viernes, 19 de diciembre de 2008

24 horas en Madrid (I) Del AVE al Palace

Hay que ver lo animado que está el AVE por la mañana temprano. Tengo billete para cubrir la presentación de la nueva novela de Ana María Matute, Paraíso inhabitado, y ahí que me pego un madrugón para estar en Madrid a la hora convenida. Doy algunos tumbos para llegar al vagón-cafetería, y nada más entrar veo a Elena Medel y a su chico. La Medel es fan de la Matute a hierro -más de una vez ha amenazado con inmolarse si no le conceden el Cervantes a la barcelonesa-, de modo que le doy mucha envidia. A mí me la da su maestría como opinadora, pues con frecuencia compartimos página en El Correo y parece que el formato columna se hubiera inventado para ella, ¡ole la Ele!
Apenas me quedo solo y me dispongo a sorber mi café, aparecen Carmen Carballo, de la Fundación Lara, y Ana Gavín, de Planeta, una señora con quien da siempre gusto hablar, y he tenido la suerte de hacerlo muchas veces. Es una lectora impresionante, ha trabajado con gente muy, muy grande, pero nunca le ves el menor rastro de altivez o de pedantería. Con ella, entre otras, entendí por qué el mercado editorial español es el reino de las mujeres. Y que siga así.
Ya en Atocha, nada más salir vemos en la fila de los taxis a Luis Alberto de Cuenca. ¡Pero bueno, cómo está de literaria la Red de Ferrocarriles Españoles! Recuerdo que Agustín García Calvo publicó un poemario titulado Del tren, y Antonio Orejudo unos cuentos titulados Ventajas de viajar en tren, y Martin Amis tiene un Tren nocturno, y Simenon varios libros con trenes en su título (El tren de Venecia, El Tren, El hombre que miraba pasar los trenes), y la Highsmith sus Extraños en un tren, y Alberto Olmos sus Trenes hacia Tokio, y la Poniatowska El tren pasa primero, y Paul Theroux tiene un viaje a China titulado El gallo de hierro, que no es otra cosa que el modo chino de llamar al tren, y Agatha Christie su inolvidable Orient Express. Y no hablemos de los cuentos que ha inspirado, desde Saki a Mrozek, pasando por Stephen Crane.
Hasta el AVE, tan relativamente reciente, ha dado para una novela, Sucedió en el AVE, escrita por un tal Víctor Saltero, que al parecer no existe -es un invento de un laboratorio de márketing- pero que ha vendido una barbaridad... No he terminado de hacer mi recuento mental de libros con locomotora puesta, cuando ya estoy fuera de Atocha, junto a los tentadores tenderetes de Cuesta Moyano. Veo los libros ahí, apilados, amarillos y polvorientos, y tengo que agarrar la cartera y acordarme de Tennessee Williams: por mis adentros cruza, renqueante, un tranvía llamado deseo.

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