miércoles, 31 de diciembre de 2008

Otras lecturas/ relecturas del mes de diciembre

Milena Agus. Mal de piedras.
Clarice Lispector. La hora de la estrella.
Clarice Lispector. Silencio.
Clarice Lispector. La ciudad sitiada.
Clarice Lispector. Felicidad clandestina.
Patrizia Runfola. Lecciones de tinieblas.
Patrizia Runfola. Praga en tiempos de Kafka.
Agota Kristof. Claus y Lucas.
Agota Kristof. La analfabeta.
Agota Kristof. No importa.
Lara Cardella. Quería los pantalones.
Constantino Bértolo. La cena de los notables.
Carlos Vitale. Unidad de lugar.
Marcello Fois. Hierro reciente.
Marcello Fois. Siempre caro.
Pedro Simoshe. No te lo vas a creer.
Sergio Chejfec. Mis dos mundos.
Wallace Stevens. La roca.
Italo Calvino. El castillo de los destinos cruzados.
Andrea Camilleri. Vosotros no sabéis.
Alan Pauls. Historia del llanto.
Allan Kaprow. La educación del des-artista.
André Maurois. Diario.
Federico de Roberto. Atestados.
Abilio Estévez. Muerte y transfiguración.
Agustín García Calvo. Cantar de las dos torres.
Lionel Tran. Sida mental.
Juan Antonio Bermúdez. Compañero enemigo.
Nacho Montoto. Espacios insostenibles/ Mi memoria es un tobogán.
Cristina Grande. Naturaleza infiel.
Jack Kerouac. Big Sur.

Abajo Batista

De mi última visita a Cuba hace ya cuatro o cinco años. Me divirtió mucho una broma, netamente cubana, que circulaba por la ciudad. Por ejemplo, llegábamos mis amigos y yo a la Casona de Línea y preguntábamos a quien hubiera por allí qué tal todo:
-Aquí, hablando mal de Batista- respondían con sorna.
Pasaban unos conocidos en moto, levantábamos la mano para saludar, y lo mismo:
-¡Abajo Batista!- nos gritaban puño en alto.
Para quien no pille el chiste, ese Batista del que hablan es el que fue derrocado del gobierno cubano hace unos años. Dentro de algunas horas, hará 50 años de eso, que se dice pronto. Pongo la tele y por azar pillo empezada El Padrino II, que muestra a Michael Corleone atrapado en esa Habana explosiva del Año Nuevo de 1958.
Pensé en pasar este fin de año allí, pero los vuelos estaban carísimos y casi todos los amigos lejos: Enrique en Nueva York, Leticia en Miami, Patri en Las Vegas, Jorge en Barcelona, Alberto y Justo en Madrid, Pepe aquí en Sevilla... Cada uno ha hecho su vida lo mejor que ha podido, pero en todos ellos hay un desgarro más o menos traumático, una melancolía crónica y sin cura.
50 años son demasiados para casi cualquier cosa. Ignoramos lo que la letra de los santos nos tendrá reservado para el año próximo en Cuba, pero ojalá que sean vientos de cambio a mejor. Y si llamamos Batista a cualquier forma de tiranía, a la siembra de cizaña entre los pueblos, a cualquier abuso de poder y a quienes condenan a esa gente a elegir entre la penuria, la nostalgia o la demencia, entonces no hay más remedio que gritar, a todo pulmón y en serio:
-¡Abajo Batista!

Lipovetsky y los Reyes Magos

En casa, hablando de regalos de Reyes. Nada que pedir. Nada importante, quiero decir. Todos los caprichos materiales que iban saltando, fueron satisfechos sobre la marcha a lo largo del año. Discutimos sobre la conveniencia de comprar, por ejemplo, una pantalla de plasma. Pero, ¿para qué? El armatoste que tenemos se ve bien, aunque lo vemos bien poco. Además, ¿dónde iba a posarse la gata para recibir el chorro de aire caliente de la calefacción? Podemos decir que tenemos de todo. Y de muchas cosas, por duplicado. Hay en ello una plenitud, y también un vértigo. Podríamos pedir salud y amor -nunca es suficiente con eso-, pero no a los Reyes, sino a nosotros mismos. Podíamos pedir tener menos cosas superfluas, no sea que nos distraigan de las importantes.
Me alegra tener a mano, y de mi parte, al siempre lúcido Gilles Lipovetsky, la larga entrevista con Bertrand Richard publicada bajo el título La sociedad de la decepción: "Nada reducirá la pasión consumista, salvo la competencia de otras pasiones", dice haciéndole los coros a Spinoza. Y sigue: "El hombre no sólo es un ser comprador, también es un ser que piensa, crea, lucha y construye". El poder comercial, nos dice, es tremendo, pero no ilimitado. Tal vez sea tan estúpido rebelarnos contra él de un modo radical como no neutralizarlo parándonos a pensar un rato qué carta de Reyes queremos de veras escribir.
El libro de Lipovetsky se me antoja de lo más optimista, y suscribo su alegre curiosidad: algo interesante va a ocurrir después de que nuestro consumismo desaforado nos deje exhaustos. Aún queda, pero algo va a pasar. Por lo que a mí respecta, espero no haber llegado al colpaso mallarmeano: al menos de momento, ni la carne me parece triste, ni he leído todos los libros.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Andreotti, fin de la huida

