lunes, 31 de marzo de 2008

Galaxia Borges

En algún lugar dije que forman "una suerte de constelación en torno a la estrella de Borges", a veces parecen incluso "más personajes borgianos que hombres que un día fueron de carne y hueso, y como escritores, también de tinta y papel". Ahora veo a algunos de ellos reunidos en un libro titulado, curiosamente, Galaxia Borges. Los hay que se apagaron hace tiempo, pero siguen brillando con luz prestada, como las estrellas extintas; otros, como quien dice, desaparecieron absorbidos por el poderío terrible del maestro argentino.
La selección, pienso, se ha quedado muy corta. Echo de menos a muchos: Almafuerte, Maurice Abramowicz, Enrique Banchs, Roberto Godel, Arturo Capdevila, Jacobo Sureda, Henríquez Ureña... Echo de menos a mi querido Fernando Quiñones, que habría figurado muy dignamente en este mapa cósmico. Y a Cansinos, cómo no. Echo de menos, desde luego, a unas cuantas chicas: Nora Lange, Estela Canto, María Esther Vázquez, Susana Bombal, ¡y a María Kodama, que tiene cuentos propios!
Claro que las galaxias son así. Por mucho que se apresuren los editores, ellas crecen mucho más aprisa. No se ha inventado telescopio que las abarque. Sabemos que no lo son, pero vistas desde aquí abajo, a ratos, nos parecen infinitas.

Sr.Chinarro tiene su verdad

Su música no es exactamente triste a la manera de, por ejemplo, un Dominique A. En Andalucía tenemos un vocablo más preciso para designar esa expresividad: lacio. Sr. Chinarro, el proyecto del cantante sevillano Antonio Luque, no es aburrido, ni melancólico, ni deprimente, pero opone su condición de lacio, esa suerte de astenia crónica, a la tradicional extroversión y jovialidad, a la indesmayable y falsa energía que el pop suele exhibir todo el rato. Frente al colorido saltarín de las estrellas al uso, él viste jerseys de tonos apagados, de los que pican, y adopta poses desganadas o indecisas. Hasta las fotos promocionales parecen mal reveladas aposta. Es una gran figura de la música indie actual, pero podrías cruzarte con él por la calle y nunca te cegaría el aura que atribuimos a los ídolos del rock. Linda paradoja: hay que tener mucha personalidad, mucha seguridad en uno mismo -hay que ser muy poco lacio, en resumen-, para mostrarse de esa onda.
He podido entrevistarle un par de veces, con su álbum El mundo según y, anteayer mismo, a propósito de su nuevo disco, Ronroneando. En ambas ocasiones me pareció un tipo muy amable, con su sentido del humor. "Llámame si puedes más tarde -me dijo esta última vez- voy con el niño camino del autobús". El niño, supongo, sería su hijo, la línea del autobús la ignoro, pero me lo soltó así, con familiaridad, como si yo estuviera al tanto de todas sus circunstancias personales. Puse el disco en el ordenador del periódico, canciones de desamor que no renuncian a un resignado guiño de ironía. Imaginé a un hombre caminando con un niño de la mano, camino del autobús, en una tarde tontorrona de sábado como aquella. Y de pronto, esa música cobró para mí un sentido, una verdad, que antes no había visto. Llamé más tarde, como habíamos quedado, y conversamos.

domingo, 30 de marzo de 2008

Stendhal y los irreductibles gabachos

En el delicioso Diario de juventud de Stendhal encuentro una muy curiosa reflexión, fechada el 3 de octubre de 1808: "La vanidad nacional hace a los franceses inconquistables; considerarían una humillación el estar sometidos a un soberano extranjero. Si se sometieran, los extranjeros, con las durezas con que querrían vengarse del desprecio que el francés les haría, poniéndolos en ridículo, los empujaría pronto a la revuelta".
No soy amigo de las generalizaciones, pero mientras recorría este párrafo he sonreído pensando en los irreductibles galos de los cómics de Astérix, pero también en la vanidad que empujó a los españoles (¡exactamente cinco meses antes de que Stendhal escribiera lo transcrito!) a levantarse contra el gabacho invasor.
Algo de todo aquello debe de perdurar cuando, hace algún tiempo, mi mejor amiga francesa bromeó recordándome que, como español, había doblado las rodillas ante el poderío francés. Hube de recordarle -con una absurda altanería- que soy gaditano, y que el Puente Zuazo marcó tanto nuestra libertad como la derrota de los suyos. Después de meditar un instante, mi amiga suspiró y dijo:
-Bueno, pero nosotros también matamos bastante.
Nota.- Lo mejor es que, varios vinos más tarde, yo confesé haber querido ser francés (para pertenecer a la estirpe de Montaigne) en tanto ella hubiera preferido nacer en la cultura española, por descender de la Niña de los Peines y de la Perla de Cai.

miércoles, 26 de marzo de 2008

El camino de Israel Galván

Lo diré claro: me gusta el baile irreverente, cubista, heterodoxo, abstracto, deconstructivo, pero definitivamente sabio, de Israel Galván. Y no sé cómo se me ha pasado la semana sin poder poner esto por escrito: me encontré con el artista el lunes en rueda de prensa, y volví a comprobar cómo Galván, fuera del escenario, parece encanijarse, menguar, se muestra tímido, de verbo confuso y titubeante... Luego salta a las tablas y es un despliegue, un crecerse sin límite, y sus pies y sus manos son, incluso en silencio, de una elocuencia abrumadora.
¿Es este chaval el futuro del baile? Cuesta imaginar un mañana en el que todo el mundo evolucione de la misma manera. ¿Es sólo una nota fuera de guión, un dibujo al margen? Pudiera ser. ¿Pero al margen de qué? Pues de los puristas, tanto como de los snobs. Israel Galván, cuando quiere, sabe bailar por derecho, lo que satisface las exigencias de los primeros; pero también es capaz de desobedecer los reglamentos del flamenco, lo cual aplauden a rabiar los segundos. Una vez tras otra, tendrá que cambiar el chip, de la pureza a la transgresión, para evitar caer en la absoluta complacencia de unos y de otros. El futuro, su futuro, lo dictará su capacidad para no pararse a descansar en la cuneta.
Nota.1.- Tropiezo con esto de T.S. Eliot: "El pasado debe ser alterado por el presente tanto como el presente se nutre del pasado".
Nota.2.- Hay muchos ejemplos de viajeros incansables entre los extremos del baile jondo que sobrellevan felizmente su carrera. Cito uno que me gusta mucho: Tomasito. No se puede invocar mejor al duende con más frescura y descaro. Una vez, el crítico y amigo Fermín Lobatón me elogió el haber dado con el adjetivo más preciso para resumir el baile del jerezano: "Electrizante". Aún no se me ha ocurrido otro mejor.

lunes, 24 de marzo de 2008

Coherente Benedetti

Cuando empecé a leer -a leer en serio, se entiende- me dejé deslumbrar por muchos autores, pero hubo uno que supo hablar como nadie de los dos temas que más me atraían en esa candente adolescencia: el amor y el compromiso político. Durante años fue La tregua mi novela favorita, me sabía de memoria docenas de poemas suyos, devoraba sus cuentos y su obra crítica. Creo que por mi segundo de BUP, me escapé una semana a Alicante porque él daba un seminario en la Universidad, y ahí que estuve todos los días sin despegarme de él ni para ir al baño, y no exagero: lo recuerdo instalándose con prisa junto al mingitorio en el que yo me encontraba, sofocado porque los oyentes solían entretenerle mucho después de las conferencias, pero su próstata llevaba muy mal las demoras. Por mediación de mi primo Rafa, una de las personas que más saben de su obra, recibí en casa un ejemplar de La borra del café dedicado de su puño y letra, días antes de que el libro llegara a las librerías. Era una estrella al alcance de la mano, un ídolo cercano y amable.
Tanto abusé de su lectura, que acabé anticipándome a sus trucos. Empecé a detectar sus flaquezas como poeta y prosista. Sus diálogos me cargaban porque todo el mundo, niños o mayores, hablaba con una sola voz, la del autor. También en lo ideológico -sobre todo en el respaldo incondicional al castrismo- empecé a distanciarme. Otros escritores fueron ocupando su pedestal, y así pasaron sus libros a ser un pecado de juventud, como los de Herman Hesse.
Seguí leyéndole, sin embargo, guiado más por un raro sentido de la fidelidad que por el verdadero placer. Si alguien lo criticaba a mi alrededor, salía en su defensa; pero si lo elogiaban en exceso, yo oponía todas las reservas del mundo. Se repitió demasiado, sí, a menudo se pasaba con el edulcorante, puede, demasiado dogmático, quizás. Pero Montevideo -salvo ese muelle, tan gaditano- me pareció una ciudad escrita por él, y toda la gente que conocí allí parecían personajes suyos, ¿qué escritor puede presumir de tanto?
Ahora Benedetti, muy viejito, casi sin voz, acaba de publicar un nuevo libro, Vivir adrede. Sus textos adolecen de las mismas cosas de siempre, pero el conjunto es bonito, lúcido y coherente. Así se lo conté hace unos días a un amigo. "Te ciega la nostalgia", me replicó en tono acusador. Puede ser cierto. Pero en todo caso será una nostalgia benedittiana a tope, una inconsolable nostalgia del futuro.

