jueves, 8 de enero de 2009

Viaje con Wiesenthal

Al final no viajé a ningún sitio estas navidades, y para consolarme me abandoné a la lectura de las 1.150 páginas de El esnobismo de las golondrinas, la abrumadora obra de Mauricio Wiesenthal que sucedió a su no menos monumental Libro de réquiems. El maestro Edmundo Desnoes distingue dos clases de escritores: por exceso (escriben para deshacerse de lo que les sobra) y por defecto (escriben para encontrar lo que les falta). Wiesenthal, escritor excesivo, propone una especie de vuelta al mundo en montaña rusa. Pasa por lugares conocidos y queridos por mí -Estambul, Londres, Brujas, Roma, Niza- y muchos otros que figuran en mis cuentas pendientes, como Viena, Venecia o Estocolmo. Algunos pasajes son especialmente deliciosos, sobre todo aquellos en los que se demora en detalles mínimos, rincones invisibles para el turista al uso, cafés, hoteles, lecturas curiosas, anécdotas protagonizadas por los más variados personajes.
Wiesenthal -barcelonés de nacimiento, aunque pasó su infancia en Cádiz, a la que dedica bellos párrafos- hace así recuento de una vida enormemente rica en experiencias personales y, como buen esnob, también en lujos. No obstante, podemos reprocharle que su memoria se tome ciertas licencias, como cuando recuerda que las gitanas de Sevilla le regalaban romero y buenaventuras, cuando todo el mundo sabe que, al menos las que se buscan la vida alrededor de la Catedral, no regalan ni la hora.
También, más o menos a partir de la página 600, uno percibe que el autor se repite. Es curioso cómo abusa de expresiones como "gastó una fortuna", y cómo aparecen una y otra vez ciertos nombres: Zweig, Coco Chanel, Joséphine Baker, Nietzsche, la emperatriz Sissi, Colette o Sacha Guitry. No pretendo con esto restar méritos a Wiesenthal, que ha compuesto un hermosísimo y prolijo canto al placer de viajar y al placer de leer. Lo que se desprende de su ejemplo es que, a fin de cuentas, sólo tenemos un puñado de palabras que podamos hacer nuestras; que, aunque la casa se nos llene de gente, tarde o temprano los amigos caben en los dedos de la mano, o poco más; y que, como en aquel relato de Borges, cuando uno se propone la tarea de dibujar el mundo, el paciente laberinto de líneas que ha trazado da como resultado la imagen de su cara.

3 comentarios:

Javier Mije dijo...

Miro sólo con la mitad de un ojo miope ese pantagruélico apartado suyo de las "lecturas y relecturas" de cada mes, que tanto hace sufrir a algunos amigos suyos de envidia. No me fijo mucho en su abultadísima lista, ya le digo, por no ahondar los sentimientos de culpa y el complejo de "qué coño he hecho yo con mi vida" (lectora). Por eso he alimentado siempre la fantasía de que serían libros breves, brevísimos, hiperbrevísimos, los que usted hace pasar por sus pupilas. ¿Dónde metemos ahora nuestras creencias después de esas 1150 páginas de Wiesenthal? Querido Alejandro, viaje usted más, frecuente la Caja Negra, hágase socio del Betis y sígalo en sus desplazamientos. O mejor, siga abrumándonos e iluminándonos.

Alejandro Luque dijo...

Querido amigo M., no le falta razón en eso de que la mayoría de los títulos que voy anotando son, por no decir brevísimos, altamente portátiles, pues mis lugares recurrentes de lectura son el autobús, la cola de la frutería y similares. El Wiesenthal es, pues, un accidente de año nuevo. Lo de la Caja Negra, eso sí, me lo voy a pensar seriamente, y espero verle por allí. A la primera invita Rosa, y a la segunda yo. ¡Grandes abrazos!

Alejandro Luque dijo...

Una entrevista con Wiesenthal:
http://www.mediterraneosur.es/prensa/wiesenthal_mauricio.html