Uno de los primeros libros que me leí -quiero decir uno de los primeros libros adultos, y leído de cabo a rabo- fue un ensayo que andaba por casa titulado En nombre de Dios. Su autor, un tal David A. Yallop, trataba de esclarecer la misteriosa muerte del papa Juan Pablo I trazando conexiones más que verosímiles (en la tercera parte de El Padrino, Coppola recrea en la ficción una trama similar) entre el Gobierno italiano, la logia masónica P2, el Banco del Vaticano y el crimen organizado. Muchos años antes de pisar Sicilia por primera vez, me dejé fascinar por las relaciones de poder que han podrido durante las últimas décadas las entrañas de ese país querido.
He vuelto a encontrarme con algunos de los protagonistas de aquel libro en la película Il Divo, de Paolo Sorrentino. Me ha encantado, para empezar, la estética de todo el filme, los guiños a la cultura del clip, a Tarantino, a Kubrick. En el guión, la agilidad no riñe con el calado: la imagen se mueve continuamente, pero no deja de hacer diana. Y es sobresaliente el trabajo del actor Toni Servillo, que demuestra que una caricatura puede llegar a ser más fiel que un retrato hiperrealista.
En Sevilla pude conversar hace unos meses con Nicola Giuliano, el productor de la peli. Se me cayó el alma a los pies -y entendí algunas cosas- cuando contó que en la televisión italiana ya apenas hay cine ni documentales, pues la crónica rosa se come media programación. A ello atribuye él que la juventud de su país ignore por completo qué representan, por ejemplo, Aldo Moro o las Brigadas Rojas, dos fenómenos nada remotos, sino más bien de anteayer.
Claro que, pensándolo bien, ¿qué idea tienen los jóvenes españoles de Suárez, Calvo Sotelo o González? ¿Y de Carrero Blanco, o del propio Franco? Si el ejemplo italiano nos sirve de algo, ya podemos empezar a nadar contra la corriente de la desmemoria, siempre eficacísima destructora de verdades.
De momento, la buena noticia es que Andreotti, el que dijo que "en las novelas policíacas siempre se encuentra al culpable. En la vida real casi nunca ocurre", un político que ha derrochado esfuerzos toda su vida, en una huida desbocada, para evitar que la justicia lo abrazara como se merece, ha sido atrapado. Donde no alcanzaba la mano del juez, llegó el arte. El cine ha hecho lo que no pudo hacer ninguna policía. No irá a la cárcel, bueno. Pero que los hechos consten en acta.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Gracias por la traducción

Mañana, dios mediante, saldrá publicado un reportaje que llevaba algún tiempo trabajando en la cabeza, una especie de homenaje a los traductores, y especialmente a los traductores sevillanos, pues los hay por aquí muy buenos y en alta densidad demográfica. Tienen razón en quejarse de invisibilidad, ya que a menudo su nombre está escondido junto a los números del ISBN y las reseñas al uso pasan por alto su labor. Yo logré reunir a ocho en la puerta del Rectorado, cada uno de su padre, de su madre y de su lengua o lenguas. El caso es que, de vuelta a casa, jugué a buscar en mi biblioteca libros que cualquiera de ellos hubieran traducido, y me llevé sorpresas muy gratas. Yo no sabía, por ejemplo, que le debía a Fernando Rodríguez Izquierdo el Hogueras en la llanura de Ooka Shohei, o La vida enmascarada del señor Musashi, del inigualable Tanizaki. A Victoria León le debo dos chestertones, a Enrique Baltanás un Goethe; a Jacobo Cortines, el Cancionero de Petrarca, nada menos, en la impecable versión de Cátedra; con Antonio Rivero Taravillo las deudas se me disparan, pero digamos que si tuviera que amortizar poco a poco, empezaría por el Flann O'Brien y el monumental Jamie O'Neill que ya comenté en este mismo blog, sin olvidar el Poe y otros cuervos, para llegar a Keats, Pound y Shakespeare. A Yolanda Morató le debo el Me acuerdo de Perec, un regalo que ella quiso hacerle a su chico, Juan Bonilla, y también tengo por casa su Carco y su Barrès; de Blanca Tortajada tengo sus cuentos de Updike, y de Miguel Ángel Cuevas su espléndido Al otro lado del faro, de Vincenzo Consolo, que bien podría ser la biblia de bolsillo de los sicilianófilos, y espero hincarle pronto el diente a un reciente Pasolini.
[Me permito una digresión para recordar que yo tomé una idea cabal de lo que significa traducir leyendo La lección del maestro, de Norman Thomas di Giovanni, que fue traductor de Borges, a quien a su vez debemos traducciones maravillosas. Mi favorita es el Orlando de Virginia Woolf, realizada al parecer con la inestimable colaboración de la madre de Borges, doña Leonor]
Son muchos más los paisanos que, casi sin saberlo, tengo escondidos en mi biblioteca: el propio Bonilla, Aquilino Duque, Pablo del Barco, Eduardo Jordá, Reina Palazón, Moreno Jurado, René Palacios More... Todos ellos han dedicado algún valioso pedazo de su vida -y mucho más en algunos casos- para que quienes no dominamos otras lenguas pudiéramos tener acceso a esos textos y gozarlos. ¿Cómo agradecerles tanto? ¿Cómo cuantificar la deuda, por ejemplo, en cervezas? ¿´Cuántas cenas equivalen a tanto y tan suculento banquete de tinta y papel?

¿Estuvo Neruda en Cádiz?

Pasó por Sevilla de promoción Luis Sepúlveda, chileno afincado en Gijón, superventas con un título de esos que funcionan siempre entre el público masivo, Un viejo que leía novelas de amor, pero también autor de buenos textos breves, como los de su reciente La lámpara de Aladino. Parecía un poco rígido, ligeramente tirante, cuando se sentó entre los tres periodistas convocados. Al rato, creo que viendo que habíamos hecho la tarea y nos habíamos currado las preguntas, nos premió relajándose y contándonos un montón de historias interesantes. Y certifico que sabe contarlas.
La que más llamó mi atención se refiere a Pablo Neruda, del que Sepúlveda prepara actualmente, según nos dijo, una película de docu-ficción. "Yo sólo le vi dos veces en mi vida", recordó. "Pero en ambas demostró unas curiosas dotes adivinatorias. En un momento dado, por ejemplo, me dijo que yo iba a moverme mucho por el mundo. Que iba a recalar Cádiz, y que llegaría a una plaza y en ella encontraría alojamiento en cierto hostal, y que despertaría oyendo el sonido más hermoso que puede escuchar un escritor".
Le pregunté si había llegado a cumplirse ese vaticinio, y me respondió que sí: veinte años después de aquella conversación. Pero no recordaba ni el nombre de la plaza, ni el del hostal, nada. ¿Y Neruda, había estado en Cádiz, o todo era como un sueño premonitorio, o algo así? Sepúlveda ignora la respuesta. Ya casi estábamos por despedirnos cuando le pregunté si había descubierto cuál es el sonido más hermoso que puede escuchar un escritor. Sonrió:
-Ah, eso. Era medio centenar de muchachas percutiendo máquinas de escribir. Justo debajo de mi habitación había una academia de secretariado.

