Una de las herencias más extrañas que he recibido es la costumbre de increpar al televisor. Mi abuelo llegaba incluso a blandir la faca de despedazar pollos ante la pantalla, en un gesto amenazante. Tenía sobre todo dos bestias negras: Ramoncín, "ese penco" que para él representaba toda la depravación de la modernidad, y el papa Wojtyla, que era lo mismo pero de blanco: el mismísimo diablo. Yo también me he visto, pero sin faca, haciéndole reproches a los obispos de los telediarios. Y me he preguntado por qué me estimulan las lecturas anticlericales. Por ejemplo, La puta de Babilonia, del colombiano Fernando Vallejo, que con profusa documentación despelleja, en trescientas páginas sin piedad, a todo el papado de ayer, hoy y siempre: una gozada.
Mi amiga Bea, que se marchó a Madrid y ahora trabaja en Trama Editorial, me ha enviado las Reflexiones sobre la religión de Mark Twain. Esta mañana recibí ese hermoso librito y antes de comer ya me lo había fundido. Pero me ha inspirado una reflexión: no tengo, no puedo tener nada contra el que reza, el que desarrolla su vida espiritual a través de uno u otro rito, el que encuentra consuelo o esperanza encomendándose a tal o cual divinidad. Mi rechazo inflexible es para aquellos que llevan toda la vida no ya torturando herejes, amasando fortunas a fuerza de timar a las masas ignorantes o paseando bajo palio a los tiranos antes de darles la comunión, sino inmiscuyéndose en la privacidad de la gente, inyectando miedos, manipulando la Historia, infligiendo daños irreparables en la psique colectiva desde la más descarada impunidad, dirimiendo qué es el Bien y qué el Mal a su conveniencia, jodiendo, en fin, hasta la náusea, en nombre de Algo que ya no recuerdan ni qué es.
El padre de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, se despachó a gusto al respecto en el siglo XIX. La lectura de sus implacables reflexiones me ha hecho recordar algo que invoqué cada vez que veía a Bush en la tele: "No se puede ser enemigo de los Estados Unidos después de leer a Mark Twain".
Nota.- En Alemania descubrí que muchas iglesias se están reconvirtiendo en galerías de arte o salas de conciertos, tan benéficas o más para el alma que aquéllas. Estoy deseando que ese plan de rehabilitación de inmuebles llegue a España. Que ya está bien.
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