jueves, 27 de agosto de 2009

Teselas griegas (y XII) Último paseo ateniense

Desayuno en la Plaza Victoria, en el Cafe des Poetes, que no es el mas barato pero esta decorado con fotos de bardos griegos -Elytis, Seferis y Ritsos son los únicos que reconozco- y en frente, apartado junto a la barra, la mirada presidencial de Constantino Cavafis. Descendemos a paso tranquilo hacia las vías conocidas de Monastiraki y Plaka, y pasamos la mañana entregados al engorroso y preceptivo rito de las compras.
El mejor rato del día lo pasamos almorzando saganaki -queso frito- en una calle apartada, con música griega a cargo de una pareja que toca el bouzaki y la guitarra francamente bien. El repertorio se me hace como la propia Grecia: algunas canciones suenan tristes, otras sarcásticas, pero todas guardan un delicioso sabor tradicional, de mar y campo, y dan para escalas melódicas muy bellas.
Antes de que caiga la noche nos demoraremos en espléndidas librerías, vagaremos por la plaza Syntagma, donde una ruidosa manifestación cuyas consignas somos incapaces de descifrar ha propiciado un exagerado despliegue de antidisturbios. Pasamos de largo y nos metemos en el Jardín Botánico, pródigo en gratas sombras, y entre ceibas, gansos y pensativas tortugas, aislados del ruido y el humo, vamos despidiéndonos de Atenas y de todo el país. Claro que han quedado muchas cosas por hacer: comer cordero y dar un salto los monasterios del Monte Athos, o, más lejos, las vertiginosas rocas de Meteora, por ejemplo. Pero siempre hay que dejar cuentas pendientes para no perder el camino de regreso.
Nuestro avión saldrá muy temprano, por lo que nos dirigiremos al aeropuerto antes de que amanezca. Miro de nuevo las calles entre tinieblas y me viene a la cabeza aquel párrafo de Calokiris, entre otras cosas traductor de Borges, que no me resisto a copiar antes de poner fin a mi breve crónica:
Displicente, cabezota, aireada, las más de las veces desagradecida, en sus relaciones celebra sin cesar los aniversarios pasados, generosa a veces e imprevisible, de formación mediana e igual altura, bastante elocuente, sin embargo, quejumbrosa empedernida y crédula, tan maleable, fácil presa de demagogos, aunque no sin esporádicos destellos de tolerancia, asimila continuamente sus errores, despreocupada y celosa al mismo tiempo, valiente y oportunista por supuesto, burlona y coqueta, se alimenta de noticias y evasivas y de cuando en cuando se lanza impetuosa hacia el futuro aunque en el fondo se mece, triste como un jardín. Y a pesar de todo atractiva, con un gran círculo de amantes todavía. Como una explosión de paciencia. Como un castigo de la Historia... Estoy hablando de Grecia.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Teselas griegas (XI) Taxi en Atenas

"Hablamos espagnol!", dice desplegando los brazos y la sonrisa el taxista del puerto, cuyo vehiculo compartiremos de nuevo con una viejita. Tales entusiasmos encubren por lo general alguna picaresca, pero esta vez la alegria parece sincera. El tipo vivio, segun nos cuenta, en Catalugna, y para el no hay tierra mas parecida al alma griega que la espagnola, sobre todo Andalucia. No se pone tan didactico como su colega de Creta, pero su orgullo si sale a relucir:
-Grecia tiene 300 islas, y cada una es un mundo. Pero cuando vuelvan, vayan al continente, veran maravillas.
El es de Tesalonica, y piensa regresar en breve. "Alli tengo un paradiso", asevera.
A esta hora de la madrugada, la vieja y desalignada Atenas me inspira simpatia, pero no deja de sorprenderme su atraso. Ni el chofer ni la anciana llevan cinturon de seguridad, a pesar de que vamos a una velocidad considerable. El hombre pide permiso para fumar y explica que aqui han intentado imponer la ley antitabaco, pero no funciona: nadie hace caso. Se sorprende de que en Sevilla mucha gente vaya en bicicleta, y asegura que el problema de Atenas no es la contaminacion, sino el hecho de que los tomates no saben a nada.
Tambien nosotros hemos fumado en los aviones, hemos pasado ante la Giralda negra como el carbon, nos hemos burlado de las costumbres londinenses de pubs libres de humo, nos han parecido ridiculos los ciclistas y unos timoratos los conductores que llevaban cinturon, todo ello mientras nos jactabamos de vivir en el mejor de los mundos posibles. Pero todo llega, aunque a veces demore una, dos, tres decadas.

lunes, 24 de agosto de 2009

Teselas griegas (X) Adiós, Creta

Se acerca el momento de despedirse de Creta, pero antes habra que rodar un poco mas: una visita a la rocosa playa de Ravdoucha, donde el temporal no nos permitira bagnarnos, pero si probar un delicioso pescado; un salto rapido a Malaxa, donde nos dijeron que podriamos probar un queso de cabra muy fuerte y denso conocido como staka, pero que encontramos las calles desiertas como las de un poblado fantasma; un maravilloso chapuzon mas -esta vez si- en la zona de Katahas, al otro lado de la peninsula de Rodopou, donde bucearemos entre preciosos peces aguja, brillantes doradas, erizos abundantes y bancos de pececillos diminutos que brillan como moneditas de oro bajo la superficie. Alli degustaremos un rico bouleki -pastel de calabacin- y nos defraudara la retsina, un vino blanco con fuerte sabor a tierra y escaso poder refrescante.
Cuando llegamos a Chania para devolver el coche, la ciudad era un hervidero de turistas comprando chucherias compulsivamente. Yo no queria marcharme sin visitar el viejo mercado, pero me lleve una nueva decepcion al comprobar que los clasicos puestos de quesos y carnes han sido desplazados casi por completo por tiendas de pulseritas, imanes de nevera y kombolois, esa especie de rosarios griegos hechos con piedras de diversa calidad muy utiles, dicen, como tratamiento antiestres.
Entre unas cosas y otras, se nos echa la hora encima y hay mas gente que taxis en la parada. Nuestra suerte es que en Grecia (como en buena parte del Mediterraneo) los taxis se "rellenan" segun se puede, y a nosotros nos permiten subir a uno que acaba de coger una viejita. El chofer pregunta a que hora sale nuestro barco, hace sus calculos y pone su auto a 120 por calles en las que puede cruzarse cualquiera. Deja a la anciana en una esquina convenida y enfila el camino al puerto de Souda dejandose poseer por su espiritu de guia turistico frustrado, resumiendonos en apenas doce minutos todas las maravillas de la isla: que si esta fue la primera civilizacion, que si de aqui salieron las primersa monedas, la matematica, el pensamiento, la astronomia... Que si Minos, que si Europa, que si Zeus... Parecia imposible conducir a esa velocidad y mantener el discurso, pero nos deja a las puertas de nuestro buque con diez minutos de antelacion y la leccion recitada.
Me conmueve el orgullo del taxista, pero me temo que Creta ha sido muy abandonada por todos, empezando por los propios cretenses. Seguramente no hemos venido en la mejor epoca, y sin duda son muchas las maravillas que no hemos alcanzado a contemplar en nuestro breve paseo, pero esa idea se ha hecho demasiado fuerte y vuelve ahora, cuando subimos a cubierta para despedirnos de esta tierra hasta quien sabe cuando. Una isla donde la gente ha debido llevar una vida bastante dura mereceria mejor suerte, pero la sensacion general es que es mucho lo que ha quedado en el camino, mas que nada en sus ciudades, la mayoria sin color ni sabor, pero sobre todo sin memoria. Pero es cierta que Creta ha sido mucha Creta: no hay ninguna razon para no confiar en que vuelva a lucir algun dia los esplendores de antagno.