Brancaccio en viñetas

Uno de mis propósitos de año nuevo es comprar cada mes un cómic. No sólo leerlo, sino comprarlo, rascarme el bolsillo: hacer contribución, ejercer una discreta militancia. El cómic ha sobrevivido heroicamente a innumerables temporales, pero además lo ha hecho mojándose siempre, tomando partido, denunciando lo abyecto del mundo y apoyando las causas justas. Es justo sostenerlo, y necesario volver a él, recuperar su verdad encerrada en bocadillos y viñetas.
Tan decidido estoy a cumplir, que no he querido esperar al mes próximo y ya me he hecho con el primer título de mi nueva colección. Se trata de Brancaccio, tebeo bautizado con el nombre de un duro barrio palermitano que pilla casi de camino del fabuloso Monreale, lo cual vuelve a demostrar que en Sicilia el cielo y el infierno parecen condenados a una estrecha vecindad.
Giovanni di Gregorio y Claudio Stassi, ambos palermitanos, son los artífices de este trabajo elocuente y comprometido. En la misma tendencia de libros como el superventas Gomorra de Roberto Saviano, o Vosotros no sabéis, de Andrea Camilleri, el esfuerzo se dirige a despojar a los rufianes de toda épica y a explicar que la mafia no es sólo un problema de políticos y carabinieri, sino una lepra que se extiende por todas las capas sociales y atañe a todos.
En un texto de Edoardo Zaffuto que remata la edición, encuentro una frase sobre las pequeñas extorsiones de la mafia a comerciantes y empresarios -el tristemente famoso pizzo- que me impacta: "Si un niño no podría soportar la idea de ver a su propio padre humillado por otra persona, cómo podría imaginar ver su dignidad destruida por un mafioso". El chantaje, en efecto, perpetúa ese perverso sistema al tiempo que humilla a quienes, con o sin opción, ceden a él. No es ninguna casualidad, que el cómic, el viejo y entrañable oficio de la viñeta, haya vuelto a tomar sus armas contra la ignominia.
P.S.- Los habituales de este blog saben que no suelo hacer propaganda, pero esta vez la ocasión lo merece. Zaffuto es uno de los impulsores de la plataforma Addio Pizzo (Adiós al pizzo), que pretende luchar contra los impuestos mafiosos y defender a los comerciantes que no pasan por el aro. Recomiendo una visita a su página, http://www.addiopizzo.org/, y, si procede, dejar al menos una firmita de apoyo.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Márai, últimos días

Las novelas de Sándor Márai siempre me empalagan, pero no hay quien se resista a sus escritos autobiográficos. Creo que fue Santi Belausteguigoitia el primero que me habló de ¡Tierra, tierra! y de Confesiones de un burgués, los dos apabullantes tomos de sus memorias. Hace unas semanas cayó en mis manos el último tomo de sus diarios, los correspondientes a 1984-1989, los últimos años de su vida en el exilio de San Diego (California), y me lancé a devorarlo con fruición. Son magistrales de principio a fin.
Me impresiona mucho cómo el escritor húngaro se sienta a presenciar el avance de la muerte. Encuentra una agenda antigua en la que casi no hay nombres de gente viva. Con su mujer, se pregunta cuál de los dos partirá primero. Esas páginas son terriblemente bellas. "Al final estas cosas siempre se solucionan solas", escribe. Y más adelante: "Sigue siendo tan guapa a los ochenta y siete años como lo fue de joven; de otro modo, pero sigue siendo guapa". Y añade: "Ha sido un ser maravilloso, la mujer completa, el compendio de todo lo humano, de las virtudes femeninas, el sentido de mi vida, y sigue siéndolo".
No le estropeo a nadie la lectura si anticipo que ella muere antes que él. Se suceden páginas de un dolor clamoroso. Márai compra una pistola y baraja la opción del suicidio, pero también lee los diarios que Lola le dejó, y es "como si todos los días recibiera una carta de ella". No es muy frecuente esa vocación de ceniza con sentido, de polvo enamorado. No es fácil, mucho menos hoy, envejecer voluntariamente junto a alguien, y no creo que ninguna fuerza convencional nos obligue a ello. Pero leyendo al autor de El último encuentro, es tan difícil no solidarizarse con su sufrimiento como dejar de sentir una cierta envidia.

lunes, 22 de diciembre de 2008

24 horas en Madrid (y III) Recuerdo de Rafael Soto

Desando mis pasos, sorteo las esculturas, las líneas puras de Baltasar Lobo en el Paseo del Prado, y me dirijo a Atocha para tomar un cercanías a Torrelodones. No, no voy al Casino: allí vive Clara Soto, la viuda de Rafael Soto Vergés, amigo entrañable y poeta único. A Rafael, que además fue un hombre sencillo, cálido, bromista a tiempo completo, la vida lo trató con una brutalidad espantosa: primero un accidente atroz se llevó a su primera mujer, luego una enfermedad le quitó un hijo, por último el cáncer consumió sin piedad su cuerpo menudo. Dicen que en sus últimos días cabeceaba diciendo: "Esta vida es una estafa". Y tenía motivos para opinar así, el pobre Rafael.
Lo frecuenté mucho en su casa de Pozuelo, donde tenía un fabuloso gabinete de magia -la segunda de sus pasiones, después del verso- y en la de Cádiz, lindando con Cortadura, en aquellos cumpleaños veraniegos en los que Clara hacía cenas pantagruélicas y cócteles de película, y claro, ya no había quien echara a tanto letraherido como se juntaba allí hasta las tantas. Algunas de las mejores entrevistas que le hice fueron a esas altas horas y con algunos whiskies en lo alto, discutiendo si era o no conveniente publicar titulares como: "Todos los que viven de Cavafis se van a ir al carajo".
En Torrelodones, reconozco su colección de pinturas -fue de los que mejor escribió de arte en nuestro país-, sus libros, los perdurables saldos de lo que fue. Clara descorcha un vino de su tierra, argentino, y brindamos por la memoria de Rafael. Recuerdo sus ojos claros, ¡cómo tuvo que romper corazones en su juventud!, y su bigote tiznado de nicotina, y su sonrisa llana, y también su verbo exuberante, lleno de colores y sonoridades, sin el cual no habría quizá existido, por ejemplo, el Arde el mar de Gimferrer.
Rafael Soto Vergés murió tantas veces, y resurgió tantas de sus cenizas, que me parece mentira que ya no esté. Rió tanto que parece imposible que su risa se desvanezca tan fácilmente. Por eso de vuelta a Madrid, junto a los raíles helados de la estación de Las Matas, supe que su ausencia de esta noche es poco menos que anecdótica. Como el gran mago que era, sólo está esperando el momento oportuno para reaparecer en medio de una espectacular nube de humo y recoger, una vez más, la ovación que sus incondicionales siempre le debemos.

viernes, 19 de diciembre de 2008

24 horas en Madrid (II) El apetito de Matute

Aparece la Matute con aire de extrema vulnerabilidad, muy delgada, con paso indeciso y apoyada en una muleta. La encuentro más delgada que nunca, pues ha pasado varios meses de hospital en hospital. Pero, apenas toma posesión del micro y se regala el primer trago de Cardhu, exhibe una vitalidad arrolladora, despliega su proverbial buen humor y hasta se permite bromear ejerciendo de abuelita sordeta y desvalida, cuando está mejor que toda la prensa reunida en el acto.
Decían los antiguos -y muchos médicos- que el apetito es una irrefutable prueba de buena salud, y la Matute remató su presentación invitándonos a quedarnos al cóctel posterior al grito de "¡A las croquetas, a las croquetas!". Por cierto que lo de la crisis debe de ir en serio, porque vi a una señora que no era de ningún medio colarse para rapiñear tres canapés, y pasar luego la vergüenza de ser expulsada como si fuera un granujilla dickensiano, ¡en el Palace!
La buena salud de la Matute, su longevidad lúcida y bienhumorada, fue la noticia grata del día. La mala fue la mala salud de Casavella, que esa misma tarde sufrió un infarto con cuarenta y cinco años y dejaba este mundo a menos de un año de ganar el premio Nadal. Dicen que se cuidaba poco, que llevaba mala vida, yo no lo sé. Al saber de su muerte, y determinista como soy, me quedé un rato abstraído mirando el logo del sello en el que ambos, Matute y Casavella, tienen publicados sus libros: editorial Destino.

24 horas en Madrid (I) Del AVE al Palace

Hay que ver lo animado que está el AVE por la mañana temprano. Tengo billete para cubrir la presentación de la nueva novela de Ana María Matute, Paraíso inhabitado, y ahí que me pego un madrugón para estar en Madrid a la hora convenida. Doy algunos tumbos para llegar al vagón-cafetería, y nada más entrar veo a Elena Medel y a su chico. La Medel es fan de la Matute a hierro -más de una vez ha amenazado con inmolarse si no le conceden el Cervantes a la barcelonesa-, de modo que le doy mucha envidia. A mí me la da su maestría como opinadora, pues con frecuencia compartimos página en El Correo y parece que el formato columna se hubiera inventado para ella, ¡ole la Ele!
Apenas me quedo solo y me dispongo a sorber mi café, aparecen Carmen Carballo, de la Fundación Lara, y Ana Gavín, de Planeta, una señora con quien da siempre gusto hablar, y he tenido la suerte de hacerlo muchas veces. Es una lectora impresionante, ha trabajado con gente muy, muy grande, pero nunca le ves el menor rastro de altivez o de pedantería. Con ella, entre otras, entendí por qué el mercado editorial español es el reino de las mujeres. Y que siga así.
Ya en Atocha, nada más salir vemos en la fila de los taxis a Luis Alberto de Cuenca. ¡Pero bueno, cómo está de literaria la Red de Ferrocarriles Españoles! Recuerdo que Agustín García Calvo publicó un poemario titulado Del tren, y Antonio Orejudo unos cuentos titulados Ventajas de viajar en tren, y Martin Amis tiene un Tren nocturno, y Simenon varios libros con trenes en su título (El tren de Venecia, El Tren, El hombre que miraba pasar los trenes), y la Highsmith sus Extraños en un tren, y Alberto Olmos sus Trenes hacia Tokio, y la Poniatowska El tren pasa primero, y Paul Theroux tiene un viaje a China titulado El gallo de hierro, que no es otra cosa que el modo chino de llamar al tren, y Agatha Christie su inolvidable Orient Express. Y no hablemos de los cuentos que ha inspirado, desde Saki a Mrozek, pasando por Stephen Crane.
Hasta el AVE, tan relativamente reciente, ha dado para una novela, Sucedió en el AVE, escrita por un tal Víctor Saltero, que al parecer no existe -es un invento de un laboratorio de márketing- pero que ha vendido una barbaridad... No he terminado de hacer mi recuento mental de libros con locomotora puesta, cuando ya estoy fuera de Atocha, junto a los tentadores tenderetes de Cuesta Moyano. Veo los libros ahí, apilados, amarillos y polvorientos, y tengo que agarrar la cartera y acordarme de Tennessee Williams: por mis adentros cruza, renqueante, un tranvía llamado deseo.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Espido Freire en la memoria

