Veo A la diestra del cielo, el documental sobre el rockero sevillano Silvio. Reconozco a algunos conocidos y amigos míos: Pive Amador, Andrés El Pájaro, Pepe Begines, Ricardo Pachón... Todos hablan con inmenso cariño y admiración del malogrado cantante, dipsómano genial. En apenas veinte minutos me arranca tres carcajadas a golpe de pura chispa, ¡qué ocurrencias! Y aquellas entrevistas con Jesús Quintero, no tienen precio. La película sigue rodando, y hay un momento en que Silvio parece el abuelo de sus conmilitones. Sus ojos han perdido el blanco, son como dos puñaladas en un tomate. Es incapaz de articular el más mínimo discurso coherente. Su cara es ya su propia máscara funeraria.
¿Nadie pudo evitar una muerte tan precoz? No puedo evitar hacerme esa amarga pregunta al terminar el visionado. Es obvio que el primer y único culpable de ese lento suicidio a punta de botella fue él mismo, pero, ¿no habría podido escribirse un desenlace mejor? ¿No es cierto que su leyenda de santo bebedor divirtió durante años a toda su gente, que aquellas devastadoras melopeas fueron jaleadas, celebradas sistemáticamente por unos y otros?
Hay muchos Silvios por los bares del mundo. Me atrevería a decir que hay muchos Silvios con la misma espontánea genialidad, con un talento similar escanciado del modo más caprichoso, y nunca les falta quien se acerque -un ratito sólo, claro- a llenarle la copa y poder decir luego que brindó con el mito. Pero, ¿quién le sujeta la frente cada madrugada para evacuar hasta la última bilis, quién se hace cargo de la pereza de sus esfínteres, quién comparte la depresión que sucede a la cruda, quién está dispuesto a compartir el delirium tremens?
No quiero pasar por pacato. No me gusta ponerme moralista, ni condeno -dios me libre- el alcohol, que es el alma de tantas fiestas. Pasa que me apena pensar en los discos que Silvio nunca grabará, en los conciertos suyos que ya no veremos. Me apena recordar que fui a hacerle una entrevista para El País, una noche que iba a tocar con Barra Libre en Cádiz, en la desaparecida sala Comix, y casi no podía tenerse en pie, y a la segunda pregunta ya supe que de ahí no podría salir nada publicable, de modo que dejé la grabadora abierta, me encogí de hombros y me entregué a su discurso inconexo, salpimentado con anécdotas delirantes, canciones rusas, aforismos desquiciados. Sólo lo que cantó más tarde, sobre las tablas, tuvo sentido aquella noche.
2 comentarios:
El rey ha muerto¡¡¡ DIOS SALVE AL REY¡¡¡
...Hemos de ganar el pan con nuestro sudor/ Menos mal que aquí en Sevilla la vida tengo ganada/ porque con tanto calor sudo aunque no haga nada...
Con eso está dicho todo. ¡Abrazos!
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