jueves, 29 de octubre de 2009

Rafael Alberti, me colé en tu fiesta

La primera vez que vi a Rafael Alberti, si no me equivoco, él soplaba las velas de una tarta -¿90, 92?- y yo ya me acercaba a los 20. Me había desplazado en autobús hasta El Puerto de Santa María sólo para oír la conferencia, abierta al público, que con motivo de ese cumpleaños daría allí Antonio Colinas. Esperaba que éste me firmara mi ejemplar de Sepulcro en Tarquinia y volverme, pero no sé cómo me colé en la cena, ocupé un asiento libre, no dejé un guisante en el plato y brindé como todos por la salud de hierro del poeta.
Luego, con la Fundación Alberti ya en marcha, lo veíamos siempre en las ceremonias de clausura, con la salud cada año un poco más mermada, pero ahí seguía. Hubo una época en que por necesidades económicas (y cierta curiosidad profesional) trabajé para una desastrosa agencia del corazón. Bueno, en realidad el desastre era yo, incapaz de preguntar a nadie por su vida privada, y absolutamente ignorante de la variopinta fauna que habita el papel couché. El caso es que propuse una entrevista con María Asunción Mateo, que me interesaba bastante más que las modelos y los novios de ésta o aquella, y coló.
Con el fotero Rafa Marchante fuimos a Ora Marítima, la villa de los Alberti a las afueras de El Puerto. Conversamos largo y tendido en el porche, y ya casi nos marchábamos cuando María Asunción nos preguntó: "¿No queréis saludar a Rafael?" Claro que queríamos. Lo encontramos sentado en su sofá, gordo como un buda, con su proverbial melena blanca cayéndole sobre los hombros y una mueca que quería ser sonrisa. Apenas podía hablar ya, y yo traté de mostrarle que no hacía falta, que sólo queríamos decirle que le queríamos y desearle que estuviera bien. Sus perros venían a rozarse con sus rodillas y jugamos unos minutos a rascarles las orejas y acariciarles el lomo, sólo eso. Luego nos marchamos por donde habíamos venido. No volveríamos a verle.
Han pasado diez años de su muerte, y dice María Asunción en la prensa que Rafael está más vivo hoy que nunca. Lamento no estar de acuerdo. Los poetas, dice Juan Carlos Mestre, no son caballos de carrera, pero sí tienen algo de valores bursátiles que suben y bajan sujetos a invisibles ciclos. Las acciones de Rafael no están hoy en alza, se han cometido errores, el nombre del poeta derivó en algo tan feo como una marca registrada, la Fundación se ha encerrado en sí misma, se ha vuelto tan proteccionista que ha terminado ensimismándose, y la primera perjudicada es la obra de Alberti. No estoy en absoluto de acuerdo en satanizar a la viuda, pero creo que se equivocó rompiendo con unos brokers tan devotos como García Montero, Luisito Muñoz o Benjamín Prado. Tampoco entiendo el desencuentro total con Aitana, la hija de Rafael, en cuya casa habanera brindamos una noche por la memoria y por los versos de nuestro ilustre paisano.
Quién disparó primero, es una pregunta que ya carece de sentido. Pero por el amor a Alberti y a sus libros imborrables, para que realmente vuelvan a estar vivos y en incesante circulación, unos y otros deberían firmar sin más demora algo parecido a un armisticio. ¿Cabría imaginar mejor homenaje en el décimo aniversario de su desaparición?

