jueves, 19 de enero de 2012

Un agradecimiento a García-Posada


Empiezo a tener memoria de anciano: recuerdo el sabor de un café que me tomé hace quince años, pero no sé dónde he puesto mis gafas. No puedo precisar lo que he leído esta semana, pero tengo presentes algunos libros que compré cuando empezaba a sentir el gusanillo de la literatura. Hoy, al conocer la muerte de Miguel García-Posada, he recordado por ejemplo la primera antología que compré: los 40 años de poesía española de la editorial Burdeos, con sus tapas color sangre en rústica, firmada por el sevillano. Allí leí por primera vez a un montón de autores que luego formarían parte de mi santoral privado, desde Cirlot a Labordeta, y entendí que una de las labores del buen crítico no es la de decir la última palabra, sino remitir a otros libros, estimular al lector a hacer su biblioteca.

Que en apenas dos días hayamos perdido a Carlos Pujol y a García-Posada supone un daño difícil de calcular para las letras españolas. Con éste último nunca llegué a tener amistad, pero siempre recibí por su parte un trato afable, y una disposición a compartir lecturas e ideas que siempre he agradecido. Le recuerdo en El Escorial, celebrando con nosotros el nacimiento de la revista Caleta y animándonos a continuar; en Sanlúcar, con Ángel González y Caballero Bonald, contándome el placer que le había producido ese verano la relectura de Manhattan Transfer; y también en Sevilla, acompañando a sus viejos camaradas de la facultad, casualmente los tres con Jota: Julio Manuel de la Rosa, Jacobo Cortines, Julia Uceda.

Para entonces García-Posada había perdido mucha presencia en la República de las Letras, pero no hay que olvidar que hubo un tiempo en que el sevillano concentró mucho poder en sus manos, como crítico de El País y miembro con voz y voto en algunos de los premios más importantes del país; para los valedores de la poesía de la diferencia, por su amistad con los García Montero, Benítez Reyes y compañía, se trataba de poco menos que el diablo, título que ostentaba ex aequo con García Martín.

Me cuentan que en los últimos tiempos, cuando su salud sufrió una grave degradación, García-Posada se quedó bastante solo. Sus enemigos de antaño se olvidaron de él, pero puede que también algunos de los que consideraba sus amigos. ¿Hubo algún desencuentro en aquella homogénea cofradía, o simplemente su figura se opacó al salirse del foco? Es una pregunta cuya respuesta no estoy muy seguro de querer conocer. Me quedo con su buen trato para con los advenedizos de aquellos años 90, y con la lejana gratitud por su antología de cubierta color sangre: esa que recuerdo mejor -suerte la mía- que el periódico que leí esta mañana.

martes, 17 de enero de 2012

Carlos Pujol, dos enigmas


Enigma 1. Cada vez que comparecía el jurado del premio Planeta, nunca faltaba algún compañero novato que preguntara: "Y ése de ahí, el que está entre Juan Eslava Galán y Ángeles Caso, ¿quién es?". Carlos Pujol, que falleció ayer a los 75 años de un derrame cerebral, llevaba más de 30 años trabajando para el gigante de los libros, pero su discreción extrema mantuvo su nombre hurtado al gran público, a pesar de haber escrito casi 90 títulos, sin contar sus innumerables prólogos y sus traducciones de gente como Balzac, Stendhal, Baudelaire o Chautebriand.

Curiosamente, sus obras más personales no las publicó en Planeta, donde ejercía de enciclopedia ambulante y consigliere de José Manuel Lara, sino en sellos como Pre-Textos o Edhasa, e incluso más modestos como Menoscuarto o Cálamo. ¿Por qué optó por publicar fuera de "su casa"? ¿Creían en Planeta que no era un autor rentable? ¿Creía Pujol que traía más cuenta ser cabeza de ratón que cola de león? De hecho, ayer mismo el escritor Jesús Ortega recordaba en su blog que algunos memorables libros de Pujol, como su ‘Cuaderno de escritura’ y ‘Tarea de escribir’, seguían vendiéndose en la web de Pamiela al imposible precio de...1, 15 euros.

El barcelonés, que cada año veía desde su escaño de jurados hacerse millonarios a otros escritores, sabía bien que hay libros que valen más de lo que cuestan. Acostumbrado a vivir en los márgenes como autor, fue capaz de armonizar su avasalladora erudición con la frescura y la ligereza del mejor best-seller en novelas recientes como Los fugitivos, Fortunas y adversidades de Sherlock Holmes o El teatro de la guerra, y verter una sensibilidad exquisita en poemarios como El corazón de Dios. Por eso, cuando alguien preguntaba en las ruedas de prensa quién era aquel tipo de tez pálida y gafas de pasta, sólo se podía responder una cosa: el mejor escritor de la mesa.

