jueves, 15 de diciembre de 2011

Puente en Madrid (III) Vara del Rey



Dirán ustedes, con razón, que vaya un puente largo éste, que se ha colado en 2012... No tiene importancia: la batidora del tiempo acabará mezclando estas entradas dispersas con sus fechas, y todo acabará siendo espuma de los días, memoria volátil a punto de nieve. Por eso quiero acordarme de esa fiesta en casa de María, la bella María, dios le guarde su sonrisa, con varios viejos amigos de Casa de América a los que no veía desde hacía mucho, Mariana, Rodri, Mirna, Maruchita, y que de pronto apareciera por allí como si tal cosa Alberto San Juan, actor que tengo en alta estima, y fueran cayendo las botellas de vino entre risas y resúmenes de lo publicado.


Pero no era de esto de lo que quería hablar exactamente. La casa de María se ubica en la Plaza del General Vara del Rey, en el mismo edificio en el que vivió hace años mi guitarrista y gran amigo Dani Cortés. Durante varios años en los que Dani vivió en Madrid cultivando su sueño de ser músico profesional, pasé muchas veces por aquel piso, del que siempre salía cargado de buen rollo y de discos de Pat Metheny, Michael Manring o Michael Hedges. Los domingos, la plaza se dejaba, y sigue dejándose inundar por el Rastro, y en sus inmediaciones nos quitábamos la resaca con vermut de grifo y curioseábamos entre los libros polvorientos.


Pero lo mejor venía por las noches, cuando los gitanos del barrio salían del culto y se daban cita en la plaza. Allí era posible -y sigue siéndolo, como pude comprobar- tropezarse con las muchachas más hermosas y mejor arregladas, entregadas al rito de buscar marido y con pinta de aburrirse muchísimo con la demora del príncipe azul. He dicho tropezarse, porque cualquier otro contacto humano de esas diosas núbiles con los pobres mortales que éramos resultaba imposible: todas parecían equipadas con eso que llamábamos filtro anti-payo. Para ellas éramos invisibles. Eso me animó a escribir Agua de mayo, una letra, que en seguida musicó Juanlu Pineda y arregló Dani, en la que recreaba una inventada historia de amor entre una de esas gitanitas y un músico enamorado. Para que luego digan que Zapatero inventó algo tan viejo como la Alianza de Civilizaciones.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Puente en Madrid (II) Inesperado Miguel Postigo



Tengo entendido que hace poco, con el pretexto del premio Príncipe de Asturias de Leonard Cohen, hubo un reconocimiento o algo parecido al Campus de Humanidades de la Universidad de Oviedo. Una cita que no me resulta ajena en absoluto, y no porque haya cursado allí, líbreme Undebé, asignatura alguna. Hace ya casi 15 años, fui invitado por primera vez a participar en una de las Semanas Culturales que, si mal no recuerdo, coordinaba en la ciudad asturiana Rubén D. Rodríguez, más o menos en el tiempo en que se fraguaba el movimiento indie que lanzaría a los Manta Ray de Nacho Vegas.


Recuerdo como si fuera ayer el larguísimo trayecto en tren desde Cádiz, uno de esos trenes que ya no se ven, con compartimentos en los que estaba prohibido tumbarse aunque fueran vacíos y señores oscuros que fumaban durante toda la noche con la ventanilla del pasillo abierta, de modo que el humo salía y entraban mil ruidos atronadores. En la estación de Oviedo me estaban esperando, muy de mañana, Rubén y Saúl Fernández, dos tipos que de entrada parecían, por su palidez y seriedad, como salidos de algún filme de vampiros serie B. Lo primero que pensé, lo confieso, es que con aquella compañía iba a aburrirme como una ostra. No podía imaginarme lo equivocado que estaba.


Rubén y Saúl, junto con un tercer mosquetero, Miguel Postigo, iban a convertirse en las tres amistades más inesperadas y divertidas que el frío y encapotado norte podía reservarme. En unos minutos dimos con un montón de afinidades literarias, golpes de humor que nos hacían reír al mismo tiempo, una complicidad, en fin, que no suele ser lo corriente en los foros culturetas. Los tres eran lectores apasionados, pero exentos de vanidades y pedanterías. Sabían leer, sabían beber, sabían divertirse, sabían reírse de sí mismos y, por tanto, tenían patente para reírse de cualquier cosa, especialmente de los santones de la academia y sus monaguillos. ¿Y aquellas revistas milagrosas, más bien fanzines, que nadie sabía cómo las hacían, y sobre todo cómo las financiaban?


