jueves, 28 de febrero de 2008

Amor caníbal

"Era experta en demoliciones humanas", dice de lady Elisabeth Brauthigam -o Brautigam- un poema del nicaragüense Francisco de Asís Fernández, inserto en su libro Orquídeas salvajes. Demoler o ser demolidos, esa parece nuestra suerte común, y el final de las historias de amor no es una mano arrugada, estrechada en un banco del parque, sino algo más parecido al paisaje después de una batalla. No siempre es malo: de las ruinas también brotan flores vigorosas. Y, salvo que un amor malogrado nos anule para siempre -cosa de la que seremos los principales culpables- siempre habrá un poso de gratitud hacia quien nos llevó a rastras por la calle de la Amargura, y no me refiero a la vía en la que resido actualmente. "Hay que comerse lo que uno mata, y yo me comí a todos los hombres que maté", dicen que dijo doña Elisabeth. Suena bien. Gracias por enseñarnos, gracias por el instito depredador, gracias por la amorosa confrontación. No me refiero, por supuesto, a las cuatro mujeres asesinadas a manos de sus maridos anteayer: ese nauseabundo juego de cuchillos no pertenece a los predios del amor, sino a un plano mucho más bajo y miserable de la condicíón humana. El dolor estéril es el único imperdonable, y estos imbéciles no matan "porque era mía", sino porque no lo era. Yo hablo del modo en que nos transforma -con una violencia que no es física, sino callada y sutil: con la violencia silente de lo que se consume, digiere y excreta- aquel que amamos y que nos ama. En el Quijote hay una cancioncilla que habla de "la dulce mi enemiga". Hay una nobleza en ello. El canibalismo puede ser también una forma de conocimiento.

Borges en Madrid

Leo en la prensa que Madrid tendrá una sede de la Fundación Borges. Apuesto a que será, con los equipamientos necesarios, el verdadero centro de estudios del escritor. Estuve en la sede de la Fundación en Buenos Aires, guiado por una viejita sabia y adorable llamada Irma Zangara, que tuvo la inmensa amabilidad de presentar mis Palabras Mayores. Me permitió hojear los tres pequeños volúmenes de la Divina Comedia en los que Borges se dejó las pestañas yendo y viniendo en largos trayectos de ómnibus, pude sostener el célebre bastón de laca del maestro, incluso me sentí un poco lelo haciéndome una foto con él. La casa, formidable, estaba llena de reliquias, pero no de lectores. Y un escritor sin lectores es eso, una mano incorrupta dentro de una vitrina, un montón de tinta dormida, una ciénaga de sangre estancada. A María Kodama, lo entiendo, le han hecho demasiadas pirulas con la obra de Borges: de tan cauta, se ha vuelto desconfiada, ve más enemigos de los que tiene. El mes de mi visita a la Fundación, sólo había programado un concierto de violín: el resto era silencio; religioso, pero silencio.
Esa mudez también la tiene la Fundación Alberti, por mucho que cubra el expediente con jornadas cada vez menos relevantes; la tiene la Fundación Quiñones, la que más me duele, encerrada todavía en un piso como si fuera un mileurista. Hay demasiado miedo en todas ellas, y una terrible falta de fe en que la obra de los respectivos autores esté por encima de pequeñas miserias administrativas. Sueño ahora con la fundación futura que tendrá Carlos Edmundo de Ory. Ya sé que habrá -las ha habido ya- ambiciones espúreas, politiquerías, tejemanejes. Yo mismo he movido mis fichas interesadamente: la última vez que estuve con Carlos, le dije que estaba dispuesto a todo con tal de ser el camarero de la cantina de la Fundación Ory. Por cierto, ¿qué van a tomar los señores?

martes, 26 de febrero de 2008

Valle-Inclán, a dos velas

Cuando un escritor se expone al riesgo de abandonarse a la vanidad, basta una simple liquidación de la editorial para poner los pies en la tierra: sic transit gloria mundi. Pero si esto no fuera suficiente, es bueno pensar en los grandes que murieron con una mano delante y otra detrás, jaleados apenas por un puñado de lectores entusiastas y enterrados al fin bajo una montaña de facturas sin pagar. Uno se cree que el mundo no puede vivir sin su verso y sin su prosa, y el mundo te devora o, en el mejor de los casos, te ignora sin más. No me parece mal: un país, una lengua, se definen por el mimo que ponen en sus creadores, en sus pensadores, y cada uno se retrata a su manera. Casos de genios consumidos en la indigencia hay cientos. Me gustó, por ejemplo, leer el grueso ensayo Almas en pena, chapolas negras, en el que Fernando Vallejo cuenta cómo José Asunción Silva, la cima de la poesía colombiana que se descerrajó un tiro en el bello barrio bogotano de La Candelaria, vivió y murió acosado por las deudas, lampando por un buen bisnis que le permitiera vivir bien y escribir su Nocturno sin pensar en números.
Del volumen de textos inéditos de Valle-Inclán -uno de los cinco o seis escritores de nuestro idioma que me parecen imprescindibles- me ha cautivado sobre todo su epistolario, y concretamente los pasajes en los que aparece canino. Sobre su Sonata de Otoño, dice: "El primer día que se puso a la venta, ningún librero quiso un solo ejemplar al contado. Yo me indigné y me negué a dejarlos en comisión..." Y en carta a Fernando Fe, leemos: "¿Por qué Vd. no se queda con los doscientos ejemplares de Epitalamio en treinta y cinco durejos (están al cincuenta por cien, y hago una rebaja de veinticinco pesetas). Saquémonos esa cuentecilla de encima, ¿le parece?"
Sí, tal vez sin esas fatiguitas, sin esas duquelas dobles, don Ramón no habría escrito, por ejemplo, Luces de Bohemia, pero no sé si sonreír o llorar ante esos sufijos despectivos, -ejos, -illa... Durejos. Cuentecilla. Maldito parné.

domingo, 24 de febrero de 2008

24 horas con Chaves

Tanto rajar de Yasmina Reza, tanto rajar, y de un día para otro mi periódico me pide una crónica -más bien literaria, no política- de los cuatro candidatos a la presidencia de la Junta. Un 24 horas con los aspirantes, desde el desayuno a la hora de hacer nanita, pasando por reuniones, mítines, desplazamientos, entrevistas y todo lo que vaya saltando. Al final sólo haré dos de ellos, pero el pasado viernes me estrené con Manuel Chaves, y precisamente en Cádiz, donde abría campaña. Back to the village y quince horas de aquí para allá, mirándolo todo con ojos de neófito, librando el habitual tira y afloja con la guardia pretoriana del presidente -y no me refiero a los guardaespaldas, que son encantadores, sino a la jefa de prensa- y disfrutando de un par de trayectos en ese autobús que es como un Air Force One en versión rodada. Conclusión: si el primer día de campaña es esta paliza, qué no serán los catorce restantes. ¿Cómo se portó Chaves? Hizo su trabajo: me sedujo. En el sentido cordial. Hablamos de sus libros (La elegancia del erizo, de la Barbery, un ensayo sobre los neocons, y no me atreví a preguntarle por Philip Roth, pero sé que le gusta), de cine, de música. Hablamos de Ceuta, que es nuestra común patria chica. Incluso hablamos de la caída del cabello, materia en la que ambos somos peritos. Los políticos, de cerca, ganan mucho: como los muertos y los locos, han visitado la cara oculta de la luna y traen noticias de allá. ¿A quién no le gusta conversar en confianza con un representante de cualquiera de estas tres prestigiosas categorías?