Enigma 2. En Los fugitivos, novela que tuve el gusto de reseñar para la revista Mercurio, hay al final un listado de personajes, a modo de guía para el lector. En él encontré esta curiosa anotación:

Fulvio, camarero. Sabemos de buena tinta que su apellido es Abbate.

Al leerlo me llevé una sorpresa, puesto que Fulvio Abbate es una persona real, un escritor siciliano afincado en Roma -donde transcurre la novela de Pujol-, que escribe libros tan curiosos como Pasolini contado a los niños, y cuelga en la red una suerte de videocolumnas muy locas que él llama Teledurruti, y en las que finge hablar con frenillo.

Me pareció del todo inverosímil que se tratara de una casualidad, por lo que me acerqué a Pujol al término del último premio Fernando Lara y, después de felicitarle por su obra, le pregunté al respecto. Tímido como era, negó conocer al siciliano con una rápida evasiva, pero tampoco me dio una explicación convincente de ese críptico detalle. Si hay un secreto en ello, ayer se lo llevó para siempre.

Tendré que preguntarle al propio Fulvio, si encuentra un rato para mí entre sus emisiones de "Teleduguti".

lunes, 16 de enero de 2012

Risa contagiosa


Quienes me conocen saben que no puedo ver cine cubano sin emocionarme hasta las lágrimas. Especialmente, cuando La Habana aparece en pantalla. Para mí es como reencontrarme con un antiguo amor cuyas ascuas siguen encendidas. Si aparece decadente, sufro por su degradación. Si aparece esplendente, sufro porque no la tengo. Tal vez por eso, habría sorprendido a muchos verme la semana pasada, a mediodía, riendo a mandíbula batiente en el pase de prensa de Juan de los Muertos, un filme cubano con producción andaluza que acaba de llegar a la cartelera española.


Me esperaba, de entrada, una frikada simpática, a lo Zombies party, y algo de eso hay en la propuesta del director Alejandro Brugués. Pero lo que me sorprendió, como me sorprende siempre, es la enorme capacidad de reírse de sí mismos que despliegan los cubanos, de usar el humor como herramienta de supervivencia. Cuanto más grave ha sido la situación para el común de los ciudadanos, cuanto mayor la descomposición de la sociedad, más agudos se han ido volviendo los chistes, más afinadas las caricaturas.


La situación que describe Juan de los Muertos es el colmo de la crisis, un escenario de masivo contagio zombie donde un grupo de buscavidas tienen que hacer lo de siempre: resolver. No cuentan con el poder, que disfraza su incompetencia bajo la coartada de la conjura imperialista. Están solos ante la adversidad, atrapados entre la voz de una conciencia solidaria y el egoísmo instintivo del sálvese quien pueda. Un trance en el que asoma lo mejor y lo peor del ser humano. O sea, el pan de cada día.

Aquella mirada pragmática que Sergio proyectaba a través del telescopio en Memorias del subdesarrollo, la genial versión de Titón Gutiérrez Alea sobre la obra maestra de Edmundo Desnoes, se ha empapado de sarcasmo cuarenta años después. Ojalá acá, en la vieja Europa, seamos también capaces de ponerle una sonrisa así a los tiempos que están por venir. Éstos sí, terroríficos.



PS.- Mi amigo René me telefoneó para contarme que salía en la película: "Tengo un papel cortito, pero sabroso, ya tú sabes". Alcancé a reconocerlo en los cuatro segundos en los que aparece siendo despedazado a machetazos, pero sólo los grandes actores son así: lucen hasta en los más fulgurantes cameos.

domingo, 1 de enero de 2012

Otras lecturas/ relecturas del mes de diciembre.

Joann Sfar. Klezmer, 1 y 2.
Joann Sfar. El gato del rabino, 3 y 4.
Jordi Bayarri. La ciudad oculta de Alejandro Magno.
Alfonso Azpiri/ Forges. Drácula.
Andrea Camilleri/ Carlo Lucarelli. Por la boca muere el pez.
Robert Graves. Lawrence y los árabes.
Boualem Sansal. El juramento de los bárbaros.
Jordi Esteva. Socotra, la isla de los genios.
Jordi Esteva. Mil y una voces.
Ossip Mandelstam. Armenia en prosa y en verso.
E. E. Cummnigs. Buffalo Bill ha muerto.
Fernando Pessoa. Noventa poemas últimos.
Gerard Manley Hopkins. El mar y la alondra.
Félix Grande. Libro de familia.
Isabel Bono. Pan comido.
Isabel Bono. Mi padre.
Stephanie Alcantar. Teoría del olvido.
Stephanie Alcantar. Bitácora de Mario.
Ángel Petisme. La noche 351.
Juan Carlos Mestre. La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon.
Javier Sánchez Menéndez. Cartoons.
Antonio Orihuela. Que el fuego recuerde nuestros nombres.