Volví varias veces en pocos años a esa ciudad llena de estatuas y de silencios. Allí conocí a Rocío, la que iba a ser mi compañera durante los tres años siguientes; allí conocí también a otros jóvenes escritores amigos que con el tiempo conquistarían notables cotas de éxito, como Andrés Neuman, Yolanda Castaño o Martín López-Vega. Pero mi pandilla ovetense siempre serían Rubén, Saúl y Miguel. Aunque nunca volviéramos a reunirnos.


De vez en cuando, en los premios literarios a los que me invitan, suelo encontrarme con compañeros de La Nueva España a los que les pregunto por aquel amable trío calavera. Me cuentan que Saúl sigue como periodista del mismo medio, que Rubén es profesor y renunció hace mucho a dirigir la Asociación de Escritores Asturianos, que Miguel ha dejado el terruño y colgado los guantes de la creación (lo recuerdo como un notable sonetista) para dedicarse también a la docencia...


Pero este puente, del modo más inesperado, ha querido la suerte que me reencontrara con el mismísmo Miguel Postigo en un bar de Madrid. La carambola es demasiado larga de explicar, baste decir que en ella intervienen mi amiga Marucha, su chico, un amigo de éste al que conoció de Erasmus... El caso es que allí, a dos pasos de La Latina, vinimos a coincidir, y a falta de sidrina brindamos con cerveza por aquellos tiempos, y recordamos anécdotas e hicimos somero resumen de lo publicado, e intercambiamos los datos actualizados, tal vez para no usarlos nunca, tal vez como un ritual inútil, porque quedaba demostrado que una década después nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos.

Antes de despedirnos, le recordé que nunca habían consentido llevarme a conocer su pueblo, Avilés. Tal vez podría ser un buen pretexto para volver a quedar los cuatro, algún día. la excusa de que era un feo lugar parecía superada, ahora que han inaugurado el centro Niemeyer. "Nunca te llevaremos", sonrió Miguel. "Seguirá siendo la demostración de que te queremos bien".

martes, 6 de diciembre de 2011

Puente en Madrid (I) Aguirre, la Magnífica



De todos los premios bien dados con los que ha venido a despedirse de su cargo la errática ministra de Cultura, ninguno me ha dado tanto alegría como el Nacional de Poesía que ha recaído sobre Paca Aguirre. Esa misma tarde decidí mandar a hacer puñetas la famosa objetividad periodística y, lo reconozco, hice una crónica que más bien parecía una carta de amor. Como no me desdigo ni una línea de lo publicado, adjunto el enlace aquí.


¿Exagero? Compruébenlo ustedes mismos. Asómense a las páginas del libro premiado, piérdanse en el Ensayo general, estremézcanse con La herida absurda, rían y lloren con Espejito, espejito... Y luego, en efecto, pregúntense cómo ha pasado toda la vida sin tener noticias de esta autora, quién se la ha estado escatimando tanto tiempo. Yo me pregunto en qué han estado ocupados los críticos que nunca han escrito sobre Paca, quiénes han colonizado tanto papel en los suplementos para que casi no hubiera sitio para ella.


Me preocupa especialmente el papel que han desempeñado las defensoras de la poesía hecha por mujeres en España, la mayor parte de las cuales han guardado un inquietante silencio alrededor de la obra de Paca. ¿Acaso había apuestas más estratégicas que defender? ¿Banderas más convenientes que enarbolar? Qué más da especular con eso ahora: las buenas noticias lo barren todo. De lo que no me cabe duda es de que la llamada poesía femenina también se dignifica y engrandece, y mucho, con este reconocimiento.


Ayer regresé a la casa de Ríos Rosas donde siempre, siempre, a cualquier hora, en verano como en invierno, he recibido cariño y hospitalidad. Allí me encontré otra vez a Paca, con su mala salud de hierro, allí estaba Félix, fumando deleitosamente y recordando cosas de Luis Rosales y de Paco de Lucía. Al rato llegó Lupe, y Paca sacó un poema que acababa de escribir, un poema de encargo para un libro colectivo, y lo leyó despacito, con extrema humildad, sometiéndolo a nuestro juicio. ¿Qué pega le íbamos a encontrar nosotros a esos versos desnudos, rotundos como golpes en las puertas de la conciencia? Sólo pedirle que continúe, que siga escribiendo, y parece ser que tiene como tres o cuatro libros terminados y esperando el beso de la imprenta, lo cual es un motivo para la alegría y la impaciencia a partes iguales.