Uno de los grandes hallazgos de la excelente Buscando a Nemo era aquella Dolly cuya memoria de pez le impedía recordar nada de un rato para otro. Tan compulsivo alzheimer puede crear situaciones terroríficas -por ejemplo, no recordar a los enemigos como tales- pero también tiene sus ventajas: nos da una nueva oportunidad para mostrarnos ante el olvidadizo como seres mejores, exentos de las malas impresiones que hayamos podido dejar con anterioridad.
No quiero usar en ningún caso este argumento para apoyar al execrable movimiento contra la memoria histórica que tanto se prodiga últimamente en los medios, sino para hablar de mi extraña relación con Espido Freire, a la que acabo de entrevistar a propósito de su nuevo libro de relatos, El trabajo os hará libres.
A Espido la conocí en Cádiz, cuando la invitamos a dar una conferencia, que yo mismo presenté, en los encuentros Fronterasur. Su obra, aun teniendo sus bondades, nunca ha llegado a volverme loco, pero ella me parece una chica inteligente, con arte y muy currante, de modo que desde el principio contó con todas mis simpatías. Unas semanas después de conocernos en mi ciudad, fui a una charla suya en Madrid, después de la cual me acerqué a saludarla. Fue en vano: me había olvidado por completo. Ella se disculpó con mucho apuro, yo le quité toda importancia. El caso es que esa embarazosa situación se ha repetido en las diez o doce situaciones similares en que hemos vuelto a vernos: en la FNAC, en la Fundación Lara, en los premios Ateneo, en los últimos Planeta...
Por eso, para esta última entrevista me presenté como "el periodista del que nunca te acuerdas", saludo que trajo el habitual protocolo de disculpas por su parte y perdones por la mía. El cuestionario, creo, quedó muy bien, pues Espido lleva muchos años estando muy presente en los medios y domina ese formato. Quedé tan contento que le escribí un correo dándole las gracias por su tiempo y su amabilidad. La respuesta, esta vez irónica, no se hizo esperar:
-Perdona... ¿Tú quién eras?

Vicente Núñez sin remilgos

Este post, justo es advertirlo, usará palabras soeces, de modo que absténganse de leerlo menores de edad y mayores fácilmente impresionables. Hecho el aviso, propongo demorarnos un minuto, un minuto al menos, en recordar la figura de Vicente Núñez, el gran poeta cordobés que nos dejó hace apenas cinco o seis años. He tardado en leer su libro póstumo, Rojo y sepia, pero al fin cayó. Qué música más hermosa, qué deslumbrantes construcciones, qué equilibrio sutil entre el nervio desatado y la excelencia del estilo.
Al hombre yo nunca lo traté, pero tengo alguna correspondencia de él porque lo invitamos a participar en el homenaje de Caleta a Carlos Edmundo de Ory. Vicente Núñez, que curiosamente vivía en la calle de Aguilar que llevaba su nombre, pero que escribía y recibía su correo en un bar cercano, el legendario Tuta, nos envió una joya de soneto sin pedirnos más credenciales. Luego coincidimos algunas veces en recitales, ferias del libro, pero nunca intercambiamos más de tres o cuatro palabras de cortesía.
Ahora me regalo poemas como el que sigue, un canto homosexual capaz de estremecer a cualquier hetero con sangre en las venas:
No veo ya sus ojos
¿Qué vale el mundo entonces
sin error? Una tirante de clamor
me arranca el sueño
que los hizo imposibles.
Recurro a textos, corro, abro
los consultorios del cristal. En vano.
No llegan. Nadie
me los devuelve. ¡Vuelan
sin mi ceguera! Y tiemblo,
y vibro, y lloro. Porque
te quiero inmensamente todavía.
Se preguntará alguno que dónde están los exabruptos en este post. A eso iba. Vicente Núñez era capaz de hilar el verso más exquisito, pero creo que detestaba los remilgos en la vida pedestre, y por ello podía salir de su boca el borderío más diáfano. Como el día que, en una reunión de célebres poetas gays que hacían notables esfuerzos por disimular su condición, se despidió con un símil muy logrado:
-Bueno, yo me voy, que me espera en casa un soldado guapísimo que tiene la polla como una cocacola.

