Veo en la prensa a Paco de La Zaranda, con motivo del 30 aniversario de la compañía. Recuerdo una noche en el Festival de Teatro de Cádiz. Habían venido unos amigos cubanos y tomábamos un roncito a la roca cuando un tipo con aire de borrachín metepatas se acercó a nuestra mesa y empezó a provocarnos con modos groseros. Bien sabe dios que no soy nada pendenciero, pero la cosa se puso fea y estuvimos a un paso de llegar a las manos. Al día siguiente, yo tenía que entrevistar a un actor del grupo La Zaranda. Cuando Paco apareció por la sala de prensa, sobrevino la sorpresa y la carcajada, ¡era él!. "¿Sin rencores, no?", y pasamos media tarde conversando. Entendí entonces que esas salidas de tono eran unas peculiares performances que no pretendían liar ninguna pajarraca, sino despertar reacciones inesperadas y, sobre todo, poner a prueba el sentido del humor del personal. Lamento no haber estado a la altura.
Luego me tocó ver a Paco y los suyos muchas veces sobre el escenario. Ahí se me revelaron como auténticos magos: de la palabra, del gesto, de las luces, del silencio. En todos sus montajes funden las sombras de Valdés Leal con las desgarradas cornetas de la Semana Santa, el trapo viejo y tiznado con el oro de las ilusiones. Otro Paco, Algora, fue el primero en advertírmelo: "Siempre que ves a esta gente, sales del teatro con algo que no tenías antes de entrar". O que tenías, pero habías olvidado: la inocencia, una pureza que es patrimonio de la niñez, ¡el alma, cuántas veces les he oído hablar de eso de lo que nadie habla ahora, del alma!
Y después de las funciones -casi nunca antes, pues la hora de salir a las tablas es para ellos casi un rito sacerdotal-, la maratón de licores, la risa a boca llena, Gaspar cantando las seguiriyas más descoyuntadas (y sentidas) del mundo, Quique desde la barra con esa mirada limpia y tímida, Eusebio improvisando desvaríos, Juan regando las mesas con versos de Machado y pasos ebrios de Rafael de Paula, Paco retorciendo ocurrencias hasta las claras del día. Ahora dicen que van a llevar una de sus obras al cine. Quienes crean que están traicionando su esencia o algo parecido, no los conocen. Si Hollywood es la fábrica de los sueños, lo de La Zaranda ha sido siempre y será el taller artesano del pellizco. Así que pasen 30 años.
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