domingo, 20 de mayo de 2012

García Montero, oficina de objetos queridos



Poco que añadir a la entrada que le dediqué hace algún tiempo. Desde entonces, Luis se ha habituado a unas gafas -de vista cansada, presumo- que se separan por el puente y le cuelgan sobre los hombros, la adorable hija que conocí en Rota se ha convertido en una simpática punk, ha sonado para consejero de Cultura y ha visto a su Madrid ganar una liga. La vida, que no hay quien la pare... 

–En su último libro, Una forma de resistencia, propone un diálogo con los objetos cotidianos. ¿Puede llamarse a eso materialismo dialéctico?

–Bueno, digamos que es una dialéctica que tiene muy en cuenta la materia...

–¿Hoy tendemos a confundir, más que nunca, valor y precio?

–Ahí don Antonio Machado acertó de lleno, y definió buena parte de lo que es la razón de la sociedad de consumo y la economía especulativa.

–El nuevo diseño que apuesta por casas diáfanas, sin objetos o con objetos invisibilizados, ¿qué quiere vendernos?

–Una experiencia de deshumanización, que puede llegar al extremo de los sepulcros-dormitorio, de esos hoteles japoneses donde las habitaciones son cápsulas. Y creo que un racionalismo deshumanizado no es una buena receta para el mundo en que vivimos. Fíjate en el sentido peligroso que ha tomado la palabra ‘austeridad’.

–Ha impulsado un nuevo grupo dentro de IU. ¿A su partido le faltan o le sobran cosas?

–Le sobran aquellas cosas que pueden impedir la entrada de mucha gente. Existe una rebeldía social, una energía para protestar contra una realidad injusta. Ahí IU tiene que hacer un esfuerzo para entender que no todas las fuerzas progresistas están dentro. Hay que abrirse, saber que nadie tiene el tarro de las esencias, y configurar nuevas mayorías que puedan formar un nuevo discurso.

–Ha publicado una antología de poesía y fútbol. ¿Ha dejado de ser un complejo para ustedes el gusto por el balompié?

–Creo que sí, que la época en que nos miraban por encima del hombro ha pasado. Además, esta antología celebra el número 800 de la colección Visor de poesía. 40 años publicando poesía significa que ésta tiene un lugar en la vida cotidiana española el fútbol. 

–¿Por qué se dice que Messi es un poeta, y no se llama goleador a Gil de Biedma?

–Decía Pasolini que el gol era el momento poético de un partido, y distinguía entre fútbol poesía y fútbol prosa. Creo que en el fondo, lo poético se refiere al fútbol arte, que Messi y el Barça de los últimos tiempos ha representado como pocos.

–Álvaro Mutis contaba que la primera vez que fue a un partido, sentía el impulso de vitorear a ambos equipos, y por poco lo linchan... ¿A usted no le ha pasado algo parecido en los Real Madrid-Granada?

–He sentido una quebradura muy íntima. Racionalmente, es muy fácil arreglarse: por separado quiero que ganen los dos, y cuando se enfrentan, el que más lo necesite. Cuando el Granada recibió cinco goles en el Bernabeu, me produjo un vacío interior... Uno está lleno de pliegues, y al final, ahí está la camiseta rojiblanca.

–Que su mujer sea también escritora, ¿favorece o dificulta la conciliación?

–La favorece. La verdad es que para la vida cotidiana soy un trasto, pero a la hora de dividirnos el horario, sobre todo con la niña, nos repartimos muy bien. Cuando ella está viviendo en una nube con cualquiera de sus novelas, y se ausenta de pronto, creo que un creador lo entiende mejor que quien no lo es. El ‘Me gustas cuando callas porque estás como ausente’ de Neruda no es un gesto machista, como se ha dicho, sino respeto por el silencio del otro.

–Benedetti animaba a defender la alegría. ¿Bastará para afrontar los tiempos que vienen?

–Va a hacer falta algo más, pero no es un mal paso la alegría para empezar. Estamos marcados por el fatalismo, el poder ha conseguido el descrédito de todo, y es necesario que volver a la esperanza. Y a probar leyes para pararle los pies a los mercados y para devolver la autoridad al Estado.

sábado, 19 de mayo de 2012

La mirada de Manuel Vicent

 
La última vez que anduvo por Sevilla, hablamos de barcos y de singladuras por el Mediterráneo. Ayer tocó hacerlo de 'Mitologías', su último libro. Vicent es quizá uno de los últimos clásicos del periodismo español. Un joven cantautor quiso ponerle música a sus columnas dominicales en El País; ignoro qué habrá sido del proyecto, pero me gustaría oírlo algún día. El autor de 'No pongas tus sucias manos sobre Mozart', maestro en el arte de buscarse buenos ilustradores, de El Roto a Fernando Vicente, lucía ayer un bronceado envidiable y un aspecto la mar de sanote. Y que me perdone José María Álvarez, pero los ojos más claros de las letras patrias son los de Vicent.

–Es periodista y padre de periodista. ¿Alcanzará el oficio para que también lo sean sus nietos?

–En todo caso, serán periodistas digitales, que aparte de pensar tendrán que manejar muy bien los aparatos.

–Ayúdeme a completar la frase: “Gran Capital, no pongas tus sucias manos sobre...”

–Los Derechos Humanos.

–Igual su petición llega un poco tarde.

–Sí.

–Se ha convertido en un maestro del retrato literario breve. ¿Todas las vidas caben en cuatro páginas?

–Incluso en una línea: “Nació, creció, se reprodujo, hizo el capullo y murió”.

–Pruebe con sus paisanos Rita Barberá y Camps.

–Rita: “La que mejor llevó el bolso como si fuera a comprar zanahorias al Mercado Central”. Y Camps es tan inaprehensible... Lo inetentaré: “Fue como esos ninots que tardan mucho en arder, pero al final caen”.

–Usted, que ha sido mucho de tertulias, ¿cree que facebook es el Café Gijón del siglo XXI?

–Sí, pero más que un café literario, las redes sociales han convertido el planeta en una taberna. En la barra 
de una taberna.

–Como hombre de mar, ¿qué opina de que se llama “navegar” a algo que se hace con un dedo?

–Bueno, más que con un dedo, los psiconautas navegan con la imaginación. Dentro de poco será con la voz, y después con el pensamiento. En el futuro habrá una avellana digital instalada en las placas de la memoria, que contendrá todo lo que se ha escrito, dicho e inventado.      

viernes, 18 de mayo de 2012

Todoterreno Care Santos


Me quedé con las ganas de saludar en persona a Care Santos. Escritora todoterreno, madre de familia numerosa, tiene como aliado a Dioni Olmedo, su santo esposo, al que las letras españolas deberían tributar alguna vez un reconocimiento, por su apoyo incondicional a Care y por su trabajo en La Tormenta en un Vaso, el primer blog de crítica que me invitó a colaborar. Care ha hecho de todo, desde novelones de 600 páginas a novelas con banda sonora o con pulsera incluida, pasando por tratados de vida moderna para mujeres. Una vez la vi en una foto promocional echando rayos por las manos, en plan Goku. Yo estoy convencido de que no eran rayos, sino palabras.  
 
–Virginia Woolf pedía una habitación propia para escribir. ¿Qué pide usted?

–Lo mismo, más un poco de tiempo, más los niños de excursión.

–La han hecho socia honorífica de una asociación de autores de terror. ¿Hay mucho corredor de bolsa en sus filas?

–La verdad es que no los conozco muy bien, pero estoy de acuerdo: el terror, en este momento, es el Telediario.

–Ha escrito en castellano y en catalá. ¿En qué lengua maldice cuando se da un martillazo en el dedo por accidente?

–Cuando regaño a mis hijos, lo hago en catalán. Y si me enfado conmigo misma, lo hago a veces en castellano y a veces en catalán. También si hablo en sueños soy bilingüe.

–Ha escrito para niños, jóvenes y adultos. ¿Cuál de esos públicos es más ingrato?

–No ingrato, pero el más feroz, el que te recuerda la coma que falta y te subraya el personaje que no le ha gustado, es el de los adolescentes, son jueces implacables. Los niños y los adultos son más indulgentes.

–Impulsó usted el blog La Tormenta en un Vaso. ¿Internet ha hecho lectores?

–Yo nunca creí que fuera una amenaza, y en efecto ha dado vida a muchas cosas, como el género epistolar. Ha forzado a leer incluso a quienes no leían nunca.

–Recientemente hizo una mudanza. ¿Cuántas veces se dijo que es mejor tener los libros en digital?

–Pues ni siquiera entonces, con los 10.000 volúmenes, se me ocurrió. Sigo queriendo el papel. Pero también espero no mudarme nunca más.

jueves, 17 de mayo de 2012

Padre Sánchez Adalid


A ningún lector asiduo de este blog, si tal cosa existe, se le escapa que ni la novela histórica es lo mío, ni me siento cerca de las sotanas. Sin embargo, no deja de resultarme curioso el caso de Jesús Sánchez Adalid, best-seller extremeño al que conocimos hace unos años cuando recogió el premio Fernando Lara. De entre los presentes, sólo José María Bernáldez, claro, había leído un libro suyo. Nos cayó bien, a pesar de venir con alzacuellos. Recuerdo que, en las copas posteriores, fue de los que aguantó hasta el final. 

–Complete esta secuencia lógica: juez, sacerdote, escritor...

–Qué pregunta tan difícil... La verdad, ni me lo planteo, no se me pasa por la cabeza ser otra cosa que sacerdote y escritor.

–Sus novelas hablan mucho del mundo árabe y judío. ¿La Alianza de las Civilizaciones le cameló?

–No, porque era un planteamiento artificial e interesado. Las cosas no se pueden hacer en un laboratorio, y menos en un laboratorio político.

–La Junta de Extremadura le premió en 2007. ¿Consta que también le lea Monago?

–Sí, sí, me leía Vara, que es muy amigo mío, y también su sucesor. Vinieron los dos a mi última presentación.

–¿Está demostrado fehacientemente que los novelistas fabulen más que los historiadores?

–Por supuesto. Los historiadores hacen hipótesis a veces aventuradas, y los novelistas históricos nos aprovechamos de ellas.

–Ganar dos premios gordos como el Lara y el Alfonso X, ¿no es pecado de codicia?

–No, porque es sólo un examen al que sometes tu obra. La codiciosa es Hacienda, que se lleva la mitad.

–En Literatura, ¿qué no tiene perdón de Dios?

–El adoctrinamiento, la Literatura al servicio de la ideología. Y sobre todo, de las ideologías caducas.

–Súbase a la máquina del tiempo. ¿A dónde quiere que le enviemos?

–Al siglo I, a conocer a Jesucristo en el domingo de Pascua. Aunque también me encantaría conocer el siglo XVI..

Nacho del Valle regresa


Su procedencia ovetense ya bastaría para que me cayera bien, pero es que además Nacho del Valle es un grato conversador (hablemos de literatura o de porno amateur), además de un inteligente prosista y un tipo generoso. Han llevado una obra suya al cine, y llevarán muchas más. Le he entrevistado a propósito de sus tres o cuatro últimas novelas, y me admira la fe y el tesón que pone en su faena, tanto como la blancura impoluta de sus camisas: yo creo que va a ser el agua del Norte.  

–En su última novela se mete con las mafias rusas. ¿No teme buscarse un lío como el de Roberto
Saviano?

–¡Qué exagerado! No, no, todos los temas que toco están ya muy documentados, no desvelo ningún secreto.

–En sus novelas siempre hay alguna reflexión sobre el mal. ¿Para cuándo una inspirada en Luis de Guindos?

–Ése es el que tiene cara de ogro, ¿no? Creo que hay otros personajes que en la política española que podrían inspirarme aún más.

–Las elecciones asturianas, ¿qué género narrativo serían?

–Un tratado de ajedrez... Y la partida estaría en tablas.

–Ha cambiado de editorial. En el mundo de los libros, ¿priman los celos y el despecho, o se permite el amor libre?

–Cada novela tiene una editorial, porque cada novela tiene unas necesidades.

–Su novela ‘El tiempo de los emperadores extraños’ ha sido llevada al cine recientemente. ¿Se trata del sueño de todo escritor, o luego no es para tanto?

–Es una experiencia fenomenal, salga bien o salga mal: es algo muy positivo con independencia de su resultado.

–¿Cómo ha logrado hacer carrera sin avenirse a etiquetas como ‘nocillero’, ‘mutante’ o ‘salmónido’?

–Trabajando 16 horas al día, y procurando estar a lo tuyo. No salar la tierra alrededor.

–Aquí llamamos a Asturias “la Andalucía del norte”. ¿Somos allí la Asturias del sur?

–Es verdad que nos parecemos mucho. Unos y otros vivimos divinamente.

martes, 15 de mayo de 2012

Luis Alberto de Cuenca


Le debo algunas horas de grata lectura juvenil, sobre todo con 'La caja de plata'. Nunca pensé que su autor fuera un señor con chaqueta, corbata y cabello peinado hacia atrás. Tampoco que pudiera tener simpatía con un lector como Aznar. En todo caso, todavía sé distinguir la obra del poeta, y a éste de su imagen pública. Aunque no toda su producción, me gustan sus poemas porque denotan que ha disfrutado de la amistad y ha sufrido por amor. Recuerdo un reportaje del cultural de ABC en el que aparecía recorriendo la Biblioteca Nacional de noche con un candil. En algún momento la oscuridad se disipaba y aparecía el rostro de Juan Manuel de Prada. A mí tampoco me han parecido afortunadas sus declaraciones sobre el 15-M, pero no tanto como para no hacerle esta entrevista.    

–Como devoto de Grecia, ¿le duele verla en los telediarios?

–Me duele como cualquier país que sufra, pero no por ser helenista lo siento más. El país actual no tiene nada que ver con la grecia clásica.

–Es un acreditado lector de cómics. ¿Qué aprendió de Mortadelo y el Capitán Trueno que no le enseñara Homero?

–Me enseñaron lo mismo unos y otros: el placer de la aventura, de la narración, del disparate en el caso de Mortadelo, de la épica universal en el caso del Capitán Trueno. Todo es lo mismo, en hexámetros o en viñetas.

–De niño jugó pachanguitas con Chendo. ¿Cuántas veces se ha dicho que hubiera sido mejor seguir con el balompié?

–La verdad es que no estaba dotado. Soy un fanático de los deportes, pero sólo los practiqué en mi niñez.

–¿Cuánto pesa el sambenito de intelectual del PP?

–Es un poco aburrido. No tengo carné de ningún partido, me considero liberal-conservador, pero soy libre como los pájaros, si es que los pájaros son libres...

–Se le recuerda como letrista de la Orquesta Mondragón. ¿Qué canción de aquellas sigue cantando en la ducha?

–La que más sonó y vendió, Caperucita feroz. Por cierto, decía “Yo soy EL lobo”, y no “TU lobo” 

–Ahora que ha cerrado el Balmoral, el bar al que dedicó un disco con Loquillo, ¿donde nos tomamos la última?

–No me hables, ahí has hecho que sangre la herida... Es verdad que ya no tengo la capacidad de perder o ganar mis horas en una barra como antes, pero el Balmoral es insustituible.

lunes, 14 de mayo de 2012

La constancia de Eva


Los primeros recuerdos de Eva Díaz Pérez que tengo son de los tiempos en que cubría el FIT de Cádiz, y más tarde de cuando coincidíamos en Arcos de la Frontera, donde hacía equipo con Morillo y Garmendia, oficiando el gran Bernáldez de 'coach', que perdía la cabeza con ella. Ahora es ya una enciclopedia ambulante de las letras andaluzas del siglo XX. Hasta que aparecieron Sara Mesa y Marina Perezagua, era prácticamente la única mujer narradora -narradora seria y constante, se entiende- de Sevilla, y nos hizo ver que debería haber muchas más. Me admira su capacidad -quién la tuviera- para compaginar las tiranías del periodismo con las exigencias de la literatura de largo aliento. Si tuviera un apellido catalán, a saber dónde estaría a estas alturas...   

–Se celebra ahora a Chaves Nogales. ¿En Sevilla se lo toman todo con tanta calma?

–Desgraciadamente, sí. Y en el caso de Chaves Nogales, la calma ha sido grave y demuestra cuántas asignaturas pendientes tiene la ciudad con sus mejores hijos.

–Ha publicado una novela [El sonámbulo de Verdún] sobre la Gran Guerra. ¿La paz no da tanto juego narrativo?

–Mis novelas siempre van de guerras o problemas graves, tal vez porque las épocas difíciles, en efecto, dan más juego. Pero es mejor novelarlas que vivirlas.

–Alguna vez ha dicho que querría vivir en Viena o Budapest. ¿No teme echar de menos las cervecitas de El Salvador?

–No se imagina las ganas que tengo de echar de menos el Salvador, el sol, los pasos que cruzan por mi calle... 

–Larra decía que escribir en España es llorar. ¿Eso era porque trabajaba de periodista?

–No me cabe duda. Escribir en España es morir, estamos condenados. La frase es hoy algo más terrible que entonces.

–Hace poco se reeditó su libro sobre el Rocío. ¿Llegaron los romeros a declararle alguna fatwa, a lo Salman Rushdie?

–No, porque me retiré a tiempo. Cuando publiqué mis crónicas, recibí amenazas y mi director me aconsejó que no volviera. Aunque también me respondieron con ninguneo y silencio.

–A ver si va a resultar que los rocieros no son de tan poco leer como creíamos...

–Si conocieran las crónicas de El Rocío de Chaves Nogales y Con flores a María de Alfonso Grosso, se reconciliarían con la literatura.

domingo, 13 de mayo de 2012

Domo arigatô, Iwasaki



Fernando tiene todo el mérito del mundo. Llegó a España hace un par de décadas con lo puesto, y ha logrado convertirse en un imprescindible de la cultura patria a base de trabajo, constancia y generosidad: siempre está ahí cuando lo necesitas. Es tal vez el único escritor de nuestra lengua que devuelve llamadas perdidas. Embajador de Iberoamérica en España, anfitrión de todos esos indios talentosos que caen de vez en cuando por acá, defensor del flamenco a través de su labor en la Fundación Christina Heeren, y de los Beatles guitarra en mano, Iwasaki es además uno de los tipos más ingeniosos y rápidos que ha dado este oficio de escribir. Y el más cosmopolita, de aquí a Lima. 
            

–Acaba de venir de dar unas conferencias en Japón. ¿Para usted ha sido como visitar la casa de los abuelos?

–Más bien la pagoda de los abuelos. Y me obligaron a quitarme los zapatos a la entrada.

–El libro que presenta hoy [Nabokovia Pervana] tienen el nombre de una mariposa que bautizó Vladimir Nabokov. ¿A qué bicho querría usted darle nombre?

–A un pequeño saltamontes.

–También ha reeditado sus dos primeros libros de relatos. ¿Siente que han pasado de crianza a reserva?

–Di más bien que se han convertido en momias que caminan solas, sin llegar a ser zombis.

–A propósito de vinos. ¿Qué botella descorchó el día que le dieron el Nobel a su amigo Mario Vargas Llosa?

–Lo celebré tomando un pisco acholado ‘Don César’.

–¿Qué tienen en común, aparte de su común militancia en UPyD, Fernando Savater, Álvaro Pombo y Fernando Iwasaki?

–Que los tres tenemos nuestras estanterías llenas de muñequitos frikis.

–¿Y qué tienen que ver los tres con Toni Cantó?

–Que los tres éramos clavados a Toni cuando teníamos su edad.

–Queremos regalarle un libro suyo al actual presidente del Perú, Ollanta Humala. ¿Cuál nos sugiere?

rePUBLICANOS. cuando dejamos de ser realistas.

–Hecho. ¿Sería tan amable de ponerle una dedicatoria?

–No faltaba más: “Aquí van estos ensayos realistas sin corona, y rePUBLICANOS con mayúsculas, Fernando Iwasaki”.

sábado, 12 de mayo de 2012

Deconstructing Poli



Nunca hemos sido lo que se dice íntimos, pero lo cierto es que nos conocemos desde hace ya bastantes añitos, de los tiempos en que él dirigía la revista Sin embargo... Prologó la narrativa breve completa de mi maestro Quiñones. Le he entrevistado varias veces y he dormido junto a él en un avión, lo cual une mucho. Viene de la Sierra de Huelva, tan sana y hermosa, aunque si lo pienso bien, tiendo a creer que viene de la Literatura, provincia de Cortázar.

Ha pasado dos años muy jodido con un problema de columna que casi no le permitía mantenerse en pie. Me espanta la idea de que muchos de sus amigos, en plena era de la comunicación, cuando te enteras de un gol de Messi tres segundos antes de que lo marque, o recibes en tu móvil el escrutinio de las elecciones malayas en tiempo real, no seamos capaces de enterarnos de que alguien querido está sufriendo. Para ayudarle a sobrellevar la convalecencia de una delicada operación, hemos montado un acto esta tarde en la Feria del Libro, 'Desmontando a Poli', uno de esos raros homenajes de la literatura que no necesitan ni premio, ni libro ni el deceso del homenajeado.    

–Es el único autor de la Feria sin novedad editorial. ¿Alega algún otro mérito?

–Creo que estar malito es un grado, ¿eh? Pero la verdad es que llevo tiempo con un discurso de escritor que no escribe, y la hernia me ha venido muy bien para justificarme. El mérito, en todo caso, será de la Feria.

–Jóvenes exitosos como Félix Palma o Muñoz Rengel le llaman maestro. ¿Les enseñó mucho?

–Eso me da mucha vergüenza, porque yo he trabajado a la vez que ellos. Bueno, Félix vino un día a casa y se llevó todos los libros premiados que tenía, para estudiarlos. Se los bebió y empezó a ganarlo él todo, pero con su talento.

–Lleva años tratando de demostrar que, en literatura, menos es más. ¿El éxito del cuento actual lo siente como una conquista personal?

–No, pero sí como una conquista de un grupo que hemos peleado para que el género tuviera el lugar que se merece en España: autores, editores, libreros, prensa. A mí me dolió mucho tener que publicar una novela para llamar la atención. Eso ahora ya no hace falta.

–Sus libros le han llevado hasta China. ¿Entendieron su humor?

–Creía que se estaban quedando dormidos, pero es que tienen los ojos así. La verdad, nunca he tenido ni idea de qué leen cuando me traducen. Fíjese, mi primer cuento traducido en Marruecos se titulaba Jamón en escabeche. Ya es mala pata.

–Los escritores serios, ¿qué esconden?

–A mí me dan mucho susto, y me aburren. Sólo hay tres que me gusten, Eduardo Jordá, Menéndez Salmón y Rafael Balanzá.

–En sus años mozos leyó a Borges. ¿Qué diría hoy el maestro de Cristina Kirchner?

–Tal vez ‘Fue bueno quedarme ciego’. Pero yo luego me hice de Cortázar, a quien me traería a casa sin dudarlo. A Borges, no.

–Remató uno de sus cuentos con tres finales. ¿Cómo querría terminar esta entrevista?

–Tres finales estarían bien, pero vale también una disculpa: ‘Después de tanto tiempo sin hacer entrevistas, el hombre estaba desentrenado...’.

viernes, 11 de mayo de 2012

Vilas es "gran"


Un año más, empiezo la consabida serie de entrevistas breves a escritores invitados a la Feria del Libro de Sevilla. El primero en la frente: Manuel Vilas, uno de los poetas actuales que más me interesan, tipo inteligente y divertido, pero sobre todo -y aunque no lo parezca- sensible.

Me pidieron que lo presentara cuando vino a Sevilla con 'Aire nuestro', y aunque me hacía mucha ilusión, sugerí que fuera José María Conget el maestro de ceremonias. Yo me sentí mejor persona y Vilas salió ganando, porque los aragoneses se acompañan a sí mismos mejor que cualquier otro grupo étnico. Más tarde me pidió la foto que le hizo Antoñito Acedo en el bar del hotel Plaza de Armas. Aparecía reflejado en la barra, desdoblado como el comodín de los naipes.

Cuando volvió para presentar 'Los inmortales', su última novela, quise sorprenderle llevándole un ejemplar de su libro 'El mal gobierno', de hace 20 años, cuando aún no gastaba chupa de cuero, sino corbata y chaqueta: "Mira lo que parecía", se emocionó viendo su foto de solapa. "Parecía... parecía un maricón".

Ahora acaba de sacar poemario nuevo, 'Gran Vilas', y aunque lo tengo recién empezado, ya gozo. Vilas es gran. Ayer le hice una entrevista telefónica desde un tren de media distancia. Esto es lo que le oí, en medio de los traqueteos y los avisos tipo 'Next station, Marchena...'     

–Titula su nuevo libro ‘Gran Vilas’. ¿Qué deja para la crítica?

–Bueno, es una provocación, y espero que el lector la acepte. Es un ofrecimiento de la identidad del escritor como recinto para celebrar la vida.

–Sus poemas cuentan historias, y algunos pasajes de sus novelas derrochan lirismo. ¿Su piscoanalista qué opina?

–Mi piscoanalista no lee literatura, lo que tal vez explica que de momento no haya querido ingresarme en ningún sanatorio. Algún día tendrá que ocurrir.

–Dedicó un poema a la boda de la Infanta. ¿Y a Urdangarin?

–Urdangarin no da para nada, porque es vulgar. en este país hay mucho republicano, pero si buscas un símbolo que lo represente, ése es Juan Carlos. Urdangarin no tiene esa altura, es tan vulgar como la clase política española.

–El Rey aparece en su novela Los inmortales. ¿Ha estado desaprovechada la monarquía?

–Totalmente, es como si no nos interesara este país, reflexionar sobre lo que somos, cosa inimaginable en Francia o Inglaterra.

–La Generación Nocilla le considera un hermano mayor. ¿Asume el parentesco?

–No soy tan mayor, ¿eh? En todo caso, un poco más alto que la mayoría. Agustín [Fernández Mallo] me saca sólo dos dedos. Pero en las ganas de pasarlo bien nos encontramos todos.

–¿Lo más loco que le ha ocurrido en una Feria del Libro?

–Un señor quería que le firmara un libro de Vizcaíno Casas. De nada sirvió decirle que yo no era quien buscaba. Tuve que firmárselo, “con cariño, etc”. Ahí comprendí que las identidades son líquidas y escurridizas.

viernes, 4 de mayo de 2012

Un premio para Cardenal

 
Me han sorprendido, la verdad, algunas reacciones adversas hacia la concesión del premio Reina Sofía a Ernesto Cardenal. Cuando estas cosas suceden con una figura tan poliédrica, uno siente la curiosidad -tampoco demasiado acuciante, no crean- de saber qué irrita tanto a los críticos, qué hay detrás de sus invectivas. ¿Es por su obra? ¿Es por su militancia sandinista, de la que se ha distanciado en medio de fuertes polémicas? ¿Es porque fue ministro de la Revolución? ¿Por su condición de cura, o por su pertenencia a la Teología de la Liberación? ¿O por le hecho, que alguna vez me han confirmado amigos comunes en chácharas impúdicas, de ser homosexual? ¿Acaso porque no gustan sus traducciones de Catulo? Cada cual puede tener sus motivos, pero debo decir que no comparto ninguno de ellos. Me complace el premio a Cardenal, casi tanto como lo hizo el año pasado el que recayó sobre la gran Fina García Marruz.

Aunque me pillan muy lejanos, los epigramas del nicaragüense fueron una lectura alentadora de mi juventud. Aquella mezcla de amor y fervor político era justo lo que necesitaba a mis 17 años. Luego me ha divertido reconocerlos, versionados, en lugares tan distintos como un libreto de chirigota, un libro de Juan Bonilla o un muro pintarraqueado, lo que me da a entender que esos poemas han quedado felizmente disueltos en el imaginario popular, son ya de todos. Luego, leí con gusto otros libros suyos, especialmente El estrecho dudoso, que engarza la tradición del Canto general de Neruda con las Crónicas de Quiñones. 

Su filiación religiosa podría ser un obstáculo para mis simpatías, pues más de una vez he dicho que no quiero ver a un cura a menos de diez metros de mis sobrinos. Pero Cardenal no ha sido un sacerdote cualquiera. Aquella imagen de 1983, con aquel papa Wojtyla blandiendo un índice rabioso sobre su sonriente subordinado, más o menos en las fechas en que iba a dar de comulgar al tirano chileno, fue más elocuente que cualquier manifiesto o proclama que pudiera imaginarse. Si el nicaragüense podría haberse rebelado, si tendría que haber reaccionado con menos mansedumbre, son especulaciones que no me atañen. A veces la resistencia pasiva tiene un efecto mayor que la acción directa: lo saben quienes quieren penalizarla y equiparar ambas.

¿Será el problema, en fin, la persona? Cardenal no es lo que llamaríamos un tipo simpático. No es demasiado afable, ni chistoso. Le conocí en unas inolvidables jornadas literarias que hubo hace mucho en Jarandilla, junto a escritores cubanos como Miguel Barnet, Nancy Morejón y Fernández Retamar, y me pareció parco en palabras, huidizo, pero no maleducado. Me llamó la atención que fumara tan deleitosamente. Cuando no podía rehuir a los lectores que nos acercábamos a él, se mostraba paciente y hasta solícito. Mi padre, que se había prestado a hacernos de chofer para el grupo de amigos que viajamos hasta allí, se interesó por el episodio del aeropuerto de Managua, y Cardenal le regaló un ejemplar de En Cuba, sus memorias con el castrismo, donde aparece retratado mi amigo Pepe Pérez Olivares, por entonces estudiante de arte, luego poeta colosal. Casualidades de esta vida.

No veo, en definitiva, motivos para arremeter contra Cardenal y el premio con tanta furia. Salvo uno, que casi se me olvidaba: que alguien quisiera el premio para otro. Eso sí puede ser, en la República de las Letras, motivo para matar y morir. Yo mismo he tenido que reprimir mis impulsos de desenvainar la espada cada vez que le negaban algún premio a mi querido Carlos Edmundo de Ory, tendencia que sólo interrumpió su muerte. Pero no está matemáticamente demostrado que desnudar a un santo sirva para vestir a otro.      

PS.- La foto, de Claudio Álvarez para El País.

jueves, 3 de mayo de 2012

Greenaway, pura imagen


Peter Greenaway es una figura lo suficientemente magnética como para impresionar a un nutrido grupo de periodistas experimentados (de esos dispuestos a asegurar que no se impresionan fácilmente) durante una hora de preguntas, y dejarlos con ganas de más. Es lo que hizo recientemente en Sevilla, adonde acudió invitado por el Cicus. Rápido, elocuente, con la justa dosis de humor e ironía, con la llama de gas de sus ojos azules viva pero contenida, hipnotizó a la sala de prensa antes de presentar uno de sus últimos trabajos.

Un poco disperso, se diría que aposta, el galés expuso muchas cuestiones, pero sobre todo una muy llamativa: la idea rompedora de que sobra texto en nuestro mundo, de que ya está bien de leer tanto, que ya somos mayorcitos para empezar a pensar en un lenguaje de imágenes puras, e incluso en una vía pedagógica que pase por la imagen, y no por la palabra. Tales propuestas, dados los bajos índices de lectura que se siguen registrando, frente a la invasión total de imágenes que nos ahoga, podrían parecer un sarcasmo.

Sin embargo, Greenaway sostiene bastante bien su argumentación. Explica que no basta con cultivar la mirada asistiendo a museos o viendo películas, que es fundamental crear también las imágenes, y no valen las excusas alusivas a la falta de pericia: de niños, todos dibujamos, hasta que llega un momento en que, craso error, nos alejamos del papel y los rotuladores...

Es un camino interesante, sin duda, que puede llevar a hallazgos sorprendentes -como ya está ocurriendo desde hace tiempo- en campos tan distintos como el arte, la ciencia o el mundo de los negocios. No obstante, como literófago que soy, debo consignar un punto de desacuerdo con este director. Puede que sobren textos en este mundo, como sobra casi todo. Pero de lo que no estamos sobrados es de lectores. Basta hablar con cualquier profesor de primaria para saber que, al menos en los institutos, la alfabetización no es sinónimo de comprensión de lo que se lee. O pensemos cuántos, de entre los adultos, leen con prisa, en pantallas cada vez más pequeñas, en textos cada vez más fragmentarios, sin calma ni capacidad de reflexión.   

Hace tiempo que quedó desterrada la idea de que la imagen era la enemiga jurada de los libros; sería un error pensar que la fórmula inversa sí funciona. Al día siguiente de escuchar a Greenaway, gran amante de la pintura, me fui a la Iglesia de la Caridad, a ver los Valdés Leal que allí se exhiben. Llevaba casi siete años viviendo en Sevilla y queriendo hacerlo, pero siempre parecía tener otras urgencias. Pensé que el verdadero enemigo es el reloj implacable, la agenda saturada, el ritmo de vida que impone que todo corra ante nuestros ojos como una cinta enloquecida. Caí en la cuenta de que el monstruo del barroco hispalense tenía la costumbre de introducir leyendas en sus cuadros -lo que acaso hubiera irritado a Peter Greenaway-, y de que ya entonces la sensación de fugacidad debía de estresar al más pintado. In ictu oculi, vemos escrito junto a la célebre calavera que sostiene una clepsidra. Así sucede todo, En un abrir y cerrar de ojos...      

miércoles, 2 de mayo de 2012

Un pequeño desacuerdo con Mendoza



No es la primera vez que dejo constancia en este blog de la simpatía que me inspira Eduardo Mendoza: como escritor -aunque no me interesen lo más mínimo sus ocurrencias más vendibles, empezando por aquella patochada titulada Sin noticias de Gurb- y como persona, pues su talante amable y cortés ya son legendarios en el áspero mundillo de la cultureta.  

Tal vez por eso me ha sorprendido (¿iba a decir decepcionado?) leer en una entrevista el El País esta opinión suya en titulares: “Con la crisis hemos recuperado algo que no debimos olvidar, que este es un país pobre y cutre”. Una declaración que le iría mejor, por ejemplo, a un Pérez-Reverte, siempre a la caza de la complicidad visceral del lector burgués, o de un Sánchez Dragó, que parece mirar a España desde Japón, a todos los efectos. ¿Pero Mendoza? ¿Por qué ese rapto de derrotismo carpetovetónico, a qué esa nostalgia de un complejo feroz?

A ver, no es que uno piense que en España no ha habido, sigue habiendo y habrá pobreza y cutrez para parar tanques en Tiannanmen, como diría mi querido Paco Camero. Eso ya lo explicó don Antonio Machado mejor que nadie, y no vamos a enmendarle la plana a estas alturas. Lo que me pregunto es por qué no habríamos de permitirnos el lujo de olvidarlo de vez en cuando, incluso de jugar (¡sólo un juego!) a dejar de serlo, a soñar despiertos, qué sé yo, con la remotísima, casi nula posibilidad de huir de nuestra sordidez congénita y esencial.

Mendoza parece creer que no, que esas ínfulas primermundistas que nos dieron en los 80 y 90 fueron un craso error, y suerte que ha venido esta crisis redentora, como un ventarrón de justicia poética, a ponernos por delante nuestro verdadero espejo, a mostrarnos nuestra ceja única bajo la boina y nuestra alma negra como un Goya. Pero él sabe que no es cierto. Con todos sus lastres seculares, España ha demostrado en muchas ocasiones que podía salir del pozo del subdesarrollo, esa hoquedad que no es tanto una coordenada económica como un estado de ánimo, una profesión de fe.

La transición española fue la primera gran sorpresa que nos dimos a nosotros mismos, y el hecho de que ahora sea tan duramente cuestionada no es sino una prueba más de su éxito, un síntoma de normalidad democrática que certifica su culminación. Ahora que se celebran los 20 años de la Expo y las Olimpiadas de Barcelona, también podemos asombrarnos con la capacidad de transformar nuestra propia realidad que tuvimos en concretos y decisivos momentos históricos. Pero no sólo en ellos. Quienes nos han visitado regularmente desde la Europa del Norte en los últimos 30 años reconocen su asombro al comprobar que prácticas que consideraban imposibles en España -que los conductores se pusieran casco o cinturón de seguridad, que se dejara de fumar en lugares públicos, que las papeleras sirvieran para algo, que las mujeres fueran algo diferente a chachas o sacos de boxeo- han ido poco a poco consolidándose en la vida cotidiana. Cuando esa forma de progreso se instala, no hay, no debería de haber vuelta atrás. El camino que queda por recorrer no abole, en ningún caso, el efectivamente recorrido.

Pobre y cutre desde los tiempos de Viriato, en efecto, este país ha dado al coronel Tejero, pero también a María Zambrano; a Jesús Gil, pero también a Rafael Sánchez Ferlosio; a Esperanza Aguirre, pero también a Juan Goytisolo. Y menciono a escritores -todos ellos, por otro lado, nada sospechosos de chovinismo o autocomplacencia- porque los tengo más a mano, pero también podría hablar de grandes deportistas, científicos, artistas plásticos e incluso a grandes ciudadanos de a pie, anónimos españolitos que vinieron al mundo para contribuir, con su granito de arena, a que todo a su alrededor fuese un poco más digno, y más rico, algo que no siempre tiene que ver con el dinero.

Este es un país que dio, también, a Eduardo Mendoza. Ninguna crisis debería permitirnos olvidarlo.    

P.S.- La foto superior, que ilustraba el artículo citado, es de Carles Ribas.

martes, 1 de mayo de 2012

Otras lecturas/ relecturas del mes de abril

Moebius. Inside Moebius vol I.
Davide Toffolo. Pasolini.
Danilo Kiš. Penas precoces.  
Rachid Boudjedra. El caracol obstinado.
Teresa Aranguren. Palestina, el hilo de la memoria.
Nikos Kavvadias. La guardia.
Emir Suljagic. Postales desde mi tumba.
Paolo Rugarli. El nido de hielo.
Antonio Tabucchi. Viajes y otros viajes.
Bohumil Hrabal. Trenes rigurosamente vigilados.
Paul Virilio. La administración del miedo.
Chuck Klosterman. Fargo Rock City.
William Saroyan. Memorias.
Liam O'Flaherty. Deseo.
Arthur Cravan. Cartas de amor a Mina Loy.
Edmundo Desnoes. No hay problema.
Vicente Verdú. La ausencia.
Ricardo Menéndez Salmón. La noche feroz.
Hans Christian Andersen. Los zapatos rojos.
Wilhelm Busch. Max y Moritz.
José Ángel Valente. El maestro cantor.
Miguel Ángel Zapata. Fragmentos de una manzana y otros pooemas.
Leonard Cohen. El libro de la Misericordia.
Joaquín Marco. Variaciones sobre un mismo paisaje.
Fernando Sanmartín. El llanto de los boxeadores
Virginia Aguilar Bautista. Seguir un buzón.
VV.AA. El pájaro y la flor.
VV.AA. Un balón envenenado.