miércoles, 20 de febrero de 2008

Fidel, Hugh Thomas y los santos

Quienes me conocen saben que no soy supersticioso, y bastante poco religioso, pero siento un enorme respeto por los santos del sincretismo afrocaribeño. He presenciado algunas escenas de magia yoruba que ya quisiera David Copperfield, pero mi fe -por llamarlo de algún modo- nace del amor por la música que acompaña sus ritos: un credo que acarree esos cantos y esos tambores batá tiene que ser bueno. La única práctica que observo regularmente es la de entregar el primer trago, cuando descorcho una botella, a la mayor gloria de estas divinidades. Los santos cubanos tienen sed, y si no les das una ofrenda, ellos se la toman. Una vez, en cierto cóctel, fui testigo de una verdadera cadena de derrames accidentales que un amigo cubano tuvo a bien explicarme: no había duda de que "los de ahí arriba" estaban pidiendo lo suyo.
Ayer, Fidel Castro renunció a su sillón, y algo así no pasa desapercibido para las huestes de Ochún, Yemayá, Changó y Obatalá: el cielo descargó a gusto. A la noche, me llené un baño de agua caliente para desestresarme, y una fatal rotura de tuberías hizo que la casapuerta de mi edificio se inundara. Y cuando fui a abrir una botella de vino blanco, la mitad del contenido se vertió misteriosamente sobre mi cena recién puesta. Mucha sed tenían los santos.
Hoy, en fin, fui a la rueda de prensa que el eminente hispanista Hugh Thomas ofrecía para presentar su último libro, Beaumarchais en Sevilla. Cabe añadir que lord Thomas es autor de una sesuda Historia de Cuba, y estaba a punto de preguntarle por su pronóstico acerca del futuro de la isla, cuando el buen hombre se echó literalmente encima un bien servido vaso de agua. Se puso pippanding, vamos. Por si acaso, mejor no jugar con los santos, Mayeya.

Mendicutti, portavoz

Eduardo Mendicutti, el sanluqueño de acento y maneras más castellanas que conozco, me cae bien por muchos motivos: es simpático, es atento, y lleva muchos años demostrando a través de sus novelas que es libre. Ayer compartió café con la prensa para presentar la última, Ganas de hablar. Y hablamos. Recordamos algunos loables esfuerzos por dar voz a quienes nunca la han tenido: la señora zarandeada por la vida de Ángel Vázquez, la prostituta de Fernando Quiñones. Mendicutti ha querido escribir sobre el mariquita del pueblo -o del barrio, tanto da-, especie protegida por la comunidad y al mismo tiempo bajo una perpetua intemperie, querido por todos pero siempre marginado a las primeras de cambio. A menos que seamos del Opus, todos hemos conocido perfiles similares, pero también homosexuales casados y con hijos por mandato de la apariencia, o amigos que han hecho su larga y dura travesía en busca de la propia identidad.
El hecho de que no me tiente el sexo masculino no me salva de la indignación que siento ante algunas cosas, desde la ridiculización del gay a aquel informe que el PP expuso en el Congreso afirmando que se trata de una enfermedad que se puede -y debe- curar. La homofobia sólo puede ser patrimonio de los ignorantes, de los ágrafos (quién puede odiar a Wilde, a Lorca, a Cernuda...), pero sobre todo de un terror de fondo muy cínico: ese miedo a reconocerse a uno mismo como homosexual, o a un pariente próximo. Nunca olvidaré a un amigo del instituto, homófobo feroz, siempre irascible y desajustado con el mundo, que sólo necesitó marcharse a Inglaterra en busca de su destino -un novio adorable- para encajar la pieza que le faltaba: hoy es un ciudadano de lo más afable, y más que nada feliz.
No olvidemos que las cruces más grandes las ponían en la puerta los judíos conversos. Y que, como decía Sciascia, todo el mundo sabe que cuanto más se maneja la guillotina menos peligro corres de estar bajo la cuchilla.

martes, 19 de febrero de 2008

La literoterapia de Antonio Hernández

"¿Eres de Cádiz, entonces? Yo veraneo allí. Ven a verme. Y no olvides traer tus poemas". Eso me dijo cuando lo conocí en el tórrido estío madrileño. Y unas semanas después, fui a verle. Con mis poemas. Me recibió en bañador y camisa desabotonada, que es la guisa de poeta que más seriedad me inspira, y al cabo de un rato de pasar mis cuartillas me dio su opinión: mis poemas eran bastante malos. Pero lo dijo con tanto cuidado de no herir mis susceptibilidades, y con tanta fe en que podría hacerlo mejor, que salí de aquel piso loco de contento. Dejó de ser Antonio Hernández para convertirse en el Noni. Leí sus novelas -Nana para dormir francesas, Sangrefría-, sus poemarios -Oveja negra, Con tres heridas yo-, sus cuentos hilarantes, como El Betis, la marcha verde. Pero sobre todo trabé amistad con el hombre sensible, beligerante, irónico, polémico, culto, definitivamente cariñoso, amigo de sus amigos, temible para sus enemigos, tinta y sangre, genio y figura.
Hace un tiempo le fue diagnosticada una rara enfermedad crónica de origen nervioso. Coincidimos en su pueblo, Arcos de la Frontera, y aunque no parecía tener ganas de nada, nos fuimos de copas. A la vuelta estaba mucho más animado, y al despedirnos en el pasillo del hotel nos dio las gracias por el buen ratito echado. Me fui a mi habitación un poco afligido, pensando que el Noni tal vez no volvería a escribir con la misma chispa. Acaba de ver la luz A palo seco, un poemario que compuso a modo de literoterapia, para doblegar los males de la salud a fuerza de palabras vigorosas. El remedio le sirvió, y ahora nos sirve a los demás: es un libro muy hermoso, muy hondo, muy de verdad. Esta mañana le telefoneé para entrevistarlo, y lo encontré radiante. Tiene la agenda llena de proyectos, está mucho mejor de sus dolencias y, por si fuera poco, su Betis de sus entretelas le ganó el sábado al Real Madrid.

Gregory Corso, peluquero

Los poetas de la beat generation vuelven a estar de moda, sobre todo entre los nuevos lectores, y la verdad es que no sé cómo interpretarlo. He buscado una respuesta en un libro de Gregory Corso recién reeditado, The Happy Birthday of the Death -que es de 1960-, y en lugar de eso he encontrado un curioso poema, titulado Pelo: "Mi hermoso cabello está muerto/ Ahora soy una cabeza pelada/ O cuando me miro en el espejo/ la calva que veo es aún más calva..."
Es curioso que el mundo dé tanta importancia a la calvicie. Cuando apenas nuestras raíces empezaban a batirse en retirada, mi hermano comentaba con pánico que no había nada peor que un calvo bailando en una discoteca; no en una oficina ni en un semáforo, sino en el centro de la pista: eso era para él el colmo del patetismo. Tuvimos suerte de comprobar pronto -sobre los 25 años- que no era para tanto, sin los terrores que asaltan a los maduros de 40: ¿Dejaré de ser yo? ¿Seguiré atrayendo a las chicas? ¿Conseguiré trabajo sin pelo?
Es tan lamentable oír a un calvo justificarse -con la peregrina idea de que somos más inteligentes, o más viriles- como entender la motivación última de quienes tratan de ridiculizarnos, sólo por una rara ceguera materialista: yo tengo algo que tú no tienes.
Una vez alguien propuso la genial idea de hacer una antología española de poetas calvos del siglo XX, de Pepe Hierro a Martín López-Vega, por ejemplo, y que en lugar de la típica nota bio-bibliográfica todos confesáramos la lista de productos que hemos usado para evitar lo inevitable, desde el popular Minoxidil a los carísimos champús de Klorane, ¿a que estaría bien?
El sabio Uwe Topper suele pronunciar una sentencia lapidaria: "Es mejor ser calvo que no tener pelo". Para mí, que amo el cabello hermoso (algo que -como el futuro para Borges- sólo pertenece a los otros) la del pelo es, de las muchas pérdidas que el tiempo depara, la que menos me cuesta asumir. Y es un consuelo creer que, con mimo y dedicación, lo bueno también puede crecer cráneo adentro.

