la verdad, y aunque sea políticamente incorrecto decirlo en un festival, yo defiendo el cine en general, no me gusta ponerle etiquetas. Dicho lo cual, está de puta madre que haya festivales, los amo, el Europeo, el Iberoamericano, el de al-Andalus, maravilloso. Pero no soy excesivamente patrio. Las buenas historias me parecen fascinantes vengan de donde vengan. Y las malas me dan por saco, vengan de donde vengan.
–Paz Vega ha demostrado que Hollywood no quedaba lejos de Triana. ¿Usted se ve cambiando la calle Feria por el Paseo de las Estrellas?
–A estas alturas de mi vida no me veo dando un cambio radical. Si cayera la breva, sí me puedo ver aceptando un proyecto. Pero sinceramente, ya me parece bastante tarea conseguir trabajar aquí, en el cine español. Sí me gustaría hacer algún papel en inglés, algo modestito, tipo una coproducción rodada en inglés, o algo así. Pero no me imagino a Michael Mann llamándome, como a Luis Tosar.

lunes, 4 de enero de 2010

Recuerdo de Sabino


Me pareció una triste ironía que, pocos días después de la muerte de ese fontanero de la Casa real que fue Sabino Fernández Campo, me llegara la noticia de que nos había dejado para siempre otro Sabino, el nuestro, Sabino el de la Lechera. Sin éxito he buscado en internet algún obituario dedicado a él, y he cerrado el ordenador indignado. ¿Es que nadie va a acordarse de Sabino? Yo lo haré, si ustedes me lo permiten. Empezaré contando que lo conocí cuando hacía mis primeros pinitos periodísticos y él era el responsable de la sala Central Lechera de la capital gaditana. De hecho, lo primero que publiqué en el Cádiz Información, si no recuerdo mal, fue una breve crónica de un concierto de Los Cucas en dicho espacio.
Por entonces la Lechera era ya uno de los más esenciales pulmones culturales de la ciudad. Por allí pasaron, además de todos los grupos de teatro habidos y por haber, un montón de artistas emergentes como Jorge Drexler, Sergio Makaroff, David Broza, Gema y Pável o el propio Javier Ruibal, así como incipientes estrellas del jazz como Brad Meldhau o flamencos como Miguel Poveda: un sinfín de noches que ya están guardadas en un lugar privilegiado del estuche de la memoria. De aquella edad dorada tuvo buena culpa José Antonio Sabino, su talante abierto y entusiasta y su capacidad para hacer malabarismos con los magros presupuestos de que disponía, siempre con el respaldo y la confianza de un gran gestor como fue Enrique del Álamo.
Todo en esta vida parece puro ciclo, y el de Sabino al frente de la Lechera llegó a su fin. Chocó con el poder, y el poder sencillamente lo fulminó. En su contra tenía probablemente aquella debilidad por la bebida que le jugó alguna mala pasada y que, según parece, acabó con su salud. El caso es que fue confinado a la dirección de un centro de día, muy lejos del ambiente artístico y noctámbulo en el que lo conocimos. Seguí viéndole a menudo, en aquellas noches locas del Festival Iberoamericano de Teatro, y brindamos muchas veces por su regreso a la Lechera, respecto al cual no tenía ninguna duda. "Ahora estoy con mis viejitos -decía-, pero volveremos, claro que volveremos".
No quiero pensar que este silencio que Cádiz ha dejado caer sobre su fallecimiento se deba al carácter infamante que las adicciones suelen tener sobre quienes las sufren. Sabino estaba enfermo, de melancolía, de soledad, de alcoholes, y parece que hubiera que decirlo en voz baja, secretamente, para no deshonrarle ni deshonrarnos. Y eso es, además de una estupidez, una gran injusticia. A José Antonio Sabino le debe mucho la cultura gaditana, y su sed suicida no empaña esa encomiable labor por las artes escénicas y por la creación de nuevos públicos. Ahora que el telón ha caído para él, no seré yo quien deje de ponerse en pie y tributarle un largo y merecido aplauso.

Hardcore Superstar en Madrid


Aunque tengo pendiente ir colgando en este blog, cuando tenga un ratito, mis Crónicas vikingas -apuntes de mi escapada estival a Dinamarca y Suecia- adelanto que hay dos cosas que resultan imposibles en Estocolmo: encontrar libros de Borges traducidos al sueco (ni siquiera en las más acreditadas librerías anticuarias: me las pateé todas) y camisetas de Hardcore Superstar. En vano pasé alguna mañana recorriendo esas tiendas que despliegan interminables ríos de tela negra serigrafiada: el grupo de Gothenburg parecía no tener merchandising.
En realidad, lo que yo quería era verlos en vivo, y a punto estuve de desviarme de mi ruta Estocolmo-Malmö para asistir a un concierto que, según su página oficial, iban a ofrecer en una perdida villa cuyo nombre soy incapaz de reproducir. Entonces no sabía que era sólo cuestión de tiempo que la montaña viniera a Mahoma, y hete ahí que a mediados del pasado mes de noviembre estaba un servidor viajando a Madrid para asistir a un recital de los suecos en la sala Live.
Hacía mucho que no asistía a una buena descarga metalera, y más en una sala de pequeño formato, sin trampa ni cartón, con los músicos al alcance de la mano. Me gustó mucho su directo sincero, no demasiado generoso en extensión pero sí enérgico y vibrante, sobre todo por parte del cantante Joakim Jocke Berg, uno de esos europeos que a fuerza de emular grupos americanos terminó igualándolos, o superándolos incluso.
Desgranaron buena parte de su último disco, Beg for it, e hicieron varios temas con solera, como el contagioso We don' t celebrate sundays. Personalmente, eché de menos la calmada pero exquisita Shame. Y también sigo sin explicarme por qué dejaron fuera del repertorio un temazo como Don't Care 'Bout Your Bad Behaviour, y no sólo por su trepidante estribillo. A diferencia de las clásicas canciones rockeras que llaman a la rebeldía sin más, éste es un canto a la responsabilidad individual ("No me importa tu mal comportamiento/ No puedo salvarte/ No puedo cambiarte..."), enésima prueba del admirable desarrollo de la cultura sueca.

domingo, 3 de enero de 2010

Otras lecturas/ relecturas del mes de diciembre

Gipi. Exterior noche.
Rep. Bellas artes.
Jonathan Swift. Los viajes de Gulliver.
Esther Tusquets. Confesiones de una vieja dama indigna.
Rodrigo Fresán. Historia argentina.
Jerzy Jarzębski. Schulz.
Kenzaburo Oé. Renacimiento.
Cees Nooteboom. Tumbas.
Gertrude Stein. París Francia.
Jules Renard. Diarios.
Charles Baudelaire. El spleen de París.
Charles Baudelarie. Cuadernos de notas y consejos a jóvenes escritores.
Pierre Jean Jouve. Poesía.
Henri Michaux. Escritos sobre pintura.
Henri Michaux/ R. Wilcock. Fragmentos.
Juan Pedro Quiñonero. El taller de la gracia.
Juan Manuel Roca. Los cinco entierros de Fernando Pessoa.
Carlos Edmundo de Ory. Novísimos aerolitos.
Carlos Edmundo de Ory/ Eduardo Chicharro. Las patitas de la sombra.
Rosario Troncoso. Juguetes de Dios.
Roberto Bolaño. Los perros románticos.
Juan Gelman. De atrásalante en su porfía.
Hans Magnus Enzensberger. La balada de Al Capone.
Benjamín Prado. Romper una canción.
Arcadi Espada (ed.). El fin de los periódicos.
Giampaolo Rugarli. La troga.