No hace falta ser especialmente mairenista, ni siquiera aficionado al flamenco, para disfrutar como cochino en charco de Antonio Mairena, su obra, su significado, una de las joyas con la marca de Fernando Quiñones más difíciles de encontrar. Quiso la suerte dejarme un ejemplar en buen estado en un anaquel de cierta librería de viejo gaditana, me lo llevé de un zarpazo y en un par de horas me lo he bebido con fruición. Qué soberano gustazo reencontrarse con la exuberante prosa del maestro, su humor elegante y sus -cómo no- oportunos guiños borgianos. Me ha encantado volver a oírlo, pues no puedo leer las cosas de Fernando sin traerme a la cabeza sus peculiares inflexiones y entonación -las mismas que, a poco que me descuide, se inmiscuyen de estrangis en mi propia escritura. En pocas palabras: que Quiñones, como se dice de los genios difuntos del flamenco, cada día canta mejor.
Nota.- Hace algo más de un año vieron la luz dos novelas póstumas suyas, Los ojos del tiempo y Culpable o El ala de la sombra, cuya lectura me emocionó mucho. Un personaje secundario de ésta última se llama Luque: sé que es una presunción estúpida, pero me gusta pensar que el maestro me tenía presente, si quiera en el fugaz instante de improvisar un nombre, mientras daba forma a estas narraciones admirables.
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