lunes, 18 de febrero de 2008

Quiñones en la Universidad

A Juan López, rector de la Universidad de Cádiz por entonces, le costó dios y ayuda sacar adelante su propuesta de nombrar a Fernando Quiñones doctor honoris causa. Muchos hicimos campaña a su favor, mientras algunos profesores y catedráticos se reían alegando que "eso era como darle un honoris causa a la Caleta". Fernando G. Delgado me dijo que no era mala idea doctorar a una playa de dos mil años, que había sido naumaquia en tiempos de los romanos y fondeadero de piratas, y con mayor razón si se personificaba en el hombre que más la amó: no me refiero a los autores de comparsa con sus tópicos relamidos, sino al que cada mañana bajaba a la arena para dar ejemplo recogiendo desperdicios -lo cual también fue objeto de lamentable mofa- y llamaba a las gaviotas para darles de comer como si fueran gallinas.
A Quiñones la universidad nunca le hizo demasiado caso, porque su natural desaliño y su sabiduría autodidacta no hacían juego con las togas impolutas y las tesis doctorales. Tuvo que morirse, o casi, para que empezaran a echarle cuenta de verdad. Respeto la labor de tan sagrada institución, pero abomino de su mundo de méritos puntuables, promociones carniceras, pasillos tramposos y despachos envenenados. La literatura de Fernando no puede medirse en créditos, y de aquel doctorado que al fin salió adelante (¡de milagro!) la honrada debía de ser la Universidad, y no al revés. Ahora sale a la luz una edición, bajo los auspicios de la UCA, de Andalucía en pie, el reivindicativo texto teatral que Quiñones escribió con música de Castañeda. Viene con un completo aparato de notas al pie, incluida una que define abanico (¡"instrumento para hacer o hacerse aire"!) y el nombre de la profesora que cuida la edición aparece más grande en la portada que el del propio autor.
Cuando publiqué Palabras mayores, alguien me reprochó la excesiva modestia de haber puesto mi nombre casi escondido, bajo la mesa de la fotografía y en un cuerpo muy pequeño. Sólo se me ocurrió una respuesta: ¿Dónde, y a qué tamaño, habrías puesto tú el tuyo, en una portada, junto al de Quiñones y al de Borges?

domingo, 17 de febrero de 2008

Mi tribu violenta

No tiene por qué ser mala fe. A veces se trata de una información insuficiente, o deficiente, o de un prejuicio mineralizado que nos impide ver las cosas como son, pero lo cierto es que algunos textos presentados bajo el envoltorio del rigor pueden llegar a ser dañinos, infamantes y rematadamente falaces. David Madrid y Jorge Murcia, seudónimos "de dos prestigiosos miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado con años de experiencia", conferenciantes habituales para policías, educadores sociales, padres, tutores y universitarios, han plasmado su sabiduría en el libro Tribus urbanas. Ritos, símbolos y costumbres. En él he descubierto que los heavies, colectivo al que pertenecí hasta que llegó el otoño capilar, y al que sigo vinculado por devoción musical, pertenece al epígrafe de 'Tribus urbanas violentas', junto a los skinheads, nacionalsocialistas, fondos ultras y latin kings. Y yo sin saberlo.
No me extenderé en su contenido, que es irrisorio, pero cabe señalar que la violencia sólo asoma al final del capítulo, refiriéndose a los satánicos: "Sus actividades se centran en la celebración -sobre todo el fin de semana- de ritos negros, sacrificio de animales (perros y gatos), profanación de tumbas, quema de iglesias". O sea, el plan típico de un finde. Hoy es sábado y aquí estoy, blogueando en vez de meterle candela a San Juan de la Palma, que está aquí al lado, con mis dos gatos intactos -les he dado hasta de comer, rindiéndome a sus maullidos exigentes- y sin lápida que profanar a gusto, a todo Lovecraft. Cualquiera se cree un heavy, me dirán; cualquiera se cree un experto, responderé.

Juan de Castellanos, el blog infinito

Anoche, creo que mientras conversaba con Luis Manuel Ruiz, pensé que tal vez esto de los blogs esté prestando un servicio impagable a la Literatura, al conseguir que muchos canalicemos nuestra grafomanía -y nuestra no menos grave compulsión por publicar- a través de estas inofensivas ventanas, sin necesidad de inundar las librerías con penosas ediciones que, más que enriquecer, saturan al público y desvían su atención de los libros que vale la pena leer.
Uno de esos libros que cautivan, pero que apenas ha tenido eco, es Las auroras de sangre, de William Ospina. A través de seiscientas páginas seguimos la pista de Juan de Castellanos, el récord Guinness de la poesía en nuestro idioma al haber pasado más de treinta años escribiendo un poema de 113.600 endecasílabos en los que plasmó todo lo visto y vivido en su periplo por la América recién conquistada. Nacido en un pueblecito de la sierra sevillana, Alanís, Castellanos fue soldado, resultando malherido en varios combates; sobrevivió a un naufragio, escapó de un tigre hambriento, estuvo a punto de ahogarse en un río, fue buscador de oro, acabó ordenándose sacerdote y salió bien librado de un proceso de herejía. Pero su gran aventura fue vivir para contarlo, como la de Ospina ha sido recoger su legado en un libro precioso.
Me ha conmovido un fragmento en el que se cuenta cómo Castellanos, "después de escribir gruesos volúmenes que prácticamente nadie leería por siglos, lo único que acertaba a decir al final era que ojalá se sirviera Dios en darle un poco más de vida para alcanzar a contar lo que aún se le quedaba en el tintero". Quizá cuando escribimos sólo estamos pidiendo una prórroga, una limosna de tiempo, ejercitando simples Juegos para aplazar a la muerte, por usar un bonito título de Juan Luis Panero. Se vive sabiendo que se muere; se escribe sabiendo que tarde o temprano habrá que poner el punto final.