Lo mejor del Nacional de Poesía, del que apenas hablamos ayer, es precisamente eso: que después de hacernos dar saltos de alegría a muchos, ha pasado a un segundo plano, desplazado por nuevos poemas, nuevos libros, nuevos pasos en un camino que no tiene nada que ver con los oropeles y las medallas. A veces no está de más que les den premios a nuestros poetas favoritos para que nos demos cuenta de que no les hacían ninguna falta.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Otras lecturas/relecturas de septiembre, octubre y noviembre

Joann Sfar. Chagall en Rusia.
Calo. El abrazo de Neptuno.
John Lanchester. ¡Huy!
Jaume Cabré. Yo confieso.
Isaac Rosa. La mano invisible.
Mircea Cărtărescu. Lulu.
Julian Barnes. Pulso.
Julian Barnes. El loro de Flaubert.
Thomas Wolfe. El niño perdido.
Robert Louis Stevenson. El diablo en la botella.
Leonardo Sciascia. Actas a la muerte de Raymond Roussel.
Andrés Neuman. Hacerse el muerto.
Ana María Shua. Fenómenos de circo.
Alessandra Lavagnino. Un granizado de café con nata.
José Luis García Martín. Las noches de verano.
Carlos Edmundo de Ory. Sin permiso de ser ángel.
José Mas. La ondina y el ciego príncipe.
Luis Alberto de Cuenca. En la cama con la muerte.
Fernando Quiñones. Muro de las hetairas.
Humberto Ak'abal. Donde los árboles.
Barry Gifford. Back in America.
VV. AA. Tenían veinte años y estaban locos.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Mauricio Vicent, periodista



Durante mucho tiempo, Mauricio Vicent fue para mí algo parecido a una superstición habanera. Me había propuesto conocerle como fuera, porque me gustaba mucho su trabajo y teníamos amigos comunes en la ciudad dispuestos a propiciar el encuentro. Pero no había manera. Siempre que llegaba a un sitio él se acababa de marchar. Una amiga me sugirió buscarle en el Centro Internacional de Prensa. "Ya lleva varios días que no aparece por acá", me informó una empleada. "Pero en cualquier momento se lo encuentra". Una superstición, ya digo. La única prueba fehaciente de su existencia era que seguía firmando sus impecables crónicas.


Entre tanto, iban y venían las leyendas. Se contaba que su padre, el periodista y escritor Manuel Vicent, había propiciado su traslado a La Habana para evitar que el joven Mauricio se perdiera en Madrid, entre compañías poco recomendables. Ignoro si es cierto, y tampoco me importa mucho, pero no me cabe duda de que alguien capaz de hacer eso merece ingresar en el olimpo de los padrazos. Y si así hubiera sido, Mauricio Vicent debió de haber tranquilizado mucho a su padre, porque pasar de bala perdida a ser uno de los corresponsales estrella de El País no es una proeza menor.


Con sus dos millones largos de habitantes, La Habana parece una ciudad grande y compleja, pero en el fondo es un pañuelo. Era cuestión de tiempo que nos encontráramos. Y sucedió del modo más imprevisto. Estaba un servidor desayunando con Juanjo Téllez en el hotel Nacional -hablo del año 98- cuando reconocimos entre las mesas al cineasta (y escritor) Manuel Gutiérrez Aragón, muy asiduo de la isla. Téllez me propuso que nos acercáramos a saludarlo. Iba acompañado, pero se mostró muy amable y nos invitó a compartir con él y su amigo un café más. En un momento de la conversación, no sé cómo, saltó aquello de mi búsqueda de Mauricio Vicent. "Pues aquí lo tienes", sonrió Gutiérrez Aragón. ¡Era el tipo que estaba con él!


Mauricio me pareció, como esperaba, un hombre interesante de los que no necesitan enfatizar su interés, impregnado ya de un sentido del humor típicamente cubano, rico en afiladas ironías. Hablamos de muchas cosas, pero recuerdo especialmente un comentario suyo. Acababa de producirse aquella famosa reunión entre Fidel Castro y Joaquín Almunia, entonces secretario general del PSOE. Almunia había entrado en el Palacio de la Revolución a las nueve de la noche y había salido a las seis de la mañana. Creo que fue Téllez quien le preguntó cómo habían aguantado los corresponsales extranjeros una espera de nueve horas. "Pues cómo la vamos a aguantar, ¡bebiendo!".


La última vez que le vi fue hace unos años, a las puertas del teatro Hubert de Blank, en El Vedado, conversando con mi querido Renecito de la Cruz a la salida de una función. Lo encontré algo más delgado, pero con muy buen aspecto, y la misma agudeza de siempre, aunque aseguraba que la vida le había cambiado mucho. Se había casado en La Habana, tenía hijos, y se diría que llevaba mucho tiempo sin practicar esos maratones de ron que son tan frecuentes en la mayor de las Antillas. Desde entonces, no he vuelto a encontrármelo sino en la prensa diaria, pero siempre leo sus informaciones con gusto e interés.