Tote King, justicia poética

Entrevisté a Tote King a propósito del reciente lanzamiento de su nuevo disco, T.O.T.E., el mismo que últimamente uso como música de fondo mientras cocino. Los tiempos del rap me acompañan mientras pico cebolla o escurro la pasta, y de paso me confirman en la idea de que el género ha evolucionado de un modo asombroso en Andalucía, en España. Las bases son excelentes, los invitados muy bien escogidos, y el arte de Tote para hilvanar palabras alcanza en ocasiones altura de virtuoso.
El egotismo exacerbado es un lugar común en el hip hop del que Tote no escapa. Por el contrario, se abandona a él como una fórmula de autoafirmación. O puede también que lo ejercite como un sistema de defensa, no lo sé. En una de sus canciones repite la frase "ahora vivo de esto". Recuerda cuando algunos se reían de él al verlo rimar en los recreos, cuando se burlaban de sus pantalones anchos o le decían que se dejara de verborrea y se buscara un trabajo serio. "Ahora vivo de esto", repite Tote, y bien que puede ronear, porque vivir de algo que uno ama es un lujo que, hoy por hoy, asiste a muy poca gente.
Encabecé mi reportaje sobre Tote King con el título de Justicia poética, sin duda pensando en la cantidad de poetas de nuestro idioma que nunca pudieron decir "vivo de esto". Se me cruzó en el pensamiento ese Alejandro Sawa que murió hace cien años loco y miserable. Pensé en Vicente Aleixandre, que con premio Nobel y todo suspiraba asegurando que la poesía no da para comer, a lo sumo para merendar. Pensé en César Vallejo, velando "el cadáver de un pan con dos cerillas".
No, no es ninguna tontería que un poeta, aunque sea un poeta urbano, viva de lo suyo. Que saque pecho, todo el que quiera, que se jacte de su gesta con todo merecimiento. Que al menos uno redima a toda la profesión, al oficio de pobrecito poeta, que diría Roque Dalton. Eso sí, que no quepa ninguna duda de que los grandes que murieron en la miseria hoy volverían a ser dejados de la mano de Dios por muchos que dicen que los veneran.

martes, 2 de diciembre de 2008

Carmen Romero, ex primera dama

Los medios se hacen eco de la separación, al parecer anunciada, de Felipe González y Carmen Romero. La prensa rosa más carroñera hunde sus fauces, otras voces argumentan que "a nadie interesa la vida privada" del ex presidente. Un momento: ¿seguro que no nos interesa? Por supuesto que nada debe importarnos con quién se acueste este o aquel político, pero su pareja, aquella con la que se retrata públicamente, ¡su primera dama! no me parece una cuestión irrelevante. ¿No queda incompleto el puzzle de Aznar sin la sonrisa cínica y los libros para niños de Ana Botella? ¿Sería lo mismo ZP sin la etérea Sonsoles? Yo no puedo fiarme de que un señor elija lo mejor para un país si no es capaz de elegir lo mejor para él mismo. Además, ¿hay Juan Ramón sin Zenobia, Machado sin Leonor, Lennon sin Yoko, Sid sin Nancy? Y que no se me reboten los feministas radicales: ¿Hay Madame Curie sin Pierre, Frida sin Diego, Carmen Laforet sin don Manuel Cerezales?
La política hace extraños compañeros de cama, pero no es extraño que los compañeros de cama también hagan política. Recito a bote pronto: Evita Perón -que inspiró, por cierto, una gran novela de Tomás Eloy Martínez-, Hillary Clinton, Cristina Kirchner... y Carmen Romero. Cuando yo era chico, encontraba a esa señora guapísima y digna a más no poder. Luego supe que era nada menos que traductora del italiano -Anna Banti está entre las autoras que ha vertido a nuestro idioma- y acabó cobrando para mí proporciones míticas. Un amigo mío, el cantautor Luis Felipe Barrio, llegó a dedicarle una canción sencillamente perfecta, ¿Qué es lo que le pasa a la primera dama?, que llegó a interpretar ante la homenajeada un día en el Libertad 8, donde coincidió con ella de pura casualidad.
En un bar la conocí también yo, junto a algunos militantes socialistas. Sólo conversamos unos minutos, de modo que la impresión que me llevé fue necesariamente un fogonazo de flash. Tal vez tenía un mal día, pero me decepcionó. A diferencia de Felipe González, que seduce hablando sin parar, su discurso me resultó de una vacuidad vertiginosa. El remate fue cuando, hablando de literatura italiana, le pregunté cómo era Leonardo Sciascia, con quien ella almorzó varias veces. Su respuesta fue de una pobreza desarmante:
-Fumaba mucho- fue cuanto dijo.

