"Yo tuve un hermano/ No nos vimos nunca, pero no importaba". Los versos son de Cortázar, pero el sentimiento puede ser de cualquiera. Hay hermandades que no precisan del calor del abrazo, ni siquiera de la voz. Son comunidades de pasiones, afinidades imprevistas, lazos espontáneos que se refuerzan un día tras otro, que vencen airosamente todas las barreras y todas las distancias. Algo así he sentido hoy hacia el pintor Gianni Allegra.
Nos puso en contacto la profesora Dina Trapassi, cuando yo corregía pruebas de mi Defensa siciliana y barajaba ilustraciones para la portada. Empezamos a escribirnos, él en italiano y yo en español, y la simpatía y el entendimiento vinieron solos. Mail va, mail viene, Gianni me fue enviando sus propuestas, y al final tuve que elegir entre dos: una mujer desnuda de aire melancólico -donde yo veía a la protagonista de A y R- o los niños armados de su cuadro Pantaloni corti, que acabó sirviendo de cubierta.
Quise comprarle la pieza, hoy mismo la recibí primorosamente embalada, he corrido a colgarla y he comprobado que el original es mucho mejor de lo que podía imaginar. Cada golpe de pincel, cada detalle de esa composición tan aparentemente naïf, revelan el gusto y la sensibilidad de un artista cabal.
He dicho que, cuando se da una alquimia tan inmediata, todas las efusiones están de más. Así lo creo, pero también que el abrazo, la conversación, el café, el paseo ritual por Palermo, nos esperan agazapados en el porvenir. Ya están en camino.
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