Me han venido a la cabeza estas pequeñas anécdotas al leer la noticia de que el gobierno cubano, en uno de sus garrafales errores, no ha tenido mejor ocurrencia que retirarle a Mauricio la acreditación de prensa, tratando en vano de desprestigiar su labor. Algún funcionario del castrismo más cejijunto no ha entendido que el prestigio de un periodista no se expende con sello de ningún gobierno, sino que se conquista con el trabajo paciente del día a día; y como tal, tampoco se arrebata con una simple nota oficial.


Mauricio Vicent llegó a La Habana en 1991, justo a tiempo para cubrir el desmerengamiento del comunismo, y ha ido contando la triste pérdida de norte del régimen castrista con pulcritud, sin ceder a las pasiones de uno u otro signo que con tanta frecuencia suscita nuestra querida isla. La prohibición de ejercer su oficio se antoja un grotesco colofón a estos 20 años de carrera, y una prueba definitiva de la deriva en que se hallan algunas autoridades cubanas, ayunas de la más elemental cultura democrática. De lo contrario, sabrían que la fuerza del poder no reside en la facultad de poner mordazas, sino en tolerar precisamente críticas y discrepancias.


PS.- Una tristeza añadida: comprobar cómo otro periodista español al que también conocí en La Habana, Carlos Tena, aplaude ferozmente en su blog la medida del Gobierno cubano, y arremete contra Vicent, Reporteros sin Fronteras y la FAPE.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Otras lecturas/ relecturas del mes de agosto

Alessandro Baricco. I barbari. Saggio sulla mutazione.
Gesualdo Bufalino. El Güerrín Mezquino.
Gesualdo Bufalino. Bluff de palabras.
Gesualdo Bufalino. El malpensante.
Gesualdo Bufalino. Il malpensante.
Jean Genet. El niño criminal.
Jean Genet. El enemigo declarado.
Abdelatif Laabi. Fez es un espejo.
Rodrigo Rey Rosa. Bowles y yo.
Stefan Zweig. Veinticuatro horas en la vida de una mujer.
Isaak Babel. Caballería roja.
Marie NDiaye. Hilda.
Relación del cautiverio y libertad de Diego Galán.
Robert Louis Stevenson. La isla del tesoro.
Agustín García Calvo. De verde a viejo, de viejo a verde.
José Luis García Martín. Para entregar en mano.
Luis Antonio de Villena. Caída de imperios.
Pedro Sevilla. La fuente y la muerte.
Julio Mariscal Montes. Corral de muertos.
Julio Mariscal Montes. Pasan hombres oscuros.
Julio Mariscal Montes. Poemas de ausencia.
Julio Mariscal Montes. Quinta palabra.
Julio Mariscal Montes. Tierra de secanos.
Julio Mariscal Montes. Tierra.
Julio Mariscal Montes. Último día.
Julio Mariscal Montes. Poemas a Soledad.
Julio Mariscal Montes. Trébol de cuatro hojas.
Julio Mariscal Montes. Aún es hoy.
Julio Mariscal Montes. La voz quebrada.
Aquilino Duque. Reloj de arena.
Luis Alberto de Cuenca. Por las calles del tiempo.
Javier Salvago. La vida nos conoce.
Erika Martínez. Lenguaraz.

lunes, 1 de agosto de 2011

Nos falta Eliseo Alberto


No, no pesa lo mismo un kilo de humanidad que un kilo de miseria. Ni es cierto que todas las ausencias se sientan de la misma manera. La de Eliseo Alberto, recién estrenada, tiene conmocionados a quienes lo trataron a fondo como a quienes tan sólo lo disfrutamos brevemente, porque nos dejó un recuerdo entrañable que ha perdurado en el tiempo. En mi caso, fue sólo un día en Chiclana, en que tuve el placer de oficiar como presentador suyo, y el día siguiente en casa de Mané García Gil, que había publicado los cuentos de su padre, Eliseo Diego, en la colección Calembé. Suficiente para seguir recordándolo con una sonrisa tantos años después, para sentir su desaparición como un golpe duro en el centro del pecho.


Me divertía mucho oírle referirse a Eliseo Diego, uno de los más grandes poetas del siglo XX, como "papá". Me divertía también oírle anécdotas de primera mano de Lezama Lima o de Augusto Monterroso, que para mí eran ya clásicos y para él gente de casa, presencias familiares. También su teoría de que el grupo Orígenes era una generación sin descendencia, salvo por las excepciones de Eliseo Diego y del matrimonio formado por Cintio Vitier y Fina García Marruz, los únicos que tuvieron hijos. "A Lezama nadie lo preñó, a Piñera nadie lo preñó, a Gastón nadie lo preñó...", enumeraba con mucha guasa, pero también con una enorme ternura. Y con no poco sentido de la responsabilidad: a diferencia de los hermanos Vitier, él había acabado siendo escritor. Era el heredero único, y nadie sabe qué peso supondría sobre sus hombros.