jueves, 20 de marzo de 2008

Five years ago

Nos gustaba sentirnos trovadores errantes, juglares modernos. Llevábamos varias semanas en la carretera, tocando por pueblos asombrosos, cuando recalamos en Rota, que es nuestra Saigón de andar por casa. El local era una taberna irlandesa, y estaba llena de banderines verdes porque daba la casualidad de que se celebraba St. Patrick. Mientras Juanlu y Dani afinaban sus guitarras y yo tensaba los cueros de las tumbadoras, muchos marines se acercaban a conversar. Ninguno se parecía a Stallone, ni a Schwarzenegger: eran chicos corrientes lejos de sus hogares, chavales con ojos nostálgicos y un poco despistados. Uno me habló largo rato de su novia y del surf en las playas de Florida. Pensé en La comedia humana de Saroyan, pensé en Los desnudos y los muertos de Norman Mailer. Nadie me afeó la chapa de No a la guerra en mi solapa; por el contrario, suscitó sonrisas cómplices y pulgares en alto.
Tocamos con ganas, sonó bien. Era nuestro conjuro, nuestro inútil modo de rechazar el espanto. Más tarde, cenamos con tres soldados españoles que también esperaban noticias. Eran tres niños, tres niños. Recuerdo una chica con un llamativo piercing en la nariz, encargada de comunicaciones en helicópteros. Comía pizza con avidez y nos preguntaba cómo era eso de ir con la furgoneta de un lado para otro, haciendo canciones. Al volver a Cádiz, de noche cerrada, la radio anunció que Bagdad había empezado a ser bombardeada.

martes, 18 de marzo de 2008

Menos humos (y VII) Gema y Pável, Makaroff

Gema y Pável, dúo cubano tristemente disuelto después de editar tres álbumes maravillosos, tenían una canción divertidísima titulada Parar de fumar, que perdería toda su gracia reescrita aquí, sin voz ni arreglos. Eso sí, la recomiendo vivamente -es más, recomiendo el disco al completo, Trampas del tiempo-, de modo que corran al e-mule o plataformas similares, que por algún lado estará.
Claro que hay otro montón de canciones que hablan de todo lo contrario, desde el Fumando espero de Sara Montiel al Smoking in the boys room de mis otrora adorados Mötley Crüe. Pero una de las que más me gusta invocar es esta del porteño Sergio Makaroff, otro talentazo injustamente preterido. Canten conmigo:
Será el último cigarrillo
va a misa lo que yo te diga
y cuando acabe ese pitillo
voy a empezar una nueva vida
...
Y bueno, hoy, después de que el otorrino me introdujera un grosero cable por la nariz y me diera cita para el quirófano, ha llegado la hora de consumir mi último cigarrillo, que por imperativos obvios será un cigarrillo musical, makaroffiano. Prometo, desde luego, seguir hablando de literatura y de humo, que es la materia de la que están hechos los sueños. Pero hablaré bajito, que tengo las cuerdas vocales mu delicás.

Francisco Ayala cumplió 102

Una de mis obras preferidas de La Zaranda es Homenaje a los malditos. En ella se reproduce el caótico tributo que un grupo de charlatanes insoportables quiere rendir a un anciano. En una escena determinada, el protagonista es ya una calavera con su osario, pero los otros siguen dale que te pego, porque lo de menos es el reconocimiento, sino rentabilizar de un modo u otro hasta la última gota de la sangre del homenajeado.
La última vez que vi a Francisco Ayala, con motivo de su centenario, sentí que algo parecido estaban haciendo con él. Era estupendo ver cómo un autor muy olvidado recibía honores en vida y veían la luz espléndidas reediciones de su obra. Pero estaba tan pálido, tan exhausto, tan a merced de la foto -¡ay, la foto!- que inspiraba una enorme compasión.
La buena noticia es que Ayala ha logrado ser tan longevo que ha sobrevivido a sus propios homenajes. Porque, no nos quepa ninguna duda, España puede ser agradecida con sus hijos, pero lo que nunca permitirá es que se les escapen vivos después de tomarse la inmensa molestia de celebrarlos.

