El historiador Fernando García de Cortázar vino a verme en la redacción. Como demoré unos minutos en llegar, se entretuvo conversando en la entrada con Pepe, el portero, y cuantos iban asomando por allí a primera hora de la tarde. "No me ha reconocido nadie", me dijo un poco herido en su orgullo. "Bueno, Fernando, ya sabes, por aquí pasa mucha gente", balbucí. "No, no los defiendas, después de 60 libros alguien debería saber quién soy", protestó con una sonrisa. Es cierto que hace quince o veinte años, este profesor estaba más presente en los medios, sobre todo a partir del éxito de su Breve historia de España, que es algo así como el best-seller del ramo. Pero en los últimos tiempos, ni siquiera el premio Nacional de Historia que le dieron en -voy a comprobarlo- 2008 ha logrado devolverle aquella popularidad.
Hice ver entonces al historiador que los periódicos, todos, se han quedado sin memoria en muy poco tiempo. He oído a muchos directores presumir de plantilla joven, pero a ninguno hablar con orgullo de su contingente de veteranos. Hace aproximadamente una década, empezó a estar mal visto (por alguna razón que desconocemos) que los cuarentones fueran a ruedas de prensa. Las canas y las patas de gallo parecían chocantes, desde un punto de vista estético, en un contexto que cada vez iba a parecerse más a una clase de alumnos obedientes. Aquéllos fueron entonces recluidos a las redacciones, siguiendo otra tendencia del periodismo moderno: menos calle y más computadora. Además, ¿qué podían aportar los perros viejos del oficio? ¡Memoria! ¿Y quién sería el tonto dispuesto a pagar por la memoria en la era de la Wikipedia?
El paso del papel a internet -me parece estar viendo la oficina sumergida de El País en Miguel Yuste, como un hormiguero febril, cuando comenzaba el proceso- vino acompañado de una fe ilimitada en el CD-Rom y los nuevos dispositivos de almacenamiento. Hace un par de semanas, la red se movilizó para protestar contra la destrucción en París del archivo del fotógrafo Daniel Mordzinski. ¿Sabemos cuántos archivos fotográficos y documentales de periódicos se han perdido en los últimos veinte años? Yo conozco al menos dos, uno completo y el otro seriamente diezmado. Nadie soltó una lágrima por ellos: tocaba mirar hacia delante, hacia un futuro de banda ancha, intacto, listo para ser escrito desde cero.
A nadie extrañó que, con la llegada de la crisis, los veteranos fueran los primeros corderos del sacrificio: o bien resultaban demasiado caros (a fuerza de acumular trienios, algunos habían incluso trascendido su condición de mileuristas), o bien se les acusaba de haberse quedado atrás, incapaces de adaptarse a ese nuevo perfil de periodista que es a la vez redactor, fotero, blogger y community manager mientras barre a su paso con una escoba en el culo. Puestos fundamentales, como el de corrector, fueron erradicados por los nuevos gurús de Recursos Humanos: agradézcanles a ellos las faltas de ortografía que han leído en los últimos años. A otros veteranos que eran excelentes periodistas no hizo falta despedirlos: a algunos se les dio cargos de coordinación tan abrumadores que quedaba garantizado que no tuvieran tiempo para escribir un solo párrafo, pues ya sabemos que la estructura de los periódicos impide promocionar haciendo la misma tarea; otros muchos acabaron en gabinetes de prensa, poniendo su talento al servicio de una información orientada hacia intereses concretos, por muy legítimos que sean. Y así todo. Para sorpresa de García de Cortázar, en los periódicos sevillanos hoy cuesta mucho encontrar a alguien que fuera periodista durante la Expo'92, no digamos a gente que haya informado sobre la Transición española.
Cuando empecé a escribir en prensa, compré un montón de archivadores de cartón y empecé a guardar en ellos recortes, apuntes, datos que pudieran servirme para eventuales entrevistas o reportajes. Se dividían en Temas (drogas, Guerra Civil, arte, medio ambiente...), Nombres y Países. Fue mi Wikipedia casera. Pero lo que de veras me sirvió fue contar con la posibilidad de llamar a veteranos que no sólo podían poner a mi disposición alguna información, sino también los matices necesarios: cuidado con este político que siempre sale por aquí, pregúntale a Fulanito por tal anécdota, ojo con eso que te venden como nuevo, fue lo mismo que propusieron hace mil años...
La memoria no es sólo una suma de datos objetivos ordenados: también existe una memoria sentimental, una memoria de lo visto y lo vivido, que no puede reemplazarse con fondos documentales más o menos verificados. Y sin embargo, se ha reemplazado. El Alzheimer ha conquistado los medios a una velocidad que pondría los pelos de punta a cualquier gerontólogo, al tiempo que -como traté de contar ayer- se frustra el proceso de aprendizaje de los chavales que salen de la Facultad. La situación ha llegado a tal extremo, que no conozco a ningún periodista en su sano juicio que esté convencido de poder jubilarse dentro de la profesión. Perdón, ¿he dicho jubilación? ¿Quién se acuerda ya de eso?