Tampoco sabremos el drama íntimo que supuso la redacción de Informe contra mí mismo, un libro que me sacudió y me hizo tomar conciencia, acaso por primera vez, de la magnitud de la herida que se ensanchaba e infectaba cada día en el seno de la comunidad cubana. Y, sin embargo, todavía hoy me admira el afecto que Lichi (como era conocido en todo el orbe) despertaba en la isla como en la diáspora, entre los jóvenes como entre la vieja guardia. Era un puente, que es lo mejor, lo más noble, lo más humano que se puede ser en un mundo fracturado.


No olvidaré nunca el rato que pasamos pimplándonos una botella de Havana Club añejo y hablando de Cuba, su patria y nuestra pasión, mientras Martita, muy niña, correteaba a nuestro alrededor. Ni cuando nos leyó en adelanto el primer capítulo, que acababa de terminar, de su novela Esther en alguna parte, que dedica amorosamente a sus padres. Así quiero recordarlo, leyendo en voz alta y con los labios humedecidos de ron, honrando a los mayores y brindando por las nuevas amistades.


Nos hemos quedado sin un hombre, nos hemos quedado sin un escritor, nos hemos quedado sin un puente. Se ha ido Lichi y, nos deja una memoria que atesorar y, como en el poema de su padre, el tiempo, todo el tiempo.

Otras lecturas/ relecturas del mes de julio

Charles Burns. Tóxico.
Francesco Matteuzzi y Elisabetta Benfatto. Anna Politkovskaya.
Roberto Saviano. La belleza y el infierno.
Niccolò Ammaniti. Io non ho paura.
Paolo Sorrentino. Todos tienen razón.
Michela Murgia. La acabadora.
Isabelle Eberhardt. Hacia los horizontes azules.
Juan Villoro. 8.8. El miedo en el espejo.
Luis Manuel García Méndez. El señor de los naufragios.
Jaime García Maffla. Escenas de caza.
Fernando Ortiz. Miradas al último espejo.
Stephanie Alcantar. La incertidumbre también tuvo infancia.
Jordi Virallonga. Por si no puedes.
Víctor Rodríguez Núñez. Tareas.
Manuel Ruiz Torres. El inicio del mundo.

sábado, 2 de julio de 2011

Otras lecturas/ relecturas de mayo y junio

David Albahari. Goetz y Meyer.
Eduardo Jordá. Lugares que no cambian.
Juan Benet. Londres victoriano.
Attilio Brilli. El viaje a Italia.
Leonardo Sciascia. Muerte del inquisidor.
Niccolò Ammaniti. Que empiece la fiesta.
Rafael Courtoisie. Goma de mascar.
Richard Brautigan. Un general confederado de Big Sur.
VV. AA. Bohemia y Literatura.
Marcos Giralt Torrente. El final del amor.
Marina Perezagua. Criaturas abisales.
Antón Castro. El paseo en bicicleta.
Víctor Rodríguez Núñez. La poesía sirve para todo.
Manuel Vilas. El mal gobierno.
Mauricio Contreras Hernández. De la incesante partida.
Stephanie Alcantar. Los lirios contarán cuentos de hadas.
Luis Miguel Madrid. El cine de las sábanas blancas.

Luis Miguel Madrid.
Humberto Ak Abal. Las palabras crecen.
Humberto Ak Abal.

Fernando Linero. Guijarros.

Fernando Linero. Lecciones de fagot.
Raquel Rico. Resplandor.

Juan Gustavo Cobo Borda. La patria boba.

Rafael del Castillo. Puertas entornadas.

José Julio Cabanillas. Después de la noticia.

lunes, 30 de mayo de 2011

¿Periodismo tradicional vs. periodismo digital?




El pasado sábado tuve el gusto de participar en la mesa redonda Periodismo digital y blogs. Experiencias literarias en la blogosfera. La expansión del panorama territorial, en el marco del I Encuentro de Periodismo Cultural que organiza la asociación que lleva el nombre del maestro José María Bernáldez. Me acompañaban Basilio Baltasar, Antón Castro, Carlos del Amor, Miguel Ángel Muñoz y Pilar Vera, con el gran Dani Ruiz de moderador. Cuelgo aquí mi intervención, no exenta de cierto ánimo provocador, en la que hablé de nuestro trabajo en M'Sur (http://www.mediterraneosur.es/):


Recuerdo que, cuando recién empezaba la última invasión de Afganistán, muchos se preguntaban en términos prácticos quién vencería: si el imponente ejército norteamericano, o las feroces tropas de los talibán. Por medios y fuerza, era evidente que los Estados Unidos, con sus soldados bien armados y entrenados y su enorme potencia de fuego, aplastarían a los afganos. Pero el factor económico jugaba en su contra: sólo sacar del puerto uno de sus portaaviones exigía un gasto importante, mientras que los talibán llevaban años y años acostumbrados a comer raíces y beber agua de los charcos, y expuestos a temperaturas inclementes sin cobrar un céntimo, sólo retribuidos por su ciego fanatismo.

