Desconfío por sistema de los atajos -hágase rico en dos días, aprenda inglés sin esfuerzo, etc.-, y más si son de índole artística. Pero esta mañana encontré sobre mi mesa el libro Cómo se escribe un cuento, de Guillermo Samperio, y a falta de alternativas ha caído en dos trayectos de autobús. Insisto en que rechazo estas guías, y mi primo Andrés Neuman ya estará harto de que le reproche que en cada libro de relatos meta un decálogo, o un dodecálogo, sobre qué es o cómo debe ser un buen cuento. Sostengo que, por cada receta infalible que se proponga, siempre habrá una obra maestra, ya sea de Chejov, de Borges o de Quiñones, que la desmienta. Por otro lado, hay que ser razonables y considerar que de un taller vecinal de pintura, o de un gimnasio que imparta bailes de salón, nunca saldrá un Picasso ni un Nureyev, pero todo el mundo tiene derecho a aprender.
En fin, que me ha divertido leer a Samperio y ver que muchos consejos se contradicen entre sí, de modo que será el eventual aprendiz quien tenga que decidir qué camino toma. Sólo he echado de menos la recomendación insuperable que nuestro Javier Ruibal le regaló a un precocísimo pianista, dueño de una técnica asombrosa pero por aquel entonces incapaz de transmitir: "Hijo, tú ya no estudies más, tú ya te los has estudiado a todos. Ahora, haz el favor de salir a la calle y folla. Folla mucho".
Nota.- Por si cupiera alguna duda, aclaro que Ruibal no se refería -no sólo- a la gimnasia erótica. Hablaba de sentir, experimentar, gozar, dolerse, decepcionarse, vivir en suma. El pianista, dicho sea de paso, ha crecido y, a día de hoy, toca de muerte. Se le ve hasta más feliz.
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