miércoles, 2 de julio de 2008

Gallego y Vázquez Figueroa, ángeles y demonios

Asistí a la quedada de los lectores de Laura Gallego en Sevilla, con motivo de la salida a la luz de su nuevo libro, Dos velas para el diablo. Calor infernal. Encontré a la autora a la sombra, de blanco y con dos alas de angelito a la espalda. No ha sido la única: recuerdo que la primera foto que vi de Yolanda Castaño lucía también con alitas, subida a un columpio. Pero, mientras Yolanda -poeta excelente, léase su Libro de la egoísta- juega siempre con una notable fuerza sexual, Laura parecía un ángel en sentido literal, asexuado, y un poco ajado por el éxito, altivo, redicho. Uno no vende medio millón de libros y sale indemne así como así: a la valenciana no la envejecen los años, sino las listas de ventas.
Que se lo digan a Vázquez Figueroa, con quien también eché el rato a propósito de su Coltan. El canario es, por supuesto, el demonio: 25 millones de ejemplares vendidos. En el mundillo libresco no lo pueden ver porque en la Literatura, que es mayúscula y sagrada, él se orina alegremente. Quiero decir que a lo largo de los años los libros han sido para él un medio de vida, un instrumento completamente despojado de magia, y eso no se lo perdonamos. En los cuarenta minutos largos de la entrevista prefirió hablar de sistemas de desalación, de petróleo y macroeconomía, porque para él la Literatura ya ha cumplido su función, que era hacerle rico.
Confieso que me gustó la charla, me divertí. Pero el cielo para mí está en otra parte. Y el infierno, por supuesto, c'est les autres.

Reincidentes hacen las Américas

Me gusta recordar la banda sonora de mi infancia, y no sólo por los singles de los Payasos de la Tele y las cintas de Enrique y Ana, o la sintonía de Comando G -el disco incluía algo así como un sofisticado juego de los barquitos en clave galáctica- o un grupo llamado Caramelos. Me gusta evocar los discos que ponía mi padre, la Amanda de Víctor Jara, la casete de Contracanto que repetía una y otra vez Yo te nombro, libertad. Si, como dicen, la memoria musical de los niños es muy aguda y persistente, yo me siento muy afortunado de haberme criado oyendo letras que hablaban de eso, de libertad, de igualdad y de fraternidad. No es cuestión de ser de izquierdas o de derechas. Tampoco digo que estén condenados aquellos a quienes les cantaban el Cara al sol. Sólo digo que para mí fue una suerte vivir en una casa donde sonaran cosas como las citadas.
Volví a ellas siendo ya un muchacho. Mi cabeza bullía de siglas, consignas, divagaciones politiqueras, pero la mayoría de aquellas canciones conservaba su pureza, su mensaje humano intacto. Más de una vez pensé en adaptarlas en clave de rock duro: convertir la Canción del elegido de Silvio en un trallazo guitarrero, La belleza de Aute en una balada heavy.
Ahora, un grupo sevillano de punk rock, Reincidentes, han llevado a buen puerto un proyecto similar, titulado América, fundado en canciones de aquel tiempo y de aquellas militancias, pero interpretadas con una rabia nueva, fresca, que no sabe de desfallecimientos. Es desalentador saber que hay denuncias que siguen vigentes y sin resolver treinta años después. Pero consuela mucho poder seguir contando con los viejos, imperecederos himnos de las causas justas.

Otras lecturas/relecturas del mes de junio

Yukio Mishima. Confesiones de una máscara.
Gonzalo Hidalgo Bayal. Campo de amapolas blancas.
Wendy Guerra. Todos se van.
Ralph Waldo Emerson. Platón.
Pablo Gutiérrez. Rosas, restos de alas.
Harkaitz Cano. El filo de la hierba.
Ángel González. Nada grave.
E. L. Doctorow. Creadores.
William Ospina. Poesía 1974-2004.
Herman Melville. Las encantadas.
Pedro Badrán. El día de la mudanza.
Fernando Pessoa. El banquero anarquista. La tiranía.
Dante Liano. El hombre de Monserrat.
Leonardo Padura. Adiós, Hemingway.
Ryu Murakami. Azul casi transparente.
Nicolás Guillén. El son entero.
Basilio Sánchez. Las estaciones lentas.
Maria Maizkurrena. Vuelta del aire.