miércoles, 28 de octubre de 2009

Sacristán y/o Alterio

Fui al Lope de Vega a entrevistar, con motivo de su gira Dos menos, a José Sacristán y a Héctor Alterio. A éste último, que iba al teatro caminando a paso lento, enfundado en una chaqueta azul y con gafas de sol, lo pasé raudo con mi bicicleta. Sacristán esperaba muy erguido a las puertas del coliseo. En la rueda de prensa previa percibí que a ninguno de los dos le gustan las ruedas de prensa. Pues que no las hagan, joder: ya han vendido la taquilla para todas las funciones. No, se deben a su público y a los medios, que al fin y al cabo son quienes los mantienen en el candelero. No, no le deben nada a nadie: son unos monstruos escénicos que están por encima del bien y del mal. Aunque también son unos divos incapaces de disimular su vanidad. Tienen, desde luego, currículo para presumir, han hecho Historia en el cine y el teatro. Y ahora son unos pesados, hacen un teatro insoportablemente cursi y burgués. Eso es profundamente injusto con dos maestros de la interpretación y dos artistas comprometidos como pocos. Sacristán se interpreta a sí mismo a tiempo completo, y de vez en cuando a Fernán-Gómez soltando tacos y fingiendo indignación. Yo he llorado varias veces viéndole en El viaje a ninguna parte y en Un lugar en el mundo. Alterio tiene una sordera profunda. Carajo, el hombre tiene 80 años. Y debe hacer ímprobos esfuerzos para mostrarse simpático. Yo he llorado varias veces viéndole en La tregua y en El hijo de la novia. Todos los que amamos el cine o el teatro tenemos una deuda impagable con ambos. Pero es mejor verlos a distancia. Sacristán sigue siendo un galán a sus 70. Lo que no deja de tener su patetismo. Forman parte indeleble de nuestra memoria. Pero de nuestra memoria dividida, porque yo diría que no se pueden ver, Héctor Alterio tiene los ojos más azules de lo que parece en pantalla. Y usa la misma colonia que Andrés Neuman, argentino como él.

martes, 27 de octubre de 2009

Rakel Winchester y Luis Medina en Córdoba

Sucede de un tiempo a esta parte con cierta frecuencia: voy con Juanlu Pineda a tocar a cualquier sitio, y cuando queremos darnos cuenta, comprobamos que hay mucho más talento frente a nosotros que sobre el escenario. Ganas nos dan, créanme, de bajarnos e invitar a subir a quienes saben de esto. La otra semana fuimos a Córdoba, al muy ilustre y acogedor local La Espiga, y volvió a repetirse el cuento. Ya empezó a darme buenas vibraciones el hecho de descubrir, en esos anaqueles que en otros bares suelen sostener libros sin interés, saldos que nadie quiere, un viejo título del poeta Amador Palacios y un ejemplar del Campo lunario de Antonio Hernández, que ya es decir.
Antes de empezar el recital, asomó el cantautor cordobés Luis Medina. Para nosotros, Medina será siempre el vértice de un triángulo que completan Matías Ávalos y Luis Felipe Barrio, a los que algún día dedicaré un post aparte; tres músicos que en nuestra primera juventud escuchamos muchísimo, y que todavía hoy resisten la prueba del tiempo cuando los echo a batirse el cobre en mi equipo de música. Medina, artífice de canciones tan entrañables como aquella Sara en blanco y negro, es además un tipo llano, amable y con notable sentido del humor. Sigue tocando, aunque se prodiga poco. Tuvo la generosidad de quedarse todo el concierto, nos dio muchos ánimos y un viejo y hermoso disco, Humana.
A nuestra espalda, tras la barra, nos sorprendió reconocer a Rakel Winchester, otra artista que merece todo nuestro reconocimiento. En España "poca vergüenza" es una ofensa que aplicamos -a menudo con justicia- a algunos políticos, pero en Cádiz es sinónimo de desparpajo, casi de libertad. Rakel puede presumir de haber escrito las letras más desvergonzadas de la música española, yendo mucho más lejos (en lo lírico como en lo musical) que la mayoría de la iconoclasta movida madrileña, por ejemplo, pero además en una época en la que escandalizar es mucho más difícil. Es una suerte de Nina Hagen o de Wendy O. Williams cañí, pero con un elemento fundamental del que adolecían aquellas dos lobas del punk: tiene sentido del humor. Me contó que el negocio está de capa caída, que su último disco no tuvo la difusión que merecía, pero yo confío en que remonte el vuelo. Se ha ganado el derecho a tener suerte y tendrá su recompensa.
Con tal compañía de lujo disfrutamos de un concierto íntimo y sabroso, donde la energía fluyó entre todos como una corriente deliciosa. Lástima que hubiera una mesa concurrida y cacofónica que a ratos prestaba atención como en otros momentos desataba un pequeño infierno de risas y voces. Pero el talento, ya lo dije, se esconde donde menos lo esperamos:
-¿No te has fijado? -me dijeron luego, cuando la reunión se hubo disuelto- Estaba entre ellos el poeta Eduardo García, premio Nacional de la Crítica.

