La T4 de Barajas cada vez me gusta màs, la encuentro sosegada, apacible, bajo las olas de bambu de Richard Rogers. Todo lo contrario que Fiumicino, paradigma de aeropuerto europeo molesto, estresante, pero en el fondo entragnable para mi: aqui dormi màs de una noche, aqui he sido siempre feliz, de ida o de vuelta. Repongo fuerzas mordiendo un panino y observo a los italianos, ùnicos en su gènero: ellas con algo de Laura Pausini en los genes, ellos como recièn escapados de un anuncio de colonia. Al fin embarcamos y menos de una hora despuès ya estoy viendo las luces de la costa siciliana, ahora si, ya estamos en el aeropuerto Falcone-Borselino, los nervios que venia arrastrando todo el dia se disipan cuando Toni, el chofer del Instituto Cervantes, enfila la autostrada hacia Palermo. No hay duda de que las costumbres aqui arraigan fuerte, y la de conducir a toda velocidad y de cualquier manera no va a ser una excepciòn. De hecho, vemos a mitad de camino luces de policia y ambulancia y un vehiculo reducido a un espantoso amasijo de hierros.
Con un nudo en la garganta, del susto pero tambièn de la emociòn, entramos en la ciudad nocturna y tranquilita, el teatro Politeama a la izquierda, el Massimo un poco màs adelante a la derecha, muchos recuerdos, mucha literatura tambièn. He elegido dormir las dos primeras noches en el hotel Posta, conocido por ser el albergo habitual de los viejos còmicos, desde Vittorio Gassman a Totò o Dario Fo, cuyos retratos cubren la cafeteria. Un sitio muy pirandelliano, donde me sientro tambièn yo actor, metido circunstancialmente en el papel de escritor invitado. Pongo la televisiòn y veo un poco de una vieja versiòn cinematogràfica de Il giorno della civetta -inspirada en la novela de Sciascia, con una esplèndida Claudia Cardinale- que compite con la final de Grande Fratello, el Gran Hermano italiano, y con un programa porno-soft protagonizado por la guapa Sunset Thomas, tan injustamente olvidada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario