En apenas veinticuatro horas, he visto dos fotografías de las arañas de Louise Bourgeois en sendos periódicos nacionales: unas junto a la Tate Modern, otras frente al Leeum. Suficientemente grandes para ser monumentos, suficientemente portátiles para ser objeto de exposiciones temporales, son un ejemplo perfecto de esa idea de arte en espacios públicos (y para todos los públicos) que garantiza el éxito: entre los generales a caballo y los armatostes sin pies ni cabeza, los transeúntes enloquecen con figuraciones que no necesiten demasiadas explicaciones y queden bien en la foto. La Plaza Nueva y la Alameda de Sevilla han ensayado modestas experiencias similares con una respuesta espectacular.
Lo que sucede es que me cuesta relacionar esas arañas con Londres y Seúl. Yo me he encontrado con los arácnidos en cuestión dos veces, una en La Habana en 2005, junto al Parque Central, y otra en Tokio, el año pasado, a la salida del Roppongi Hill. Verlas ahora en la capital británica me produce una sensación similar a descubrir la torre Eiffel en El Cairo o la torre inclinada en Nueva York. Tal vez la ubicuidad sea un atributo de la obra de artistas como Bourgeois. Pero cabe recordar que las cosas -y las personas- no son ubicuas porque estén en todas partes, sino porque están allí donde vamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario