Juan Bonilla ha tenido la inmensa amabilidad de hacerme un hueco en el último número de su espléndida revista Zut, y me ha publicado una pieza titulada La música y las fieras donde hago un alegato en favor del heavy metal de mis entretelas. Mi divirtió empezar llevándole la contraria a un sabio reconocido, George Steiner, que en alguna ocasión se refirió al rock duro como un simple elemento ensordecedor. Pues bien, a raíz de una reciente entrevista con Juan Cruz, el pensador soltó una perla que ha causado cierto revuelo:
-Es muy fácil sentarse aquí, en esta habitación, y decir: “¡El racismo es horrible!”. Pero pregúnteme lo mismo si se traslada a vivir a la casa de al lado una familia jamaicana que tiene seis hijos y escuchan reggae y rock and roll todo el día. O cuando mi asesor venga a casa y me diga que desde que se mudó a mi lado la familia jamaicana el valor de mi propiedad ha caído en picado. ¡Pregúnteme entonces!
El ramalazo xenófobo ha desatado la caja de los truenos, en efecto, pero nadie ha levantado la voz para preguntarse: ¿qué tiene Steiner contra el rock and roll? ¿Y contra el reggae? ¿Y contra el rap, contra el cual también ha arremetido antaño? Le desearía al sabio, de todo corazón, un confinamiento en Sapzurro, paraíso escondido del Chocó colombiano, donde los pácifico vecinos tienen la costumbre de oír a todo volumen, de la mañana a la noche, el peor reggaeton que imaginarse pueda.
Pero prefiero usar la anécdota para comentar al vuelo mis últimos hallazgos metaleros. Empezaré con una pequeña decepción, los británicos Dragonforce, un grupo que me encandiló con sus tres primeros discos a fuerza de endiablada velocidad y melodías preciosistas -con algún toque de banda sonora de marcianitos-, pero que en su último trabajo, Ultra Beatdown, han demostrado un lamentable agotamiento de recursos e imaginación. De todos modos, me parece un producto recomendable para esos días en que uno necesita un potente desahogo sonoro.
Los también británicos Bullet for my Valentine, con Scream aim fire, y los floridenses Trivium con Shogun, concurren como herederos de Metallica por dos vías muy distintas. Los primeros en un plan más adolescente, pero demostrando cada vez más consistencia y mejores maneras. Los segundos, a los que fui a ver el año pasado a Cardiff -teloneando a Machine Head, acompañados por unos casi fraudulentos Dragonforce y por Arch Enemy- siempre me han dejado la impresión, desde la primera escucha, que se trataba de una banda grande. En su nuevo disco se limitan a ahondar en la línea conocida de thrash vigoroso y letras rabiosas, pero sacan nota.
La sorpresa de la temporada ha sido para mí descubrir, por recomendación de mi querido Estanis Figueroa, a un grupo sueco llamado Hardcore Superstar que es lo mejor que me he echado a la oreja en mucho tiempo. Su último disco que yo sepa, Dreamin' in a cascket, es el brillante resultado de fundir la estirpe sleazy con la emocionante solvencia de grupos casi olvidados como Salty Dog, Dangerous Toys o Love/Hate (¡ay, aquel Blackout in the red room!), a quienes recuerdan poderosamente. Pero tienen como cuatro álbumes más, recién descargados en mi i-pod, que prometen un otoño de calidez y buenas vibraciones que el pobre Steiner nunca conocerá.