En Bogotá, existe un personaje llamado el Indio Amazónico en cuya tienda te venden de todo, pócimas, elixires, amuletos, talismanes, bendiciones... A la entrada de dicho establecimiento, han colocado una serie de fotografías trucadas, como collages o apaños de photoshop, donde se puede ver al brujo en cuestión con famosos de todo el mundo. Lo mejor de todo es que, puestos a falsear, no han elegido a premios Nobel ni cantantes populares, sino a gente tan extraña como George Bush padre o MA Barracus, el de El equipo A.
Me he acordado de ese simpático fantoche hojeando en la redacción del periódico las memorias del dúo Los del Río, que acaban de ver la luz bajo el título Y llegó Macarena. Por ellas desfilan las celebridades más insólitas, sólo que no se trata de montajes, sino de la verdad más rigurosa. Desde luego, los especímenes más extraordinarios son los propios protagonistas, dos hombres corrientes a los que el destino tenía reservada la extravagante tarea de hacer bailar al presidente de los Estados Unidos, y con él a medio mundo.
Lo de estos artistas es para volverse loco, para perder por completo el sentido de la realidad. Con mucho menos he visto a varios írsele la chaveta. El lunes pasado tuve que llamar a Rafael, un 50 por ciento de Los del Río, para una vaina del periódico, y volví a encontrarme con el señor sencillo, de barrio, que ha sido siempre. ¿Cómo lo hará? ¿Qué milagrosa vacuna lo apartará de la vanidad, de la esquizofrenia?
Más de una vez he coincidido con ellos en el avión a Alicante -yo iba al premio Torrevieja, ellos de galas- y me han parecido tipos con mucho sentido del humor. Como Borges, que siempre esperaba a que alguien fuera a desenmascararlo, estoy convencido de que Los del Río no acaban de creerse lo que les ha pasado. Y a poco que lo piensen, seguro, tendrá que darles la risa floja.
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