Me parece que todavía lo estoy viendo sentado detrás de una batería montada con retales y apaños, ensayando canciones de Barricada y Extremoduro con sus amiguetes en un garaje comido por la humedad. Eran apenas unos niños, mientras que yo ya tenía un grupo con instrumentos de verdad, que daba conciertos y salía en la prensa, de modo que tenía para ellos cierto aura de rock star que no disgustaba a mi vanidad. Pero en el fondo estaba deseando que ellos crecieran y a mí se me fueran las ínfulas, convencido como estoy de que no hay mejor relación que aquella que se da inter pares.
Sin haber llegado nunca a compadres de uña y carne, con Manuel Esteban Bernabé Cañadas, retahíla onomástica que los amigos abreviamos en Lito, hemos compartido andando el tiempo noches madrileñas de gariteo canalla, inmersiones poéticas en la Córdoba omeya, ronqueras y desafines carnavaleros en el Cádiz beduino y hasta sosegados cafés de Alameda hispalense. Lito -y en esto nos parecemos bastante- es un culo inquieto que lo mismo lanza un poemario que organiza asambleas libertarias; igual lo ves de camarero en un cóctel de famosetes farloperos que haciendo de probo funcionario con contrato parcial. Lo único seguro es que siempre lo encontrarás con su sonrisa perenne bajo la nariz, y toda la disposición del mundo a contagiártela.
Tal vez por esto no me extrañó nada saber que Lito había publicado en una editorial argentina un libro llamado Los 7 secretos del éxito. Bien sabe dios que no soy lector, ni siquiera simpatizante, de los libros llamados de autoayuda. Y menos de los libros en los que aparece el tan traído y llevado concepto del éxito, y para colmo materializado en un tipo cachas tomando el sol en una colchoneta. Pero de Lito sí soy devoto seguidor. No me interesa tanto su armazón teórica, lo reconozco, como su mirada positiva, su afán de enfrentar las visicitudes con el mejor talante (me consta que él ha tenido que capear durísimos temporales) e imantar las buenas vibraciones. Su base científica puede discutirse, pero él es el mejor ejemplo de cuanto predica. De hecho, lamento no verle más a menudo, aunque vivamos cerca, inmersos como estamos en nuestras respectivas vorágines. A ver si con esta entrada le comprometo al menos una cervecita, o lo que encarte.
1 comentario:
Pásate por mi blog, que hoy viene con sorpresa.
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