En estos tiempos de marketing desaforado todo el mundo conoce el poder de un buen título o de una portada atractiva. Un libro de calidad como La insoportable levedad del ser funciona mejor que uno igual de interesante del mismo Kundera, como La inmortalidad o La lentitud. Y uno flojo -es mi opinión- como La conjura de los necios debe al título buena parte de su celebridad. Borges señalaba en cambio el hecho de que las grandes obras maestras tuvieran títulos bastante malos: El ingenioso hidalgo Don Quijote, Hamlet príncipe de Dinamarca, La guerra y la paz. Pero si no estás seguro de poder igualar sus contenidos, más vale que te busques un nombre mejor.
Braulio Ortiz Poole, colega de padecimientos periodísticos y literarios, me contó esta mañana lo que sucedió con su primera novela, poéticamente rubricada como Francis Bacon se hace un río salvaje:
* Alguien la llamó Francis Bacon se hace un LÍO salvaje.
* Otro la anunció como Francis Bacon se hace un TÍO salvaje.
* Y un programa de radio resumió: Francis Bacon se hace un salvaje.
Pero lo que más me ha sorprendido se refiere a uno de los detalles más llamativos de la novela, el hecho de que las páginas se lean en horizontal (o sea, con las líneas haciendo una paralela con las costuras del libro) y no en vertical como está mandado. Algunos lectores le reprochamos la manifiesta incomodidad de ese sistema, otros le felicitaron como una excitante innovación vanguardista. Lo que yo no sabía es que la intención del autor no era someter a nadie al trance de pasar 189 páginas como si fueran un almanaque. Resulta que, al enviar el original, la impresora le hizo una jugarreta y los folios salieron así. Al editor le pareció una simpática extravagancia y la acató hasta las últimas consecuencias.
Ahora Braulio está escribiendo, despacio pero en firme, una nueva historia. Que no tome ejemplo de Torcuato Luca de Tena y le dé por emular Los renglones torcidos de Dios. Fuerza, amigo.
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