Con el tiempo, he acabado pensando que, si hubiera una hipotética lucha entre los medios de comunicación convencionales y los digitales, los primeros serían los Estados Unidos y las webs seríamos los afganos. Para que se pongan en marcha maquinarias como El País o El Mundo, hace falta de entrada un montón de nóminas pagadas y notable gasto diario en inmuebles, dotaciones, electricidad, etc.

M’Sur nació con la segunda guerra de Irak, del puro deseo de hacer periodismo por amor al arte, aunque no nos importaría ganarnos la vida con ello. Lo que nos permitía internet era ponernos manos a la obra sin esperar a que llegara la financiación. Nos dejaba sin excusas. Pero encontramos otros elementos de comparación:

Los medios convencionales tienen consejos de administración muy bien pagados. Nosotros convenimos los contenidos chateando por facebook o hablando por skype.

Los medios convencionales no pueden chocar con los intereses de sus anunciantes. Nosotros regalamos publicidad a proyectos y empresas que nos parecen de interés. Y sí, podríamos criticar a El Corte Inglés.

Los medios convencionales tienen color ideológico y, casi todos, afinidad con partidos. Nosotros rehusamos simpatizar con ninguna sigla. Nos posicionan sólo los valores que defendemos, del feminismo al laicismo.

Los medios convencionales tienen infinidad de servidumbres y compromisos. Nosotros sólo apostamos por lo que verdaderamente nos parece interesante. Los intereses personales quedan fuera.

Los medios convencionales ya nunca tienen sitio para nada. Nosotros nos permitimos la extensión que creamos conveniente, sin límite. Si Dubravka Ugrešić se merece una entrevista en dos partes de 25.000 caracteres, se los damos sin dudar. Algo impensable en un periódico, salvo que el entrevistado sea Obama, y ni eso.

Los medios convencionales ya no tienen presupuesto para nada. Nosotros tenemos en cambio presupuesto para todo: por un módico precio, 25 euros al año, pagamos nuestro sitio web. Por 20 euros vamos de Madrid al Hay Festival de Segovia a entrevistar a Yasmina Khadra, y por un poco más en Ryanair nos colamos en Pennabilli, Italia, para entrevistar a Tonino Guerra. Cualquier fin de semana gasta uno más.

Los medios convencionales han cerrado prácticamente sus puertas a la creación. Nosotros publicamos regularmente poesía y relatos, colgamos música, etc.

Los medios convencionales viven sujetos a sus índices de venta y sus audiencias. A nosotros nos preocupan las visitas y los usuarios, claro, pero no nos va la vida en ello. Tenemos fe en lo que hacemos y será cuestión de tiempo que reclutemos a un buen número de incondicionales.

Los medios convencionales tienen puesta la mirada, como es lógico, en la palpitante actualidad. Nosotros ponemos un ojo en la actualidad y otro en la posteridad. Si necesitamos tres días para hacer un análisis sensato de la cuestión del velo en España o el asesinato de Bin Laden, nos lo permitimos. Nuestra ambición es que los contenidos que publicamos sean leídos dentro de 20 o 30 años con el mismo interés, o más.

Por último, somos competencia de los medios convencionales en la medida en que el minuto que un usuario emplea en leernos es un minuto que no está leyendo El País o El Mundo. Pero, para que no se lleven una impresión equivocada, no somos los talibán. No tenemos nada en contra de los medios. Por lo contrario, todos trabajamos para revistas y periódicos. No somos una guerrilla alternativa. Somos de El País, El Mundo, La Razón, ABC, El Correo... Muchos de nuestros reportajes han sido publicados en estas cabeceras, pero los relanzamos enriquecidos con su contexto, con datos esclarecedores, precisamente porque no luchamos contra el espacio ni el tiempo, esas dos amenazas de la calidad.


Sólo queremos continuar allí donde los medios convencionales ya no dan más de sí: en la calidad periodística como valor supremo. Donde el portaaviones toca fondo, desembarcan nuestras lanchas.


