Cantautor hondo y gustoso, el milanés Roberto Vecchioni tiene al parecer una obra literaria tan estimable como su discografía. Acabo de leer El librero de Selinunte, y lo he disfrutado: no para tirar cohetes, pero es un relato hermoso. Empieza como una fábula a lo Tornatore que no llega a rematar, diluida en referencias literarias y cinematográficas demasiado evidentes, pero con un sugestivo poso de encanto. Paso, en fin, de aguarle la lectura a nadie: juzguen ustedes mismos.
La única puntualización que creo importante se refiere a la ubicación: los protagonistas no pueden vivir, como afirman, en Selinunte, que es una formidable acrópolis griega al sur de Sicilia, sino -por lo que alcanzo a entrever gracias a algunas sutiles pistas- en Castelvetrano, muy cerca de allí. Claro que titular la novela El librero de Castelvetrano habría tenido, supongo, mucho menos gancho comercial.
Quizá no tenga demasiada importancia, pero es curioso que uno invoque el prestigio de ciertos lugares (o libros, o discos, o personas) y, al mismo tiempo, sin saberlo, los esté prestigiando. Me gusta la expresión "darle su sitio" a algo o a alguien. Lo contrario es cimentar, blindar la fama de ciertos lugares -o libros, discos, personas- entre la gente, el mercado, los medios de comunicación: hablando de Selinunte donde habría que decir Castelvetrano.
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