No hay que fiarse de los personajes que crea la popularidad. Si algo te enseña este oficio de escribir en los papeles, es que una cosa es la imagen que da un famoso y otra muy distinta el ser humano que hay detrás. Enrique Bunbury, por ejemplo, que cae gordo hasta en foto, se me reveló una vez como un tipo amable que había cometido el error de querer epatar demasiado. El brillante psiquiatra Carlos Castilla del Pino me pareció en una conversación telefónica un macandé pendiente de tratamiento. Y uno de los Gomaespuma, que según sus fieles oyentes son el colmo del buen humor, resultó un paradigma de malaje imperdonable.
Dominique A, chansonnière francés, tiene fama de hombre triste. El cielo de sus discos siempre está nublado, y si te fijas bien en la caja de sus CDs corre una lluvia casi imperceptible. Sus guitarras son un lamento desengañado, sus letras fluyen a través de un nudo en la garganta.
Hoy lo entrevisté en la terraza del hotel Azahar: dos cráneos mondos, el suyo y el mío, bajo el sol tibio de la media tarde. En dos minutos había sonreído tres veces, y juro que no conté ningún chiste. Es más, creo que en todo caso es una timidez extraña -tratándose de un artista que ya enfrenta públicos numerosos- lo que le impide mostrarse más vivaracho. Pero nada que ver con el señor deprimido y parco en palabras que yo esperaba encontrarme. Lo que sucede, según me dijo, es que todos llevamos dentro la alegría y la tristeza, pero cuando se pone a escribir canciones ésta desplaza a aquélla. Lo cual tiene su lógica: quien está contento no se sienta a contarlo, disfruta del momento; quien tiene alguna pesadumbre, la conjura como puede. De vuelta a casa, he puesto su disco Sur nos forces motrices y me ha parecido que, entre los nubarrones, asomaba un rayito de luz.
1 comentario:
Una entrevista:
http://www.mediterraneosur.es/prensa/dominique_a.html
Publicar un comentario