P.S.- Hay una última razón para defender el periodismo digital silvestre que hacemos: mientras que en los medios convencionales ya nadie trabaja tranquilo bajo la espada de Damocles de los despidos, en M'Sur sabemos que seguir trabajando depende sólo de nuestra voluntad y de nuestras ganas. La foto de arriba es de don Antonio Acedo.

sábado, 21 de mayo de 2011

Otras lecturas/ relecturas del mes de abril

Stan Lee/ Jack Kirby. X-Men.
Marina Gasparini Lagrange. Laberinto veneciano.
Alberto Manguel. Conversaciones con un amigo.
Yevgueny Yevtushenko. Manzanas robadas.
Maruja Torres. Fácil de matar.
Mircea Cartarescu. El ruletista.
Manlio Sgalambro. La consolación.
Andrea Camillieri. El campo del alfarero.
Cees Nooteboom. Lluvia roja.
Charles Simic. Una mosca en la sopa.
Charles Simic. La voz de las tres de la madrugada.
Sergio Pitol. Una autobiografía soterrada.
Khaled al Kamissi. Taxi.
Gunnar Ekelöf. La leyenda de Fatumed.
Antonio Colinas. La tumba negra.

viernes, 1 de abril de 2011

Otras lecturas/ relecturas del mes de marzo

Alessandro Baricco. Emmaus.

Aleksandr Hemon. Amor y obstáculos.

Joumana Haddad. Yo maté a Scherezade.

Carlos Pujol. Los fugitivos.

Antonio Orejudo. Un momento de descanso.

Rafael Reig. Todo está perdonado.

Jorge Edwards. La tumba de Montaigne.

Agustín Fernández Mallo. El hacedor (remake) de Borges.

Jorge Luis Borges. El hacedor.

Tony Judt. Algo va mal.

Llàtzer Moix. Arquitectura milagrosa.

Guillermo Pérez Villalta. Melancólico Rococó.

Luis García Montero. Un invierno propio.

Joan Margarit. No estaba lejos, no era difícil.

Alfredo Taján. Naumaquia.

Rubén Darío. Sonetos completos.

Otras lecturas/ relecturas del mes de febrero

Horacio Castelanos Moya. La sirvienta y el luchador.

Andrzej Kusniewicz. El Rey de las Dos Sicilias.

Manuel Vicent. Aguirre, el Magnífico.

Stendhal. Vanina Vanini.

Aleksandr Hemon. La cuestión de Bruno.

Eugenio Montale. Poesía.

Pier Paolo Pasolini. Nueva York.

Julián Marías. Notas de un viaje a Oriente.

Manuel García. De bares y de tumbas.

lunes, 7 de febrero de 2011

Paqui Arias, defensa de la alegría


De unos versos de Benedetti con música de Serrat -"Defender la alegría..."- extrajo Paqui Arias su lema. Entendió que la alegría, más que un estado de ánimo, es un verdadero oficio que exige dos talentos: perseverancia y generosidad. Alegre vocacional y a tiempo completo, prodigó su sonrisa a manos llenas y por los cinco continentes. Cualquiera que se haya cruzado en su camino, ya sean escritores famosos o camareros, vendedores del mercado o revisores de tren, conserva de ella un recuerdo perdurable.

Es imposible, pues, pensar en Paqui sin sonreír. Y mucho más recordar sus peripecias sin acabar riendo hasta las lágrimas. Allí donde recalara, una playa perdida del Pacifico o una populosa ciudad de la India, a los cinco minutos había trabado amistad con todo el mundo, y roto dos o tres corazones. No necesitaba conocer el idioma vernáculo: dominaba el esperanto de la naturalidad y el desenfado. Era suficiente. Al marcharse, invariablemente, la gente del lugar quedaba desconsolada y anhelando su vuelta, que era el estado habitual de quienes la queríamos aquí, en su Gerena natal y en Sevilla.
Será por eso que nadie cree que se haya ido de veras, y sí que este adiós no es sino otro de sus embarques, que pronto volverá contando aventuras y repartiendo besos y regalos. No lo creen los parroquianos de los boliches porteños, ni las mujeres cubiertas con túnicas de colores de Rajastán. Nunca han suspirado tanto los muelles desde Marsella a Mayotte. En Delhi y en Bogotá tampoco se resignan. Hay quien asegura haberla visto bailando en la vieja noche de las islas griegas, y no faltan los surfistas que a veces, entre festones de espuma, la reconocen caminando bajo el sol de Australia.

Su desparpajo, su risa contagiosa, con esa afonía inconfundible, la mirada felina que proyectaba sobre el mundo son ya indelebles, como su torrencial sentido de la amistad. Pero no lo es menos el coraje y la lucidez con que afrontó los reveses de la suerte. Aquello que escribió hace unos meses, “Es hora de pelear”, parece el rubro de estos tiempos duros, turbios, inclementes. Vendrán muchas ocasiones para preguntarnos cómo habría reaccionado Paqui ante esta o aquella adversidad, y tratar de emular su ejemplo y el de su familia. Ojalá nos asista entonces su valor y su fortaleza, pero también su capacidad para celebrar las bonanzas y paladear ese licor escurridizo que llamamos felicidad.

