sábado, 21 de febrero de 2009

Regreso de Leopoldo María Panero

Aunque lo tendré cerquita, a tres calles, no iré esta noche al recital de Leopoldo María Panero. Ya lo vi muchas veces en El desencanto de Chávarri, hasta aprenderme de memoria pasajes enteros. Lo vi en Después de tantos años, en pantalla grande, y no me olvido de Quiñones a mi lado, suspirando "¡Michi!" al ver al menor de los hermanos, aquel Mickey Rourke ibérico y dipsómano, arrastrando penosamente los pies. Le rendí tributo, con Iván, en la londinense calle de Carnaby Street, una noche negra de chirimiri, noche de homenajes improvisados, después de descubrirnos ante la casa de Heinrich Heine. Fui a verlo a su hotel cuando vino hace un par de años a Sevilla, invitado por el Spoken Word, y ya no había casi manera de entrevistarlo, aunque todavía era capaz de lanzar algún destello de lucidez, alguna frase lapidaria, propia o robada de Baudelaire o Lautreamont. Fui al teatro Lope de Vega a ver el espectáculo que compartía con Carlos Ann y Bruno Galindo. La guinda era él: salió con sus insustituibles cigarrillo y cocacola, farfulló un poema apresurado, maldijo entre dientes y desapareció entre bambalinas. Lo que más me molestó fue el gesto de uno de los del grupo, sonriendo hacia el público y juntando las manos como quien pide perdón. Discúlpenle, parecía decir, él es así. Es que está loco. ¿Pero a que mola?
Ayer volví a verlo, volví a ensayar sin éxito una entrevista. Estaba en la terraza aledaña del hotel Doña Blanca, bebiendo cafés uno tras otro sin que a nadie se le ocurriera pedírselo descafeinado, metiéndose el filtro entero de los marlboro en la boca, aspirando y desmenuzándolo a la tercera calada. Ya sólo le veo sonreír cuando alguna chica está cerca, pero carece de capacidad para hilar el menor discurso coherente. Sólo vuelve una y otra vez sobre la idea de que han querido matarle: lleva veinte años con eso.
La gente joven, los nuevos escritores, le veneran como a un ídolo del rock. Hay motivos: creo que firmó algunos de los mejores poemas en nuestro idioma de todo el siglo XX, pero el Panero de 2009 es un señor que necesita calor y atención médica, no fans incondicionales. En algún sitio escribí que los muertos y los locos, que tanto miedo inspiran, gozan a la vez de un raro prestigio: se han asomado a lo desconocido y vuelven con noticias del otro lado. También tienen parentesco con los niños pequeños: todo el mundo quiere verlos, tenerlos en brazos y hacerles morisquetas, pero sólo un ratito.

2 comentarios:

Jabo H Pizarroso dijo...

tienes toda la puta razón

Antonio García Villarán dijo...

Lo peor es todo el universo Panero que lo rodea, Fans sobre todo. Yo estuve con él un día entero, lo mediqué, ya que Félix Caballero pretendía dejarlo tirado en Sevilla, y pude comprobarlo; Panero es un gran poeta y es un regalo para él sacarlo de Las Palmas de vez en cuando, pero lo que lo mata es su propia fama.