Con mi Giornale bajo el brazo -sólo por ver qué vende Berlusconi en Sicilia- paseo por la ciudad con la sensación, a ratos confortante y a ratos aterradora, de que nada ha cambiado en estos últimos cinco años. San Giovanni degli Eremiti está todo cubierto de andamios, por los que asoman trabajosamente sus cúpulas rosadas, pero Quatro Canti está idéntico, tiznado de humo y atosigado por el tráfico. Acaso las distancias, las proporciones de los edificios, fueran distintas en mi memoria, pero he regresado mentalmente tantas veces a este lugar que en dos días puedo recorrerlo con toda familiaridad.
Por suerte, también han cambiado mis posibilidades económicas, y a la nostalgia que me produce evocar los primeros arancini, las providenciales focacce de entonces, le opongo el gustazo de un risottino con frutos del mar en plena piazza Marina que quita el sentío. El Palacio Steri (según algunos, una redundancia, porque steri ya significa palacio: es como decir Palacio Palacio; pero su otro nombre, Chiaromonte, evoca a un malo que no vale la pena homenajear), el Steri, decía, ya ha sido reformado, y me cuentan que para celebrar no sé qué aniversario el Rectorado de la Universidad ha permitido actividades que recuerdan su pasado como presidio de la Inquisición. Santa Maria della Catena, y el templete donde bailaban los personajes de mi cuento A y R, siguen inmutables, igual que el hostal donde imaginé esa historia, ¡el Gardenia!
Después de una siestecita reparadora, el Grand Hotel et des Palmes también me parece impermeable al paso del tiempo, quizá desde los tiempos en que Wagner dormía aquí. Estos días se aloja, con motivo de un rodaje, la diva siciliana Maria Grazia Cucinotta, el pibonazo de El cartero y Pablo Neruda. Hemos perdido en oído musical, pero hemos ganado en imagen.
La librería Sellerio junto al Hotel Excelsior -sí, el mismo que te cobra el vasito de Marsala a ocho euracos- ya no existe. De hecho, ya no queda ninguna librería Sellerio en la ciudad: una amable ancianita me informa que la más cercana está en Mondello. En dirección al mar sí permanece en cambio, inexpugnable, la famosa cárcel de Ucciardione, con un concesionario de coches Lancia al lado que yo imagino como una obstinada tentación de fuga.
El Mazzara, donde venía a escribir Lampedusa, es ahora un café un poco trasnochado, lo que no impedirá regalarme en él un soberbio cannolo ahíto de crema. En Vía Libertá, pasado el teatro Politeama, tampoco se han movido de su sitio, ni han renovado su catálogo, los tenderetes de libros usados. Y es que hay cosas que no cambian, que no pueden cambiar en cinco años: estoy seguro de que a muchos ejemplares no les han quitado el polvo desde la última vez que vine.
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