En la entrevista con Letteralmente, puesto que se trata de una web italiana, quise hablar, al referirme al miedo, sobre la novela Caos calmo, de Sandro Veronesi. Fui a ver la versión para el cine, tan abreviada, tan Nanni Moretti. Luego me sorprendió leer alguna reseña en la que hablaba de los miedos del protagonista. ¿Miedos? Yo creía que lo realmente interesante del personaje central es precisamente que ha perdido el miedo: eso es lo que lo hace atractivo y peligroso.
Uno de mis superhéroes favoritos era Dan Defensor, el genuino Daredevil, apodado El hombre sin miedo. Años después, Mel Gibson se hizo famoso encarnando a un policía invencible precisamente porque nada le amedrentaba: si tenía que convencer a un suicida de que bajara de la azotea, se subía él mismo a la cornisa; si alguien le apuntaba, él se exponía, dispuesto a abrazar la bala. Estos días se habla mucho de José Tomás, un torero que no rehúye el peligro, sino que más bien parece ir a su encuentro con determinación, con vocación de mártir.
[cosa curiosa, he recordado aquello que contaba Quiñones, de la tarde en la desaparecida plaza de toros de Cádiz cuando, haciendo Cagancho una faena mediocre, alguien le gritó desde los tendidos "¡anda ya, que no tienes ni miedo!" Y eso era la máxima carestía para un diestro, la ofensa suprema por parte del respetable]
Alguien sin miedo es insobornable. A quien no tiene miedo le asiste un poder asombroso. No es fácil ser Arma Letal, ni José Tomás. Tampoco está comprobado que esas actitudes garanticen el bien para la sociedad. Lo importante es que los niveles de miedo colectivo se mantengan bajos. Aunque sólo sea porque debemos tenerle mucho miedo al miedo.
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