Tengo una foto en blanco y negro, con quince años de solera, junto a Ángel González en El Escorial. Él, recién llegado de Albuquerque, hojea el primer número de la revista Caleta, que acabámos de fletar, y yo aparezco como un pipiolo feliz retratándome junto a uno de mis ídolos. Por entonces estaba convencido de que formar parte de la poesía española era emborracharte con cada uno de sus popes vivos: José Agustín Goytisolo, Caballero Bonald, Quiñones, Paco Brines, Claudio Rodríguez y Pepe Hierro, que aunque mayor en edad, no iba a la zaga en lo que a gustos dionisíacos se refiere, esa querencia por la botella que dio a la Generación del 50 el ingenioso sobrenombre de Cosecha del 50.
De Ángel González aprendimos que era factible escribir del amor y de lo cotidiano desde la sencillez, que la poesía podía comprometerse con las grandes utopías como con las pequeñas cosas. Al asturiano le debemos muchas lecturas memorables, pero yo guardo en mi devocionario dos textos especiales. Uno es Dato biográfico, con el que me he reído a carcajadas. El otro es Me basta así, uno de los diez o doce mejores poemas amorosos del siglo XX español, con el que muchos hemos intentado ligar infinidad de veces: si no lo logramos fue por torpeza nuestra, no de los versos.
Vi por última vez a Ángel González en un recital en Sanlúcar. Estaba muy desmejorado, tal vez su escritura había perdido mucho pulso y frescura, pero conservaba el buen humor, la paciencia y la amabilidad sin tacha.
Pero prefiero recordarlo en la noche de El Escorial, no investido de la púrpura académica, sino triunfante en un sórdido karaoke, batiéndose en retirada después de emular dignamente a Nino Bravo o a Perales. Yo quería poder decir que me habían dado las claras del día con él, de modo que le espeté: "¡Ángel, no se vaya, la noche aún es joven!". Él me miró por encima de sus gafas y me replicó en tono condescendiente: "Hijo mío, la noche es muy vieja", y se marchó a su habitación. Eso hizo esta madrugada: irse a dormir después de una vida cantando muy bien.
2 comentarios:
Vi por ultima vez a Ángel González en la Feria del Libro de Madrid. Estaba firmando libros en la caseta de Visor, y estuve a punto de pedirle que me dedicara dos, uno para mi madre y otro para mí. Pero lo vi demacrado, y no quise acercarme. No quería ese recuerdo. Si yo fuese Dios, me habría ido una noche de copas con él.
Como dijo un petulante cuando se murió Quiñones: "Cada vez quedamos menos de los grandes". Y no era primo de Almudena. Besos ídem.
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