jueves, 10 de abril de 2008

Harlem. Misa negra.

No me refiero, claro esta, a las ceremonias de adoracion del diablo, sino a los domingos que los negros de esta zona norte de Manhattan celebran de punta en blanco. Ahi se les ve caminando con paso seguro pero despacioso, ellos con su traje impecable y casi siempre con pajarita, ellas con sombreros y vestidos impolutos. Hemos madrugado para asistir a una de esas misas cantadas en clave de gospel, concretamente en la Abyssinian Batist Church, pero dos centenares de visitantes han tenido la misma idea que nosotros, de modo que vegetamos en la cola durante media hora larga, a merced de un frio inclemente y junto a un vendedor de discos que pregona su mercancia como si cantara un blues, hasta que decidimos salirnos e ir a desayunar. Nos colamos en un amplio y concurrido diner y nos damos un esplendido homenaje de huevos fritos, jamon, salchichas y pancakes. La vida se ve mejor con el estomago lleno, y asi bajamos hasta la 125 comprobando que Harlem es un barrio apacible pero con un profundo poso de melancolia, que en esta magnana de domingo solo abre sus peluquerias y sus iglesias, por cierto abundantes.
La calle 125 era antagno, segun nos dicen, una zona muy macarra, muy peligrosa, pero empezo a ponerse de moda entre los artistas y ahora vive momentos de cierta prosperidad, aunque es evidente que no acaba de despegar. No muy lejos de alli encontramos la Canaan Baptist Church, con una cola mucho mas asumible, y al cabo de veinte minutos estamos dentro oyendo el ardiente discurso del sacerdote y los canticos del espectacular coro, acompagnado por bajo, piano y bateria. Entre copla y copla, nos piden a los extranjeros que nos pongamos en pie, y el parroquiano mas proximo nos tiende la mano y nos da la bienvenida. La verdad es que uno se siente alli tan bien al cabo de un rato, entre el conciertazo gratuito y los mensajes alentadores que llegan desde el pulpito, que entiende al momento la sensacion tan confortante que hallan no solo los que no tienen donde caerse muertos, sino los vecinos mas respetables. Nada de culpas cristianas ni de pecados originales: de aqui sales con ganas de comerte el mundo y la autoestima por las nubes, porque lo que te dicen es que tu puedes, tu puedes, tu puedes.
En una ciudad de ocho millones de habitantes, parece importante formar parte de una comunidad, por un sentido elemental de afirmacion de la identidad, y tambien de pragmatismo. Al hijo de Felicia, que es ateo, se lo hicieron ver asi. "Tu cree en lo que te de la gana -le segnalaron- pero a alguna comunidad tienes que pertenecer". Y mientras meditaba donde invertir sus domingos por la magnana, sus hijos, que tienen amigos de todas las confesiones, le preguntaban: "Papa, nosotros no somos de nada?"

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