miércoles, 2 de enero de 2008

Suspenso en cubanía

Unos cuantos viajes a la isla, muchas lecturas, unas cuantas películas y discos me habían permitido hasta ahora la jactancia de creerme un pequeño experto en Cuba. Esta presunción ha quedado severamente desmentida después de recibir un correo de mi compadre Pepe Pérez Olivares, que viene a ser una especie de implacable test de cubanía. A través de una serie de 69 preguntas -¿A qué hora mataron a Lola? ¿Qué le paso a Chacumbele? ¿Qué le pasa al niño que no llora? Aé, aé, aé... ¿qué cosa? ¿Qué quiere el bobo de la yuca? ¿A qué se le da la patada?, Si voy al Cobre, ¿qué quieres que te traiga?- uno puede comprabar si es cubano de buena cepa o un gallego comemierda que se cree Hemingway (sin sospechar que el viejo león vivió allí sin entender nada). Yo no he acertado ni 15: deshonrosa derrota.
Me he acordado de un test similar que planteé a Ilya, en este caso sobre la gaditanía. Las preguntas eran similares -¿Ese Cadi...? ¿Esto es Cadi...? ¿Cómo es la letra del Vaporcito? ¿Cuando contemplo mi barca...? ¿Aquellos duros antiguos...? ¿Me han dicho que el amarillo...?- y también lo fue el resultado, por cierto desastroso. La conclusión es que el mero hecho de nacer y criarnos en un lugar nos suministra una vastísima información, nada asequible al forastero. Algunas cosas son inútiles, otras maravillosas, pero todas resultan envidiables para quien quiere ser, al menos, un digno hijo adoptivo.

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