He vuelto a Cádiz para presentar el último número de Caleta, ¡el 15 ya!, dedicado a la literatura cubana de la Revolución. Y aunque ya no pertenezco al cuadro de mandos de esta revista, me complace asistir a la cita y recordar, de camino, los diez años en los que sí lo hice.
Esta historia ya la he puesto alguna vez por escrito, pero me apetece volver sobre ella. Conocí a Mané García Gil en un sitio tan prosaico y periférico como es la Facultad de Derecho de Jerez. Él rondaba a una novia que yo tenía por entonces, y ella, con muy buen criterio, se dejó raptar por él. Más tarde la chica en cuestión -a la que tanto debemos- se fue con un tercero, y nosotros aprendimos la lección de que las novias no son de nadie.
El azar quiso que nos encontráramos y nos brindó el consuelo de crear una revista literaria. Mané ponía la capacidad de organización y la nada desdeñable herencia de su padre, fundador de la primera época de Caleta; yo ponía los contactos, la agenda de potenciales colaboradores. Él era sereno e inteligente; yo, audaz y explosivo. Teníamos de sobra para hacer un equipo razonablemente bueno.
Con el apoyo económico de la Diputación de Cádiz, que yo creo que iba más orientado a no perdernos de vista -debíamos de parecer unos Zipi y Zape- que a impulsar y difundir verdaderamente un órgano impreso, estuvimos durante diez años trabajando por amor al arte, al arte literario se entiende, y tratando de hacer de la revista un refugio rico y plural para los amantes de la literatura y el pensamiento.
Confieso que, recordando nuestra precariedad de entonces, me asombra repasar la lista de los colaboradores: Edgar Morin, Mario Benedetti, Francisco Nieva, Carlos Edmundo de Ory, Ernesto Cardenal, Andrés Trapiello, Pere Gimferrer, José Saramago, Joan Margarit, Francisca Aguirre y Félix Grande, Juan Villoro, Ernesto Sabato, Antonio Muñoz Molina, Rodolfo Fogwill, Enrique Vila-Matas, Alfredo Bryce Echenique, Jorge Volpi...
Un desencuentro con una delegada de Cultura del citado organismo -de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, es que higiénicamente no me acuerdo- propició mi dimisión irrevocable de Caleta. Algún amigo que creyó que la empresa ya no sería la misma después de mi baja encontrará en este número 15 un rotundo desmentido: Caleta, con Mané en solitario al timón, no sólo mantiene las altas cotas de calidad que marcan su trayectoria, sino que las supera con creces. La revista es tan hermosa y tan potente en contenidos que, si lo llego a saber, dimito antes.
A pesar de lo dolorosa que resultó mi decisión, de algún modo todos hemos ganado. Y seguramente una cierta distancia -geográfica, más que nada- entre Mané y yo ha sido beneficiosa para ambos: a él le ha ahorrado mis muchas impertinencias, y a mí me ha permitido encarrilar mis fuerzas hacia otros empeños en los que hago más falta, como Mediterráneo Sur y Estado Crítico. A veces no hace falta figurar en una solapa para sentirse uno representado y honrado. Caleta es una parte demasiado íntima de mi biografía profesional y sentimental, sólo que antes me hacía sufrir y ahora, desde fuera, sólo puede darme grandes alegrías.
1 comentario:
Lo siento, no he podido resistirme al leer lo de los dos amigos:
http://www.youtube.com/watch?v=jXpw1_H3QCU
Y, por cierto, una pena que no podamos echar un vistazo a esa revista por Huelva, tiene muy muy muy buena pinta.
Un beso.
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