domingo, 16 de marzo de 2008

Menos humos (VI) Peri Rossi

Cristina Peri Rossi es una mujer menuda, inteligente, muy motevideana con sus dos apellidos tanos, de hablar recio y trato cálido. Estrechar su mano es, aparte de darle dos besos a Aurora Bernárdez, lo más cerca que podemos estar de Julio Cortázar. Vivió varios años en Sevilla: me hubiera gustado encontrármela por aquí, cualquier día. La Peri te llama continuamente "querido" y es una gran contadora de historias. Una de las más personales que ha dejado por escrito es Cuando fumar era un placer, recuento de 40 años de amor al tabaco y balance de su trágico divorcio con el vicio. "Yo tuve que elegir entre el cigarrillo o la vida", dice. "Elegí la vida, pero muchas veces pienso que me equivoqué".
Cualquier adulto sabe que el mundo no se acaba después de una relación, por muy intensa que sea. La vida sigue, para bien o para mal, pero sigue. De modo que fumar es una pasión inmadura, infantil. ¿Quién dijo que empezamos a fumar para parecernos a los mayores? ¿Quién dijo que los mayores no incurren en errores de escolar?

Metropolisiana, parto feliz

¿Cómo no celebrar el nacimiento de una editorial, de una biblioteca, de un nuevo periódico, de cualquier suma de talentos y buenas voluntades? No sería yo quien me perdiera hoy la cervecita inaugural del nuevo sello Metropolisiana, y tantas ganas tenía de asistir al parto que me colé el primero después de Pepe Serrallé, uno de los padres de la criatura. Los cuatro libros que abren fuego son hermosísimos, y los dos que llevo bebidos -El arte inútil, de Manuel Gregorio González, y Oro de Manuel Rosal- de un notabilísimo interés.
Solemos decir que estos empeños sólo pueden ser cosa de cuatro locos, y desde luego algo de sano quijotismo siempre esconden. Pero este mediodía, allí había mucha gente arrimando el hombro. Algunos eran habituales de los aquelarres librescos, escritores, periodistas, traductores, gente del mundillo; pero también numerosos ciudadanos de a pie con la suficiente sensibilidad para valorar, y festejar en su justa medida, un alumbramiento tan hermoso. No sé si pecaré de inocente, pero creo que si los clásicos cuatro gatos de la cultureta son arropados por esa bendita gente corriente, la sociedad toda -en este caso la sevillana- da una muestra de fortaleza emocionante. ¡Y a las puertas del domingo de Ramos! Larga vida a Metropolisiana. Y al rocanrrol.

jueves, 13 de marzo de 2008

Menos humos (V) Ribeyro

Otro que prefirió perder la vida a perderse el placer de fumar fue el peruano Julio Ramón Ribeyro. Sus deliciosos Diarios son la larga agonía donde nunca faltan la lucidez y el cigarrillo encendido. Uno de sus mejores relatos, Sólo para fumadores, es una especie de autobiografía que tiene como hilo conductor el amor al tabaco. Con buen humor, Ribeyro improvisa en esas páginas una teoría para explicar qué tiene este vicio que nos atrae tanto. Según el escritor, podemos relacionarnos con todos los elementos de la naturaleza, menos con el fuego. La tierra la pisamos, la tocamos; el agua la bebemos, nos bañamos en ella. Pero el fuego se nos resiste: el único modo de fundirnos con él sin sufrir daños es el que nos proporciona el cigarro o la pipa. ¿No tienen los fumadores cierto aire de familia con los tragafuegos del circo? ¿No parecen parientes lejanos del dragón?

