Cerca de la plaza Croci -donde se levanta la estatua del único primer ministro siciliano que ha tenido Italia, y que yo sepa el único bígamo, conocido con el simpático nombre de Crispi- vive Antonio, joven y prometedor arquitecto palermitano. Gracias a una beca Erasmus bien aprovechada en Pamplona, conserva un impecable acento navarro, y circula por la ciudad que le vio nacer en una vespa, como es preceptivo. Angela, su encantadora novia, es psiquiatra, lo que en una isla tan pazza como ésta le garantiza el sustento de por vida. Pero me pregunto cómo, con tanto edificio medio ruinoso de Palermo, no hay miles de profesionales como Antonio echando horas extras para poner la ciudad en pie. "Entre lo que te pide el Municipio en licencias, y lo que te pedirá la mafia, aquí no hay quien quiera restaurar nada", suspira mi amigo.
Más tarde cenaremos en un acogedor restaurante del barrio -spaghetti al nero di seppia, bucatino con le sarde, todo delicioso...- que tiene en su puerta el logo de AddioPizzo, o sea, "Adiós al Pizzo": un movimiento, según me cuentan, por el cual los comerciantes se niegan a pagar tributo a la mafia. Incluso quienes han sido extorsionados con anterioridad, dan la cara y promulgan su basta ya. Por si fuera poco, han empezado a venderse productos naturales de esta bendita isla envasados con la aclaración "della terre liberate dalla mafia". Suena tan bonito que casi me parece irreal, pero es cierto, y parece que funciona. ¿Y si en el País Vasco también...?
Sueño con una Sicilia en la que Antonio y sus colegas rehabiliten tanta fachada demacrada, tanto edificio agonizante. Y no es que quiera dejar a Angela sin trabajo: ojalá pudiera ella tener mucha clientela como la de Billy Crystal en Una terapia peligrosa: ayudando a los mafiosos a cambiar sin traumas de oficio.
Nota.- Ya sabéis que no soy nada proselitista, pero esta historia me parece tan ilusionante que adjunto la dirección web (versión en español) para quien quiera curiosear o adherirse:
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