domingo, 24 de mayo de 2009

Feria del Libro (XI) Tortajada y Cortázar

Por extraño que parezca, la Feria del Libro es el peor momento del año para leer como dios manda, con calma y sofá. Para leer comprendiendo, como decía el chiste de la guía telefónica. La Feria es, no obstante, la suprema hora de encontrarse, con tu autor preferido como con ese que no soportas, con el amigo entrañable y con el pícaro editor que te debe dinero.
Lo que me gusta de la Feria -y me he prometido no ponerme más fatuo por una temporada- es esa posibilidad de encontrarse y reencontrarse con los que están y no están. Nunca conocí a Vicente Tortajada, por ejemplo, pero he podido sentirme muy cerca de él robando algunos minutos de lectura en los taxis con Esplendor, la antología de poemas que han publicado primorosamente sus amigos de Metropolisiana. Versos recios, sólidos, resonantes, exuberantes, que me volvieron a la cabeza cuando, bien entrada la noche, vi a Serrallé, Garmendia, Manuel Gregorio y compañía, la tribu del malogrado poeta brindando por él, alentando la llama de su memoria, pues eso y poco más queda de nosotros: "Me salvaron las artes en el lecho/ y un dudoso placer por la escritura..."
No veo tampoco la hora de meterle mano a un suculento ejemplar de los Papeles inesperados de Cortázar que, para envidia de casi todos mis amigos, tengo en mi mesita de noche semanas antes de que salga al mercado. Demoro ese momento y me consuelo encontrándome con algunos de los colaboradores de aquel número de nuestra revista Caleta que dedicamos al argentino: Nieves Vázquez y Luis Merino, Mariángeles Fernández, los locos del Centro de Arte Moderno, y sobre todo Carles Fernández, que tuvo la infartante suerte de que Aurora Fernández, primera mujer de Cortázar, le confiara cuatro o cinco cajones llenos a rebosar de inéditos. Es demasiado hermoso, demasiado fuerte para ser verdad, pero es verdad: 400 y pico páginas de Cortázar por estrenar.
Veo la mirada de Tortajada en la foto de solapa, y sin haberle oído nunca creo que estoy oyendo su voz, la que mana de sus versos. Veo a Cortázar en la portada de su libro y lo encuentro muy guapo, pero más guapo aparece al fondo de los ojos de sus lectores.

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