miércoles, 12 de marzo de 2008

El génesis de Gioconda Belli

Quién me iba a decir, cuando era un jovenzuelo cautivado por la poesía, el compromiso y la poesía comprometida -sobre todo latinoamericana- que iba a conocer algún día en persona a Gioconda Belli. Esta mañana sucedió el encuentro, pues la escritora vino a Sevilla a presentar El infinito en la palma de la mano, libro con el que ganó el último premio Biblioteca Breve. No es el mito de Adán y Eva mi pasaje bíblico favorito, pero disfruto con las variaciones. Para la Belli, junto con Caín y Abel vinieron sendas hermanas gemelas, que explicarían la difusión de la raza humana. Eduardo Galeano echa mano de una leyenda del Chocó colombiano para asegurar que el primer hombre y la primera mujer eran negros. Mark Twain escribe el más bello epílogo de ese episodio: "Allá donde estaba Eva, estaba el Paraíso". Y mi amigo Ilya, en una de nuestras charlas de madrugada, aportó su versión: según él, el castigo que transmitió el ángel aquel de la espada flamígera no fue el de ganar el pan con el sudor de la frente ni el de parir con dolor. Su mensaje fue mucho más dramático: "Cuando uno quiera, el otro no tendrá ganas; cuando el otro tenga ganas, el uno no querrá".

martes, 11 de marzo de 2008

Menos humos (IV) Hierro

Muchos son los llamados a dejarlo, pero no tantos los elegidos. Algunos se van al muere con el cigarrillo entre los labios temblorosos, como ciertos románticos preferían la extramaunción al no de la amada. De otro gran poeta, Pepe Hierro, tengo una última memoria verdaderamente insólita. Había sufrido ya no sé cuántas operaciones extremas, y con pocas fuerzas ya acudió a Chiclana a dar una charla. Su voz era un pedregal, su pecho a duras penas procesaba el oxígeno y tenía que llevar siempre a mano una botella de aire, por si acaso. Nos acercamos a él para pedirle que nos firmara unos libros y conversar un poco. Entonces nos pidió que le diéramos cobertura suficiente como para que su mujer no le viera encenderse un cigarrillo. Un hombre que era ya un anciano, escondiéndose como un escolar para dar apenas dos pitadas a su placer clandestino.

lunes, 10 de marzo de 2008

La llama viva de Miguel Candela

"La otra noche vi a Miguel, me dijo que le llamaras". Eso me escribió una amiga. Pero pasaron los días, no di con su teléfono, pensé que sería más fácil escaparme un fin de semana a Madrid, donde siempre sabía dónde encontrarle. El pasado viernes mi amigo Miguel, Miguel Candela, apareció muerto en la calle Olivar que trasitamos juntos tantas noches. Todavía no me lo creo, no lo acepto, no quiero aceptarlo; espero que de un momento a otro suene el teléfono y sea él, avisando de que se baja para Cai unos diítas, que si nos vemos por allí.
A Miguel lo conocí en unos carnavales. Ni él ni yo teníamos compañía, y de una forma espontánea decidimos acompañarnos. Me contó que tenía un bar, ¡cuánta gente no tiene un bar en Madrid! Yo no podía sospechar que se trataba de la más grande casa del arte de todo el país, el lugar por el que pasaron a lo largo de dos décadas todos los monstruos del cante, el baile y el toque, desde Camarón y Paco a Fernanda y Bernarda, Morente, El Güito, qué se yo... Hasta a Brian Adams lo vi una noche dejarse caer por el Candela.
En un tiempo en el que solía pasar por Madrid muy a menudo, recalaba invariablemente en aquella esquina de Olmo y Olivar. Yo no era nadie, pero Miguel me honraba invariablemente con un trato especial. Era mucho más que darme mi sitio: me llevaba a cenar a Casa Patas o a oír flamenco al Colegio de Médicos, fuimos juntos a ver torear a Curro Romero en Vistalegre, sólo nos faltó un partido de su Real Madrid en el Bernabeu... La cueva de Candela, esa cuyas puertas cedían a altas horas para dar rienda suelta al arte para unos pocos elegidos, siempre estuvo abierta para mí. Estar al lado de Miguel en esas noches sin fin, oírle hablar, verle desenvolverse, equivalían a cursar varias carreras.
Luego me devolvía las visitas, casi siempre por Carnaval, solo o en compañía de su bellísima novia holandesa, Claire, princess Claire la llamaba él. La alegría de vivir, la búsqueda de los placeres sencillos, siempre guió sus pasos. Pero también vivió, como Machado, en guerra con sus entrañas. Una vez le dediqué un poema tan malo que el pudor me impide reproducirlo aquí. Ahora lo estoy llamando desde esta ventana, estoy haciéndole en vano la llamada que no le hice entonces. Pero el arte puro, la llama viva de mi amigo insomne, por una vez no me contesta.