De repente, Roman Polanski

Fueron sólo unos segundos. Un gorila le abrió la puerta de aquel garito y salió escoltado por dos rubias -ese tipo de polaca intachable, de ojos azulísimos, largas piernas y cabellera flamígera- mucho más altas que él. Yo subía en ese momento los pocos escalones de acceso al pub y me quedé congelado. Ni siquiera pudimos cruzar miradas, porque parecía mirar a todas partes sin fijarse realmente en nada. Un coche negro frenó en la puerta y lo engulló. También a las rubias.
Ahora dicen que está preso, que la cagó a base de bien hace 30 años. Creo que debería haber dado la cara antes, creo que no hay que esperar a que pasen 30 años de nada. Creo que la fama es una losa y el corporativismo mal entendido una actitud peligrosa. Como se dice en el cine, el tipo está metido en un buen lío. Como se dice en el cine, no quisiera verme en su pellejo.
Lo veo en las fotos de la prensa y recuerdo con intensidad aquella noche. Mi plan era pasar unos días en Varsovia solo, como primera escala para conocer algo del país. En el avión conocí a un chico muy simpático, de Alcalá de Henares, que viajaba para hacer un curso avanzado de polaco. En su localidad la población polaca supera los 4.000 habitantes, y según me confesó había empezado a estudiar su lengua como todos, para ligar. No sé si mucho éxito, pero un nivelizado sí tenía.
Como él también estaba solo, me invitó a dar una vuelta al anochecer. Tradujo amablemente la carta del restaurante y me condujo por los locales diseminados a la espalda de Nowy Swiat, llenos de gente guapa. A la entrada de uno de ellos se produjo el encuentro con el personaje en cuestión. A mí me hizo mucha gracia, porque no hay mucha gente que se encuentre con Almodóvar en su primera noche en Madrid, ni con Woody Allen en su primera noche en Manhattan.
-¿Quién es? - preguntó mi amigo al ver mi expresión de sorpresa.
-Nadie -respondí-. Alguien que hace películas.

viernes, 23 de octubre de 2009

Madrid de puente (y III) Soledad en pantalla

Ese puente pude comprobar que los fines de semana no sólo se llenan hasta la bandera los teatros madrileños, sino también los cines, lo cual parece aún más extraordinario. Como todo el mundo a nuestro alrededor, dudamos unos instantes entre Tarantino, Woody Allen y Campanella, y al final optamos por el argentino. El secreto de sus ojos es una buena película, desde luego, llena de triquiñuelas, eso también, lo que Borges llamaría "un poco maquinita", pero sustentada por unos trabajos actorales formidables.
Ahí en la pantalla me gustó ver de nuevo a Soledad Villamil, a la que entrevisté hace ya más de un lustro cuando vino al Festival Iberoamericano de Teatro (FIT) de Cádiz. Yo estaba un poco fascinado por haber visto no hacía mucho El mismo amor, la misma lluvia, una película que conquista instantáneamente, pero que a duras penas resiste dos o tres visualizaciones. De la entrevista no recuerdo gran cosa, lo cual quiere decir que no hablamos de nada muy revelador y que mi memoria no da para mucho.
Sí que retengo que Soledad venía con su hijo pequeñito, que ya debe de estar haciendo la mili, y sólo se separaba de él para subir a las tablas. También que allí arriba cantaba e interpretaba y lo hacía muy bien, mejor que en el cine, donde se empeñan en clavarle unos primeros planos muy difíciles de sostener. En el filme de Campanella no está mal, pero es tan aplastante la presencia de sus compañeros, que acaba pareciendo una novata, o casi.
De todos modos, me gusta verla de nuevo en la pantalla grande, como me gusta saber que pasó por Cádiz, por ese FIT cuya nueva edición está a punto de comenzar, y en el que también actuara años antes el propio Ricardo Darín, o el gran Walter Reyno, que está gigantesco en El aura. Por allí pasó Soledad, más alta de lo que parecía en el cine, con un inconfundible lunar en la nariz y unos ojos bonitos y un poco tristes, idóneos para los papeles dramáticos.