viernes, 15 de febrero de 2008

Edere, zapateras prodigiosas

Andrés Vázquez de Sola me contó que, cuando vivía en París, su hijo pequeño había tenido problemas en el colegio, pues solía burlarse de un niño cuyo padre era un simple zapatero, mientras que el suyo era un pintor famoso. Entonces, un profesor se tomó la molestia de explicarle al chaval que nada tenía que envidiar uno de otro, pues ambos oficios eran igual de importantes: sin un buen zapatero, dijo, el papá célebre no podría salir de casa, y no tendría forma (puesto que no existía Internet) de llevar sus obras a los periódicos o galerías donde se mostraban.
Esta explicación, pueril si se quiere, pero inapelable, me viene a la cabeza cuando pienso en toda esa gente que trabaja por la cultura a la sombra; que nunca aparece en prensa ni recibe premios, pero sin la cual nada funcionaría, o en todo caso funcionaría mucho peor. Hoy se celebra la fiesta de quinto aniversario de Edere, una empresa de comunicación que sirve de puente para escritores, medios e instituciones varias. Yo acababa de llegar a Sevilla, como quien dice, cuando conocí a Lucía y Nuria. La conexión fue instantánea y, más allá de las coyunturas laborales, desde entonces no hay semana que no cuadremos unos vinos o un concierto.
Me gustó la abnegación con que afrontaban su faena, que crece cada día, pero también el mimo que ponen en su mercancía, que no son sacos de patatas ni pantalones vaqueros, sino palabras. La cultura, en contra de lo que se cree, vive por lo general en la soledad, olvidada del gran público y de los laureles; y los periodistas, tres cuartos de lo mismo en sus desvelos que envolverán el pescado de mañana. Empresas como Edere saben ser eficaces para que a unos y otros les cunda su trabajo, pero sobre todo saben humanizarlo. Viven de ello, no faltaba más, y sin embargo basta verlas faenar para entender que lo suyo trasciende la rutina mecánica. Ponen sentido y sensibilidad en un mundillo donde tantas veces falta.
Claro que hay más empresas, funcionarios, editores, libreros, impresores, correctores, diseñadores, ¡zapateros todos! (y no hago campaña) que nunca aparecen en primer plano, y sin los cuales los juntaletras no iríamos a ninguna parte. Sin embargo, lo siento, hoy el cumpleaños es de las niñas. Un centenar de culturetas juntos es una idea insoportable, de acuerdo: pero esta noche estaremos allí todos para deciros que cumpláis muchos más. Y nosotros, virgencita, nosquedemoscomoestamos.

De McCarthy a Bardem

Aproveché mi tarde libre para abandonarme al sofá y a la lectura de una interesante novela como La carretera. Y por la noche, para no salir del mundo de Cormac McCarthy, fui al cine a ver No es país para viejos, con un Javier Bardem imparable en su carrera hacia el Oscar, metido en la camisa de un asesino despiadado.
Yo tuve una novia que se derretía con Bardem. Estábamos en un bar de la Plaza de Santa Ana, en Madrid, habíamos tenido una discusión y entre nosotros se levantaba un silencio amargo. Entonces reconocimos en la barra a Bardem, tomando café con Jordi Mollá y con otro actor que no recuerdo. "¿Has visto cómo me ha mirado?", me dijo ella entusiasmada. Yo andaba muy ofuscado y simulé no darme cuenta, pero lo vi: el rayo fulminante, demoledor, de todo un galán de cine que recorre con los ojos a una chica, el brillo del deseo y la seguridad de que, si yo no hubiera interferido con mi presencia, igual podría haber ocurrido algo más. No todos los días te cruzas con una estrella del celuloide, y mucho menos recibes de ella una mirada tan elocuente. Supongo que a mi novia de entonces le frustró no haber tenido pruebas ni testigos de que Bardem la codició siquiera un instante: corres el riesgo de que te tomen por presumida o fantasiosa. Bueno, yo doy fe de que fue cierto. Yo estaba allí. Hoy, al verle de nuevo en la pantalla, por un momento sentí que cruzábamos miradas. Salí de la sala diciéndome que, en el fondo, su papel en el filme no es tan bueno.

jueves, 14 de febrero de 2008

Eduardo Jordá: vida para leerla

Tengo pruebas de que Eduardo Jordá existe, pero algo parecido a una maldición gitana nos ha impedido encontrarnos hasta ahora. Reconozco su nombre en la portada de sus libros -poesía, novela, prosa de viajes-, leo sus artículos, he visto fotos suyas en la prensa, Mané me aseguró que lo había conocido en persona en Palma de Mallorca y habían trabado amistad. Su vocación de trotamundos, desde Burundi a Manila pasando por el desierto chileno, es fama. Ayer estuve a punto de romper el maleficio, en la rueda de prensa de presentación de Instante, su último poemario, pero mi jefe me dio otro destino a última hora: no es la primera vez que me pasa con Jordá. Me he puesto a fantasear con una de esas rocambolescas tramas de personajes ficticios cuyo fraude está siempre a punto de ser descubierto: lo siento, pero a bote pronto sólo se me ocurre el caso de Simone, aquella película tan mala de Al Pacino. La cabeza se me dispara y empiezo a pensar que nunca me he cruzado con Jordá en las librerías (donde siempre veo a Manuel Gregorio González, a Rivero Taravillo, a Jabo H. Pizarroso...), ni en los bares (donde me los encuentro a todos), ni en las galas de premios, ni en el mercado, donde nada cuesta encontrarse a Conget.
Para disipar la duda, lo he entrevistado por teléfono. ¿Era esa voz real, no era un actor con un guión coherente, contratado para perpetuar la broma? "No hay manera de que coincidamos", le dije. "Sí, parece que tenemos vidas paralelas", respondió, quitándole importancia y agradeciéndome el interés. Bueno, me consolé, al menos su poesía es real. Y muy buena. Los de la Fundación Lara me prometieron que me enviarían el libro por mensajería rápida. He visto la portada, he leído comentarios en periódicos y en blogs, el libro sin duda existe. Pero aún no lo he recibido.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Reza por Sarko

Yasmina Reza, brillante dramaturga -Arte-, se pegó durante meses a Nicolas Sarkozy y emborronó docenas de cuadernos con cuanto veía y oía. El resultado es El alba la tarde o la noche, una amalgama de notas deslavazadas que me recuerdan a aquel personaje de Borges que se proponía la tarea de dibujar el mundo, y antes de morir descubre que las minuciosas líneas acumuladas trazan la imagen de su rostro. A Reza le ha salido, después de meses de escritura sobre la marcha -por aire, mar y tierra- el rostro de Sarko. Lo malo es que el perfil es de un hombre con el que ni por mucho dinero me tomaría yo un café. Pura testosterona, implacable, seductor, ambicioso, seguro de sí mismo, salvado del peligro de la humana duda: adjetivos todos, como se ve, ambiguos, susceptibles de ser interpretados como virtudes o como defectos.
Subrayo una frase: "Mira, lo tengo todo para estar contento, soñaba con tener un partido y lo tengo, soñaba con ocupar los más bonitos cargos ministeriales y los he tenido, soñaba con estar aquí [en la carrera por la Presidencia] y ya estoy. Pero no tengo emoción". Los dioses nos castigan concediendo nuestros deseos. Hay que pedir con más cuidado.

martes, 12 de febrero de 2008

Matute, Pérez-Reverte: dos estilos

Ana María Matute por la mañana, Arturo Pérez-Reverte por la tarde, ambos en el encuentro Factor Humano que se celebra en la escuela de Ingenieros. A los dos los conocí en Madrid, en cursos de verano distintos pero simultáneos. La Matute era ya una venerable anciana que se había abierto paso en un mundo de lobos -léase escritores varones- y le gustaba repetir que Caperucita Roja era una tonta: eso lo decía con el regocijo de los niños cuando empiezan a blasfemar o aprenden sus primeras palabrotas. Aún no había publicado Olvidado rey Gudú y se la tenía, sobre todo, por autora de libros para niños, que era un modo -injusto y, además, falaz- de restarle méritos.
Pérez-Reverte, por entonces, ya había abierto la lata con La tabla de Flandes, y no podía evitar ronear un poco de superventas, por si alguien dudaba de su talento. Recuerdo que alguien comentó que, por esa regla de tres, Arguiñano era mejor escritor que Clarín, porque su libro de recetas se vendía ese verano mucho mejor que La Regenta o Adiós Cordera. Tenía aptutudes, quién lo duda, tenía buena imagen, pero sobre todo tenía ambición. Después lo he visto en muchas ocasiones, ya sean ruedas de prensa, presentaciones o charlas multitudinarias para estudiantes. A veces está más malaje, otras más afable, pero casi siempre anda a la defensiva. Con los mil y un sinónimos de la palabra imbécil se regocija y aprecia la riqueza de nuestro idioma. Le aterra tanto pasar por libresco -hombre de mundo como es- como por un escritor de escaso calado. Por si le cayera un aguijón, patea continuamente al aire.
"Los seres humanos se dividen entre borregos y guerreros", ha dicho el cartagenero. Lo ha matizado, claro, pero no ha dejado espacio para el término medio.
"El niño no es un proyecto de hombre", aseveró, por su parte, la Matute. "El hombre es en todo caso lo que queda del niño. Todos caminamos con nuestra infancia a cuestas".
A ella la he visto más niña que nunca; a él, con más prisa por llegar a viejo. Dos estilos. Prefiero uno, con diferencia.

Defender la alegría

"Aquí andamos, defendiendo la alegría". Quienes suelen llamarme al teléfono están acostumbrados a oírme responder de ese modo, un sucedáneo de ese conjuro argentino que tanto me gusta, el porteñísimo "está todo bien". Aunque el mundo se caiga sobre nuestras cabezas, hay que decirlo y creérselo: está todo bien. Y lo que no esté, se arreglará.
Me gusta decirlo y me gusta el poema de Benedetti, y me gusta la canción de Serrat y me gusta todo el disco que ambos grabaron juntos, El Sur también existe. Ahora, el noi de Poble Sec y un montón de artistas más han vuelto a grabar ese tema para hacer campaña en favor de Zapatero. Le alabo el gusto al PSOE, y también al arreglista, que ha puesto la canción más vivaracha, como más roquerita.
Un único pero: no soy partidario de que unas siglas se apropien de un territorio, de una bandera ni de una canción como ésta (por eso los himnos tienen tan poco predicamento entre los amantes de la música: porque excluyen a quienes no militan en unas determinadas filas). Vale, pues, la canasta, sólo con una condición: que el mensaje, que es hermosísimo, valga para todos. Incluso para aquellos que defienden el vinagre visceral y el colmillo torcido. No sé si la poesía sirve para ganar unas elecciones, pero sí para mirar la realidad de un modo menos áspero, más amable.

domingo, 10 de febrero de 2008

Nothomb, música y crimen

Amélie Nothomb, japonesa de familia belga, ha escrito una interesante novela, Diario de Golondrina, cuyo personaje central es un asesino a sueldo de extraña conducta. Una de sus características es sugestionarse con las canciones de Radiohead, y me pregunto qué tendrán música y crimen para que a los escritores les guste tanto relacionarlos. El Patrick Bateman de American Psycho es un loco del pop; creo recordar que Hannibal Lecter, en El silencio de los corderos, se deleita casi tanto con la música clásica como con el sabor de la sangre; y el desabrido protagonista de La flaqueza del blochevique -de acuerdo, no mata a nadie, pero es un peligro- escucha a todo volumen a Iron Maiden (aunque en la película ponen otra cosa, creo que a Extremoduro) mientras se encara con el mundo.
Nothomb recuerda también que "el protagonista de La naranja mecánica se volvía violento bajo la influencia de Beethoven". Pero ahí me pongo quisquilloso, porque eso sólo sucede en la versión cinematográfica de Kubrick; en la novela de Anthony Burgess, lo que primero estimula y luego atormenta al narrador es "la Tercera Sinfonía del veco danés Otto Skadelig". Un compositor que no existe, lo cual no obsta para que tenga más de 300 páginas en google y entrada propia en Wikipedia.

sábado, 9 de febrero de 2008

Juan Villoro está de madres

Anoche me dieron las mil acabándome Los culpables. En la obra de Juan Villoro, no sé cómo lo hace, el último libro siempre es el mejor. He leído con atención y disfrute sus novelas, sus cuentos y sus ensayos, incluso un libro -Dios es redondo- sobre algo que merece mi más franca indiferencia, el fútbol, con un entusiasmo insólito. El mexicano puede escribir sobre cualquier cosa, ya sea una entrevista con Mick Jagger o un cuento para niños, y sabe cómo hacer buena ebanistería de cualquier tronco pelado. Discípulo aventajado de Monterroso, tiene una mirada incisiva sobre todo cuanto le rodea y una mano privilegiada para el lenguaje. A veces, da la sensación de contenerse, de que sus ideas y su capacidad para expresarlas fueran mucho más allá de lo que nos cuenta, pero que prefiere reprimirse para no apabullarnos.
En persona, Villoro despliega un humor permanente, pero sin chistes chocarreros. Lo suyo son dardos inteligentes derechitos al cogollo de las cosas. He podido disfrutar de su compañía en cuatro ocasiones, que yo recuerde, y me han deslumbrado sus observaciones agudas, su tamaño de lector -en diez minutos logró desmontarme la Diana de Carlos Fuentes, que tanto me gustaba-, pero también su cortesía y su generosidad. Cuando dedicamos un número de Caleta a la literatura mexicana, yo no me atreví a pedirle un texto, pero le escribí solicitando autorización para reproducir uno muy bueno que había leído en El Malpensante. A los tres días recibí su respuesta con un texto nuevo, aún mejor que aquél, ¿no es para comérselo con papas?
La última vez que estuvo por Cádiz le prometí que le enviaría un ejemplar de Belle de jour, de Kessel. No sé por qué, pensé que le gustaría. Aún no le hice el envío: ya me vale. Cualquier día recibo un mail lleno de reproches. De Joseph Kessel, seguro.

viernes, 8 de febrero de 2008

30 años de La Zaranda

Veo en la prensa a Paco de La Zaranda, con motivo del 30 aniversario de la compañía. Recuerdo una noche en el Festival de Teatro de Cádiz. Habían venido unos amigos cubanos y tomábamos un roncito a la roca cuando un tipo con aire de borrachín metepatas se acercó a nuestra mesa y empezó a provocarnos con modos groseros. Bien sabe dios que no soy nada pendenciero, pero la cosa se puso fea y estuvimos a un paso de llegar a las manos. Al día siguiente, yo tenía que entrevistar a un actor del grupo La Zaranda. Cuando Paco apareció por la sala de prensa, sobrevino la sorpresa y la carcajada, ¡era él!. "¿Sin rencores, no?", y pasamos media tarde conversando. Entendí entonces que esas salidas de tono eran unas peculiares performances que no pretendían liar ninguna pajarraca, sino despertar reacciones inesperadas y, sobre todo, poner a prueba el sentido del humor del personal. Lamento no haber estado a la altura.
Luego me tocó ver a Paco y los suyos muchas veces sobre el escenario. Ahí se me revelaron como auténticos magos: de la palabra, del gesto, de las luces, del silencio. En todos sus montajes funden las sombras de Valdés Leal con las desgarradas cornetas de la Semana Santa, el trapo viejo y tiznado con el oro de las ilusiones. Otro Paco, Algora, fue el primero en advertírmelo: "Siempre que ves a esta gente, sales del teatro con algo que no tenías antes de entrar". O que tenías, pero habías olvidado: la inocencia, una pureza que es patrimonio de la niñez, ¡el alma, cuántas veces les he oído hablar de eso de lo que nadie habla ahora, del alma!
Y después de las funciones -casi nunca antes, pues la hora de salir a las tablas es para ellos casi un rito sacerdotal-, la maratón de licores, la risa a boca llena, Gaspar cantando las seguiriyas más descoyuntadas (y sentidas) del mundo, Quique desde la barra con esa mirada limpia y tímida, Eusebio improvisando desvaríos, Juan regando las mesas con versos de Machado y pasos ebrios de Rafael de Paula, Paco retorciendo ocurrencias hasta las claras del día. Ahora dicen que van a llevar una de sus obras al cine. Quienes crean que están traicionando su esencia o algo parecido, no los conocen. Si Hollywood es la fábrica de los sueños, lo de La Zaranda ha sido siempre y será el taller artesano del pellizco. Así que pasen 30 años.

jueves, 7 de febrero de 2008

Slaughter resurrectos

Hay macrofestivales de música que fardan de fichar a lo más granado del momento. Asistimos cada día, por ejemplo, a las últimas incorporaciones del Rock in Rio Madrid, esa obscena aglomeración de estrellas para la masa. Otras convocatorias, por el contrario, apelan a la sentimentalidad -y la memoria- de las minorías. Hoy, camino del autobús, me detuve en la calle Resolana ante el cartel del festival Atarfe Rock, que se celebra a primeros de marzo. Algunos nombres, como Destruction o Exciter, me retrotrajeron a tiempos remotos en que mi cráneo estaba cubierto de tirabuzones y en mi casa la familia al completo me pedía que bajara la música del tocadiscos. Cuando he leído el nombre de Ratt, me ha parecido algo así como un conjuro decimonónico. Con los Danger Danger he visto en flash-back una cinta de casete TDK con los títulos de las canciones garrapateados a mano.
Pero los que más me han impresionado -y me tientan para asistir- son Slaughter. A esos sí que los veneré, desde el primer disco, Stick it to ya, con su bellísima chica en la portada; o incluso antes, cuando algunos de sus componentes militaban en Vinnie Vincent Invasion. Sé, amigos, que todo esto no os va a decir nada. Me apena no poder compartir con vosotros las hondas pero intransferibles sensaciones de oír a todo volumen Gave me your heart, Up all nite, Spend my life, Reach for the sky, Street of broken hearts...
Ni mis demandas emocionales de ahora son las de mis 17 años, ni creo que el efecto que puedan causarme esas canciones sea remotamente parecido. Pero esos asideros de humo y decibelios, soy consciente, me salvaron la vida muchas veces. Nunca me fallaron cuando los necesité. Ahora resucitan en algún lugar de la provincia de Granada que ni siquiera sé localizar en el mapa, vienen de mucho más lejos que su Nevada (Las Vegas) original, vienen de un tiempo y de un lugar que ya no existe. No sé si me animaré a verles, pero qué menos que dedicarles este post colmado de gratitud y devoción.
Quizá sea cierto lo que la voz chillona de Mark Slaughter vociferaba al comienzo de The wild life, en este caso aplicado a la memoria: You can run, but you can't hide...

Braulio Ortiz, el título salvaje

En estos tiempos de marketing desaforado todo el mundo conoce el poder de un buen título o de una portada atractiva. Un libro de calidad como La insoportable levedad del ser funciona mejor que uno igual de interesante del mismo Kundera, como La inmortalidad o La lentitud. Y uno flojo -es mi opinión- como La conjura de los necios debe al título buena parte de su celebridad. Borges señalaba en cambio el hecho de que las grandes obras maestras tuvieran títulos bastante malos: El ingenioso hidalgo Don Quijote, Hamlet príncipe de Dinamarca, La guerra y la paz. Pero si no estás seguro de poder igualar sus contenidos, más vale que te busques un nombre mejor.
Braulio Ortiz Poole, colega de padecimientos periodísticos y literarios, me contó esta mañana lo que sucedió con su primera novela, poéticamente rubricada como Francis Bacon se hace un río salvaje:
* Alguien la llamó Francis Bacon se hace un LÍO salvaje.
* Otro la anunció como Francis Bacon se hace un TÍO salvaje.
* Y un programa de radio resumió: Francis Bacon se hace un salvaje.
Pero lo que más me ha sorprendido se refiere a uno de los detalles más llamativos de la novela, el hecho de que las páginas se lean en horizontal (o sea, con las líneas haciendo una paralela con las costuras del libro) y no en vertical como está mandado. Algunos lectores le reprochamos la manifiesta incomodidad de ese sistema, otros le felicitaron como una excitante innovación vanguardista. Lo que yo no sabía es que la intención del autor no era someter a nadie al trance de pasar 189 páginas como si fueran un almanaque. Resulta que, al enviar el original, la impresora le hizo una jugarreta y los folios salieron así. Al editor le pareció una simpática extravagancia y la acató hasta las últimas consecuencias.
Ahora Braulio está escribiendo, despacio pero en firme, una nueva historia. Que no tome ejemplo de Torcuato Luca de Tena y le dé por emular Los renglones torcidos de Dios. Fuerza, amigo.

martes, 5 de febrero de 2008

Tata rompió su tambor

Hoy fue un día un poco desabrido, áspero; a diferencia de esos otros que se deslizan suaves por el calendario, éste transcurrió como crujiendo, a trompicones. Y ha terminado mal: mientras cenaba, he leído una necrológica de Mauricio Vicent: Tata Güines ha muerto.
El primer disco suyo que escuché, Pasaporte -grabado junto a otro prodigio de los tambores, el joven y malogrado Angá Díaz-, era una alucinación acústica de cabo a rabo. Tata tenía una forma tan sabrosa de tocar, tan racial, como si llevara a cuestas todo el acervo africano de sus ancestros, y a la vez una técnica muy desarrollada, complejísima, de la que aprendieron quienes hoy son grandes maestros. Inventó movimientos únicos, golpes sobre el cuero que apenas arrancaban te hacían decir sin duda: "ése es Tata". En este mundo de clones en serie, tener un sello propio e inconfundible es algo extraordinario. Él lo tenía.
Me hace feliz recordarlo en La Zorra y El Cuervo, un modesto templo jazzero en la Rampa habanera, nada menos que con Changuito y Cachao. Ese hombre menudo, que casi parecía estar en los pellejos, sacaba de sus manos una energía, una electricidad indescriptible. Me costó diez dólares entrar, y encima invitaban a un mojito. "Gallego, no entre ahí, que eso está muy caro", me decían las jineteras y los macetas. No supe explicarles que para mí no tenía precio.
Volví a verlo tocando, hace tan sólo unos meses. Fue en el Maestranza, de nuevo con ese hombre austero y magistral que es Changuito, y con el -al menos ese día- mamarracho de Diego El Cigala. Qué tristeza ver a esos dos monstruos dejándose tapar por un flamenco endiosado. En mi reseña lo consigné: "Diego, hijo, échate a un laíto, déjanos ver esas manos que no se ponen viejas", creo que escribí. Tata tocó poquito, pero sólo por verle hacer compás de guaguancó valió la pena.
Ahora está con los rumberos famosos de la canción: La muerte de Andrea Baro, Malanga también murió, Cayo Lilón y Pablito, murió Mulence y René, oh Chano, murió Chano Pozo... Y Mongo Santamaría, y Tito Puente, y Patato, y Angá. Ahora fue Tata. Qué fiesta debemos estar perdiéndonos en alguna parte, válgame Yemayá.

Javier González, erra que erra

Javier González pasará a la pequeña Historia de las letras andaluzas contemporáneas como fundador de la revista Mercurio, un hermoso invento que por una vez logró aglutinar a escritores y críticos -y a más de un ornitorrinco- de este sur del sur, de este absur que diría Quiñones. Esa publicación ha sido decisiva en un resurgir de la literatura de nuestra tierra, que no es que tenga que comerse el mundo, pero sí puede reclamar cierto desarrollo natural, un espacio propio, sin depender de los grandes centros de influencia. Autores de aquí, editoriales de aquí, órganos de expresión de aquí, ¡lectores de aquí!, tal vez no nos hagan escribir mejor, pero al menos equiparan las posibilidades y crean un caldo de cultivo benéfico para todos. Mercurio fue muy importante en ese proceso. Planeta vio el filón, se hizo con él, y ahora es otra cosa: cumple su función, valiosa sin duda, pero no es aquella aventura espontánea que nos encandiló.
En fin, lo que yo no sabía es que Javier González, además de pionero, escribe muy bien. Lo he comprobado hoy acabándome su Errabundia express, un libro de viajero sedentario con chispa, inteligencia y buenas lecturas. Me ha hecho recordar que, para Juan Ramón Jiménez, leer era la mejor forma de viajar. A lo que Paquita Aguirre, en uno de sus libros, replica: "¡Y una mierda! La mejor forma de viajar es viajar". Ustedes elijan entre ambas posiciones antagónicas. Por lo que a mí respecta, no pienso renunciar a los dos placeres. Ni siquiera a los tres.

lunes, 4 de febrero de 2008

Arrufat y el peso de los libros

Me parece que estoy viendo a Antón Arrufat balanceándose al anochecer en una mecedora de casa de Maggie Mateo, en El Vedado habanero, hablando de Virgilio Piñera y de la poesía española con humor y verbo lento, lleno de pausas reflexivas en las que, cuando aprieta los labios finos, se da cierto aire a Billy Bob Thornton. Pero en realidad estoy acabando su novela corta Mi antagonista, la disfruto como antes he disfrutado su poesía, su teatro, sus relatos.
Arrufat escribió hace cuarenta años un drama, Los siete contra Tebas, que molestó al régimen castrista. Me contaron que fue condenado a romperse el lomo cargando volúmenes en una biblioteca de no sé qué playa. Algún alto funcionario debió de pensar: "¿No te gustan los libritos? Pues toma dos cajas". El saber, suele decir Ilya, no ocupa lugar, pero pesa un huevo.
Hace unos años encontré por fin la obra maldita, y la leí buscando con atención dónde estaba la crítica contrarrevolucionaria: juro que no encontré nada, ni siquiera faltas de ortografía o crímenes sintácticos que justificaran ese castigo.
El escritor santiaguero volvió a La Habana, donde es una celebridad: célebre sospechoso para los castristas más cerrados, célebre pope encumbrado para los envidiosos. No me meto en detalles que ignoro, no sé qué parte de su alma vende cada cual ni para qué, pero hablo de lo que conozco: Arrufat es un buen escritor. Publica en el extranjero -en Cádiz, sin ir más lejos, salieron sus Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud- porque merece ser leído. Ni siquiera aquellos lumbagos playeros le hicieron perder el amor por la literatura.

Maribel Verdú me dedica su Goya

Dije que me tragaría la gala entera, y lo he hecho. Dos alegrones grandes, los Goya para Adeltef y Lucina Gil, me han eyectado del sofá como si me hubieran dado el premio a mí. Pero también he sentido una alegría explosiva, especial, absurda, retrospectiva, nostálgica, cuando después de cinco candidaturas frustradas han reconocido a Maribel Verdú como mejor actriz.
Yo caí presa de un enamoramiento fulminante cuando, muy de pipiolo, vi a una Verdú post-adolescente posando con gasas transparentes para Interviú. "En esto veo, Maribel, la grandeza de Dios", debí de pensar, porque desde entonces me dediqué a coleccionar todas sus cintas, sus entrevistas, sus fotografías. Recuerdo que promocionó una marca de maquillajes y fui a la mercería de mi barrio para pedir el cartel, y luego a la tienda de lencería cuando promocionó ropa interior, y habría ido a un taller de vulcanizados si ella hubiera anunciado llantas de aleación. Gracias a ella supe lo que otras generaciones habían sentido con Sarita Montiel o con la Garbo: una adoración casi religiosa por un rostro en la pantalla, una veneración que te hacía temblar, que te quitaba el sueño. "¿Esa actriz, que sólo sabe enseñar las tetas en las películas?", me decían, para martirizarme, mis sádicos amigos. A mí me daba igual: la amaba.
A Tornatore igual le habría gustado la escena: Miguelito y yo, en plena edad del pavo, tumbados al sol en uno de los módulos del Paseo Marítimo. Aparece mi hermano, "¡baja, corre, es la Verdú, que se te escapa!" El corazón hace carambolas en el pecho, pero es cierto, es ella, por la orilla de la playa de Cádiz, acompañada por su madre, pido un papel y un boli en el chiringuito más próximo y corro por la arena hasta abordarla. Sólo quiero un autógrafo, no molestar a la diosa. "Ninguna molestia, ¿por qué no nos acompañas un poco?" Y ahí que me vi paseando con mi estrella del celuloide, charlando de esta o aquella película hasta la muralla de Cortadura, donde entendí que madre e hija querrían estar tranquilas y empecé a despedirme. "No te irás a marchar sin darme un beso, ¿no?" Y yo, que deliraba como el niño de Malena ante Mónica Bellucci, me abandoné a la caricia de dos castos ósculos cuyo efecto alucinógeno me duró mucho tiempo. Dejé de coleccionar fetiches de la Verdú, sí, pero nunca olvidé la generosidad que esa mujer tuvo con un pobre chico mitómano, el modo tan amable con que hizo mi sueño realidad.
Hoy, al recoger su premio, ha querido dedicarlo, entre otros, a quienes desde sus casas habían saltado de alegría al escuchar su nombre como ganadora. Me he dado por aludido, y he sentido avivarse la brasa de una vieja admiración. La deuda que uno contrae con quienes lo han hecho soñar nunca caduca.

Una Rosa para Julio Manuel

Hoy se fallaron los premios de la Crítica Andaluza. Servidor de ustedes, que ha participado como jurado -modalidad de poesía- en unas cuantas ediciones, garantiza que son de lo más limpio y honesto del vasto mapa de los premios españoles. En algunos casos, doy fe, ha habido luchas dialécticas de horas en defensa de uno u otro candidato. Lo importante, y digo mi opinión personal, es que, salvo algún nombre más flojo que el tiempo disolverá, la lista de galardonados a día de hoy es prácticamente intachable.
Este año no estuve en el tribunal, pero sin que nadie me lo pida estaría dispuesto a firmar el acta. Chantal Maillard como poeta, y Julio Manuel de la Rosa como narrador, son dos ganadores más que merecidos. A éste último le debo una especial gratitud, porque aun sin vincularnos amistad alguna votó favorablemente por mi Defensa siciliana en el premio Ateneo y dijo cosas muy halagadoras de mi libro. Un piropo siempre se agradece, pero más viniendo de un escritor que, sin haber gozado nunca de mucho aparataje mediático, ha ido labrando una obra sólida y paciente. El ermitaño del rey es un novelón de los que quedan fuera del alcance de los advenedizos y de los oportunistas. Es el resultado de una larga vida de lectura y escritura, de relectura y de reescritura. Julio Manuel es un enamorado de la Literatura grande, y amor con amor se paga. ¿No es para darle un premio?

sábado, 2 de febrero de 2008

Jin Oki, japonés jondo

Hace un par de días presentó en Sevilla su tercer disco, Respeto. Se llama Jin Oki. Nació como yo, en el Año del Tigre del calendario chino, y es uno de los guitarristas más prometedores del flamenco nipón. Un día se dio cuenta de que no podía ser un gitano del barrio de Santiago, por más que se mentalizara, pero también que Jerez está lleno de gitanos y sin embargo Jin Oki sólo hay uno.
Según me ha confesado, el paso decisivo en su camino ha sido darle la vuelta a la pregunta ¿qué es el flamenco para mí? para interrogarse: ¿qué soy yo para el flamenco? Me parece un cambio de enfoque muy interesante: uno es el centro de su propio mundo, pero conviene preguntarse de vez en cuando, con humildad pero sin bobos complejos, qué lugar ocupa en el universo, qué papel puede permitirse desempeñar, qué puede aportar en él. Desde el instante en que Oki se plantea esa cuestión, está empezando a hacer algo hermoso. El resto lo harán las seis cuerdas que le acompañan a todas partes.
Nota.- En las relaciones con las personas, donde lo frecuente es preguntarse ¿qué querrá fulanito de mí? ¿qué soy para él o ella?, yo recomiendo a mis amigos hacer el viaje inverso, ¿que quieres tú de, o qué quieres darle a fulanito? A veces proporciona sorpresas.

Cádiz Información re-revisited

Las situaciones extremas crean lazos muy especiales entre quienes las padecen. De acuerdo, no puedo comparar la mala vida del periodismo con una guerra o un cautiverio, aunque a menudo usemos términos afines a estos trances para hablar de nuestra faena cotidiana. Los tres años que pasé en el Cádiz Información fueron quizá los más sacrificados de mi currículo, y probablemente los más duros también para mis compañeros de entonces. Pero cuando recordamos aquella casa de locos de la calle Ancha sentimos la caricia de una rara melancolía, una nostalgia medio masoquista que invariablemente nos deja en vilo entre la carcajada y el llanto.
Esta semana, tres sucesos me han devuelto la memoria de todo aquello. Primero, Pepe Landi, hoy en La Voz de Cádiz, me envía un mensaje para anunciar que ha sido padre por segunda vez, y desde aquí brindo por ese italianísimo Mario Landi Fopiani que ha recibido su primer beso de luz en Cai, que es Génova con más salero.
Al día siguiente me sorprendo reconociendo a Carmen Jiménez, la teniente O'Neill más brillante que ha habido entre los plumillas gaditas, debutando como novelista laureada -¡nada menos que el Café Gijón!- con su obra Madre mía que están en los infiernos, en la cual pienso zambullirme cuanto antes.
Y mañana mismo se dará un baño de multitudes como pregonero del Carnaval gaditano Antonio Martínez Ares, que ya era un ídolo de la comparsa cuando compartíamos mesa y desespero en la redacción. Enhorabuena a los tres, cada uno en lo suyo. Que volvamos a vernos pronto, muy pronto, preferiblemente sin teclados ni impresoras cerca, y sin hora de cierre.
Nota.- Otros cadinformados de aquellos maravillosos años que tomaron su camino: Rafa Marchante en Reuters, Miguel Ángel Morenatti en el As, Emilio Morenatti en Associated Press, Jorge Zapata en Efe, Eduardo Ruiz en El País; Fernando Ruso, Elenita Mengual y Vanessa en El Mundo; Ilya U. Topper en La Clave; Melchor Mateo y Jose Sánchez Reyes en Diario de Cádiz; Brenda Chávez en Vanidad, Vogue y El País... Sí, quién sabe, tal vez no fuera tan mala aquella temporada en el infierno.

La memoria de Víctor Manuel

Entrevista, vía telefónica, con otro cantautor, Víctor Manuel. Acaba de sacar un disco, No hay nada mejor que escribir una canción, y en uno de los cortes habla de la tan cacareada memoria histórica, esa que a algunos cínicos les parece tan ofensiva, tan conflictiva, tan subversiva. Le pido que sea lo más didáctico posible: "A mí me parece insólito que Fraga diga que la Transición lo ha borrado todo. Habrá borrado lo suyo, que si lo pillan veinte años después igual hubiera tenido que responder ante un tribunal internacional. No soy partidario de tirar los muertos de nadie a la cabeza, pero quien tiene a un pariente enterrado en una cuneta tiene el derecho a saber y a darle una sepultura digna". Gracias por la claridad, maestro.

viernes, 1 de febrero de 2008

Broza sin fronteras

Por la mañana, de entrevista, y por la noche en el concierto, pude constatar varias cosas de David Broza: que no aparenta los 53 años que tiene, que toda la fuerza que despliega en sus conciertos se vuelve suave amabilidad al bajar del escenario, que en Oriente Medio hacen falta muchos como él. Canta en tres idiomas, adora a Serrat y a Manzanita (incluso me tocó en medio de la charla su Ramito de violetas en hebreo), a Bob Dylan y a Camarón. Hace un par de días apenas, se me caía el alma a los pies leyendo sobre el informe de la Comisión Winograd sobre la guerra israelí contra Hezbolá. A veces, nos cuesta entender la maraña de información que nos llega de esa zona, pero hoy Broza me ha explicado de un modo muy didáctico una clave para la resolución de los conflictos palestino-israelíes: "Cuando salgo de Tel Aviv y voy a la parte oriental de Jerusalem, no siento que esté cruzando ninguna línea, no siento que me estoy metiendo en un mundo que no es el mío y que se llama palestino. Es la continuación normal de mi día, me encuentro con mis amigos, nos tomamos un café, hacemos una canción". Menos balas. Menos muros. Más cafés. Más canciones.
Nota.- Es el cuarto candidato a los Goya que, de pura casualidad, entrevisto esta semana. Los otros han sido Abdelatif Hwidar (Mejor corto de ficción), Lucina Gil (Mejor corto documental) e Ignacio Martínez de Pisón (Mejor guión original). Este año sí que veré la gala. Suerte para todos.

Otras lecturas/relecturas del mes de enero

Carlos Monsiváis. Las alusiones perdidas.
Henry James. Otra vuelta de tuerca.
Arcadi Espada. Raval, del amor a los niños.
Juan José Millás. El mundo.
Verónica Volkow. Litoral de tinta.
Alejandro Zambra. La vida privada de los árboles.
Ernesto Pérez Zúñiga. Cuadernos del hábito oscuro.
Carlos Castán. Museo de la soledad.
Stephen Vicinczey. En brazos de la mujer madura.
Goscinny/Uderzo. Astérix y los Juegos Olímpicos.
Carlos Marzal. Electrones.
Boris Vian. La hierba roja.
Vicente Gallego. Si temiérais morir.