Resulta muy difícil, al menos hasta que uno se acostumbra, caminar por la Quinta Avenida y las vías adyacentes sin hacerlo con pasos cortos, mirando hacia arriba y con la boca abierta, como dice Enric González. Todo obliga a replantear el sentido de las proporciones. La caída de las desmesuradas Torres Gemelas facilitó la unificación del paisaje, pero sigue destacando de un modo impresionante el Empire State Building, la mole a la que se encaramó King Kong, con la bella Ann Darrow en mano y su par de aviones zumbando alrededor.
Lo bueno de venir en temporada baja es que puedes ir saltándote todo el sinuoso recorrido acordonado y saltar al ascensor que te posa, en un santiamén, en el observatorio del piso 86. Me ahorro los lugares comunes acerca de las sensaciones que produce contemplar la ciudad desde este balcón, pero a la salida, en una estupenda tienda de cómics que abre sus puertas frente al coloso, me demoro en recordar los mil escenarios neoyorkinos donde los superhéroes hicieron su trabajo. Con el estreno del nuevo filme de Iron Man hay proliferación de comic-books suyos, pero también joyitas de Wolverine, del Capitán América, de Los Vengadores, de Hulk, de Los Cuatro Fantásticos...
Se me va el santo al cielo entre tanto poder sobrenatural antes de reanudar el camino hacia otra joya, en este caso arquitectónica: el Flatiron, primitivo rascacielos levantado sobre un solar imposible a cuya sombra nos tomaremos el primer hot dog del viaje. El paseo continúa por Wall Street, en cuyos aledaños hasta las cafeterías cuentan con paneles luminosos que dan cuenta de las subidas y bajadas bursátiles, y donde Peter Parker practicaba espectaculares cabriolas, si mal no recuerdo, en Spiderman 2. Dejando a un lado el grosero toro dorado que sirve de mascota a los brokers con credencial, bajamos Bowling Green y cruzamos a Battery Park, desde donde podemos columbrar la isla de Ellis y la silueta de la Estatua de la Libertad, escenario del desenlace de X-Men y de Superman IV.
Con un largo rodeo llegamos a la Zona Cero, el inmenso vacío dejado por las torres del World Trade Center, cuyo derrumbe no pudo evitar ningún prodigio del cómic. Los héroes aquí son los difuntos que se recuerdan, entre flores y ofrendas de todo tipo, en la cercana capilla de St. Paul, que de milagro se salvó de la hecatombe: policías, bomberos, simples ciudadanos que fueron desdichados protagonistas de una película catastrófica retransmitida para todo el orbe en clave de reality show.
Tras el estimulante café en un odioso Starbucks cerca del Ayuntamiento -hay un establecimiento de estos cada cinco minutos-, ahora sí, puedo proclamar con García Montero que ya soy dueño del Puente de Brooklyn, el mismo que cantó Hart Crane -"And thee, across the harbor, silver-paced..."-, el que destruyeron Magneto y Godzilla, el que Clark Kent y Lois Lane sobrevolaron en Superman returns.
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