domingo, 11 de octubre de 2009

Madrid de puente (II) Elisa en escena

Nos conocimos hace ya unos añitos, en un lugar tan prosaico como la Facultad de Derecho de Jerez. Ya entonces éramos los dos tremendos diletantes, pero sin vocación clara: yo estaba ahora dibujando y luego me dedicaba a la música, ella tan pronto escribía poemas como se apuntaba a danza del vientre o fundaba un grupo de cuentacuentos. La cosa era tocar muchos palos, ya el tiempo y la suerte se encargarían de asentarnos en alguno.
No siempre nos llevamos bien, no siempre fluyó la comunicación entre nosotros. Algunas amistades también avanzan así, entre desencuentros, entre malentendidos. Se fue a vivir a Madrid, soñaba con dedicarse al teatro. Entró en la noria de los cursos, de los trabajos mal remunerados, los cortometrajes de amigos, las campañas publicitarias. Y los casting. En más de una ocasión nos encontramos en el msn y me confesó que su paciencia estaba al límite, que estaba por darse un plazo razonable y, si no salían faenas decentes, pensar en dedicarse a otra cosa. Tampoco es la primera vez que oigo esas dudas en gente que se dedica al arte. Pero si el tirón es fuerte, aunque los años pasen y uno se desespere, resulta difícil tirar la toalla. Nadie se mete a hacer teatro por dinero, pero muy grande debe de ser el hambre de aplausos, el alimento espiritual que el público desmiga sobre el escenario, para resistir un mes, y otro mes, cuando las cosas no vienen de cara.
Lo curioso es que nunca, en todos estos años, había visto actuar a Elisa Marín. Ayer vi en facebook que estaba anunciada aquí en Madrid, en el CaixaForum, con una obra infantil titulada Guau. No me lo pensé. Saqué mi entrada, me sumé a la corriente de niños y papás que ingresaba en el auditorio, tomé asiento y me dispuse a disfrutar. En una hora larga Eli hace de todo, canta, baila, dibuja, provoca la risa, emociona. Es lo que todos estos años quiso ser, con toda la dignidad y todo el talento. Y está genial.
Puede que la vocación no sea un cheque en blanco, y algún día tengamos que hacer cosas distintas de las que amamos. Pero, hasta entonces, no hay otra que perseverar en las pasiones y tratar de hacerlas productivas. Elisa lo peleó y lo ha logrado, ¿hay conquista más grande que la de un sueño?
P. S.- No es la única gaditana que se deja ver en la cartelera teatral madrileña. Al pasar por la entrada del Teatro Pavón, veo a mi vecino David Boceta, gigante, rosa en mano, anunciando ¿De cuándo acá nos vino? de Lope de Vega, con la compañía Nacional de Teatro Clásico. Su compadre -y el mío- Antonio de Cos hace comedia de la grande con Perdisión Teatro, y Ana López Segovia ha debutado como directora con Los trapos sucios y ya tiene lista La maleta de los nervios con sus Chirigóticas. ¡Muchas tablas!

sábado, 10 de octubre de 2009

Madrid de puente (I) Libros antiguos

Me apeé del AVE a primerísima hora en Atocha, donde me esperaba Iván. Y sin soltar mi equipaje, después de un rápido desayuno, fuimos a la Feria del Libro Antiguo que estos días abre sus toldos en Castellana. Tal vez sólo con Iván, bibliómano como yo, puedo pasar cuatro horas buceando entre el polvo y los ácaros en pos de la joya escondida que siempre prometen estas viejas casetas. Hay que cuidarse mucho para no ceder a las tentaciones más ramplonas, las que te cargan de libros sin ton ni son y te vacían el bolsillo sin darte grandes satisfacciones. En cambio, hay que ser paciente, o afortunado, para dar con ese título que llevas años buscando, o que ni siquiera sabías que existía.
Yo me llevé dos grandes alegrías. Una me la dio un librito descatalogadísimo, Las bacantes, el segundo poemario de mi querida paisana Mercedes Escolano, que vio la luz hace nada más que 25 años con un hermoso prólogo de Ángel Crespo y una impagable foto de Merceditas tumbada en el Campo del Sur, con las piernas cruzadas remedando la cola de una homérica sirena. ¡Qué bien cantaba ya Mercedes entonces, tan jovencita! ¡Y cómo volvería locos a los poetas satirones con sus atrevimientos! Hay unos versos menstruales, en Poema de amor nº 19, que valen un imperio: que los muslos se impregnan/ de amor y de násea/ que un vértigo rojo me acaricia/ y salpica el mundo a su paso/ y lo reta y lo provoca y lo burla...
El segundo hallazgo del día, aparte de algunos caprichos sicilianos que cayeron en mi red de trasmallo (Consolo y Vittorini), fue un libro que Andrea Camilleri recomendara una vez en un viejo ABC de las Letras, y que yo creía desaparecido para siempre de nuestro idioma, o acaso ni siquiera vertido en él. Me refiero a Los anteojos de oro, de Giorgio Bassani, una joyita de Barral Editores, 1972, con traducción del gran Sergio Pitol y una hermosísima cubierta de Julio Vivas. Esa misma tarde me abandoné a la lectura de esta valiente novelita en torno a la homosexualidad, para comprobar que Camilleri se quedó corto con los piropos. Tengo entendido que hay una versión cinematográfica de la obra, pero dudo que pueda trasladarse fielmente a la pantalla una prosa tan limpia y delicada como la de Bassani.
¿Cuatro horas para tan magro saldo?, pensarán algunos. ¿Tamaño esfuerzo de la vista, cervicales y rodillas resentidas, sólo para un par de libros? Pues sí. Pero, además, una visita a la Feria del Libro Antiguo es también una cruel toma de conciencia de la vanidad del escritor. Paco Umbral es la inveterada estrella de estas citas, porque publicó en demasía y se devaluó aprisa, de modo que sus seguidores tienen mucho donde elegir. Luego hay cantidades ingentes de Asimov y de Guareschi, no pocos Gironella, Ussía y César Vidal, bastante Rosa Montero y Maruja Torres... No cito los nombres de amigos, vivos o muertos, con los que me reencontré pasando los dedos por su nombre grabado en lomos polvorientos. Tanto bregar para esto, ¡Sic transit gloria mundi!
Eso por no hablar de los nombres totalmente desconocidos. En un momento dado sostuve en mis manos una novela, leí en voz alta el nombre de la autora (que por razones evidentes omito) y me pregunté repetidamente de qué me sonaba. ¿Había leído algo de ella? ¿La había entrevistado alguna vez, quizas? Iván asomó entonces por encima de mi hombro y respondió secamente:
-Nada de eso. Es amiga tuya en facebook.

jueves, 1 de octubre de 2009

Otras lecturas/relecturas del mes de septiembre

Robert Crumb. Recuerdos y opiniones.
Roberto Bolaño. Una novelita lumpen.
Amin Maalouf. El desajuste del mundo.
Thomas Bernhard. Mis premios.
Georges Perec. Un hombre que duerme.
Enis Batur. El laberinto de Dédalo.
Milan Kundera. Un encuentro.
Antonio Luque. Socorrismo.
Mercedes Cebrián. Cul-de-Sac.
Giuseppe Tommasi di Lampedusa. Shakespeare.
Fernando Iwasaki. España, aparta de mí estos premios.
Charles Bukowski. La gente parece flores al fin.
Rafael Courtoisie. Poesía y caracol.
Eugenio Montejo. Terredad.
Antonio Deltoro. El quieto.