Eso ha sido, eso es Paqui, y muchas cosas más. Una rebelde, una hedonista irredenta, una cómplice, una tenaz cazadora de emociones, una cautivadora femme-fatale, una amenísima y vehemente conversadora, una mujer ferozmente libre. Muchos la conocimos gracias al periodismo: el oficio más bonito del mundo, dicen, después de la alegría.

[Publicado en El Correo de Andalucía]

martes, 1 de febrero de 2011

Otras lecturas/ relecturas del mes de enero

Carlos Edmundo de Ory. Diarios.
Nina Berberova. Aleksander Blok.
Leonardo Sciascia. Todo modo.
Leonardo Sciascia. El caballero y la muerte.
Giorgio Bassani. El jardin de los Finzi-Contini.
Marcos Giralt Torrente. Tiempo de vida.
Daniel Ruiz. La mano.
Jorge Molina. 123 motivos para no viajar a Sevilla.
Juan Eduardo Zúñiga. Brillan monedas oxidadas.
J. M. Estrugo. El retorno a Sefarad.
José María Álvarez. Los obscuros leopardos de la luna.
José María Alvarez. Diarios de la serpiente de Bronce.
Pablo Neruda. Residencia en la tierra.
Braulio Ortiz Poole. Hombre sin descendencia.
Rafael Adolfo Téllez. Muertes y maravillas.
Andrés Sanchez Robayna. La sombra y la apariencia.

sábado, 8 de enero de 2011

Adioses del 2010: Sigfrido Martín Begué


Una variante del aserto "lo que no se escribe, no existe" niega carta de naturaleza a todo aquello que Google no pueda encontrar. Me ha hecho pensar sobre todo esto la triste noticia de la defunción de Sigfrido Martín Begué, el 31 de diciembre pasado, en ese final de año que se ha llevado a tanta gente, y tan valiosa. He buscado en mis cuadernos de hace siete u ocho años sin éxito, lo he intentado por los buscadores de la red, pero no he encontrado una sola referencia a la visita que este excepcional dibujante hizo (¿la hizo?) a Cádiz, invitado por el programa FronteraSur del que tuve la suerte de formar parte.

Y he tratado de recordar un café que me tomé a solas con él -aunque luego se nos incorporó (¿seguro?) la también artista Pilar Albarracín- en el bar del Palacio de Congresos, donde celebramos el encuentro. Casi lo estoy viendo, con chaqueta negra y corbata roja. Y trato también de rescatar sus comentarios ingeniosos, su buen humor sin ser chistoso, la modestia con que recibía mis piropos a su obra, absolutamente sinceros. Durante años, cada domingo, Sigfrido nos obligaba a abrir el suplemento de El País por la última página, donde sus trabajos ilustraban los artículos de Antonio Muñoz Molina. Pero en la necrológica de este periódico no se dice nada de eso. ¿También lo he soñado?

Amante de los suelos ajedrezados, de los animales y los muñecos articulados, de los homenajes a grandes pintores; icono de la Movida a su manera, surrealista a su manera, pirandelliano a su manera, Sigfrido Martín Begué se ha ido prontísimo, a los 51 años, y no tengo modo de poner en pie, ni documentar como es debido, mi propio recuerdo personal. Lo que sí he encontrado es una obra suya, que reproduce la Isla de los Muertos de mi adorado Böcklin. Sólo que no logro ver a Sigfrido a bordo de la barca de Caronte, sino subido a esa avioneta, saludando desde arriba, haciendo girar esa hélice multicolor.

jueves, 6 de enero de 2011

Otras lecturas/ relecturas del mes de diciembre

Nico Blunda, Marco Rizzo e Giuseppe Lo Bocchiaro. Mauro Rostagno, prove techniche per un mondo migliore.
Marco Rizzo/Lelio Bonaccorso. Peppino Impastato, un giullare contro la mafia.
Luigi Politano/Luca Ferrara. Pippo Fava, lo spirito di un giornale.
José Fonollosa. Miau.
Don Delillo. Punto Omega.
Avelino Hernández. Mientras cenan con nosotros los amigos.
J. A. González-Sáinz. Ojos que no ven.
Claudio Magris. Microcosmos.
Claudio Levi. Parole come pietre.
Franco Battiatto. Auguri Don Gesualdo.
George Trakl. Cantos de muerte.
Aleksandr Blok. Versos de la Bella Dama.
Aleksandr Blok. Los doce y otros poemas.
Rainer Maria Rilke. Elegías de Duino.
Rainer Maria Rilke. Cartas a un joven poeta.
Gerard de Nerval. Obra poética.
Yannis Ritsos. Epitafio.
Juan José Tejero. Cuaderno de extravíos.
Enrique García-Máiquez. Con el tiempo.
Javier Egea. Paseo de los tristes.