domingo, 9 de marzo de 2008

Menos humos (III) Diego Jesús Jiménez

Si Diego Jesús Jiménez pudo dejar el tabaco, todo es posible. A este espléndido -y, por desgracia, bastante olvidado- poeta tuve el gusto de conocerle un par de años después de haber dejado el pitillo. Había engordado una barbaridad, pues las ansias de fumar suelen mutar en una desmedida gula, y se agotaba con facilidad al caminar. Me confesó que había sido un fumador apasionado, y que le entristecía haber tenido que renunciar a ese placer por graves imperativos de salud. También me hizo la más precisa descripción de hasta qué punto el tabaco puede llegar a ser un vicio obsesivo. "Recuerdo que a veces estaba fumando, y de pronto tenía ganas de fumar; con un cigarrillo entre los dedos, tenía ganas de encender un cigarrillo". Los muy fumadores habrán compartido alguna vez esa sensación. Quienes no fumen, tal vez hayan sentido algo similar; por ejemplo, ganas de hacer el amor mientras lo están haciendo.

Morcilla dream

Leo en la prensa nacional: En algún lugar del junio pasado, Agustín Fernández Mallo y otros "nuevos narradores" andaban en un congreso en Sevilla dando vueltas y vueltas sobre ejes como el "relevo generacional" o las "nuevas tecnologías aplicadas a la literatura", cuando un periodista se levantó de su silla y dijo: "Ya, ya..., podéis divagar todo lo que queráis, pero llegará alguien como yo, os pondrá una etiqueta y os tendréis que joder". Dos semanas después se cumplió la profecía.
El periodista, lo confieso, fui yo. Pero que no me carguen con el muerto. O como dirían en Cai, no quiero parte. Quien se sacó de la manga eso de la Generación Nocilla fue Nuria Azancot, apenas una semana después, en El Cultural. Y por lo que a mí respecta, la profecía estaba chupada, a saber: un nutrido grupete de jóvenes escritores ambiciosos reunidos por una Fundación de prestigio. La sensación, compartida por muchos, de que se estaba reeditando aquel otro encuentro de plumas americanas que consagró a Bolaño y dio el espaldarazo a un florido ramillete de promesas doradas. Una ocasión única, pensaban todos, para salir de la oscuridad. Nadie quería oír hablar de generación, pero había carreras para salir en la foto.
Lo que expliqué entonces, y lo mantengo, es que antes de entrar en un club cualquiera quiere saber cuánto lustre va a darle: ¿Qué puertas va a abrirme? ¿Qué editoriales se van a interesar por mí? ¿A qué otros congresos me invitarán, de cuáles seré excluido?. Y por otro lado, los reunidos parecían creer, con una inocencia desarmante, que dependía de ellos formar o no secta literaria, como si no existieran los medios y las editoriales interesadas. Me pregunto si alguien se sorprendió realmente de que unos días después se pusiera nombre al invento.
Mi amigo Jabo, cada vez que nos tomamos dos vasos, insiste en que yo soy de la Generación Nocilla. Nanay del peluquín. En todo caso soy de la Generación PM, la del Pan con Manteca, o a la del PAA, Pan con Aceite y con Azúcar, días azules y sol de la infancia.
El otro día, ese sabio llamado José María Bernáldez convino en que a la nueva literatura española, mal que nos pese, le falta sangre, que es la materia con que se escribe la Historia. Y de ahí a la fundación de un nuevo movimiento sólo hubo un paso: la generación Morcilla. ¿No hubo hace años una Literatura de la Berza? Que nunca le falten avíos al puchero grande y plural de -digámoslo a boca llena- la narrativa española del siglo XXI.

sábado, 8 de marzo de 2008

Menos humos (II) Gabo

Como sucede cuando tratas de olvidar a esa pareja con la que rompiste, lo de dejar el tabaco es algo que te ocupa todo el día, minuto a minuto, las 24 horas. Supongo que las primeras señales de progresión vienen cuando te sorprendes viendo que has pasado un rato sin pensar en fumar. Mi amigo Ilya, que siempre tuvo permiso para leer mis diarios, se rió mucho al encontrar esta frase: "Qué extraña felicidad, llevo tres días sin pensar en fulanita". Y ahora que lo pienso, tal vez no fuera casual que en el cuento que da título a mi Defensa siciliana ensayara un paralelismo entre la imposibilidad del olvido, la combustión del recuerdo y las cenizas que una y otra vez regresan al balcón de la protagonista. Humo somos, mas humo enamorado.
Cuando García Márquez vino a Cádiz, nos contó a un reducido grupo de privilegiados cómo fue su propio proceso de emancipación del tabaco. Muy duro, para empezar. Al parecer, uno de aquellos días, se encontró por la calle a un amigo que le preguntó:
-Y bueno, Gabo, ¿qué haces ahora?
-Estoy dejando de fumar.
-No, hombre, te pregunto en qué andas, qué estás haciendo, si proyectas algo, no sé...
-Estoy dejando de fumar.

Elmer Mendoza, tigre del Norte

El último premio Tusquets de novela recayó sobre Balas de plata, del mexicano Elmer Mendoza. Como ante ciertas obras de Sciascia, el lector que empieza queriendo resolver un caso de asesinato acabará dejando ese interés en un plano secundario: a menudo la realidad alcanza tal grado de corrupción que lo de menos es quien apriete el gatillo. En los clásicos del género, el asesino era el mayordomo. Aquí todos son culpables. Todo es culpable.

Entrevisté a Mendoza el miércoles y sentí esa simpatía espontánea que me inspiran todos los mexicanos inteligentes. Se sonrió cuando le pregunté si era un tigre del Norte -es nacido en Culiacán-, y conversamos sobre la cultura de la muerte en su país, que va de los pueblos fantasma de Rulfo a las calaveras de Posada, pasando por las canciones de José Alfredo Jiménez (La vida no vale nada) o incluso de muy atrás, de los mitos aztecas y de las leyendas españolas que les incorporamos. La diferencia entre Sciascia y Mendoza es que aquél confiaba, en lo más hondo, en la posibilidad de que la literatura moviera al menos unos centímetros la monstruosa piedra del crimen. Mendoza, y con él muchos escritores que están abordando las formas de la violencia en América Latina, se saben muy poca cosa frente a ese terrible fenómeno. "No vamos a ponernos a moralizar, ¿no?", se encogió de hombros, otra vez sonriente. Los escritores no somos el ejército, no somos la policía, no somos la DEA. Pero mientras pasaba las páginas de esta novela, yo no podía evitar oír un sonido áspero, como de monolito que cede.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Menos humos (I): Svevo

Vaya por delante: he intentado dejar de fumar tantas veces, tantas he intentado reducir al menos la cantidad de cigarrillos diarios, que no me veo en condiciones de prometer nada. Pero lo cierto es que el abuso de nicotina, entre otros factores perniciosos, estaba llegando a afectarme de tal modo a la voz que hoy dije basta. Basta hasta donde alcance mi voluntad, que ojalá sea mucho. He pensado que quizá me ayude hacer un inventario de músicos y escritores que se ocuparon de ese momento dramático de decir adiós al lento y dulce veneno.
"Dejar de fumar es fácil, yo lo he hecho miles de veces", dice el chistecito recurrente. Italo Svevo, en su célebre novela La conciencia de Zeno, somete al protagonista a psicoanálisis para entender su adicción al tabaco. Cada vez que decide fumarse "el último cigarrillo", es como si hubiera para el personaje una vida que termina y otra que comienza: dejar el vicio y volver a él provocan el placer inefable de la liberación. Si lo dejas, te liberas del hábito; si vuelves, te liberas del mono, de esa nostalgia brutal que llamamos mono.
El propio Svevo, que sufrió un grave atropello automovilístico en Treviso, pedía en su lecho de muerte un pitillo, jurando que sería el último. Como Zeno, confiaba en vivir eternamente en ese círculo de divorcios y reconciliaciones con el tabaco. Hasta que se consumió, el pobre, como la brasa de un cigarrillo. Quiero decir, que se apagó.

