miércoles, 7 de septiembre de 2011

Mauricio Vicent, periodista



Durante mucho tiempo, Mauricio Vicent fue para mí algo parecido a una superstición habanera. Me había propuesto conocerle como fuera, porque me gustaba mucho su trabajo y teníamos amigos comunes en la ciudad dispuestos a propiciar el encuentro. Pero no había manera. Siempre que llegaba a un sitio él se acababa de marchar. Una amiga me sugirió buscarle en el Centro Internacional de Prensa. "Ya lleva varios días que no aparece por acá", me informó una empleada. "Pero en cualquier momento se lo encuentra". Una superstición, ya digo. La única prueba fehaciente de su existencia era que seguía firmando sus impecables crónicas.


Entre tanto, iban y venían las leyendas. Se contaba que su padre, el periodista y escritor Manuel Vicent, había propiciado su traslado a La Habana para evitar que el joven Mauricio se perdiera en Madrid, entre compañías poco recomendables. Ignoro si es cierto, y tampoco me importa mucho, pero no me cabe duda de que alguien capaz de hacer eso merece ingresar en el olimpo de los padrazos. Y si así hubiera sido, Mauricio Vicent debió de haber tranquilizado mucho a su padre, porque pasar de bala perdida a ser uno de los corresponsales estrella de El País no es una proeza menor.


Con sus dos millones largos de habitantes, La Habana parece una ciudad grande y compleja, pero en el fondo es un pañuelo. Era cuestión de tiempo que nos encontráramos. Y sucedió del modo más imprevisto. Estaba un servidor desayunando con Juanjo Téllez en el hotel Nacional -hablo del año 98- cuando reconocimos entre las mesas al cineasta (y escritor) Manuel Gutiérrez Aragón, muy asiduo de la isla. Téllez me propuso que nos acercáramos a saludarlo. Iba acompañado, pero se mostró muy amable y nos invitó a compartir con él y su amigo un café más. En un momento de la conversación, no sé cómo, saltó aquello de mi búsqueda de Mauricio Vicent. "Pues aquí lo tienes", sonrió Gutiérrez Aragón. ¡Era el tipo que estaba con él!


Mauricio me pareció, como esperaba, un hombre interesante de los que no necesitan enfatizar su interés, impregnado ya de un sentido del humor típicamente cubano, rico en afiladas ironías. Hablamos de muchas cosas, pero recuerdo especialmente un comentario suyo. Acababa de producirse aquella famosa reunión entre Fidel Castro y Joaquín Almunia, entonces secretario general del PSOE. Almunia había entrado en el Palacio de la Revolución a las nueve de la noche y había salido a las seis de la mañana. Creo que fue Téllez quien le preguntó cómo habían aguantado los corresponsales extranjeros una espera de nueve horas. "Pues cómo la vamos a aguantar, ¡bebiendo!".


La última vez que le vi fue hace unos años, a las puertas del teatro Hubert de Blank, en El Vedado, conversando con mi querido Renecito de la Cruz a la salida de una función. Lo encontré algo más delgado, pero con muy buen aspecto, y la misma agudeza de siempre, aunque aseguraba que la vida le había cambiado mucho. Se había casado en La Habana, tenía hijos, y se diría que llevaba mucho tiempo sin practicar esos maratones de ron que son tan frecuentes en la mayor de las Antillas. Desde entonces, no he vuelto a encontrármelo sino en la prensa diaria, pero siempre leo sus informaciones con gusto e interés.


Me han venido a la cabeza estas pequeñas anécdotas al leer la noticia de que el gobierno cubano, en uno de sus garrafales errores, no ha tenido mejor ocurrencia que retirarle a Mauricio la acreditación de prensa, tratando en vano de desprestigiar su labor. Algún funcionario del castrismo más cejijunto no ha entendido que el prestigio de un periodista no se expende con sello de ningún gobierno, sino que se conquista con el trabajo paciente del día a día; y como tal, tampoco se arrebata con una simple nota oficial.


Mauricio Vicent llegó a La Habana en 1991, justo a tiempo para cubrir el desmerengamiento del comunismo, y ha ido contando la triste pérdida de norte del régimen castrista con pulcritud, sin ceder a las pasiones de uno u otro signo que con tanta frecuencia suscita nuestra querida isla. La prohibición de ejercer su oficio se antoja un grotesco colofón a estos 20 años de carrera, y una prueba definitiva de la deriva en que se hallan algunas autoridades cubanas, ayunas de la más elemental cultura democrática. De lo contrario, sabrían que la fuerza del poder no reside en la facultad de poner mordazas, sino en tolerar precisamente críticas y discrepancias.


PS.- Una tristeza añadida: comprobar cómo otro periodista español al que también conocí en La Habana, Carlos Tena, aplaude ferozmente en su blog la medida del Gobierno cubano, y arremete contra Vicent, Reporteros sin Fronteras y la FAPE.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Otras lecturas/ relecturas del mes de agosto

Alessandro Baricco. I barbari. Saggio sulla mutazione.
Gesualdo Bufalino. El Güerrín Mezquino.
Gesualdo Bufalino. Bluff de palabras.
Gesualdo Bufalino. El malpensante.
Gesualdo Bufalino. Il malpensante.
Jean Genet. El niño criminal.
Jean Genet. El enemigo declarado.
Abdelatif Laabi. Fez es un espejo.
Rodrigo Rey Rosa. Bowles y yo.
Stefan Zweig. Veinticuatro horas en la vida de una mujer.
Isaak Babel. Caballería roja.
Marie NDiaye. Hilda.
Relación del cautiverio y libertad de Diego Galán.
Robert Louis Stevenson. La isla del tesoro.
Agustín García Calvo. De verde a viejo, de viejo a verde.
José Luis García Martín. Para entregar en mano.
Luis Antonio de Villena. Caída de imperios.
Pedro Sevilla. La fuente y la muerte.
Julio Mariscal Montes. Corral de muertos.
Julio Mariscal Montes. Pasan hombres oscuros.
Julio Mariscal Montes. Poemas de ausencia.
Julio Mariscal Montes. Quinta palabra.
Julio Mariscal Montes. Tierra de secanos.
Julio Mariscal Montes. Tierra.
Julio Mariscal Montes. Último día.
Julio Mariscal Montes. Poemas a Soledad.
Julio Mariscal Montes. Trébol de cuatro hojas.
Julio Mariscal Montes. Aún es hoy.
Julio Mariscal Montes. La voz quebrada.
Aquilino Duque. Reloj de arena.
Luis Alberto de Cuenca. Por las calles del tiempo.
Javier Salvago. La vida nos conoce.
Erika Martínez. Lenguaraz.