domingo, 23 de agosto de 2009

Teselas griegas (IX) Un baño en Elafonisi

Llega la hora de ejercer de catadores de playas como dios manda, porque hasta ahora no podemos decir que nos hayamos lucido en ese aspecto. Nuestra primera eleccion es Elafonisi, al suroeste: no lejos de Kissamos, salvo por el hecho de que bajamos por la carretera antigua, estrecha y muy sinuosa, que ofrece vistas vertiginosas del mar y los valles del interior; por suerte, el trafico es escaso.
Algo mas tardamos en llegar, y encontramos la playa asediada de coches y autocares. Pero el espacio es tan vasto que no se percibe la masificacion. Elafonisi es un sistema de piscinas de aguas verdeazules y diafanas, como pueden ser las mejores del Caribe, rodeadas de abundantes arenas rubias y salpicadas de islotes. Encontramos un espacio de sombra, pues es fuego lo que cae de alla arriba, y nos damos un par de buenos bagnos contentos de que haya fauna marina que ver bajo la superficie.
A la vuelta, esta vez por la carretera moderna, cruzamos por un monton de pueblos que son apenas cuatro casas, a lo sumo algun cafetin con un pugnado de parroquianos viendo el tiempo correr desde sus sillas impavidas, o alguna mujer con su par de churumbeles alumbrando la esperanza de que un coche se detenga para comprarle un tarro de miel. Acabaremos el dia playero en Falasarna, azotada a ultima hora de la tarde por un oleaje que desaconseja internarse demasiado en el mar. Por otro lado, tampoco hay demasiado que ver en el fondo. Algunos pececillos amistosos y poco mas. "Bucear en Creta?", recuerdo que se sorprendio Giorgos. "No vais a ver nada. Alli pescan con dinamita".

sábado, 22 de agosto de 2009

Teselas griegas (VIII) Decepción en Cnossos

Junto con el tributo a Kazantzaki, mi principal motivación en la visita a Heraklion era conocer Cnossos: un viejo sueño desde que vi esa foto de Borges en el Atlas, sentado en una escalera del palacio de Minos y bañado por una luz inmemorial que, no me cabía ninguna duda, era la misma que había calentado el lomo del Minotauro. Con esa ilusión subimos al coche y nos plantamos de un salto en el recinto al que, muy de mañana, iba confluyendo una multitud de visitantes en bermudas y camisetas de tirantes.
Una vez dentro, la impresión es desoladora apenas empezamos a caminar, pues resulta evidente que la práctica totalidad de los muros y columnas que vemos son burdas reconstrucciones, por no hablar de las estructuras de madera: cemento cubierto de pintura de imitación.
Sólo las marcas de lo que alguna vez fue este conjunto arquitectónico dan una idea fiable de sus tremendas dimensiones, pero por lo demás parece imposible saber qué pudo ser auténtico y qué obra del célebre y controvertido Arthur Evans, el tipo avispado que levantó toda la tierra acumulada (y movió todas las cementeras necesarias) para que Cnossos quedara como él quería.
Decepcionados, subimos al coche y ponemos proa hacia el oeste de la isla. Buscando un buen sitio donde darnos un chapuzon, nos desviamos hacia la playa de Geropotamos, a medio camino entre Panormos y Rethymno. No es para darle ningun premio internacional, pero el agua es limpia, hay un arco excavado en la roca bajo el cual pasan las barquitas y los submarinistas, y los pececillos se dejan ver. Careteamos un poco y, cuando empieza a abrirse el apetito, nos dirigimos hacia una zona un poco insulsa pero apacible, conocida como Gerani Beach, donde daremos cuenta de una buena sepia, con ensalada griega y tzatziki.
La primera impresion al llegar a Kissamos es la de estar internandonos en un asentamiento chabolista. Pero seguimos rodando y un poco mas adelante damos con un hotel bonito -el Kissamos-, con un balcon que permite ver caer el sol entre Gramvousa (donde fondeaba el abuelo pirata de Kazantzaki) y Rodopou, mientras la falda de los cabos se va cubriendo lentamente de brumas. Las ciudades se caen o se echan a perder, o llega un Evans que las desfigura por completo; pero el mar, siempre cambiante, es siempre maravilloso, el que miraba Ulises y el que veremos esta noche nosotros.

viernes, 21 de agosto de 2009

Teselas griegas (VII) En la tumba de Kazantzaki

De la obra de Niko Kazantzaki (así, sin la s final, por expreso deseo del autor) es más fácil encontrar en España alguna versión cinematográfica que cualquiera de sus libros, ni siquiera el famoso Zorba. En Creta sí se venden, en inglés y en las tiendas de souvenirs, su Zorba, su Carta al Greco y alguno más, y no hay tienda de discos que no despache bandas sonoras de sus filmes con el inevitable rostro sonriente de Anthony Quinn en la portada.
Tenía curiosidad por saber si los vecinos de la isla que vio nacer al gran escritor griego habían sido capaces de honrarle como es debido, y me apresuré a visitar el túmulo que erigieron aquí, en Heraklion, para acoger sus restos. El taxista no está seguro de que esté abierto al público a esta hora, pero yo me conformo con ver cómo cae el sol en ese punto exacto de la ciudad. Los alrededores son bloques de viviendas en los que el eco multiplica el ladrido de unos perros y el ruido del tráfico, mezclado con la música rai que sale a toda voz de un kiosko cercano.
Junto a la tumba del escritor, me sorprende ver que se alza la sede del Athletic Club Heraklio, y ahora recuerdo que Mauricio Wiesenthal contaba que mucha gente venía a la tumba no por devoción literaria, sino para ver los partidos desde arriba.
Mi admirado Wiesenthal vino a hacerle una ofrenda de canela, nuez moscada y vino. Yo entro en el recinto con las manos vacías, saludo a dos yonquis que vegetan a unos metros de la lápida -donde alguien ha olvidado un mechero entre los despojos de una plata-, me pongo frente a la cruz y ahora sí, miro hacia el horizonte al rojo, hacia esa línea de costa que se incendia con las últimas luces de la tarde.
Volvemos al centro de Heraklion, la vieja Candia, entre fuentes y calles comerciales, donde nos espera una deliciosa mousaka. En los soportales de la Logia -el Ayuntamiento-, tan castigado por los bombarderos de la II Guerra Mundial, los jóvenes cretenses sacuden sus cuerpos no al compás del viejo sirtaki, sino al compulsivo ritmo de break-dance.

jueves, 20 de agosto de 2009

Teselas griegas (VI) De Rethymno a Heraklion

Muy de mañana subimos a bordo de nuestro coche recién alquilado, nos despedimos de Chania y enfilamos la carretera rumbo a Rethymno. Pensando que Chania está considerada la perla de la isla, nos temíamos lo peor. Sin embargo, antes del mediodía llegaremos a un lugar que, también con su puerto veneciano y sus tiendas de souvenirs, tiene encanto: el de la ciudad vivida, el de los vecinos yendo y viniendo por sus itinerarios habituales, envejeciendo dignamente en las mismas calles en las que crecieron.
Dicen que a finales de julio se celebra aquí una gran fiesta del vino, pero en el parque municipal que supuestamente la acoge no encontramos ni rastro de celebraciones dionisíacas. Paseamos un poco entre los leones renacentistas de la fuente Rimondi y el minarete apuntalado de la mezquita Nerantzer, y paramos a comer en algo que parece el salón de una casa más que un restaurante. La propietaria, amabilísima, nos servirá a muy buen precio cerveza griega, ensalada griega (con el inevitable queso feta), unos pinchos de cordero y un delicioso tzatziki, ese aperitivo de yogur mezclado con ajo y pepino que acompaña de manera muy tentadora al rico pan de la isla.
Después de un digestivo café mirando al mar seguimos nuestra ruta: Perivólia, Platanias, Stavrómeros, Skaletá, Panormos, Paleokástro... No tardaremos en descubrir una curiosa circunstancia de la carretera cretense, y es el hecho de que, a la hora de adelantar, el arcén sirva como segundo carril, de modo que si sientes que un auto quiere pasarte, no tienes más remedio que echarte al margen. ¿Y qué sucede si en el arcén hay un coche averiado o unos operarios trabajando? Eso mismo nos preguntamos nosotros.
Con no pocos sobresaltos llegamos por fin a Heraklion, unánimemente considerada la ciudad más fea de Creta, la castigada capital de la isla. A mí, y no es por llevar la contraria, no me parece tan horrenda a primera vista. Otro puerto veneciano, murallas que se ruborizan a la caída del sol, un centro con calles que caen en pendiente hacia el mar, me recuerda en cierto modo a mi Ceuta. Clavamos nuestra bandera en el primer hotel que encontramos a mano, el deslustroso Irini, con un enorme solar sembrado de grúas como única vista desde nuestro balcón, y todas las demás persianas bajadas, como si fuéramos los únicos huéspedes o todos nuestros vecinos fueran vampiros. Nos refrescamos un poco y corremos, antes de que se haga de noche, a cumplir con el propósito que nos trajo hasta aquí.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Teselas griegas (V) La garganta de Samaria

Mi amigo Iván hizo este camino hace unos veinte años, y me habló del largo descenso, desde los más de 1.200 metros sobre el nivel del mar hasta la playa, atravesando la garganta de Samaria. Nosotros tomamos antes del amanecer un bus que nos llevará por una carretera llena de curvas imposibles hasta Omalos, punto de arranque de la marcha. Empezamos a bajar a buen ritmo por un sendero bastante inclinado, que revela montañas majestuosas forradas de bosques de coníferas y riachuelos rumorosos. Serán en total seis horas de caminata con diversas escalas, por un camino a ratos pedregoso, a ratos de tierra dura y polvorienta, otras veces rocoso y abrupto, por el que no tardan en empezar a resentirse las rodillas y los tobillos.
De hito en hito nos adelantan recuas de mulos haciendo sonar sus cascos resignados en las rocas, o encontramos alguna de esas cabras salvajes típicas de la isla que llaman kri-krí, bastante acostumbradas a la presencia y las cámaras de los senderistas. Por fin abordamos la garganta propiamente dicha, caminando paralelamente al río, poco caudaloso por estas fechas. Y aunque el agotamiento nos empuje a culminar la misión cuanto antes, no podemos evitar impresionarnos ante el estrecho pasillo entre dos alturas tremendas, como si el macizo pétreo hubiera sido hendido con un cuchillo. Ahora entendemos también que estas montañas fueran un eficaz refugio contra los invasores turcos, pues no debió de ser fácil su acceso para ningún ejército que no sea el talibán.
Casi sin creerlo llegamos a la playa de Agia Roumeli, donde nos regalaremos el primer baño cretense y evaluaremos los daños físicos antes de que venga a rescatarnos el barco que ha de llevarnos a Souya, y luego otro bus hasta Chania, atravesando un mar de olivares por carreteras una vez más espeluznantes. Iván me habló de las cumbres cubiertas de bruma y la sombra de los pinos gigantes en Samaria, pero olvidó decirme que, cuando se enfría el músculo, sientes como si tuvieras un cuchillo clavado en cada muslo y otros tantos en cada gemelo. "Mañana será peor", nos dirá luego el recepcionista de nuestro hotel, con una sádica sonrisa.

domingo, 16 de agosto de 2009

Teselas griegas (IV) La burbuja de Chania

Desembarcamos en el puerto de Souda y tomamos un taxi a la cercana Chania, nuestro primer destino cretense. Como es una hora bastante temprana, hacemos tiempo desayunando en el puerto veneciano, con su faro coqueto, sus fachadas restauradas con estilo, bajo las cuales despliegan sus toldos los restaurantes más madrugadores. La atmósfera es apacible, el lugar parece hermoso, suaves olas salpican el pie de los norays. Pero algo falla. Más tarde, cuando callejeemos por la zona -muy veneciana- de Topanas, sabremos de qué se trata. Todas las tiendas que van abriendo son de objetos artesanales, vestidos y postales. Las calles, gustosas de caminar, están llenas de carteles que dicen Breakfast & lunch, Hotel y Rooms for rent. Apenas hay señales de vida indígena en la zona.
Tal vez no podrían haberse conservado de otro modo las casas del XVII con sus cierres otomanos, la simpática cúpula de la mezquita que me recuerda al ingenio aquel que amargaba la vida a Los Increíbles, los arsenales venecianos. Pero que todo ello haya sido a costa de que el pueblo se haya marchado en masa y convertido la zona en un escenario de cartón piedra desnaturaliza por completo el espíritu del lugar. En otros lugares muy turísticos, por ejemplo el sevillano Barrio de Santa Cruz, al menos sigue habiendo vecinos de siempre, y eso da un carácter irremplazable un sabor genuino.
A la hora de comer damos al menos con una referencia literaria, el restaurante Karnagio que Markaris describe en la citada novela como el no va más de la cocina cretense. Aquí pediremos por fin la famosa taramosalata hecha con huevos de pescado y unos salmonetes deliciosos, todo regado con vino blanco y culminado con un sorbo de ardiente raki.
Después de descansar un poco damos otro paseo sin perder la esperanza de encontrar algo de vida nativa por los alrededores. Y la encontraremos, esta vez sí, bordeando la línea de mar, en un paseo marítimo pespunteado de terrazas donde se habla griego a voces, se juega a ese backgamon al que juegan los griegos, se toma batido de café y -prueba definitiva- no se cena a las siete de la tarde. Nos regalaremos un delicioso rato de lectura frente al mar sin saber si estamos en Sousse, en Beirut o en Rota, pues este azul es capaz de hermanar a orillas muy diversas.
Pero Chania, "la más bella ciudad de Creta" según el criterio unánime de las guías turísticas, es para los fabricantes de postales esa burbuja a la que regresaremos al anochecer. Ya en la cama, con las luces apagadas, nos iremos hundiendo en el sueño al compás de las canciones griegas que entonan unos músicos tañendo sus bouzaki junto a nuestra ventana.

Teselas griegas (III) Navegar es necesario

Navegar, ya lo sabemos, es necesario. Hacerlo por el mar Egeo, y además de noche, sólo una fantasía largamente acariciada. Por fin iba a poder vivirla, pero no imaginaba de qué modo. Habíamos sacado los billetes más baratos que había, pensando que ocho o nueve horas se van sin sentir, pero no podíamos imaginar a qué plaza nos daban derecho: cafetería del barco, siéntese donde pueda, y si no encuentra sofá, bien vale el sutil instrumento de tortura de una silla con el respaldo justo a la altura de los riñones. La otra alternativa es pernoctar en cubierta, al pairo de los vientos. ¿En qué condiciones vamos a llegar mañana a Creta? Por suerte, nos dejan descambiar sobre la marcha nuestros pasajes y comprar unos de cabina, que al menos nos permitirán dormir un poco en horizontal.
En su novela El accionista mayoritario, Petros Markaris imagina el secuestro de un ferry Atenas-Creta por parte de un grupo terrorista. Si yo fuera el comisario Kostas Jaritos, más bien me propondría detener a quienes diseñaron el mobiliario de estos buques. Cenamos pescado y un pan oscuro con tomate y queso que los griegos llaman koukouvaya. Luego, antes de irnos a dormir, tratamos de reconocer desde la cubierta alguna isla de las Cícladas en la oscuridad del horizonte, y a la Osa Mayor y Casiopea en el cielo despejado. Por el camino sorteamos a docenas de pasajeros durmiendo, o intentándolo, por los suelos o en asientos imposibles, practicando contorsiones asombrosas. Nosotros nos encerramos en nuestro camarote diminuto, y trataremos también de conciliar el sueño a pesar del fragor de los motores y las voces que atraviesan las paredes. Nunca he estado tan cerca de dormir en una caja de herramientas.
Despertamos media hora antes de tocar puerto, y salimos a cubierta para ver cómo la aurora de los dedos rosados, que diría Homero, araña ya el cielo y la silueta de la isla se revela en la proa, envuelta en una ligera bruma.

sábado, 15 de agosto de 2009

Teselas griegas (II) Salvemos los museos

A la luz del día, Atenas no parece tan fea como desaliñada, abandonada, muy por debajo del listón que se pide a un foco turístico mundial y a una ciudad que ha celebrado olimpiadas hace nada. Esta impresión contrasta con los escaparates, llenos de artículos como si se tratara de mostrar todo el género, pero ordenadísimos. Lo mismo en el mercado central, donde los carniceros disponen los filetes en filas escrupulosas, las cabezas de cordero en armónicos racimos, los pescadores las caballas en escuadrones uniformes y las doradas en formaciones de dos.
Distraído en estas pamplinas, alcé la vista y me di de frente con la impresionante Acrópolis. Después de haber visitado en Sicilia templos como los de Segesta o Selinunte, yo creía que en materia de arquitectura griega ya lo había visto todo. Me equivocaba. El conjunto arquitectónico de Atenas no sólo está excepcionalmente bien conservado, sino que las dimensiones son monstruosas. Abrimos boca merodeando por los alrededores antes de acometer la ascensión, que tampoco es para tanto. De dos saltos nos plantamos ante los imponentes Propileos y nos disponemos a rodear, razonablemente boquiabiertos, la mole del Partenón, en cuya cima vemos a un buen montón de operarios trabajando en su interminable restauración. Hay quien piensa, y resulta verosímil, que fue aqui donde Le Corbusier, apoyado en el tambor de una columna, concibió su modulor.
La evidencia aquí arriba es que el tamaño sí importaba en la antigua Atenas, pero nunca reñido con la delicadeza. Los muros diáfanos, las columnas esbeltas, la hermosura de las cariátides, son pruebas concluyentes de un gusto exquisito. El mismo suelo sobre el que se yerguen lo es, una atalaya privilegiada que muestra a un lado el hormiguero urbano y al otro el azul inconfundible del Mediterráneo. Tiene razón una vez más aquel que exclamó: ¡qué catadores de paisajes eran los griegos!
Bajar hasta la zona de Plaka y volver al callejeo equivale a un destierro del paraíso. Pero, imbuidos de espíritu clásico, después de almorzar unos proteínicos mejillones cocidos en una suerte de pisto, daremos un paseo hasta el Museo Arqueológico. Entre los kuroi y las kore paso al frente, el colosal Poseidón rescatado del mar y el no menos broncíaneo Perseo (¿o es Paris?), recorremos con placer todo un capítulo del libro de Historia del Arte de COU. Ahora que está tan de moda ser abolicionista de los museos, argumentando la necesidad de sacar el arte a la calle, que todos los fondos sean itinerantes y todos los contenidos interactivos, me asalta una súbita simpatía por el viejo museo, al que uno llega por su propio pie, con el que uno dialoga en silencio.
Lo mismo pienso cuando nos dirigimos al nuevo museo de la Acrópolis, concebido prácticamente para reclamar a Londres la sexta cariátide y los frisos del Partenón. El argumento de que en Inglaterra estaban más seguras ya no sirve, y sospecho que cualquiera que visite este edificio amplio y moderno estará de acuerdo en que las joyas robadas deben salir ya de los bajos del British. Museos sí, pero cada uno con lo que merezca.
No hay tiempo para mucho más, pues antes de la puesta de sol debemos dirigirnos al puerto del Pireo, donde ya oímos mugir al ferry que ha de llevarnos a Creta.

domingo, 9 de agosto de 2009

Teselas griegas (I) Atenas no es preciosa

Digámoslo así: Atenas no es la más hermosa de las capitales europeas. Es más, bien podría estar entre las cuatro o cinco primeras por la cola. Puede que la culpa la tenga el nombre: las seis letras de Atenas son demasiado grandes como para que exista una ciudad a su altura, así que -pensarán sus vecinos- para qué tomarse molestias. Mejor ver la vida pasar desde el cafetín, ese palco espléndido donde el tiempo queda atrapado en los posos de café y cualquiera tiene un plan infalible para arreglar el país o hacer que la selección nacional de fútbol gane la Eurocopa.
-Sevila, sevilanos... Sevila dos veces UEFA, ¿ah? - nos dice el taxista que nos llevará de la plaza de Syntagma al hotel, haciéndose el amigable para distraer nuestra atención sobre la clavada que nos tiene reservada, ese rejón de bienvenida que la picaresca sin escrúpulos reserva al turista primerizo. Asumimos el impuesto, qué remedio, pero añadimos de propina un silencio despectivo.
Después de descansar un poco y tomar un baño hasta el borde de agua templada llamamos a Yorgos, nuestro hombre en Atenas. Atravesamos la Plaza Victoria, concurrido punto de encuentro de magrebíes y subsaharianos que conversan después de arrastrar sus mantas de aquí para allá todo el día, y nos dirigimos hacia Exarchia, agradable zona de bares y terrazas con un eje un poco inquietante, un jardincillo pumarejero donde los últimos yonquis de la capital parecen rendir homenaje a Michael Jackson arrastrando las botas a paso de muerto viviente.
A medio camino, nos encontramos con un grupo de gallegos de edad madura que nos preguntan cómo llegar al Museo Arqueológico. Como tenemos un plano a mano, tratamos de orientarles:
-Lo malo es que aquí no tenéis apenas luz, con estas farolas tan tristes -dice una.
-Pero muy bien que habléis español, ¿eh? Eso es una alegría -dice otra.
-Señoras, es que somos españoles. Acabamos de llegar -les explicamos, y reconocemos una pequeña decepción en sus miradas.
La casa de Yorgos es grande y tranquila, apartada de la bulla noctívaga. Casado con colombiana, habla español con fluidez y ligero acento catalán, o eso me parece. Mientras devora unas berenjenas con muy buena pinta, nos da los billetes de barco que le pedimos y algunas recomendaciones útiles y se despide con prisa, pues tiene una cita. Nos invita a caminar hasta Monastiraki y dar un paseo por las calles peatonales pródigas en tiendas y restaurantes coquetos. Cruzamos plazas bañadas de luz amarillenta, avenidas por las que el tráfico fluye temerariamente, soportales sombríos, y al fin distinguimos allá en lo alto, como suspendida en medio de la oscuridad, la Acrópolis iluminada. Tal vez siempre fue así, puede que también en tiempos imperiales los poderosos se dieran cita allí, en las olímpicas alturas, mientras que acá abajo se arrastraba como podía la masa menesterosa.
Hoy sólo contemplaremos la maravilla desde abajo. "Luz petrificada" la llamó Lamartine, y lo parece aún más de noche, bajo el efecto de los focos. Nos guardamos la visita para mañana.

sábado, 1 de agosto de 2009

Otras lecturas/ relecturas del mes de julio

Ari Folman/ David Polonsky. Vals con Bashir.
J. G. Ballard. Milagros de vida.
Agustín Fernández Mallo. Postpoesía.
Alberto Porlan. País.
Angelo Scandurra. El hondón de los espejos.
Petros Markaris. Noticias de la noche.
Petros Markaris. El accionista mayoritario.
Dimitri Calokiris. El museo de los números.
Giorgos Seferis. Tres poemas secretos.
Mempo Giardinelli. Luna caliente.
Valérie Mréjen. El agrio.
Erri de Luca. El día antes de la felicidad.
Mauricio Wiesenthal. Libro de Réquiems.
Homero. Odisea.

León Tolstói. Las tres preguntas.
Fernando Pessoa. El elfo y la princesa.
Fernando Pessoa. Lo mejor del mundo son los niños.
Marguerite Yourcenar. Cómo se salvó Wang-Fô.
Émile Zola. El paraíso de los gatos.
Virginia Woolf. La viuda y el loro.
Paula Carballeira/ Peixe. Mateo.