martes, 4 de marzo de 2008

Iron Maiden, guía de lectura

Al periódico llegan cada día media docena de discos: mis compañeros saben que no miento si digo que el noventa por ciento son de muy pobre calidad. Sólo de hito en hito se le ilumina a uno el rostro al retirar el embalaje. La semana pasada tuve una de esas raras sorpresas, al descubrir que me habían mandado el DVD Live after detah, de los británicos Iron Maiden. Apenas unos días después, la prensa destacaba un hecho insólito: el grupo había logrado lo que ningún político hasta la fecha, unir a los centroamericanos en un solo corazón con motivo de un recital en Costa Rica, ¡y hace tan sólo unos años eran vetados en la América Morena, bajo el peregrino argumento de que inspiraban prácticas satánicas e instaban al suicidio!
Compruebo la fecha de la histórica grabación en el Long Beach Arena: 1985. Me cuesta creer que yo sólo tenía once años entonces. Mi primer Quijote había sido una serie de dibujos animados. Lo mismo puedo decir de mi primera Odisea, aquel Ulises 31. Mi primer Gulliver, un cuaderno recortable. Mi primer Lovecraft, un cómic de terror. Pero mi primer Poe me lo contaron los Maiden en Murders on the rue Morgue; y también mi primer Coleridge, con The rime of the ancient mariner. Quiero decir que aquellas guitarras vibrantes no sólo me prestaron un refugio, me insuflaron autoestima en esa edad del pavo en la que todos nos sentimos desdichados. También me dieron pistas, lecturas que me llevaron a otras lecturas, amores que perduraron porque mutaron en otros amores.
A los Maiden los vi en directo dos veces: en Jerez, con Helloween de teloneros, y en Leganés, con Megadeth abriendo cartel. Ahora me los reencuentro en el documental adjunto, más viejos, tal vez cansados, con su creatividad muy mermada. Sus últimos discos, lo reconozco, no han podido conmoverme como lo hacían antes. Pero algo sí se mueve dentro de mí cuando vuelvo a oír el bajo trepidante de Steve Harris, cuando Dickinson grita "scream for me!", cuando Murray y Smith doblan sus melodías de guitarra. Otro día hablamos del ruso Medvedev y su querencia por Deep Purple. Yo siempre votaré a quienes tengan como lema Running free.

lunes, 3 de marzo de 2008

Fernandito y la mujer madura

Mi fugaz paseo por el periodismo político llegó a su fin el viernes, con un 24 horas con Javier Arenas: para mis queridos lectores del extranjero, aclaro, el candidato popular a la Junta de Andalucía. Fue, como corresponde, muy amable conmigo, comimos en un italiano sin que él supiera de mi fanatismo siciliano; se reveló como un lector no demasiado atento, la verdad, pero compartimos el amor por Berlín y me recomendó encarecidamente San Francisco.
Este día no fuimos tan lejos: empezamos en Ronda y acabamos en Marbella. Pero en esta última ciudad, tan controvertida, recordé a uno de esos amigos de infancia a los que los visitantes de este blog ya están acostumbrados. Hace un par de navidades, estaba un servidor hojeando un anuario de Interviú cuando, en un reportaje del lamentable caso Malaya, creí reconocer a alguien en una fotografía: "Hay que ver cómo se parece este tipo a Fernandito". Fernandito vivía en una paralela a Baro Alegret, la calle ceutí de mi abuela. En los pisos de Dumbo, así los llamaban por estar adosados a un supermercado que rendía tributo a Disney. Fernandito era guapete, divertido -mi prima Alicia estaba enamoradita de él- y creo que también buen futbolista. La última vez que coincidimos, muchos años ha, yo viajaba con mi hermano de Ceuta a Algeciras: nos alegró vernos, nos pusimos al día de nuestras vidas, incluso seguimos juntos la ruta hasta El Puerto, donde sus padres tenían un chalé.
Pues bien, el señor del anuario era ciertamente Fernandito, y el motivo de su fama era su vínculo sentimental con Mayte Zaldívar, ex mujer del célebre Julián Muñoz y enredada al parecer en turbios asuntos que sólo a la justicia atañen. Creo que siempre es grato reencontrarse con viejos amigos, aunque sea en papel couché. Ese hallazgo fue como si volviéramos a vernos en aquel ferry e hiciéramos resumen de lo publicado: "Ya ves, yo plumilla, con mis libros, mis cosas". Y él: "Yo aquí, mis coches (le encantaban), mis fiestas". Fernandito, como el personaje de Vicinczey de En brazos de la mujer madura, deseaba todo lo que podía conseguir. Yo también. A día de hoy, cada uno a su manera, creo que hemos sido felices.

sábado, 1 de marzo de 2008

Otras lecturas/relecturas del mes de febrero

Varios autores. Poemas japoneses a la muerte.
Rafael Reig. Manual de literatura para caníbales.
Matteo Rampin. Vender la moto. Trucos de la manipulación del lenguaje.
Manuel García. Manuel de cordura.
Rabelais. Gargantúa.
Ian McEwan. Chesil Beach.
Guadalupe Nettel. Pétalos.
Benjamin Constant. El cuaderno rojo.
Elmer Mendoza. Balas de plata.
Yuri Herrera. Trabajos del reino.
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