Acostumbrado a bregar con escritores y gente del arte en general, no es frecuente que tenga que entrevistar a científicos. Ayer me tocó -y fue una suerte- conversar con Javier Tejada, catedrático de física que junto a Eugene Chudnovsky y Eduardo Punset ha publicado una interesante y amena introducción al saber científico, El templo de la ciencia. La charla fue tan agradable que me olvidé de que pertenezco a una promoción que nos dividía entre gente de Ciencias y gente de Letras, e incluso de que todavía no sé cómo pude aprobar Matemáticas II en COU. Pero estos tres sabios tratan precisamente de superar esos prejuicios, muy similares a los que invitan a decir, por ejemplo, que la poesía no hay quien la entienda.
Le recordé a Tejada una idea de Enzensberger, según la cual las matemáticas, la física o la química han avanzado tanto en las últimas décadas, que no basta con tener sólo nociones escolares para acercarse a la realidad actual de estas disciplinas. Él insistió en que se trata de hacer que la gente vea con claridad, y todo será más fácil. Pura cuestión de didáctica, vamos. Me mostré un poco desconfiado, la verdad. Pero luego recordé a un premio Nobel de química que entrevisté hace años, Harold Kroto. El inglés trabajaba a menudo con niños de la siguiente manera: construía estructuras de plástico con forma de tal o cual molécula, y las tiraba al césped para que los chavales las lanzaran por el aire, se las pasaran de mano en mano o las patearan. "Cuando están familiarizados con ellas, entonces empezamos a hablar de química", explicó.
Habría que hacer lo mismo con la poesía. Urgentemente.
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