Humet ha salido

Todavía debe de andar rodando por la casa de mis padres una cinta de casete titulada Sólo soy un ser humano, una cinta en la que un señor con el nombre -singular entonces, singular ahora- de Joan Baptista Humet posaba ante una estatua decapitada, con una mirada un poco melancólica y con las manos en los bolsillos. En algún lugar no muy remoto debo de tener también aquella canción, El invento, o aquella otra, Clara, que Juanlu Pineda, Dani Cortés y yo montamos e incorporamos al repertorio de una memorable mini-gira. Sonaban, sí, los acordes de Clara, y no fallaba: el público, sobre todo de treinta años para arriba, se ponía a silbar y a acompañarnos con las palmas.
Humet tuvo su mejor momento en los años 80, con notables éxitos en el mercado hispano y catalanohablante. En 1986, a cuenta de una de esas vergonzosas carambolas de las discográficas que tan habituales son en la música española, decidió tomarse un descanso y emprendió una aventura empresarial. Su silencio iba a ser sólo para unos meses, pero se prolongó 18 años. Su último disco lo tituló irónicamente Solo bajé a comprar tabaco. Leo la letra de una de sus últimas canciones y me conmueve:
Ay, señor compositor y desaparecido,
¡qué puede haber en los motivos
de un desertor!
Ay señor compositor que has vuelto del olvido,
¡qué puede haberle convencido,
si no es amor!
Mañana dirán los periódicos que Humet ha fallecido de un cáncer de estómago. Pero mienten esos bellacos: el señor compositor sigue con nosotros, forma parte de nuestra educación sentimental, de una zona irrenunciable de nuestra memoria, a salvo del alzheimer. Sólo ha bajado a comprar tabaco, pero ya mismo vuelve.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Otras lecturas/relecturas del mes de noviembre

Francisco Ruiz Noguera. Arquitectura efímera.
Ryszard Kapuściński. Viajes con Heródoto.
Trinidad Gan. Fin de fuga.
Hasier Larretxea. La última bala.
Anna Maria Ortese. El mar no baña Nápoles.
Benjamín Prado. Siete maneras de decir manzana.
Ezra Pound. Il mare.
Ottavio Cappellani. ¿Quién es Lou Sciortino?
Ricardo Defargues. La cima vieja.
Georges Perec. Lo infraordinario.
Henrik Norbrandt. Puentes de sueños.
Arthur Schopenhauer. El arte de tratar con las mujeres.
Percy B. Shelley. Epipsychidion.
Andrea Camilleri. La muerte de Amalia Sacerdote.
Francisco López-Seivane (ed.). Perlas de sabiduría.
Jesús Aguado. Mendigo.
Stephen Mitchell (ed.). Gilgamesh.
Giovanni Verga. La vida en el campo.
Agustín García Calvo. Suma del vuelo de los hombres.
Ángeles Mora. Bajo la alfombra.
Victoriano Crémer. El último jinete.
Eduardo Fraile. La chica de la bolsa de peces de colores.
Jesús Tortajada. Ruegos y preguntas.
Jack London. La llamada de la Naturaleza.
Tobias Wolff. Ladrón de cuarteles.
Ignacio Padilla. El androide y las quimeras.
Daniel Douglas Duncan. My black gullwing. Picasso & Lump.
Jorge Amado. Capitanes de la Arena.
Vincenzo Consolo. A este lado del faro.
Milena Agus. Las alas de mi padre.